Tierra Adentro

Llevar al cine la vida —o sólo parte— de un personaje tan complejo en obra y esencia es un reto complicado; la traición es un riesgo latente en obras de esta naturaleza. Sin embargo, cuando el trabajo conjunta inteligencia, sensibilidad y no presume de la voluntad explícita de retratar exactamente a quien se ha elegido, el resultado es digno y entrañable. Esto ocurre con Los Adioses (2017), película dirigida por Natalia Beristáin y que narra fragmentos de la vida de Rosario Castellanos inspirados en el epistolario de la escritora chiapaneca, Cartas a Ricardo.

Los Adioses recrea, desde la ficción, episodios de la vida conyugal de Rosario Castellanos junto al filósofo Ricardo Guerra, con quien estuvo casada por casi trece años. Recorre la juventud y la madurez de la pareja por medio de pasajes que se van intercalando en una dinámica de voces construida por analepsis narrativa, es decir, al mismo tiempo que transcurre la etapa madura de Rosario y Ricardo —interpretados por Karina Gidi y Daniel Giménez Cacho—, se forjan sus personalidades y temperamentos iniciales como compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras —interpretados por Tessa Ía y Pedro de Tavira—.

La historia se desarrolla en el México de los años cincuenta, cuando una joven Rosario, fiel a su vocación como escritora —vocación alimentada por su inquietud prematura—, se encuentra con Ricardo Guerra en la universidad. Ambos comienzan una relación amorosa que emerge sobre las contradicciones y la dualidad que representa la vida y la escritura. De esta manera se muestra un mundo en el que sólo habitan ambos personajes y en el que la imagen intelectual de Rosario, brillante y frágil, se levanta sobre la de Ricardo y, a la vez, se derrumba ante sus engaños e infidelidades, mostrando una íntima confrontación consigo misma por sostener su vida literaria al mismo tiempo que es esposa y madre.

Esta película traza un significativo recorrido por algunos episodios biográficos que Rosario dejó como testimonios en parte de su obra: las cartas enviadas a Ricardo desde España en las que se refiere a él como “niño Ricardo”, el tiempo que vivió con su medio hermano Raúl en Comitán, los indígenas tzeltales que no caminan por donde lo hace el claxán y los abortos antes del nacimiento de su hijo Gabriel.

Pero no habremos de equivocarnos y esperar en este filme un retrato fiel de la escritora porque no es así. El guión —escrito por María Renée Prudencio y Javier Peñalosa— se sirve de las licencias que otorga la fascinante vida de Rosario para construir una historia sobre los conflictos de pareja, sobre los problemas de la feminidad en determinado contexto y que, además, es lo suficientemente reveladora para desmitificar su figura. La verdadera Rosario presta parte de su voz e historia a la Rosario de Los Adioses mientras navega por una superficie tenue, por medio de su poesía e inteligencia.

La directora Natalia Beristáin ha explicado que la idea inicial no contemplaba llevar esta parte de la poeta a la pantalla. Sin embargo, al tener la intención de contar una historia que reuniera los conflictos sociales e intelectuales de la mujer en determinado tiempo del México contemporáneo y a un personaje femenino con capacidad de verter crítica y reflexión al hablar de lo habitual y cotidiano, descubrió a Rosario Castellanos.

Beristáin es congruente con la forma en cómo trae a la escritora hasta nuestros días porque, aunque no abandona el sufrimiento latente en ella y que puede mal entenderse con esta preponderante idea de que el poeta tiene que sufrir para lograr la consagración, se preocupa porque Rosario conserve la ironía y mordacidad con la que, en realidad, sus alumnos de la Facultad  la recuerdan: “una mujer de gran sabiduría que aunaba la erudición y el talento a una gran simpatía y sentido del humor”.

Este filme no queda exento a los detalles, pues habrá que recordar que el discurso “La abnegación: una virtud loca” fue pronunciado por Castellanos el 15 de febrero de 1971 en el marco del Día Internacional de la Mujer, y no —como se infiere en la película— a inicios de los sesenta, pues cuando este episodio es recreado, Gabriel Guerra Castellanos es apenas un infante y no el casi adolescente que era cuando su madre evocó a la necesidad de alcanzar una igualdad plena.

Para quien acuda a las salas con la intención de apreciar un biopic convencional que narre de principio a fin la vida de Rosario Castellanos, es preciso aclarar que no es así, sin embargo, sí encontrará una historia construida con inteligencia y fondo, una historia sobre la vida en pareja contada por medio de una mujer que dio voz a otras mujeres —e indígenas— frente al androcentrismo cultural y social de una época que hasta hoy no es distinta.