Fragmento: Primer capítulo de Emma
Emma es una novela cómica en la que Jane Austen advierte al lector de los peligros de malinterpretar el romance. Ha sido adaptada al cine en la cinta Clueless de 1995. Hoy Marie Fuentes nos trae la traducción del primer capítulo.
Capítulo 1
Emma Woodhouse, atractiva, astuta y rica, con un hogar cómodo y un buen humor casi permanente, parecía unir algunas de las mejores bendiciones en la existencia; y pasó casi 21 años en el mundo con muy pocas cosas que la angustiaran o la fastidiaran.
Tenía al padre más cariñoso e indulgente que alguien podría desear, Emma era la más joven de dos hijas y, debido al matrimonio de Isabella, Emma se había convertido en el ama de la casa desde una corta edad. Su madre había muerto hacía tanto tiempo que ella solo conservaba poco más que un recuerdo de su toque; en su lugar estuvo una mujer excelente que trabajaba como institutriz, y su cariño era muy parecido al de una madre.
La señorita Taylor estuvo 16 años en la familia del señor Woodhouse, más que una institutriz, era una amiga que se llevaba bien con ambas hijas, pero sobre todo con Emma. Entre ellas existía una intimidad de hermanas. Incluso antes de que la señorita Taylor insistiera en dejar de ocupar el título oficial de institutriz, su carácter suave le había impedido instaurar alguna restricción; y cuando la sombra de la autoridad se quedó en la distancia, ellas vivieron juntas como amigas que se estimaban mutuamente, y gracias a esto Emma hacía lo que quería: apreciaba el juicio de la señorita Taylor, pero estaba dirigida solamente por el suyo.
Los verdaderos males de la situación de Emma eran que podía hacer las cosas a su modo sin mucho cuestionamiento, y que solía creerse mucho más capaz de lo que en verdad era: estas eran las desventajas que amenazaban con alterar su tranquilidad y diversión. Sin embargo el peligro estaba presente de forma tan poco perceptible que Emma jamás habría pensado en esas habilidades como algo malo.
El dolor apareció —un dolor gentil—, pero no fue de pronto o en la forma desagradable en que tiende a presentarse. La señorita Taylor se casó. Su pérdida la llenó de aflicción. Durante la boda de su querida amiga, Emma se hundió por primera vez en pensamientos lastimosos sin ninguna continuidad ni coherencia. Cuando la celebración terminó y los invitados se marcharon, el padre de Emma y ella fueron dejados para cenar solos, sin posibilidad de alegrar su tarde con la compañía de alguien más. Su padre se retiró a dormir después de la cena, como siempre, y ella solo pudo quedarse sentada y pensar en todo lo que había perdido.
La boda cargaba consigo todas las promesas de felicidad que existían para su amiga. El señor Weston era un hombre de carácter excepcional, adinerado, de edad adecuada y de trato amable; y existía cierta satisfacción al considerar que, desde su lugar de amiga incondicional, Emma siempre había apoyado y alentado la unión; pero había sido un trabajo duro para ella. Extrañaría a la señorita Taylor todos los días a todas horas. Recordó su amabilidad —el cariño de 16 años— al enseñarle y al jugar con ella desde sus cinco años de edad —la manera en la que se dedicó a cuidarla y a pasar tiempo con ella— y todas las veces que había estado a su lado cuando caía enferma. Emma llevaba consigo una gran carga de recuerdos por los que estaba eternamente agradecida, pero en el transcurso de los últimos siete años formaban parte de una serie de memorias mucho más preciadas pues la igualdad de condiciones y la sinceridad pura que siguió a la boda de Isabella, cuando ambas fueron dejadas solo en la compañía de la otra, era de lo que más estaba agradecida y lo que más extrañaría. La señorita Taylor había sido una amiga y una compañera que muy pocos llegaban a tener en su vida: inteligente, culta, acomedida, gentil, alguien que conocía todas las costumbres de su familia, que se interesaba por todos sus asuntos y preocupaciones, y que particularmente se interesaba por ella, en cada goce, en cada uno de sus planes. Era alguien a quien podía contarle cada pensamiento al momento en que este nacía, y quien demostraba tener un cariño tan enorme hacia ella que a Emma no le quedaba ninguna duda de su aprecio.
