Tierra Adentro

En la década de los setenta, un grupo de activistas italianos, estudiantes todos, boloñeses, lectores de Deleuze y Guattari, decidió fundar una radio que, de alguna forma, estaba  vinculada a la lucha obrera de 1969 y que caracterizó al resto de la década. Pero no fue fácil construir la radio; en Boloña como en muchas otras ciudades europeas, hasta 1976, el Estado conservó el monopolio sobre el espacio radioeléctrico. Así, Radio Alice fue fundada en la misma época en que se escuchaban «God Save the Queen» de Sex Pistols y «Playa Girón» de Silvio Rodríguez, pero también las canciones de Violeta Parra, Víctor Jara y Mercedes Sosa. De acuerdo con Franco Berardi, Radio Alice fue una radio en el cruce de la técnica, la autonomía política y el rechazo a la retórica del Estado. Eran mediados de los setenta; época de las dictaduras latinoamericanas y del neoliberalismo en ciernes, y en esa época, dice el activista y teórico de los medios, Radio Alice fue un intento por transformar la comunicación en un flujo esencialmente poético.

Creo que muchas de esas preguntas, resultado de lecturas varias y de conversaciones diversas, se parecen a las que inauguran el Puesto 6. Canal de Abastos. Fundado por El Balcón, este proyecto de televisión comunitaria está construido y dirigido a las personas que trabajan en la Central de Abastos de la ciudad de Oaxaca. Cuando escribo la palabra «comunitaria» la escribo pensando en el antropólogo zapoteco Jaime Martínez Luna. No en pocas ocasiones ha dicho que un medio es comunitario porque «se encuentra en el centro de la vida cotidiana»; es decir, es probable que uno de esos medios no cuente con la legalidad que exige el Estado pero sí, y sobre todo, con la legitimidad que le otorga el pueblo.

Puesto 6 es un proyecto hecho por y para aquellas personas «comunes» y «anónimas» que, como aseguraba Michel de Certeau, siempre, «toda la vida», se «anticipan a los textos». Es decir, no se trata de un proyecto de televisión que recurra a los nombres propios, a los autores canónicos o a los actores reconocidos o reconocibles por todos; no, nada de eso. Éste es un proyecto que apela, sigo con De Certeau, a la «muchedumbre del público». Después de todo, «el acceso a la cultura», dice él, o la libertad de expresión, añado, «comienza cuando el hombre ordinario se convierte en el narrador, cuando define el lugar (común) del discurso y el espacio (anónimo) de su desarrollo». En ese sentido, Puesto 6 no es una televisión política, pero sí políticamente creada, que cuestiona la vieja creencia de que el público es sumiso y pasivo.

De acuerdo a personas que trabajan en ella, la Central de Abastos fue construida en 1966, con Rodolfo Brena Torres como gobernador del Estado. Amplia, cuidadosamente ordenada, tan grande que en un inicio fue la más grande en el sur de México, la Central de Abastos cumplió con las expectativas de los numerosos y hacinados comerciantes de los mercados 20 de Noviembre y Benito Juárez, y de los ambulantes que se extendían en las calles aledañas. Sin embargo, no fue hasta 1974 «que se logró convencer al 80% de los comerciantes» para que se mudaran y echaran a andar el sitio. Fueron años difíciles, pero no han dejado, ni dejarán, de serlo. En esos años, aún no se imaginaba la refuncionalización del Estado mexicano: un Estado en cuya flaca lista de tareas quedan algunas, muy pocas, que podrían ser descritas en los siguientes términos: emisión de la moneda, creación de nuevas áreas de competencia económica, y seguridad y protección para inversiones e inversionistas. Y en esos años, tampoco se imaginaba que treinta más tarde, con el establecimiento del neoliberalismo a través de medios democráticos y de una retórica poderosa, la palabra «mercado» sería una de esas palabras cooptadas y desprovistas de los significados que anteriormente conocíamos. No es ningún secreto que los mercados han sido acorralados por grandes transnacionales que poco o nada conocen de su historia y su funcionamiento. Frente a ellos, parece que las opciones son pocas: la resignación y renuncia; o bien, la refuncionalización del mercado hasta convertirlo en uno de tantos bienes de consumo turístico.

Por lo tanto, las palabras que mejor describen al Puesto 6 son «catálogo de saberes» y  «memoria comunitaria». Bien dice el programador y artista Eugenio Tisselli que: «No es lícito seguir pensando que la única fuente legítima de conocimiento son los sabios y sus aparatos: la mujer y el hombre común también tienen derecho a entablar un diálogo directo con el mundo». No se trata del gesto hipócrita e imperialista de «dar voz a quien no la tiene»; las voces existen pero es necesario amplificarlas. Vivimos en un mundo en donde la especialización es una de las exigencias del mercado y en el que ejércitos de mentirosos y manipuladores, utilizando palabras de James Petras, intentan convencernos de que el único conocimiento válido es el de ellos. Un catálogo escrito por locatarios o ambulantes, por marchantas, por trabajadores administrativos, por diableros y tortilleras sería un catálogo de una de las prácticas económicas y culturales que están en riesgo.

En su Crítica a la memoria, Nelly Richard dice que cuando el pasado se institucionaliza  y sedimenta en el archivo se convierte en un «pasado-en-exposición». Líneas más abajo, advierte que hay que evitar la «cita en bruto» y acomodar escenográficamente los recuerdos. Si eso hacemos, si los colocamos ordenadamente, cuidadosamente, escenográficamente, condenaremos el pasado a las vitrinas del museo, oficializaremos el recuerdo, monumentalizaremos los álbumes familiares y decoraremos los puestos como simples y anodinos escaparates turísticos. Cuando habla de los espacios o proyectos de la memoria, Richard asegura que no se trata de eso; se trata, en todo caso, de construir una memoria rebelde, insurrecta, desobediente, emancipada. Más palimpsesto que recuerdo empolvado: cosa en capas, multiestratificada, en la que es posible, de vez en cuando, reconocer hermosas miniaturas fósiles junto a objetos que pertenecen al presente. Esa memoria inquieta es una memoria capaz de «solidarizarse» con «las víctimas del pasado» y «alerta frente a las descolocaciones de signos que la tomarán [aquí, ahora, o más adelante] por asalto».

No hay que olvidar que el neoliberalismo, en tanto sistema déspota y salvaje, aspira a la geometría y a un sistema perfectamente cuadriculado con hermosas, delgadas y delicadas líneas rectas. Un mercado como la Central de Abastos, tal como lo conocemos, caótico, construido por muy variadas acciones individuales y colectivas, sitio de tráfico permanente, trueque, intercambio y distintas formas de piratería, y de memoria emancipada, parece no ser presa fácil.