Fumiaki Noya. Visible pero invisible
A finales del año pasado, Fumiaki Noya, el más destacado hispanista en Japón, visitó México para ofrecer una charla sobre la presencia de la poesía de Octavio Paz en tierras niponas. Entre otros escritores, Noya ha traducido a Paz, Fuentes, Vargas Llosa, Borges y Bolaño, y actualmente prepara una nueva versión del Quijote. En esta conversación, Cristina Rascón se acerca al ensayista y crítico para charlar sobre su oficio de traductor y sobre los puentes que hay entre la literatura japonesa y la latinoamericana.
Conocí al profesor Fumiaki Noya (1948, Kawasaki, Kanagawa) en Tokio del 2009, ya que fue uno de los presentadores de mi libro de cuentos, Hanami, en la embajada mexicana. Tuvmos una charla sobre el contenido del título, sobre todo de la crítica social y el uso del lenguaje. Recuerdo que su principal comentario fue por qué exponer los cuentos más lúdicos y no los más políticos. Tenía razón, pero entonces mi selección fue más por longitud: preferí lo breve ya que cada cuento se leyó dos veces, primero en español, luego en japonés. Al acabar el evento, me invitó a su seminario en la Universidad de Tokio para continuar el intercambio, ahora con sus alumnos. La sorpresa fue que todos se mostraron más interesados en la literatura yaqui, de la cual llevaba una compilación que realicé en 2006, que en los cuentos y el debate que había previsto: ¿por qué lo político en ficción o por qué no? «Es que de literatura indígena tenemos menos información, y mucha curiosidad. Mejor hablemos de posibles similitudes entre Japón y las culturas prehispánicas». Me sumé entusiasta, pues comparto esas ideas de todo corazón. Lo importante es que noté su curiosidad y deseo de exploración: más que debatir sobre lo que le era conocido, se interesó por explorar lo desconocido. Fue una velada enriquecedora para todos, la cual agradezco y me da gusto corresponder ahora con esta entrevista sobre su trabajo para el público mexicano.
¿Cuál es su proceso creativo como traductor?
Mi sitio ideal es un café. En ese ambiente, lleno de gente y de ruido, hay también un espacio de soledad y concentración. Mi equipo de trabajo son mis diccionarios y mi computadora. Y el texto, claro. Es un proceso muy personal. Antes trabajaba con otros traductores, nativos del idioma español, quienes me daban primeras versiones o revisiones finales, pero ya no lo necesito. Ahora trabajo mejor individualmente. Me tomo mi tiempo. Generalmente trabajo fragmento por fragmento. En el Quijote, por ejemplo, leí primero la obra completa, en japonés, ya que cuando era estudiante no pude leerla en el original. Después estudié algunos fragmentos en español y, finalmente, hoy trabajo paso a paso, capítulo a capítulo, dejándome sorprender, degustando lo inesperado. Claro que leer la versión de otros traductores es un ejercicio interesante, pues el estilo de cada uno es diferente. Del Quijote habrá unas diez versiones en japonés, apenas se empezó a traducir hace unos cien años… Si algo me tiene contento es poder traducirlo a mi manera.
¿Cuál es su propuesta lingüística en esta nueva traducción? ¿retoma formas medievales japonesas?
Creo que hay dos maneras de afrontar el uso del lenguaje en una obra medieval: la primera es a través de equivalencias factibles de dichos vocablos medievales en la lengua destino, pero eso ya lo han hecho otros traductores; la segunda es utilizando el habla moderna, coloquial. Entonces el ritmo se acelera. Ahora que la sociedad ha cambiado, rodeada de un sentimiento de inmediatez, el uso de los medios y del internet, con toda esta atmósfera circundante, el lector pide un ritmo de rapidez. Si no nos adecuamos, los jóvenes no lo leerían todo, no lo leerían hasta el final, se cansarían.
Y en el caso de dichas expresiones coloquiales, cuando aparecen connotaciones de doble sentido, refranes, inter o intratextualidades, ¿cómo lo maneja? ¿con notas al pie?
