Tierra Adentro

Todos sabemos que una fiesta, un palacio,

una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas,

un ambiente oficial de franca y espontánea camaradería

son esencialmente horrorosos…

 

Jorge Luis Borges sobre Ciudadano Kane

 

Nuestra moral se apoyaba en otros criterios,

exaltaba la pasión, la mixtificación,

el insulto, la risa malévola,

la atracción de las simas.

 

Luis Buñuel, Mi último suspiro

 

 

 

La espera terminó. Joker, dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Joaquin Phoenix, llegó a los cines de todo el mundo. La expectativa sobre su estreno no es gratuita: el Joker (el Guasón, como lo llamamos en México) es uno de los villanos más representativos e inconfundibles de la cultura popular. Virtuoso del caos, el dolor y el desastre, el personaje se ha enraizado en cada época desde su creación en 1940. A esto se suma el trabajo de uno de los actores más brillantes de los años que corren. Cuando se anunció que Phoenix sería el nuevo Joker, los cinéfilos del mundo y los fanáticos del universo de Batman estallaron de emoción y generaron altísimas esperanzas. Las primeras filtraciones brotaron en septiembre de 2018.

 

 

Las imágenes profundizaron las expectativas, el Guasón de Phoenix apareció, incluso a la lejanía, como esedios maldito que se ha consagrado a lo largo del tiempo. Su caracterización, sorprendente por la originalidad de sus detalles, nos hizo pensar en un cruce extraño entre el personaje de César Romero y el de Heath Ledger. El traje más rojo que morado, para empezar, y el estilo pintoresco, nos llevaron a la serie de Batman de los sesenta. Pero la mirada de Joaquin Phoenix es todo menos una herramienta camp: en ella se oculta el núcleo de un ser que deambula entre la ternura y el estallido psicótico. El maquillaje, además, nos recordó a John Wayne Gacy, el payaso Pogo, un violador y asesino serial estadounidense. La película iba en serio. 

 

Dibujo realizado por John Wayne Gacy de su disfraz de Pogo

Dibujo realizado por John Wayne Gacy de su disfraz de Pogo

 

Joker es una amalgama de fenómenos, lecturas y tentativas. Por una parte, constituye un homenaje declarado al cine que Martin Scorsese hizo durante los años setenta y los primeros ochenta. Por otro lado, es un canto de amor a películas como Network (S. Lumet, 1976), The French Connection (W. Friedkin, 1971) y, en una medida muy sutil, Naranja Mecánica (S. Kubrick, 1971). 

 

Destaca, sobre todo, el discurso político que se sostiene durante toda la cinta: si bien Joker no es la problematización social más compleja del año, sus observaciones son radicalmente contundentes y, vale la pena decirlo, conmovedoras. La riqueza desmedida de los millonarios y poderosos, en tanto nos afecta a todos, es tan preocupante como repulsiva. La simpleza, que no el simplismo, no es un defecto en este caso.

 

 

I. Lo que puede usted leer si NO ha visto la película

 

Joker narra la historia de Arthur Fleck, un hombre marginado, triste, enfermo y sistemáticamente violentado por su entorno. Trabaja por poco dinero en una agencia de payasos y sostiene a su madre anciana. Además, padece un trastorno cerebral que le produce una risa incontrolable cuando está nervioso, alterado o lleno de rabia. Fleck desea una carrera como comediante de stand up, sin embargo es víctima de agresiones constantes: golpeado y humillado de continuo, carga con el peso de una realidad hostil y miserable. Ciudad Gótica, un Nueva York alterno a todas luces, es un pozo de desigualdad y asfixia: los pobres son cada vez más pobres y los ricos, como suele ocurrir, cada vez más ricos. Arthur desciende así al infierno de la locura, el sadismo y el caos; se quiebra en pedazos, renace como el Guasón. 

