Tierra Adentro

La mejor manera que encuentro para escribir sobre la crítica en México, es con un cuento:

Había una vez un país muy lejano —en cuanto a sus referentes con otros lugares del planeta— donde la gente se reunía por las tardes, por las mañanas, y más recientemente por las redes sociales, a decirse cuán bellos eran. Un día, uno dijo a otro. «No, tú eres feo, no hablas bien, no escribes bien, deberías mirarte más en un espejo». Entonces, paradójicamente, el entrometido fue expulsado del grupo. Triste, se encontró de nuevo con otros, a quienes antes miraba —o no— con desdén. Se juntó con ellos y empezó a hablar mal del otro grupo. Entonces decidieron que ellos sabían más. Este hombre había podido analizar y mirar la realidad, pero como tenía el corazón y el ego heridos, dejó de poderse ver a sí mismo. Por lo tanto, junto con sus nuevos amigos, comenzaron a decirse cuán bellos eran, y cuando los otros les decían sus verdades, entonces entablaban peleas férreas por años.

Había un señor que vivía arriba de la montaña y gozaba con verlos pelear, era quien los invitaba una vez al año a su palacio para darles un manjar como nunca habían probado. Entonces, todos deseaban, rezaban y hacían favores para ir a esta cena de distinción. Cuando llegaban a la cita, había un encargado de describir la belleza de hombres y mujeres, de clasificarlos y decir lo preciosas que eran sus palabras y sus obras. Luego todos bebían y eran felices antes de volver a su campamento.

A veces, llegaban por ahí algunos que iban de paso. Cenaban con un grupo y después con otro, escuchaban las terribles historias que contaban sobre los otros, se azoraban y asustaban de ver la envidia que se tenían, cuando en realidad todos vivían en un mismo espacio no tan distante, con ese señor de la montaña que los miraba con un telescopio y reía sin parar al ver aquel espectáculo.

Y los que se paseaban por ahí a veces hacían observaciones que incomodaban. «¡Pero de donde vengo esto se hace todo el tiempo!» –decían–. Ellos contestaban que por supuesto que había sido invención propia, que mucho les había costado y que era magnífico. Y los que se pasaban por ahí les avisaban que efectivamente estaba lindo, pero que de donde ellos venían se hacía lo mismo y con mejores materiales, que quizá la tierra donde ellos estaban no era tan fértil para este tipo de obras, que tal vez podrían enseñarles un poco. «De ninguna manera, nosotros no necesitamos que nos enseñen nada, estamos bien así. Además, ¿quién eres tú?» Y entonces iniciaba el pequeño desconcierto del desconocido, donde además comenzaban a sentirse las miradas extrañas de un grupo. Y cuando iba al otro grupo, también sentían lo mismo y decidían irse. Así los grupos quedaban en paz de nuevo, con sus costumbres de criticarse unos a otros sin poderse mirar en un espejo. El señor de la montaña muy contento de que estos grupos no se dieran cuenta que lo que hacían no estaba bien porque él sí, con su caballo, iba a otros parajes y admiraba lo que había en otros lugares para volver y darse cuenta de lo pequeño que era lo que hacían sus grupos en pugna.

¿Cuál es el final de la historia?

En general, tendríamos que decir que algo cambia. Si fuéramos consistentes con la trama, algo tendría que pasar en el interior de esos grupos, nuevas generaciones, nuevas formas de hacer, pero en este punto es donde yo encuentro a la crítica de las artes escénicas en el país. Constantemente encuentro grupos de críticos que son, apoyados por el gobierno para que realicen estudios sobre el teatro mexicano, pero no lo hacen con un afán de investigación, sino que toman a quienes conocen y hacen un análisis de su obra, tanto de dramaturgos como directores y los repiten en cada uno de los artículos que escriben. Una y otra vez los mismos nombres y los mismos discursos, es así como se impone un punto de vista y un círculo de acción. De ahí no salen más.

