Geografía, comunidad y congruencia
El Festival Cuatro X Cuatro es un espacio dedicado a la experimentación, creación, reflexión, investigación, promoción y exposición de las artes escénicas contemporáneas desarrollando un diálogo con otras disciplinas y colaborando con múltiples organizaciones de México y el extranjero.
Entrevista con Shantí Vera, director del Festival Cuatro X Cuatro (Xalapa, Veracruz) y Evoé Sotelo, anfitriona de la última edición de la muestra Un Desierto para la Danza (Hermosillo, Sonora).
La danza no sólo sucede en la Ciudad de México; nuestro país baila en todas sus latitudes, y de muchas maneras. Esta conversación nos acerca a la visión de dos coreógrafos contemporáneos, cuya labor se desarrolla en lugares muy alejados entre sí. Hablamos del espacio del festival como ese punto fundamental de encuentro que nos permite repensar el cuerpo y sus contextos.
Podrían hablar un poco sobre la historia del festival, ¿cómo arranca?
Shantí Vera
Nuestro Festival comenzó a gestarse en el 2008 con los compañeros de Danza UV, la compañía de la facultad de danza de la Universidad Veracruzana, de la que estaba a cargo Guadalupe Barrientos (entonces directora de la Facultad de Danza, y encaminada a dirigir la Unidad de Artes de la UV). Ella lanzó la propuesta y, con un impulso inmediato que nos ha caracterizado siempre, los Cuatro X Cuatro dijimos: «lo hacemos, ya, ahora». En ese entonces había pocos espacios para la danza contemporánea en Xalapa, y éstos eran bastante cerrados. Existía el festival Danza Extrema de Alonso Alarcón que por esos años tenía buena proyección. Hicimos el primero con una obvia falta de experiencia en gestión y poca idea de cómo programar. Incluimos a todo mundo con la idea de generar comunidad, porque eso es lo que los Cuatro X Cuatro hemos querido hacer en Xalapa. Nos metimos en problemas porque quisimos abarcar cuatro ciudades al mismo tiempo (Coatepec, Xico, San Marcos y Xalapa), pero logramos generar un espacio a costa de pérdidas económicas y a pesar de la famosa pandemia inventada de la gripe aviar. Tuvimos que cortar el festival a la mitad, y algunos artistas quedaron varados en Xalapa sin dar función. Pero fue un primer año lleno de voluntarios, muchísimo público y una bombita de colaboraciones. Con el apoyo del Fonca y de la UV logramos una escucha y presencia del rector y del gobernador.
Evoé Sotelo
La primer edición se hizo en 1993, por iniciativa de un grupo de danza independiente que se llamaba Espiral, liderado por Eduardo Mariscal, Aldo Siles, Alejandro Huerta, Diana Romero, Mónica Salcedo y Lourdes Herrera. Ellos se acercaron al director del Instituto Sonorense de Cultura de aquella época, Carlos Moncada Ochoa (papá del dramaturgo Luis Mario Moncada), para sensibilizarlo sobre la falta de un espacio así en la zona Noroeste del país. Existía el festival Lila López en San Luis Potosí, pero nosotros estando tan lejos nos perdíamos del contacto con la danza nacional. Hizo eco la solicitud, él lo impulsó y se convirtió en un amante de la danza. Desde entonces siempre se ha hecho en conjunción con el ISC, y recibe un subsidio importante de la Secretaría de Cultura. Coincidió con que el mismo año, el grupo Paralelo 32, con Carmen Bojórquez al frente, arrancaba el festival Entre Fronteras en Mexicali, apoyado por la UABC.
¿Cómo se ha ido transformando?
ES: Después sucede lo que considero como el mayor atributo. Cada año, uno de los grupos con trayectoria que están trabajando en Sonora asume la curaduría de la muestra. Han ido rotando Antares, Espiral, La lágrima, Quiatora Monorriel, David Barrón, Aldo Siles… Al anfitrión le toca pensar su programación y definir el concepto específico de esa edición.
Algunas veces se han ido por la tradición, dando pie a todo un catálogo de compañías de mucha tradición… Y en otras, la onda se inclina por otro tipo de exploración, incluyendo a los que están en debate con la tradición y se ven cosas mucho más experimentales. Los cambios de óptica son muy interesantes. Me parece que eso le ha dado la posibilidad de seguir existiendo, generando gran interés y curiosidad en el público. Nos hace partícipes a todos. No es una muestra del Instituto, ni del gobierno federal o estatal, es de nosotros. Nos prestan la infraestructura y los recursos, pero realmente nos dan total libertad para programar y apropiarnos de la ciudad.
