Tierra Adentro
Portada del álbum "De Mysteriis Dom Sathanas ", Mayhem, 1994. Deathlike Silence.
Portada del álbum “De Mysteriis Dom Sathanas “, Mayhem, 1994. Deathlike Silence.

Diabolic shapes float by

Out from the dark

I remember it was here I died

By following the freezing moon

—¿Cómo le vamos a hacer para meter las velas?, nos las van a quitar en la entrada.

—No, solo hay que decir que son parte del disfraz.

—Prefiero esconderlas en mi brasier, a las mujeres no las revisan.

—Como quieras… pero ya maquíllate.

Axel ya tenía el rostro blanco, los ojos y los labios negros. Su novia hacía su mejor esfuerzo para verse igual que él. Sonaba Mayhem a un volumen incómodo, Axel fingía tocar una guitarra, sacudía la cabeza mientras crecía su impaciencia hacia Cristina. Halloween era una fecha especial para él, y ella quería que todo saliera perfecto. No le dijo que le bajara a la música ni se quejó por maquillarse a media luz para no arruinar el ambiente. 

—Ya estoy lista, pero ¿cómo le hago para esconder la sangre?

—También podemos decir que es parte del disfraz o… ten, métela en un frasco y guárdala en tu bolsa, no creo que lo confisquen.

Los dos se pusieron sus chaquetas de cuero, su destino estaba a unas casas de distancia y los consumía la adrenalina, estaban a punto de irse cuando el black metal se paró de súbito porque un niño entró a la habitación.

—Me van a llevar con ustedes.

—Apenas tienes trece, ni siquiera te van a dejar pasar, menso.

—¿Y qué? Soy alto, con el disfraz nadie va a saber cuántos años tengo.

—¿Cuál disfraz?

El hermanito de Cristina desdobló una manta blanca que llevaba bajo la axila, tenía dos agujeros en el medio. La disputa prosiguió: solo tenían dos boletos, pero no era un problema, el niño estaba dispuesto a hacer la fila necesaria para comprar el suyo en la taquilla. ¿El permiso?, su mamá ya se lo había dado, y si su hermana seguía con tantas negativas haría una llamada para arruinarle la fiesta.

—Pues márcale, pinche acusón, ya estoy harta de que mi mamá me obligue a llevarte a todos lados.

—No le voy a marcar para acusarte de que no me quieres llevar, nada más para contarle que tu novio no va en la prepa contigo, que ya está en la universidad.

El chantaje fue efectivo.

La casa Hidalgo llevaba más de quince años abandonada. La familia Hernández Hidalgo la habitó por décadas hasta el 27 de octubre de 1994, fecha en la que se estima su desaparición. Se esfumaron los cuatro como si se los hubiera tragado el mismo infierno. No hubo cartas de despedida, no empacaron nada, no hubo llamadas para pedir rescate; la búsqueda fue infructuosa. Todos aseguraban que eran buenos vecinos, discretos, educados, sin enemigos o relación alguna con gente de mal.

La señora era muy devota, iban juntos cada domingo a misa y ella solía dirigir los rosarios junto a su esposo, que la acompañaba cantando alabanzas con una guitarra. Era extraño, se esfumaron, pero la guitarra se quedó en la casa, lo mismo que la biblia, una tina de metal puesta para la bebé, el desayuno hecho, la cama del niño sin tender. Los Hernández Hidalgo eran personas tranquilas, nadie se percató de que la casa estaba sola hasta que llegó el domingo, pues no habían faltado a misa ni una sola vez. El mismo Padre Ramón, que era amigo de la familia, fue a buscarlos. La puerta estaba sin llave, la cocina llena de moscas. Ni un solo cuerpo, ni una gota de sangre, ni la ventana rota o la cerradura forzada.

La colonia se cansó de buscarlos, el Padre Ramón estaba seguro de haber visto luces arriba de la casa durante cada mes de octubre, decía que eran ángeles, que ojalá se los hubieran llevado los ángeles. Por mucho tiempo se hicieron misas, incluso todavía algunos piden por la señora Rosa María, entre los enfermos y los difuntos, cada 27 de octubre, día de su desaparición.