¿Cómo iba a soportar el cambio? Su amiga en realidad sólo iba a estar a media milla de distancia; pero Emma estaba consciente que existía una gran diferencia entre la señora Weston, a sólo a sólo media milla de distancia, y una señorita Taylor en su casa; y con todas sus responsabilidades, naturales y domésticas, Emma ahora estaba en peligro de sufrir una soledad intelectual. Amaba a su padre, pero él no era su compañero. Él no podía seguirle una conversación, ya fuera racional o meramente divertida.
Esa incapacidad yacía en la diferencia de sus edades (el señor Woodhouse no se había casado joven) y era incrementada por el carácter y constitución de su padre; gracias a haber tenido una salud delicada durante toda su vida, sin ninguna actividad mental o física, era un hombre con manías de alguien mucho mayor, y aunque era querido en todas partes por su amabilidad de corazón y su carácter afable, su forma de comportarse no lo recomendaba para ser una buena compañía.
Su hermana, debido a su matrimonio vivía en Londres, a 16 millas de distancia, por lo que estaba mucho más lejos de su alcance; tendría que lidiar con las largas tardes de octubre y noviembre en Hartfield antes de que llegara Navidad junto con la visita de Isabella, su esposo y sus hijos pequeños a llenar la casa y darle nuevamente el placer de socializar.
Highbury, el pueblo que casi podía considerarse una ciudad por su tamaño y número de habitantes, a donde Hartfield pertenecía, a pesar de tener un terreno, césped, árboles y nombre propio; no proveía a Emma de alguien que fuera su igual. Los Woodhouses eran admirados por todos. Emma tenía muchos conocidos en el lugar, ya que su padre era extremadamente educado, pero ninguno de ellos podría tomar, ni siquiera por un día, el lugar de la señorita Taylor. Era la melancolía del cambio; Emma no hacía más que suspirar y desear cosas imposibles, hasta que su padre despertaba y hacía necesario el mantenerse alegre. Requería de su apoyo. Era un hombre nervioso que se entristecía con facilidad; se encariñaba con las personas a su alrededor y odiaba cuando se marchaban; odiaba todos los tipos de cambio. El matrimonio, como causante del cambio más grande, era algo que siempre lo ponía de mal humor; aún estaba muy lejos de asimilar el matrimonio de su hija, no podía hablar de ella sin mostrar compasión en su voz, como si la unión no hubiese sido causada por un amor mutuo. Ahora también estaba obligado a despedirse de la señorita Taylor; debido a su costumbre egoísta y amable, y su incapacidad de suponer que las demás personas tenían una forma de pensar diferente a la suya, él creía que la señorita Taylor estaba sufriendo al igual que ellos, y que sería mucho más feliz si tan sólo hubiera permanecido el resto de su vida en Hartfield. Emma sonreía y hablaba tan alegremente como podía para mantenerlo alejado de esos pensamientos, pero cuando era la hora del té, era imposible para él no repetir exactamente lo que había dicho durante la cena.
—¡Pobre señorita Taylor! Desearía que estuviera aquí con nosotros. ¡Es toda una lástima que el señor Weston se fijara en ella!
—No estoy de acuerdo contigo, papá, lo sabes. El señor Weston es un excelente hombre, es amable y educado, tanto que merece una buena esposa; y tú no esperabas que la señorita Taylor viviera con nosotros para siempre, soportando todos mis cambios de humor, cuando puede tener una casa propia, ¿verdad, papá?
—¡Una casa propia! Pero, ¿cuál es la ventaja de una casa propia? Esta es tres veces más grande, y tú nunca has tenido cambios de humor, querida.