 

https://www.youtube.com/watch?v=DhztCf2HXKs

 

La película ganó el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, la cabeza del jurado fue Lucrecia Martel. Allí mismo, la proyección de estreno fue coronada por un aplauso de ocho minutos. El discurso sobre la cinta adquirió un tono especial: se trataba, decían, de una pieza experimental, violentísima y desgarradora, que para muchos se convirtió en una obra maestra instantánea. Sí, ocurrió: una película de superhéroes ganó el mayor reconocimiento del festival más antiguo del mundo. 

 

No obstante, 2019 no es solo la época de lo insólito, sino también de lo deprimente. Muchos “críticos” se dijeron preocupados por los posibles efectos de Joker: ¿No corremos el riesgo, acaso, de que la cinta engendre imitadores resentidos que asesinen a inocentes?, ¿no existe el peligro, pues, de que la violencia de la película genere una admiración visceral y activa? Este discurso se pretende crítico, pero es peligroso por reaccionario: asume, de principio, que un segmento de los espectadores se compone de descerebrados incapaces de tomar una postura propia. Por si fuese poco, dicha preocupación esconde una certeza ridícula: que el arte debe ser pedagógico, moralizante, porque su función es ulteriormente conductual.

 

Ridículo o no, lo anterior dice mucho sobre la expectativa y discusión que Joker logró generar desde su origen más seminal. Desde el principio se mencionó que el proyecto bebería directamente de cierto cine de Martin Scorsese, dos películas suyas son medulares en la construcción y la narrativa de Joker: Taxi Driver, que relata el viaje y los tormentos anímicos de Travis Bickle, un hombre resentido y violento; The King of Comedy, que cuenta la historia de Rupert Pupkin, un sociópata obsesionado con la fama y con aparecer en el show nocturno de Jerry Langford.

 

 

Ambos personajes, interpretados por Robert De Niro, son seres solitarios y capturados en sus fijaciones, su deseo de validación, su sufrimiento. Arthur Fleck es producto de ellos y también, a mi juicio, es el Guasón más peculiar de las películas que se han hecho. Jack Nicholson encarnó a un mafioso en una cinta que recuperó sin discreción el cine negro de los años treinta y cuarenta. Heath Ledger hizo época e interpretó a un monstruo de piel rebanada y aliento anarquista. Arthur Fleck, sin embargo, es un agujero negro en las reelaboraciones del personaje. El Guasón es, esencialmente, un villano marcado por una sonrisa permanente. Durante los últimos años, su deformidad clásica ha transformado su estatuto y forma. Fleck está afectado por un padecimiento cerebral/afectivo. La sonrisa indeleble se convierte, con él, en una carcajada compulsiva y dolorosa.

 

Es momento de decirlo: Joker es una película aterradora y hermosa. Se trata de una pieza sobre la vulnerabilidad, el despojo, la marginación abyecta, la violencia más cotidiana y, por ello, la más atroz. Arthur Fleck es un ser digno de ternura siniestra: carga sobre sus hombros el efecto de las agresiones que ha sufrido durante toda su vida; su risa enferma y dolorosa no es sino la expresión del demonio rabioso que está a por salir. Joker nos recuerda que la violencia que hemos sufrido está íntimamente ligada al mal que nos atraviesa. En el fondo, todos tenemos algo de Arthur Fleck, o mejor, todos somos payasos. 

 

Corra a ver Joker, lleve a su ser más querido. Mírela una, dos, tres veces, pues contiene observaciones importantísimas sobre los días que corren, sobre el poder, la rabia y la fragilidad.

 

A partir de aquí, mi reseña contiene spoilers.

 

 

II. Yo no soy nadie, todos somos payasos

 

A diferencia de otras representaciones, Joker presenta a Thomas Wayne como un cerdo. Mientras que Christopher Nolan lo dibujó como un millonario filántropo y sabio, Todd Phillips hizo de él un alter ego de Donald Trump: un hombre rico, arrogante y con intenciones políticas peligrosas. Su figura y discurso constituyen el núcleo del comentario social sostenido en la cinta.

