Fotografía del Segundo Imperio
Iba yo por delante de la comitiva entre dos paredes de follaje, cuando repentinamente pasó junto a mí un objeto rápido como el pensamiento… No me había engañado… me encontraba en presencia del primer colibrí que había visto en mi vida… Pude hacer a mis compañeros una señal para que se detuviesen […] gozábamos de aquel espectáculo deseado por largo tiempo y de que tantas veces habíamos oído hablar: tratábamos de fijarlo en nuestra memoria.
Maximiliano de Habsburgo en Recuerdos de mi vida. Memorias de Maximiliano
La memoria, como proceso de almacenamiento o contención del pasado, sólo puede ser permanente cuando se materializa o persiste en un grupo de personas a través de la transmisión oral. Las memorias escritas y las fotografías cobran importancia al momento de reconstruir el pasado. No hubiera sido posible, por ejemplo, entender el asombro de Maximiliano y de sus compañeros al mirar por primera vez un colibrí, de no ser por los escritos, cartas y textos realizados por sus allegados. El Emperador de Habsburgo y su esposa Carlota Amalia de Bélgica llegaron a México en mayo de 1864, después de un largo viaje desde Miramar, a las afueras de Trieste en Italia. Apenas habían partido de Trieste, se dirigieron al Vaticano a entrevistarse y a recibir la bendición del papa Pío IX para después zarpar con rumbo a Gibraltar, pasar por la isla Madeira y finalmente cruzar el océano Atlántico. El viaje de Maximiliano y de Carlota sólo fue registrado en algunas litografías a pesar de que, desde la segunda mitad del siglo XIX, la fotografía (más específicamente el retrato) ya dominaba en un amplio sector de la burguesía. Sin duda, la llegada de los emperadores a México estimularía la construcción de un imaginario visual de nuestro país. Así pues, se harían recreaciones de escenas políticas, de paisajes de México y vistas de la capital, de construcciones, así como de los emperadores mismos y su séquito. Las reuniones de Maximiliano y Carlota con personajes de la vida política mexicana, y las imágenes de los indios kickapoos que visitaron el Castillo de Chapultepec, forman parte del abanico de imágenes pictóricas, litográficas y fotográficas que se realizaron durante este periodo de la historia mexicana.
La fotografía como medio de reproducción comenzaba a expandirse con la llegada de la carte de visite, concebida por el francés Eugene Disdéri en 1855. Los rostros de Napoleón III, de la emperatriz Eugenia y del príncipe imperial de Francia se habían vuelto populares debido a la democratización de la imagen que hubo gracias a la llegada de dicho formato.[1] La fotografía comenzaba a funcionar como una especie de propaganda de los personajes políticos más importantes gracias a los fotógrafos que se encargaban de reproducir y vender las fotografías. Algo similar sucedió con la figura de Maximiliano de Habsburgo y de la emperatriz Carlota, pues «Desde que empezaron las gestiones para que Maximiliano aceptara el trono de México, era natural que todo el mundo (incluso los liberales), quisieran saber cómo eran esos príncipes de sangre real que pretendían proclamarse emperadores de México. Conocer el rostro de estos personajes era un hecho imprescindible».[2] En este sentido, se puede observar la importancia de la imagen en el reconocimiento de personajes de la vida política del país.
Las imágenes del Segundo Imperio permean en el imaginario colectivo y visual de nuestro país. La pintura más reconocida de Carlota de Bélgica, por ejemplo, es un oleo sobre tela que se encuentra en una de las habitaciones del Castillo de Chapultepec, misma que se usaría para ilustrar la portada de algunas ediciones de la novela histórica de Fernando del Paso, Noticias del Imperio.
Lo mismo sucede con el retrato fotográfico más conocido de Carlota, realizado por el fotógrafo francés François Aubert, aparece la emperatriz sentada encuadrada en un plano medio, con la cabeza y la cara virada hacia su izquierda, sin posar de frente a la cámara y evadiendo la mirada, con el vestido voluminoso ocupando una tercera parte de la composición de la fotografía. El caso del fotógrafo François Aubert es fundamental pues su obra ha servido para esclarecer el pasado político, social, cultural y geográfico de un periodo breve del siglo XIX en México y también ha permitido el estudio de la historia de la fotografía en nuestro país. La fotografía de François Aubert muestra escenarios, vistas de la Ciudad de México, estructuras arquitectónicas, vistas del interior del castillo de Chapultepec, la figura de personajes como los emperadores y su séquito, además logra registrar a la gente de la corte y a las damas de Carlota. Asimismo, el acervo fotográfico que se encuentra resguardado en el Museo Real del Ejército en Bruselas, cuenta con una colección de fotografías de «tipos populares», es decir, gente que comerciaba sus productos en la calle o en mercados. Aubert los invitaba al estudio para retratarlos recreando escenarios en los que los individuos se mostraran con los productos que vendían en la capital: sombreros, canastos, jarrones. Tal como lo menciona Deborah Dorotinsky, Aubert heredó un rico repertorio fotográfico de clases sociales que componían la sociedad mexicana capitalina durante el Segundo imperio, al mismo tiempo que hace visible en su obra un fragmento de la imaginería de «lo mexicano».[3] Deborah Dorotinsky menciona que Aubert no se acerca a lo pintoresco o a la pobreza desde una perspectiva racial, sino que lo hace desde una búsqueda de registro de inventarios y oficios.[4]
François Aubert ha sido etiquetado como el fotógrafo de la corte, lo cual podría llevarnos a pensar que formó parte del séquito que llegó con los emperadores desde Europa, pero esto no sucedió así. En realidad había llegado antes que Maximiliano y Carlota arribaran a México; estableció su estudio en la 2da Calle de San Francisco,[5] sin embargo, a la llegada de los emperadores se convirtió en el fotógrafo predilecto. Sin duda, la imaginería visual de François Aubert puede ser un parte aguas en el registro del pasado político de México, pues fue él quien estuvo cerca de las figuras imperiales durante su corta estancia en México. Algunas de las fotografías realizadas en el Cerro de las Campanas, Querétaro (lugar en donde el ejército republicano, comandado por Juárez, asesinara a Maximiliano de Habsburgo en compañía de Miguel Miramón y Tomás de Mejía), han sido atribuidas a justamente a este fotógrafo. Entre esas fotografías se encuentran las más representativas de aquel suceso: aquella que muestra la camisa del emperador con los agujeros de bala y aquella otra en la que aparece Maximiliano de Habsburgo dentro de la caja fúnebre.
Al igual que las memorias de Wilhelm Knechtel, uno de los jardineros de Maximiliano, las fotografías de François Aubert permiten vislumbrar un fragmento de la vida púbica y privada de los emperadores, así como de los distintos sectores sociales del México decimonónico. Es importante recalcar que Aubert no fue el único fotógrafo que realizó fotografías de un amplio sector burgués al mismo tiempo que de un sector más bien popular, Desiré Charnay y la compañía Cruces y Campa, por ejemplo, lograron registrar los oficios de estratos más bajos durante esta misma época. El repertorio visual permite entender cómo era la vida en el pasado, pero al mismo tiempo deja ver la manera en la que nacionales y extranjeros miraron el país durante un periodo de europeización.