Es muy difícil, pero lo mantengo libre de notas.
¿Encuentra formas directas de suplir referencias, quizá usando expresiones en katakana?[1]
Si hay palabras coloquiales en japonés equivalentes al original, ya no uso palabras en katakana; pero sí hay casos donde la traducción es prácticamente imposible y prefiero dejar la palabra original, japonizada, digamos, con katakana.
Cuando eso sucede, sin notas al pie, ¿cómo explicar al lector el origen o contexto?
Para esos casos especiales sí manejo un glosario, pero sólo al final, sin romper el ritmo de lectura de la obra.
¿En qué otros proyectos de traducción está trabajando?
Estoy traduciendo La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño (Los detectives salvajes ha sido muy bien recibido en Japón). También estoy trabajando El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa, de quien ya he traducido anteriormente Los jefes, sus primeros cuentos y la novela La tía Julia y el escribidor. Mi siguiente proyecto es una antología de cuentos de Gabriel García Márquez.
¿Tiene en mente narrativa mexicana para futuros proyectos de traducción?
En este momento no, pero quisiera traducir más de Octavio Paz, «Vuelta», Árbol adentro. Si se trata de narrativa, elegiría a Carlos Fuentes como un buen proyecto de traducción al japonés, pero ese es un proyecto grande, no puedo compaginarlo con lo que estoy trabajando actualmente; debo esperar un par de años.
¿Qué le atrae al lector japonés de la literatura latinoamericana?
En la década de los ochenta conocimos a los grandes del boom latinoamericano, como García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar. El más popular, actualmente, es Julio Cortázar, sobre todo los primeros cuentos, lúdicos y fantásticos. El drama se desarrolla en la ciudad, en un ambiente urbano; los jóvenes se entienden bien con esa narrativa, son cuentos muy modernos. Le seguiría, en interés por parte del público lector japonés, García Márquez; tiene muchos lectores. Pero sus textos son más bien exóticos, de un pasado reciente, pero con tono arcaico. Curiosamente ya no hay ese interés por el tono o trasfondo político en la narrativa escrita por latinoamericanos. Lo mismo ocurre en el caso de Borges, los lectores quieren sus cuentos de Ficciones y El aleph.
¿Qué autores en Japón son similares a Cortázar y Borges? ¿De dónde nace esa atracción estética? Es difícil porque los cuentos japoneses son más sosegados, no tienen tantos juegos en la estructura. Quizá Ryūnosuke Akutagawa, por sus cuentos fantásticos, con estructuras polivalentes.
Akutagawa tiene varios cuentos inspirados en la literatura española; Haruki Murakami escribe obras fantásticas que rozan con el realismo mágico o los universos borgianos, sólo que en Borges no hay sexo y en Murakami sí.
Creo que los escritores latinoamericanos de la generación de antes del boom tienen un punto en común: Faulkner.
¿Y los japoneses leen a Faulkner?
Ahora no, pero antes sí, mucho, incluso visitó Japón.
Entonces si los japoneses leían a Faulkner, ese punto en común de ambas culturas fue como tierra fértil para recibir el boom.
Exactamente, es curioso cómo la relación entre dos culturas se sostiene por el antecedente de una tercera.
Sobre narrativa escrita por mujeres latinoamericanas, ¿qué autoras están traducidas al japonés, con buena recepción por parte de los lectores y consideradas por la crítica japonesa para análisis y debate?
Isabel Allende es la más leída de las narradoras latinoamericanas, particularmente por La casa de los espíritus y Eva Luna, entre otros. Pero algunos críticos dicen que su narrativa es una imitación de García Márquez, por sus
universos tan semejantes al realismo mágico del colombiano. Pero Allende tiene mucha popularidad, sin duda.
¿Ya se ha traducido a Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, por ejemplo?
Sí se ha traducido a Elena Garro, pero no es tan leída como Isabel Allende. Otra narradora muy bien recibida es Laura Esquivel, con Como agua para chocolate. Lo mismo Ángeles Mastretta con Arráncame la vida. Pero de
todas ellas la más leída, y por mucho la más analizada, es Isabel Allende.