—¡Imagina todas las veces en que iremos a verlos y ellos vendrán aquí! Nosotros tenemos que empezar, tenemos que ir a visitarlos pronto a felicitarlos por su boda.
—Querida, ¿cómo esperas que vaya tan lejos? Randalls está muy alejado. No podría caminar tanto.
—No, papá, nadie dijo que caminaras. Hay que ir en el carruaje para estar seguros.
—¡El carruaje! A James no le gustará preparar a los caballos para un viaje tan corto, además, ¿dónde estarán los pobres caballos mientras hacemos nuestra visita?
—Los pondrán en el establo del señor Weston, papá. Ya habíamos acordado eso y lo sabes. Hablamos de todo eso anoche con el señor Weston. Y puedes estar seguro de que James siempre estará feliz de ir a Randalls porque su hija trabaja ahí como mucama. En realidad solo me pregunto si querrá llevarnos a cualquier otro lugar. Tú lograste que eso sucediera, papá. Ayudaste a Hannah a conseguir ese trabajo tan bueno. Nadie había pensado en ella hasta que tú la mencionaste, ¡James está extremadamente agradecido!
—Estoy muy contento por haber pensado en ella. Fue cosa de suerte, porque jamás habría pensado en endeudar en gratitud a James de esa manera, y estoy seguro que ella será una muy buena sirvienta; es educada y la tengo en muy alta estima. cada que la veo, siempre se inclina y me pregunta cómo me va; todas las veces que le encargabas un bordado, me di cuenta de que siempre giraba la perilla de la puerta del lado correcto y nunca la azotaba. Estoy seguro que será una excelente sirvienta, y que servirá de consuelo para la pobre señorita Taylor el tener cerca a alguien conocido. Cada que James vaya a ver a su hija, ella podrá escuchar de nosotros, ¿sabes? Él podrá contarle cómo estamos.
Emma intentó con todas sus fuerzas mantener las ideas felices fluyendo, y esperó que con la ayuda del backgammon lograra hacer que su padre tolerara el resto de la tarde y que, a la vez, ella no fuera atacada por sus propios arrepentimientos. El tablero de backgammon estaba en su lugar, pero un visitante apareció inmediatamente después e hizo del juego algo innecesario.
El señor Knightley, un hombre que estaba entre sus 37 o 38 años, no era solamente un antiguo e íntimo amigo de la familia, sino que también estaba conectado a ella, pues él era el hermano mayor del esposo de Isabella. Vivía alrededor de una milla de Highbury, era una visita frecuente y siempre bien recibida, y en este punto, mucho mejor recibida de lo usual, pues venía directamente de Londres. Había vuelto para cenar con ellos después de ausentarse por algunos días, para informar que todos se encontraban bien en Brunswick Square. Eso siempre animaba al señor Woodhouse por un tiempo. El señor Knightley tenía un trato alegre, lo que siempre le sentaba bien, y todas sus “preocupaciones” por la pobre Isabella y sus hijos eran respondidas con satisfacción. Cuando eso acababa, el señor Woodhouse decía agradecido:
—Es muy amable de su parte, señor Knightley, el venir aquí a esta hora de la noche para hablar con nosotros. Me temo que debió de tener una caminata terrible.
—Para nada, señor. Es una hermosa noche llena de luz de luna, y tan cálida que debo de alejarme un poco del fuego de su chimenea.
—Pero la noche es húmeda y sucia. Espero que no vaya a enfermarse.
—¡Sucia! Señor, mire mis zapatos. No hay nada de tierra en ellos.
—Bueno, eso es toda una sorpresa, pues solemos tener bastante lluvia por aquí. Llovió terriblemente fuerte por media hora mientras desayunábamos. Quería que cancelaran la boda.
—Por cierto, no los he felicitado. Estoy bastante seguro que ambos deben de estar muy contentos, me tardé con mis felicitaciones, pero espero que todo haya salido bien. ¿Cómo se la pasaron todos? ¿Quién lloró más?
—¡Ah! ¡Pobre señorita Taylor! Es muy triste.