Cuando se mira través de ese panorama, aunque hay una multiplicidad de opciones, narrativas, temáticas, formas estéticas, discursos, en fin, formas de producción diversas, uno pensaría que en el país sólo hay veinte dramaturgos, diez directores y unos cincuenta actores que son los que hacen bien las cosas. No estoy tan segura. Quizá dentro de ese grupo existan artistas escénicos y escritores teatrales muy talentosos que se han buscado un fuera de México, (a veces ser reconocido fuera del país es la única manera de ser reconocido dentro), pero lo cierto es que todo se trata de a cuál grupo perteneces.

Están los críticos de antaño, los que van a ver las obras y describen con flores y serpentinas las obras de los directores consagrados, primero critican la obra (porque los he escuchado), pero después hablan maravillas de ella. Entonces la gente dice: «¡Ah, este director es muy bueno!» ¿Será verdad? Quizá sí, pero es que la crítica ya no es confiable, ya no se sabe por qué vanaglorian o destruyen a alguien, no necesariamente por la obra, tal vez porque no les conviene abrir el círculo. No les conviene a menos que los demás decidan que sí vale la pena, que es hora de admitir a los «próximos».

Están los críticos del sistema, los renombrados, los que hablan en mesas de reflexión, los que van a las muestras estatales de teatro y los que hablan de otros teatros. Los que tienen un nivel, podríamos decir «más elevado de análisis» también tienen sus limitaciones, pues no hacen investigación exhaustiva, se remiten a los círculos que van filtrando el quehacer teatral, y se quedan con los mismos directores que los críticos a la antigua. Entiendo que el periodismo funciona de esa manera, a veces la nota que se publica es la que fue pagada, en este sentido, es la obra quien «paga», la que se critica. Nada de explorar las salas independientes, de indagar sobre autores extranjeros, de viajar y mirar, de tener una crítica realmente sustentada y no repetitiva. No hay una mirada más pedagógica con respecto a lo que se escribe y cómo se escribe.

Dentro del relato hegemónico se manejan los bloques, los que pertenecen a algún club. Cada uno tiene sus propios críticos e investigadores, cada uno tiene su forma de legitimar —sobre todo deslegitimando lo otro— pero es raro encontrar que se haga un análisis objetivo. En los últimos meses he leído a algunos jóvenes investigadores, generalmente cursando maestrías, que comienzan a tener una visión más objetiva y menos «comprada» sobre el quehacer teatral.  Se pueden mover hacia las zonas no iluminadas por estos críticos, hacia las zonas marginadas donde hay muchos creadores escénicos haciendo cosas muy interesantes, donde quizá no sean el foco de los centros de producción teatral más importantes, pero que se mueven, viajan, investigan, tienen un interés personal, hacen proyectos que les interesan, no porque vendan o porque pueden ser llevados a la casa del señor de la montaña, sino porque es el teatro que les interesa hacer. No digo que quien vaya a la casa del señor de la montaña haga mal trabajo o no tenga un discurso claro, a lo que me refiero es que mientras exista este esquema se seguirá en la no-crítica de la crítica, en la no-crítica de sí mismo, en no aceptar que puede haber otras expresiones válidas —y valiosas por igual—aunque no tengan una etiqueta del grupo A o B.

Pienso que en algún momento algo tiene que pasar, algo se tiene que abrir. Por ahora lo que veo es una cerrazón, como buena expresión inventada: una especie de  mueganismo que no le hace bien a nadie. En la crítica teatral se está creando una burbuja de unos cuantos, y cuando éstos salen al mundo se dan cuenta que no tienen nada que hacer ahí, que su discurso está avejentado, que no tiene sentido, que no está bien construido, que le falta rigor, profesionalismo; que siguen siendo vistos como folklore y no como artistas. Regresan diciendo que les fue bien, pero en realidad han fracasado y ¿de quién es la responsabilidad? Del señor de la montaña y los representantes del discurso que vanaglorian lo que no existe todavía.


Autores
(Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e investigadora. Sus textos se han llevado a escena y se han presentado en festivales de dramaturgia en Canadá, España, Argentina y México. Recibió el Premio Airel de Teatro Latinoamericano, Toronto, 2013 por su obra Palabras Escurridas y el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2013 por Territorios textuales. Sus relatos se editan tanto en México como en España. Actualmente prepara dos nuevos montajes con su compañía Mazuca Teatro e imparte el seminario El teatro como territorio de la palabra en 17, en el Instituto de Estudios Críticos.