 

La película tiene una serie de escenas clave que vale la pena rescatar.

 

a) Después de ser despedido, Arthur viaja en el metro, presencia cómo tres yuppies horrendos agreden a una mujer. Tiene un ataque incontrolable de risa, los hombres lo amedrentan y golpean. Arthur los asesina a tiros, uno a uno. Huye de la estación y se esconde en un baño público. Baila liberado, algo ha cambiado para siempre.

 

b) A raíz de la masacre del metro, Thomas Wayne es entrevistado en la televisión. Los yuppies eran empleados suyos. Califica la matanza como una cobardía. Cuando se le pregunta por la versión de un testigo, que asegura que el asesino llevaba una máscara de payaso, Wayne dice que no le sorprende, que seguramente era un envidioso incapaz de dar la cara y de reconocer su acto. Después arroja un juicio tan agresivo como palpable hoy en día: los que sí hemos hecho algo en la vida, podemos darnos el lujo de mirar como payasos a los que no. Wayne busca ser alcalde de Ciudad Gótica. Su declaración, lejos de ayudarlo, ocasiona un movimiento de insurrección de los desposeídos. El payaso asesino, desconocido aún, se vuelve un símbolo de la marginación y la rabia contra las élites.

 

c) Penny, la madre de Arthur, está convencida de que este es hijo de Thomas Wayne. Al enterarse, Arthur decide acercarse a su supuesto padre.

 

d) Después de un breve cruce con el pequeño Bruce Wayne, su probable hermano, Arthur se encuentra con Thomas. Yo no soy tu padre, tu madre es una desquiciada, tú fuiste adoptado.

 

e) Arthur acude a Arkham para revisar el expediente psiquiátrico de su mamá. Descubre que, en efecto, fue adoptado y sistemáticamente abusado por uno de sus padrastros. Arthur mata a su madre.

 

f) Arthur se convierte en el Joker, ocasiona una trifulca y un tiroteo en el metro, una horda iracunda hiere a dos policías. Él ríe.

 

g) El Guasón acude como invitado al show de Murray Franklin (Robert De Niro) y confiesa haber asesinado a los trabajadores de Wayne. Dice que le pareció divertido. Discurre, además, sobre el espíritu de su época: a nadie le importa la gente como yo; ustedes, los poderosos, pensaron que nos quedaríamos sentados como niños buenos mientras nos maltratan y humillan, ya nadie es capaz de ponerse en los zapatos del otro. Joker anuncia un chiste, luego asesina a Murray Franklin en televisión.

 

h) Ciudad Gótica está hundida en el caos y las llamas. Ríos de manifestantes, enmascarados como payasos, han incendiado edificios, coches y han colocado barricadas en las calles.  El Guasón se corona como su líder simbólico, gana así el aplauso que tanto añoraba.

 

La película despliega un comentario político delicado: existe una brecha dañina entre las élites poderosas y el grueso de la población, es decir, los que padecen su supervivencia como una odisea diaria y tortuosa. Los ricos no solo están desinteresados de los más vulnerables, sino que los desprecian. La campaña de Thomas Wayne da cuenta de ello: primero los tilda de bufones mediocres, luego trata de convencerlos, con arrogancia, de que él es su única esperanza.

 

Cuando arranca el relato, sabemos que Arthur está en una terapia psicológica financiada por el gobierno de Ciudad Gótica. Su medicación proviene de recursos públicos. Después nos enteramos de que han recortado los fondos destinados a servicios sociales. Arthur pierde así la terapia y el medicamento. Es ocioso, sin embargo, preguntarse si el Joker es producto de una locura carente de antipsicóticos. La razón no son las píldoras en sí mismas, sino el gesto de violencia institucional. La crisis endémica de la ciudad nos hace suponer que, independientemente de su dirección, cualquier recorte al erario engordará los bolsillos de las ricos. Como dice el slogan de Un monstruo de mil cabezas (R. Plá, 2015), un animal herido no llora, muerde.