Pero, por primera vez, la casa Hidalgo no estaba tapizada con tablas y candados. El portón que daba hacia su jardín frontal estaba abierto con dos hombres enormes parados en cada extremo, sosteniendo una cadena para controlar el paso. A un lado de la entrada había una fila de jóvenes disfrazados e impacientes, que se extendía casi hasta la esquina de la cuadra. La DJ hacía retumbar los vidrios de la casa que se vislumbraba al fondo. Alta, oscura, secreta y, para el beneficio de Axel, sin cerradura.

—Bueno, tú querías venir, ¿no? —Le dijo Cristina, irónica, a su hermano—. Pues fórmate y nos alcanzas adentro, ahí nos buscas.

Los novios se fueron riendo, satisfechos de haberse librado del hermano menor. Cristina pasó sin problema, pero a Axel lo retuvieron, le quitaron el cinturón, las pulseras, el crucifijo invertido y las cadenas del pantalón; al parecer todo lo que terminara en punta, incluyendo los estoperoles, era considerado un arma blanca. Por la misma razón le quitaron su chaqueta. Axel tenía cerrados los puños, se esforzaba por no gritarle al guardia, por resistir la ira que desencadenaba escándalos en todos los bares y fiestas a las que iba, pues esa noche era más importante que darle rienda suelta a su rabia. 

Había tanta gente que apenas y podían avanzar. Se movieron entre el tumulto y las luces psicodélicas, a veces les llegaba el olor a cigarro o marihuana, y Cristina estallaba de lo feliz que estaba, pues Axel la llevaba de la mano para no perderla. Llegaron a un puesto de cerveza donde ella tuvo que alejarse unos metros para esperarlo porque aún no cumplía la mayoría de edad. Se acercaron a ellos otros cuatro universitarios, todos con caras blancas, ojos y labios negros. Los hombres, al igual que Axel, llevaban el cabello largo. Se tomaron la cerveza casi de un jalón, medio ebrios y con la adrenalina al tope, y se colaron a la casa Hidalgo.

El rave solo era en el jardín frontal, protección civil jamás habría permitido el acceso a esa casa medio en ruinas. Nadie había entrado ahí desde 1994. Subieron hasta las habitaciones guiándose con las linternas de sus teléfonos. Todo estaba cubierto de telarañas y de una capa espesa de polvo que era inevitable inhalar. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas, excepto la cama del niño que seguía estando sin tenderse. Axel eligió esa habitación, las paredes de la casa eran tan gruesas que la música no les impedía escucharse, por mucho que las ventanas vibraran. Cada uno encendió la vela que le fue encomendada llevar, excepto Cristina, que la llevaba por si acaso, pues para el pentagrama solo se necesitan cinco.

Dos de los amigos de Axel iban de novios y aprovecharon para esconderse bajo las cobijas de esa cama. Otros dos fumaban, ajenos al creciente enojo de Axel. Cristina sabía que para él era un tema serio lo de la casa, ella había ido para pasar tiempo a su lado y hacer lo mismo que querían los demás: fumar tabaco o hierba, explorar la famosa casa, tomarse fotos, quizá robarse algunas cosas por diversión, pero, sobre todo, esconderse con su novio bajo algunas cobijas. Sin embargo, no podía acercarse, Axel esculcaba entre los cajones de los desaparecidos, sin buscar nada en específico, solo por el placer fetichista de ver qué había. Él era el único interesado en el ritual, en llamar a lo que sea que se haya llevado a los Hernández Hidalgo.

—Eran muy religiosos, ¿sabes? Y a Satán le gustan así, es como darle una patada a Dios.

Axel disfrutaba despedazando las cruces de palma que estaban atoradas en la puerta. A ella le daba miedo verlo así, sabía que, si las cosas no resultaban como él esperaba, se pondría furioso. Nunca había logrado evocar nada, cada reunión solía terminar en peleas a golpes entre sus amigos, a quienes culpaba siempre de que no respondiera ningún ser sobrenatural. Para todos era un juego y una excusa para embriagarse, menos para él. En su frustración arrojaba cosas hacia los que estuvieran, incluso hacia Cristina, y gritaba, golpeaba lo que tuviera enfrente hasta que se le llenaban los nudillos de sangre, y finalmente se iba diciendo cosas en voz baja sobre demonios, sacrificios y lo que necesitaba para el siguiente ritual.