¿Existe una influencia de la literatura latinoamericana en la japonesa? por ejemplo, Kenzaburo Oé aborda su viaje a México, pero ¿existe influencia en cuanto a estilos y formas de narrativa?
En Japón todavía está de moda el realismo mágico. No hay un escritor que se caracterice por escribir sólo realismo mágico, pero sí hay una presencia recurrente de universos similares a Cien años de soledad en al menos una de las obras de varios escritores. El plantear un pueblo o comunidad, relativamente alejado, donde ocurren cosas fantásticas… ese tipo de cosas. Kenzaburo sigue ese estilo también en algunas de sus obras.
Planteando un puente o juego de espejos, ¿qué influencia encontramos de la literatura japonesa en la narrativa hispana? Pienso en García Márquez, quien retoma La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, y escribe su novela Memoria de mis putas tristes. ¿Podríamos encontrar autores latinoamericanos que tomen a Japón como tema o escenario, o directamente la literatura japonesa?
No es fácil identificar esas influencias. Por ejemplo, Vargas Llosa ha leído a Kawabata, aunque no se nota la influencia. Entre escritores jóvenes está la novela Bonsái, escrita por Alejandro Zambra. Ahí tenemos una muestra de efectos de la cultura japonesa en la narrativa latinoamericana. Lo interesante es que sí tenemos traducción de Bonsái. Debe haber otros autores u obras que se nos escapan, al no tener traducción. En el caso de la poesía es incluso más difícil. Hay una carencia de traducciones de poesía latinoamericana al japonés, sobre todo contemporánea. Durante la época de gestación política se leía y traducía más poesía porque el mismo tema era de mucho interés. Cuando se hablaba de revolución se tradujo mucho a Neruda, era muy leído en Japón.
En México hay mucho interés e influencia de poesía japonesa. se lee a Basho y a otros haikuístas. a Tanikawa, a quien traduzco, lo han recibido muy bien, existe curiosidad por voces contemporáneas japonesas.
Sí, pero en Japón al decir «poesía» no se incluyen haiku y tanka. Es otra cosa, otro género, no se le considera poesía. En la academia sí se analizan, claro, pero no dentro del género de poesía. Entre haiku y verso libre hay una diferencia, como una brecha. Hay quienes escriben poesía y haiku. O narrativa y haiku. Pero bueno, es interesante que se busque la lectura de autores japoneses contemporáneos. Habría que aumentar también su traducción hacia el español.
Por último, y agradeciendo su conversación para Tierra Adentro, y a la Fundación Japón por su invitación a nuestro país, ¿qué retos se plantea como traductor, como hispanista, como mediador y puente entre estas dos culturas, la japonesa y la latinoamericana?
Ser traductor, e hispanista en mi caso, es un camino de exploración para conocer al otro, para atisbar la otredad. Eso que no existe en Japón, o que sí existe, pero no podemos ver. Eso es lo que más me interesa, lo que más me atrae. De ahí mi fascinación por la traducción de la literatura latinoamericana. Octavio Paz también buscó la otredad, exterior e interior. Como traductor, trato de ser un kuroko,[2] quien está detrás del actor de kabuki o de las marionetas, a sus espaldas. Pero para los lectores debo ser invisible, como él, lo más posible. Visible, pero invisible. Exactamente como un kuroko. Ése es el reto.
[1]Alfabeto japonés para neologismos.
[2]Literalmente: 黒子(kuroko: muchacho de negro). Traspunte y ayudante de los actores de teatro kabuki. No habla ni ejecuta ningún papel de actuación. Viste de negro, como un ninja, y es visible para el público. La costumbre es «no verlo» mientras se ve. Seguir al actor o a la marioneta y tomar por natural la ayuda en el escenario para un cambio de ropa o repentinas apariciones de armas u obsequios, depositados en sus manos por el kuroko.