—Pobre señor y señorita Woodhouse, más bien; pero no hay forma en que yo diga “pobre señorita Taylor”. Tengo gran estima por usted y Emma, pero esta es una cuestión de dependencia o independencia, de cualquier forma, debe ser mucho mejor tener que complacer a solo una persona en lugar de a dos.
—Especialmente cuando uno de esos dos es una criatura caprichosa y problemática —bromeó Emma—. Es lo que estabas pensando, señor Knightley, lo sé, y seguramente lo habrías dicho si mi padre no estuviera presente.
—Creo que es muy cierto, querida, muy cierto —dijo el señor Woodhouse, con un suspiro —. Me temo que a veces soy caprichoso y problemático.
—¡Querido papá! No puedes pensar que yo o el señor Knightley pudiéramos referirnos a ti de esa forma. ¡Qué idea tan horrible! ¡Oh, no! Estaba hablando de mí misma. Al señor Knightley le encanta encontrarme defectos, ¿sabes?, como broma, todo es a modo de broma. Siempre nos decimos lo que queremos.
El señor Knightley, de hecho era una de las pocas personas que podían ver defectos en Emma Woodhouse, y era el único que se las decía; y Emma no solía estar siempre de acuerdo con ellas, además, sabía que su padre jamás pensaría que las personas pudieran considerarla como otra cosa que no fuera perfecta.
—Emma sabe que nunca la halago —dijo el señor Knightley—, pero no pretendía acusar a nadie. La señorita Taylor estaba acostumbrada a tener que complacer a dos personas, ahora sólo tendrá que complacer a una. La verdad es que salió victoriosa.
—Bueno —intervino Emma, dispuesta a dejarlo pasar—, si quieres escuchar sobre el boda, estaré feliz de contarte. Todo salió de maravilla, los invitados fueron puntuales y usaron sus mejores ropas. No hubo ni una lágrima y mucho menos una cara triste. Oh, no; todos sabíamos que sólo estaríamos a media milla de distancia y prometimos que nos veríamos todos los días.
—Mi querida Emma soporta todo tan bien —dijo su padre —. Pero señor Knightley, ella está muy dolida por perder a la pobre señorita Taylor y estoy seguro que la extrañará más de lo que ella piensa.
Emma dejó de encararlos, dividida entre sonrisas y lágrimas.
—Es imposible que Emma no extrañe tal compañía —dijo el señor Knightley—. Quizá no les agrade tanto como debería, pero Emma sabe lo bueno que es este matrimonio para la señorita Taylor, sabe lo aceptable que es que a estas alturas de en la vida de la señorita Taylor, pueda tener una casa propia, y lo importante que es que tenga asegurada una vida cómoda; por lo que Emma no puede evitar sentir más felicidad que dolor. Todos los amigos de la señorita Taylor deben de estar contentos de que ella esté felizmente casada.
—Y usted ha olvidado algo más que me da alegría —dijo Emma— y algo bastante considerable, que es que yo los emparejé. Yo hice esa unión, ¿sabes? Hace cuatro años; me reconforta más que nada el que en verdad ocurriera y funcionara tan bien, cuando muchas personas decían que el señor Weston no volvería a casarse nunca.
El señor Knightley sacudió la cabeza. Su padre respondió:
—¡Ah! Mi querida, desearía que no planearas parejas ni predijeras cosas, pues todo lo que dices suele pasar. Te pido que por favor ya no hagas más uniones.