SV: El segundo festival fue muy diferente, definitivamente marcó la línea del festival Cuatro X Cuatro. Yo me salí de la UV y eso generó una ruptura, pero mayor libertad. Estuvimos mucho más organizados, nadie perdió, los espacios funcionaron bien, hubo mucho público. Ese año vino Ko Murobushi. Fue un evento súper interesante en la ciudad: se quedaron más de 50 personas afuera del teatro. Se habitaron espacios que nunca habían sido habitados, como centros culturales, museos viejos, y esto nos permitió generar el disenso que queríamos. En ese entonces se llamaba Festival Internacional Abril & Danzar. Nunca nos convenció el nombre, pero en Xalapa había Mayo fotográfico, Junio musical y Marzo de teatro. Decidimos que abril era nuestro, por ser el mes de la danza.
¿Y qué es hoy el festival?
SV: De alguna manera el festival siempre ha sido un reflejo de nuestro contexto, porque ha estado en crisis. Xalapa es un lugar totalmente hostil, y pocos voltean a ver a la danza, o a la escena contemporánea. Están anclados en una historia de 1970. Alguna vez Mijaíl Rojas comentó que Xalapa tiene un estatus que no es real; se dice ciudad cultural pero eso es sólo una fachada.
¿Con qué otros festivales de danza contemporánea, que se hacen en México o fuera de México, dialogan sus festivales?
SV: Desde el 2013 programamos un solo o un dúo seleccionado por el festival SóLODOS EN DANZA de Costa Rica. Sus directores, Eric Jiménez y Maruxa Salas, promueven la movilidad de jóvenes creadores para que tengan experiencia en otras latitudes. Asimismo, hemos colaborado con la InMuestra de arte escénico que organiza Moving Borders, también planeamos el festival como una vitrina para programadores internacionales. Considero que nos nutrimos de todos los festivales en los que hemos tenido la oportunidad de participar, retomando espacios, conceptos, perspectivas… como Reposiciones o Experimenta Sur; nos dejamos influir y repensamos nuestro festival para insertarlo en Xalapa. Otro ejemplo es el festival Trayectos de Zaragoza, España, que acoge un público masivo porque es un festival para paisajes urbanos. En 2014, lo replicamos en Xalapa a pesar de nuestra poca infraestructura y que en México están despreciados esos espacios.
ES: En esencia, el Desierto se parece mucho a la mayoría de los festivales, salvo por la lógica de anfitriones, lo que cambia es la situación geográfica. La ciudad de Hermosillo me parece menos cálida (que no caliente), no se presta para pasear y tomar un cafecito como en otros festivales en donde la sede misma ya hace al festival interesante. En Danzalborde de Valparaíso, por ejemplo, todo es bonito, la ciudad, los espacios de presentación… Nosotros tenemos un teatro en un edificio espantoso, que le quita un tanto de sentido comunitario al festival.
¿Cómo piensan, deciden o construyen la programación?
ES: En alguna época era una especie de muestrario de lo que estaba sucediendo a nivel nacional y que acontecía lejos, pero fue dando pie a miradas específicas. En el caso de Antares, hacer evidentes los recursos técnicos formales de los intérpretes. Adriana Castaños y nosotros (Quiatora Monorriel), dar relevancia a la investigación; que el público reconozca que la danza no sólo es moverse bonito, sino que hay todo un proceso detrás del resultado. Incluso en ámbitos extra-dancísticos. Aquí hay muchos jóvenes estudiando danza, también hay mucho interés en otras disciplinas. En los últimos 5 años, se ha intentado poner un poco en jaque al público; no tanto de incomodarlo, pero sí de hacer visible que la danza no sólo es corporal, sino que implica todo un posicionamiento político y filosófico del cuerpo.
SV: Se va construyendo un perfil cada año. Siempre con la pregunta: ¿por qué eso en ese momento? Tratando de tender la mano a coreógrafos jóvenes, y a otros de mayor edad, pero que son igual de jóvenes en espíritu. A mí me gusta ofrecer un espacio para que los creadores hagan lo que quieran, para experimentar, para el pensamiento libre. No para ofrecer un servicio. Me interesa la autenticidad de los artistas que vienen; algunos han repetido y se ha vuelto nuestros colaboradores y hasta co-productores. Estamos en busca de lugares perdidos, de conceptos frágiles, vulnerables, del vacío. Buscando comprender umbrales de percepción más que solo de entendimiento.