Cristina empezaba a preocuparse y quería calmarlo antes de comenzar. Se le acercó con cautela.

—Ven tantito, vamos a ver la luna antes de comenzar —dijo mientras llevaba a su novio hacia la ventana.

—Vaya, está mucho más grande y roja que cuando fui a verte, nunca había visto una luna así.

—Ya ves, las lunas de octubre…

It´s night again, night you beautiful…. I please my hunger, on living humans… Night of hunger follow it´s call… follow the freezing moon. 

Axel se fue cantando en búsqueda de una habitación más amplia para sus planes, Cristina le dio la sangre de becerro que llevaba en su bolsa y él comenzó a dibujar los símbolos usuales en el piso. Les habló a sus amigos para que le ayudaran con la preparación. Ella no quería estar ahí, Axel no toleraba equivocaciones durante el proceso, así que regresó a la otra recámara para esperar el inicio del rito. Se le escurrían lágrimas por el miedo mientras contemplaba la luna cada vez más extraña, más brillante, rodeada por estrellas que habría jurado que se estaban moviendo. Su llanto fue interrumpido por un fantasma que la tomó del hombro. Ella gritó, pero su hermano se aventó a la cama retorciéndose de la risa; se aventó sobre él, molesta, arrancándole el disfraz y diciéndole que se regresara a casa. Cuando forcejeaban los cegó una luz intensa, pensaron que provenía del mismo rave, hasta que intensificó llenando toda la habitación. Una fuerza los dejó inmóviles, era tan doloroso que creyeron que explotarían sus cuerpos…

Cuando Cristina logró abrir los ojos había dos figuras alargadas observándola. Estaba sujeta a una superficie helada, no estaba amarrada, pero le era imposible moverse a causa de la fuerza que comprimía su cuerpo. Su vista se fue aclarando, quienes la observaban no eran ni su hermano ni Axel. No podía moverse, pero sus ojos recorrieron con desesperación el lugar. A su derecha estaba su hermano menor, inconsciente sobre la misma camilla metalizada, siendo inspeccionado por uno de los seres. A su izquierda estaba un amigo de su novio, sobre otra camilla pero, sin duda, muerto. La tocaban con sus manos húmedas, la textura de su piel le recordó a la de un delfín. Le introdujeron dos tubos por cada orificio de la nariz y uno más por la boca. Se desmayó a causa del dolor.

Un instante después estaba cayendo de dos metros de altura, sobre césped húmedo que amortiguó el golpe. De nuevo la cegó una luz intensa, y cuando recuperó la vista estaba ahí la misma luna roja y brillante de Halloween sobre la casa Hidalgo. A su lado estaba su hermano, en cuanto se vieron comenzaron a llorar.

—¿Dónde está toda la gente?… ¿Axel?…. ¡AXEEEEEEEEL!

Antes de dar siquiera un paso, se encendió una luz en la casa Hidalgo, seguido de otra desde la recámara en la que habían estado hace unas horas, después una más, y luego las de toda la casa.

—Vámonos, ¡vámonos! —el chico jaloneó a su hermana y corrieron hasta el portón.

Ya no estaban los sujetos de la entrada, ni había señal alguna de la fiesta. El portón estaba sin llave, salieron lo más rápido que pudieron.

—Llámale a mi mamá, llámale a mi mamá —le suplicó su hermanito.

Pero el celular de ambos estaba muerto. Corrieron hacia su casa tomados de la mano, esquivando brujas, momias y fantasmas pidiendo dulces. Llegaron a casa, afuera estaba estacionado el auto de su abuelo. No sabían si ya habían pasado horas o días desde su ausencia, pero Cristina sintió esperanza de no ver ahí a la policía. Comenzó a tocar el timbre como una loca, vio la sombra de sus padres a través de las cortinas, pero quienes les abrieron la puerta fueron una pareja muy joven, con un bebé en brazos. Era 1993, el año en que Cristina nació. Las calles estaban silenciosas salvo por las voces de los niños pidiendo calaverita que caminaban solos, riendo y cantando. Ninguna tragedia había alcanzado aún sus vidas. 

—¿Quieren dulces, niños?, ¿de qué es su disfraz?