Tierra Adentro

Titulo: Óptica sanguínea

Autor: Daniela Bojórquez Vértiz

Editorial: Tumbona

Lugar y Año: México, 2015

Hay obras que nacen con vocación limítrofe, volátiles e híbridas, que escapan de toda clasificación canónica. El de Daniela Bojórquez —el tercero en su haber— es un libro de imágenes, una bitácora de diez cuentos que se rehúsan a ser considerados como narrativos en un sentido clásico, un álbum fotográfico que, en vez de retratos o paisajes, captura, ordena y resguarda aquello en lo que no reparamos: los bordes, los documentos legales desechados, las correcciones en página previas a una publicación.

Se titula Óptica sanguínea.

La disciplina que estudia la luz y sus fenómenos, la reflexión, la refracción, el alcance del espectro electromagnético, pero también una cierta percepción visual de la realidad, una expresión común acerca de nuestro punto de enunciación en torno a un evento o suceso. Se acerca a la sangre, a lo vivo, a lo palpitante, a los fluidos personales: la escatología en movimiento rápido y continuo.

Sin embargo, existe una recurrencia a las posturas de resistencia frente a este caudal vertiginoso. En Óptica sanguínea hay un afán de aprehensión constante y, al mismo tiempo, consciente de que el tiempo es una fuga sin fin y es imposible capturarlo. A través de las fotografías, que aparecen en consonancia con los textos, los tribulados y obsesos personajes tratan —no sin una dosis de tensión y melancolía— de preservar la memoria, de que las imágenes que poseen de espacios, rostros y situaciones no se desvanezcan; que permanezcan, incluso, con sus tonos sepia y una dilución de su nitidez, pero que no se esfumen.

En su universo, no hay Aleph posible, sino sólo un Interleph —término que da nombre a uno de sus cuentos—: quedarse siempre traslapado entre dos planos, ya sean espaciales (como el cielo y la tierra, lugares que habitaba la sobrecargo Pilar de la Fuente; o las puestas en escena y el pánico que sobrepasa las convenciones de ficción), temporales (como el crónico hurgar en los recuerdos que llevan a nuevas reconfiguraciones de historias pasadas) y, sobre todo, entre lenguajes: el visual y el verbal.

La conciencia de Daniela Bojórquez sobre estos lenguajes es tal que constantemente se encuentra recalcando la diferencia entre la temporalidad y linealidad de la escritura, frente a la inmediatez de, digamos, una rejilla de imágenes que genera google search.

Se gesta un pacto al hurgar entre imágenes y textos escritos que nacen a raíz de ellas, o viceversa. Esa complicidad que torna la inclusión de gestos fotográficos o retóricas visuales (como «Distancia focal», un cuento literalmente miope) acerca al lector a los actos más íntimos y lo fuerza a llevar a cabo una lectura múltiple. Esto es, no sólo se decodifican las palabras, sino que está obligado a leer las fotografías y a entender la sintaxis de las imágenes.

Coleccionismo de instantáneas, legajos burocráticos que escriben historias, padecimientos físicos y mentales, cuadernos de viaje, mudanzas, diálogos que pierden su oralidad pero ganan representatividad al ser puestos en página de forma manuscrita y acompañados por fotografías que insinúan el lenguaje corporal. Como en «El interleph», los cuentos de Óptica sanguínea están acotados por marialuisas y guardas, que preservan y destacan, pero que también pueden quedar vacías en el momento que decidimos retirar la fotografía que enmarcan.

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