¿Y el contexto lo permite?
SV: Hay muy pocos espacios ocupados o preocupados por sus contextos, y hacemos copias de otros festivales. ¿Cómo voy a copiar yo al KunstenFestivalDesArts de Bruselas si estoy en Xalapa? Tal vez en el DF se podría, porque es un lugar en donde convergen muchísimas cosas. Lo que hacen las instituciones muchas veces es agarrar un modelo y reproducirlo. Son muy pocos los que escuchan las urgencias de su contexto.
¿El público se va adaptando? ¿Qué tanto afecta en cuanto a tipos y cantidades de público?
ES: Yo creo que sí, sobre todo el público joven que ve cómo la danza se moviliza hacia otros espacios físicos y territorios de pensamiento. Aunque hubo una especie de rebelión interna, en donde las señoras encopetadas con sus hijas que van a la clase de ballet, se sintieron traicionadas. Salían muy enojadas, pero otros espectadores salían muy sorprendidos. Recuerdo a un señor que en el 2014 llegó súper molesto porque todo le parecía mal, pero seguía siendo el primero de la fila, y día con día se fue relajando. Este 2015, ya sonreía, hacía preguntas al final de la función, se sentía muy integrado. Él es un claro ejemplo de lo que le sucede a las personas que van reconociendo que algo interesante empieza a suceder en lo otro. Sigo viendo señoras que nunca pensé que regresarían, y ahí están. La muestra se ha caracterizado por la gran afluencia de público. A mí me deja contenta saber que, a pesar de que las propuestas no son del todo sencillas, muchos están dispuestos a entender que el cuerpo es mucho más.
SV: Algo que me interesa es que dialogamos con el público y la ciudad, más que con los bailarines. Fotógrafos, gente del gremio de artes plásticas o de letras se han sentido convocados. Hemos tenido muy buena cantidad de público para un festival de artes escénicas contemporáneas: espacios llenos (son espacio pequeños con capacidad para 100 personas). Nunca llenaremos un estadio de 100,000 personas… porque no queremos algo así, y siendo honestos nunca lo lograríamos. Al estado de Veracruz no le interesa la cultura, no la apoya. ¿De hecho, a quién le importan las artes escénicas en México?
En México se han multiplicado los festivales en los últimos años, en todas las disciplinas. Existen cientos de nuevos festivales de cine, de teatro, de danza. Durante esas semanas la temporalidad es específica y cambia la forma en que los espectadores se relacionan con las artes. ¿Qué opinan de este fenómeno de la «festivalitis»? ¿Creen que esto ayuda o afecta a la creación de un público constante?
ES: Sí es un tema. Funcionan justo porque tienen un soporte institucional y los recursos destinados para que funcionen. Pero es una relación ejecutiva, te resuelve las contrataciones, la convocatoria, el transporte y después te lavas las manos y al día siguiente ya estás en otro canal. Para mí el problema no es el público. Si lo vuelves a convocar en otro momento del año, va a estar ahí. El problema es que los recursos económicos para resolver los tenemos una sola vez en el año. Manuel Ballesteros, Antares, la Lágrima, el Concurso de Coreografía llenan los teatros en cualquier momento del año, pero la muestra es muy especial y no se vuelve a repetir en el año. Yo cuestionaría el formato de festival y lo que implica. Pensaría en otro tipo de encuentro, tal vez no alrededor de 5 o 10 días, sino permanente en el año: conferencias, talleres, seminarios, mesas de diálogo, funciones… que estuvieran generando una participación y una reflexión continuas. Dejar de hacer una especie de Gelaguetza de la danza en una semana y se acabó la fiesta. ¡Ahí están los VISO out festival! Aunque a veces creo que están pecando de formales y tradicionales. Su discurso va por otro lado. Finalmente son nuevas generaciones, y la mentalidad, la intención al programar y las formas en que están decidiendo utilizar los espacios de representación ya están marcando una diferencia bien interesante. Sólo les falta trascender esa visión oficialista.
