Señales de ruta
En la infancia habitaba una casa.
Una casa puede ser un cubo blanco. Así como sucede en las exposiciones de arte en cubos blancos, una casa es también un espacio delimitado azarosamente. El contexto delimita la función del espacio.
Un cubo y una casa pueden ser cualquier otra cosa.
En la infancia habitábamos una casa.
Recuerdo particularmente a Soledad, la cotorra.
En la infancia mi abuelo acostumbraba a cantar. Enseñó a Cholita a cantar. Cantaban juntos: yo soy/ el come moco/ que sí/ que no/ el come moco/ yo soy/ el matalacachimba/ que sí/ que no/ el matalacachimba. Por otro lado, también hablaban. “No te comas tu moco”, decían.
Con el tiempo Soledad murió. Mi abuelo también, pero vivió más tiempo que el ave.
Compartieron algo, aunque no la muerte.
Compartían y se comunicaban con una comunicación en la que decían que no decían nada.
Eran, en todo caso, transparentes.
Ella detrás de las rejas de la jaula y él detrás de las paredes de un cubo lograron encerrar el significado vacío de su significado.
Ellos eran el momento en el que el cubo se decía a sí mismo.
Prolongándose a través de los oídos del cubo.
Poseían otro lenguaje —similar al pajarístico— pero los escuchaba en español: mi propio muro opaco, una constelación con forma de cornamenta repleta de terminaciones opacas. No como el pajarístico, que carece de terminaciones, de datos y de formas.
***
Hacia dentro
poner en camino
crear un verbo.
A partir de ahora la tarea puede entenderse como la caza de un salmón.
Alguien allá afuera se confunde y arponea las olas.
Mientras tanto, en la cabina el relator del viaje se dedica a transcribir los bramidos de los peces:
fig. 1.1 (o del salto del salmón). El ritual que precede a los tosidos entraña las fases de toda ejecución. Aspirar cuantiosas dosis de aire, llevarse el puño frente a la boca, encorvar el torso y angustiar la mirada, en suma, construir el aparato metodológico para las dos o tres repeticiones del chasquido torácico. Como una voz comprimida o un grito doblado sobre sí, las pelusas disparadas denuncian las críticas que pretenden descalificar a la tos como acto retórico.
La irrupción, por otro lado, de los espasmos sofocantes de la tos no establece sino un llamado de atención al habla. Golpear la mesa donde se construía una torre de naipes. Usar el espacio del paréntesis para introducir un signo de interrogación o de exclamación. Pensemos en el salmón. Nada. Salta. Nada. Salta. Algo de él atraviesa la corriente hasta llegar a un punto final que, a la postre, resulta ser un punto medio en la trayectoria del agua. Salta. Algo del salmón no ha logrado atravesar la corriente y se ha vuelto, en ese instante, un punto medio de su propio cuerpo.
El pez eligió saltar en este instante, ¿pero habrá sido un buen momento?
(Cuatro años vagando por el océano más grande del mundo, tiburones, corrientes. Y aún queda un obstáculo más. Una de las más grandes concentraciones de osos pardos del planeta.)
No es que el salmón salga del agua para preguntar o vociferar, pero la cercanía entre la preparación del tosido y el salto apunta finalmente a la sospecha de que no es el salmón sino el mar el que se ahoga:
el salmón del pacífico tiene
(En esta parte debemos recordar a la famosa comunidad australiana y su imposibilidad para abstraer recorridos en un mapa. Les dice el foráneo mientras dibuja sobre su palma:
—Entonces tú caminas de este árbol al otro, luego doblas a la izquierda.
—No —responde la muchacha, saliéndose del mundo de la mano sin haber entrado siquiera— yo sigo andando y cuando llegue a ese árbol de allá —señalando realmente al árbol— entonces daré vuelta.)
aterido
el salmón emite un sonido.