—Te prometo que no buscaré pareja para mí, papá, pero debo de hacerlo por otras personas. ¡Es lo más entretenido del mundo! No puedo detenerme después de todo mi éxito. Todos dijeron que el señor Weston nunca se casaría otra vez. Por Dios, no. El señor Weston ha sido viudo por tanto tiempo, y parecía tan cómodo sin una esposa, constantemente ocupado por sus negocios en la ciudad o con sus amigos aquí, siempre bienvenido a donde quiera que fuera, siempre alegre. El señor Weston no necesitaba pasar una tarde solo si él no quería. ¡Oh, no! El señor Weston jamás volvería a casarse. Algunos incluso decían que se lo prometió a su esposa en su lecho de muerte, otros decían que su hijo y su tío no se lo permitían; pero yo nunca creí nada de eso. Desde el día en que la señorita Taylor y yo nos lo encontramos en Broadway Lane, hace cuatro años, cuando empezó a lloviznar y él, debo decir que de forma muy galante, tomó prestadas dos sombrillas de la dependencia del señor Mitchell y corrió hacia nosotras. Lo decidí al instante. Planeé hacerlos pareja desde esa misma hora; y cuando tal éxito me ha bendecido en un suceso así, no puedes pedirme que pare, papá.
—No entiendo a qué te refieres por “éxito” —dijo el señor Knightley—. El éxito requiere esfuerzo. Si tu tiempo ha sido gastado apropiada y delicadamente, si en verdad te has esforzado estos cuatro años en hacer realidad el matrimonio, entonces puedes llamarlo como tal. Es una forma digna de ocupar la mente para una señorita. Pero si, como me imagino, el que hayas organizado el matrimonio, como así lo llamas, significó sólo la planeación, el decirte a ti misma: “Creo que sería una muy buena idea que la señorita Taylor y el señor Weston se casaran” y después lo repitieras una que otra vez, ¿por qué hablas de “éxito”? ¿Dónde está tu mérito? ¿De qué estás orgullosa? Tuviste suerte, y es a eso a lo que llamas “éxito”.
—¿Acaso desconoces el placer del triunfo de la suerte? Te compadezco. Pensé que eras más listo, pues acertar de esa forma no es simplemente tener suerte. Siempre hay algo de talento involucrado. En cuanto a mi pobre elección de palabra “éxito”, con la que batallas tanto, no sé si de verdad carezca del derecho de usarla. Has descrito dos escenarios bonitos, pero considero que debemos añadir un tercero, algo entre el “no hacer nada” y “hacerlo todo”. Si no hubiera alentado las visitas del señor Weston aquí, ni les hubiera dado pequeños empujones en la dirección correcta, no habría pasado absolutamente nada. Creo que ya conoces Hartfield lo suficiente como para saberlo.
—Un hombre directo y sincero como Weston y una mujer racional y genuina como la señorita Taylor pueden encargarse de sus propios asuntos. Por tu intervención, era mucho más probable que te dañaras a ti misma a que les hicieras un bien.
—Emma nunca piensa en ella misma cuando puede ayudar a alguien más —volvió a intervenir el señor Woodhouse, entendiendo a medias—. Pero mi querida, por favor ya no hagas más parejas; no tienen sentido y no hacen más que romper la familia.
—Solo una más, papá; solo por el señor Elton. ¡Pobre de él! A ti te agrada el señor Elton, papá; debo buscarle una esposa. No hay nadie en Highbury que lo merezca, y él ha estado aquí por todo un año e incluso ha amueblado su casa de forma tan cómoda que sería una lástima que siguiera soltero un día más. Pensé que mientras él unía las manos del señor Weston y la señorita Taylor hoy, él lucía como si quisiera tener la misma ceremonia para él. Me agrada mucho el señor Elton y esta es la única manera que tengo de ayudarlo en algo.
—El señor Elton es muy joven, un muy buen muchacho, eso seguro, y le tengo mucha estima. Pero si quieres hacer algo por él, mi querida, invítalo a cenar con nosotros un día. Eso sería muchísimo mejor. Me atrevo a decir que el señor Knightley se unirá a nosotros, si es tan amable.
—Con mucho placer, señor, cuando quiera —dijo el señor Knightley riendo— y estoy completamente de acuerdo con usted de que invitarlo a cenar será algo mucho mejor, Emma, y así podrás ayudarlo ofreciéndole el mejor pescado o pollo, pero deja que escoja a su propia esposa. Un hombre de 26 o 27 años puede cuidarse solo.