SV: Estamos en un país que no tiene una política cultural, en Veracruz no existen las temporadas y si las hay, no son remuneradas. Nos toca imaginar cómo atraer al público. A mí me parece que generar espacios siempre es interesante y hay que apoyarlos. Es bueno y malo (no sé si es la palabra): la cosa es saber por qué, más allá del espíritu emprendedor. Cada vez hay más festivales en México y Latinoamérica que sacan convocatorias, y no te dan absolutamente nada. No sé qué tan bueno sea para los artistas; nos estamos auto-explotando y no estamos encontrando herramientas para presionar al gobierno en su obligación de apoyar al arte como transformador social.
¿Crees realmente en el arte como transformador social?
SV: No en ello de una manera directa, salvo en algunos lugares. En Alemania, por ejemplo, gozan de un estatus en el que uno se permite ir al teatro y pagar 25 euros, entonces hay un derecho a la inutilidad. Pero México es un país totalmente corrompido por la violencia, en donde las necesidades son otras. Hay una urgencia por crear espacios en los que un joven pueda percibir que moverse puede producir placer. No es que se vuelvan bailarines o espectadores de danza, pero artistas, gestores y gobierno, tenemos que preocuparnos por nuestro contexto específico y construir desde ahí.
En la organización comunitaria, la comida tiene mucha importancia. Puede ser un desmadre, pero si la comida está, algo funciona.
SV: Y también pasa por la bebida. Creo que reflexionar no tiene porque ser una cosa seria, tiene que ser placentero. En el Cuatro X Cuatro, siempre han sido importantes las fiestas, la catarsis, como forma de relacionarse con los jóvenes de Xalapa. En una de esas fiestas, la directora del Aura Dance Festival vio bailar a Israel Infante, un chico de San Luis Potosí, y lo invitó a Lituania. Fue su mejor audición, ahí encontró un puente para desarrollarse en otro lugar.
Este año, los festivales sufrieron recortes drásticos de presupuesto. ¿Se le puede sacar algún provecho a la precariedad?
SV: Este año nos permitió profundizar en el disenso. A nosotros nos cayó de golpe, un mes antes del festival, con todo muy armado y una programación definida. Pero fue muy interesante: nos unió como equipo de organización, se integraron compañeros que presentaron sus piezas con la intención de rescatar al espacio, porque saben que es necesario, porque ha logrado cosas importantes. También dudo de esa palabra: importante. En 2014 logramos un festival tan delineado, en el que todo el mundo tuvo un pago digno, y un muy buen público. Tuvo mucha repercusión, generamos una sinergia que tuvo impacto en otras geografías.
¿En qué consistió el recorte? ¿Qué financiamientos tuvieron antes y ahora?
SV: Normalmente aplicamos a convocatorias, pero este año teníamos que dejar pasar un año, y solo teníamos el apoyo de la Red Nacional de Festivales que es mínimo (cubre 20% del costo total). Con eso habíamos imaginado un festival muy pequeño en donde sólo los artistas cobrarían. Sin embargo, se anunció el recorte a la cultura y nos dejaron sin nada. Entonces Nadia Vera, mi hermana y productora del festival, convocó al Instituto Veracruzano de Cultura que por primera vez cubrió hospedaje y alimentación. Había que salvar ese espacio como fuera. El amor que le tenemos nos ha permitido crecer como humanos y artistas, hemos conocido a gente maravillosa, descubierto trabajos sumamente interesantes, filosóficos, poéticos.
ES: Este año perdimos el apoyo total de la Red Nacional de Festivales. Ellos solían dar $150,000. Pero durante el festival nos anunciaron que se recortaría a 100, y ya después, nos dijeron que se cancelaba por completo. Nos dejaron con muchos pagos pendientes.
¿Que sigue?
SV: Debido a lo que estamos pasando como familia de festival, nos toca mudarnos de una Xalapa hostil, poco solidaria, salvo por personas excepcionales que nos han mostrado su apoyo incondicional. Tuvo que pasar lo que pasó para darnos cuenta de que ese espacio no era propicio. Hemos luchado por defenderlo, y ahora necesitamos lugares que nos tiendan la mano con amor, estamos en busca de amor. Hace años que yo tenía ganas de mudar al festival, pero nos aguantamos mucho porque sentíamos la responsabilidad de no cerrar un espacio que habíamos generado. Ahora, en colaboración con parte del colectivo AM, Stephanie Janaina, los Cuatro X Cuatro y Snakobal Jnakobal (una asociación chiapaneca), vamos a generar un espacio atípico de reflexión y escucha en San Cristóbal de las Casas y en la Ciudad de México. Armar un disenso mucho más concreto, generar pensamientos colectivos, fraternidad, redes (que para mí tienen que ver con los carnales, y por eso les llamo «carnalerías»). Vamos a ampliar y diversificar la personalidad del encuentro, porque uno tiene que cambiar.