 

Vladimir Safatle recupera un episodio reciente. Durante las protestas que hubo en Brasil en 2013, una reportera entrevistó a un manifestante. Al preguntarle su nombre, él respondió: “toma nota, yo no soy nadie”. Este juicio, dice Safatle, es una fuerte arma política:

 

“quien controla el modo de visibilidad y nombramiento, controla lo que aparecerá y cómo se constituirán los circuitos de afectos. Por eso, la negatividad siempre fue una astucia de aquellos que comprenden que la libertad pasa por la capacidad de destituir al Otro de la fuerza de la enunciación de los regímenes de visibilidades posibles. ‘Yo no soy nadie’ es, en verdad, una forma contraída de ‘yo soy lo que usted no nombra y no logra representar’. Para existir, es necesario hacer que el lenguaje encuentre su punto de colapso”.

 

Y lo encuentra: si me designan como desecho, desecho orgulloso seré; si para el Otro soy un payaso, entonces los invisibles, los parias, los apestados, todos somos payasos. En su última sesión de terapia, Arthur arroja un juicio escalofriante: durante toda mi vida, no sabía si realmente existía, pero existo y la gente comienza a notarlo. El discurso de Thomas Wayne es una condensación brillante del espíritu ideológico de nuestra época. El capitalismo del siglo XXI, ciego y parasitario en su tentativa de subsistencia, nos impone el éxito financiero como único paradigma de existencia. En este sentido, el desposeído solo puede ser un fracasado, un mediocre, un ser despreciable. Y esa noción está en todas partes.

 

 

El neoliberalismo, dice Safatle, es más un discurso moral que una doctrina económica. Su verdadero centro es un sistema de valores que privilegia el riesgo mercantil como la mayor expresión de virilidad; nos hace creer que si fracasamos en términos financieros, es solo por nuestra culpa. Arthur Fleck es el derrame del mar de sangre contenido en ese relato; el animal herido transita de la sombra absoluta a la mayor de las visibilidades: como todos los marginados, salta del agujero y se hace notar. Su risa de arcadas, llena de dolor, es el efecto de la desprotección que necesariamente brindamos a los más vulnerables; sus asesinatos, lejos de ser justificables, se vuelven más elocuentes en lo que atañe a la producción del mal: si el bien es un imperativo acrítico del discurso hegemónico, lo que quede afuera del mismo nos morderá cuando menos lo esperemos.

 

Michael Moore, documentalista estadounidense, escribió sobre Joker hace unos días. Ridiculizó, con razón, el miedo generalizado a un estallido de violencia ocasionado por la película. ¿Una celebración de la sangre, una incitación al caos? ¡Al diablo!, dijo el buen señor Moore. Estados Unidos (el mundo entero, me permito añadir) ya es estructuralmente violento. Joker nos ofrece un espejo de ese andamiaje. Los temores son riesgosos a todas luces. El cine, la literatura o la música no engendran asesinos. El fuego está en otra parte, en nuestra incapacidad de poner en crisis las aberrantes certezas de un mundo automatizado. El arte es un terreno de tensión e interrupciones, no una válvula pedagógica de imperativos morales. El cine, cuando somos afortunados, es un espacio de libertad.

 

III. Orfandad

 

Joker es una cinta ambigua en algunos de sus puntos medulares. Si en verdad Arthur Fleck es hijo de Thomas Wayne, me parece, no lo sabremos nunca. El canon de Batman siempre ha fijado al Guasón como una contraparte directa del caballero de la noche. Su hermandad posible, en este caso, es dura. Como hijos de un padre atroz, de un cerdo, los dos reafirman su condición de huérfanos. Sus travesías delirantes son el residuo de un mundo en llamas. Ambos son hijos de nadie.

 

Como todos nosotros, quizá.