En una situación ideal, pensemos incluso utópicamente, más allá del dinero, ¿qué desearías para un futuro festival?
ES: Si fuera muy utópico, el colmo de la utopía, solicitaría construir un espacio alterno que no fuera un teatro. Una bodega, una nave que tuviera la posibilidad de ser usada de cualquier manera. Desde la más tradicional hasta la más experimental. Nos condiciona muchísimo el teatro que tenemos. Yo creo que a Hermosillo le urge una nave multiusos que abra la posibilidad de otras formas de intercambio entre lo escénico y el espectador. De entrada eso, y por lo tanto a una programación que pudiera ir más lejos. La otra, es que si me permitieran hacer lo que quisiera, yo lo haría todo el año. Y sería algo que implicaría también otros terrenos de investigación alrededor del cuerpo, pero también la reflexión sobre el contexto que nos está tocando vivir. La forma en la que se dinamizan los intercambios y las relaciones de lo corporal con otras áreas, generar actividades que pudieran hacer más claras las relaciones entre cuerpo y palabra, cuerpo e imagen, cuerpo y sonido, cuerpo y espacio, no sé…
SV: Yo me imagino una multitud dentro del festival, de pensamientos diversos, plural. Me imagino constante cambio. Y para el 2016, invitamos a André Lepecki, un escritor que me interesa por su apertura. Como este festival, quisiera que este espacio, si bien sirve para posicionar a las artes escénicas, sirva para sensibilizar, para abrir umbrales de percepción. Generar que las personas se sumen, imagino que va a pasar, ya está sucediendo. ¡Para nada es hippie! Es real: escucharnos, reflexionar, creo que no lo hacemos lo suficiente. Pensamos mucho, pero siempre en lo mismo. El gremio de la danza está muy dividido, no nos validamos. Los de teatro hacen veinticinco funciones y develan placa, cortan hilo, ponen estatua, sale una nota y publican un libro. En danza no lo sabemos hacer porque estamos desligados.
¿Qué nos hace tan poco solidarios?
SV: Tal vez la geografía y la diversidad cultural. No dialogamos con el otro barrio; nos echaron a competir y nos lo creímos. Aplicamos a todas la convocatorias para ver si alguna pega, sin claridad de los perfiles, ni congruencia. Todos quieren ir a Europa a bailar, pero ¿qué tan pertinente es lo que nosotros estamos haciendo, allá, ahora?
Es urgente dialogar desde las diferencias, no abolirlas: tender puentes. Nuestro contexto es muy complejo como para estarnos peleando. No necesitamos desacreditar lo que hace el otro para validarnos: las personas que hacen escena expandida le tiran a los que hacen teatro dramático, y los que hacen teatro dramático, para seguirse validando, le tiran a los que hacen cosas raras. Lo mismo pasa entre la danza formal y la coreografía. Y yo me pregunto, ¿en qué momento la danza se apropió la coreografía? ¡Si son dos cosas diferentes! A este festival le interesa la coreografía, no sólo la danza.
¿Es un placer o un dolor de cabeza?
SV: Ha sido un placer, una responsabilidad, una chinga… Y una plataforma. Invito a las personas que están desarrollando proyectos de festivales, plataformas, espacios, a generar círculos de congruencia, a compartirnos más. No dejarse llevar por la profesión. Imaginemos futuros con presentes muy concretos.
ES: Esta muestra existe porque los grupos la han defendido, año con año, a pesar de los cambios administrativos. Me parece muy importante destacarlo en este momento político del país. La cultura viene en caída libre, y la unión de esfuerzos, la solidaridad entre los grupos, hace que la muestra sea de la comunidad de Sonora, más allá del INBA, o del gobierno. La historia del Desierto es consistente, porque responde a una necesidad real, a un esfuerzo real. Ahora más que nunca lo valoro: todo proyecto grande tiene que hacerse en conjunto con otros para ir soportando las crisis juntos. Me queda esa reflexión: la importancia de que lo que hagamos en nuestros espacios (festivales o compartir quehaceres), hay que hacerlos nuestros, desde la raíz.