No enciendas la luz
Cada vez estoy más convencida de que la infancia de los adultos melancólicos fue una etapa perturbadora. Algunos han decidido olvidar estos años de oscuridad, otros hemos decidido volver a ellos siempre que se pueda. Buscar ahí el origen de una vida atravesada por el desasosiego. Cuando como adulto empecé a leer literatura infantil, la referencia obligada y la más asequible fue mi propio pasado. Sin pensar en mí como una niña turbada o infeliz, reconozco algunos rasgos o cierta cercanía con los temas que resuenan como un eco de mi origen. Los vacíos, las pérdidas, la muerte, el abandono, la búsqueda de un lugar en el mundo y los miedos son, todos, los temas que siempre elijo. Para un psicoanalista mis problemas del presente son claros, no es necesario indagar demasiado o buscar explicaciones remotas. Esta inmersión tardía a la LIJ se ha encargado de revelarlos sin pudor.
El miedo a la oscuridad es protagonista en mi pasado y en el de muchos otros. Dormir con las cortinas abiertas, dejar encendida la luz del pasillo o la lámpara de un buró, fueron los modos más comunes de atenuar el temor. Cuando la luz se apaga, los «submiedos» aparecen y se potencializan. Aparece la posibilidad de que lo desconocido ataque sin que nadie lo vea, casi sin que nos demos cuenta o podamos detenerlo. El temor a las fuerzas ocultas se manifiesta siempre en las tinieblas.
Daniel Handler, mejor conocido como Lemony Snicket, nació una noche de 1970, precisamente el mismo día que yo. Cuando empezó a escribir se ocultó detrás de un pseudónimo, primero por razones prácticas y luego por conservar un aire de misterio ante sus lectores. Su obra está caracterizada por los asuntos no revelados, secretos sepultados, escenarios sombríos y personajes complejos que nunca son lo que parecen. Debe su éxito internacional a Una serie de eventos desafortunados, relato compuesto por 13 novelas escritas entre el 1999 y el 2006. Ahí narra historia de Violet, Klaus y Sunny, los hermanos Baudelaire, tres niños huérfanos que deben conservar su herencia y sobrevivir ante una sucesión de acontecimientos trágicos. Además, ha creado un buen número de obras complementarias a la serie y otras paralelas donde experimenta con otros públicos y temáticas.
Recientemente, específicamente en el 2013, se publicó The Dark bajo el sello de Little Brown and Company. Este año Océano Travesía lanzó la edición en español. Un texto entrañable ilustrado por Jon Klasen —una de las promesas de la ilustración contemporánea— donde Snicket explora la relación entre un niño y la oscuridad. Lazslo le tiene miedo a la oscuridad, pero sabe que viven en el mismo lugar, que ésta se esconde en los rincones. Una noche, al apagar una pequeña lámpara, la oscuridad le habla. Le pide que se encuentre con ella en el sótano, ahí le dice que sabe que él le teme pero ella no le teme a él. Le explica las razones que tiene para existir: sin ella no se podrían ver las estrellas y no podría distinguir el día de la noche. Lazslo vuelve a la cama y enciende una luz, la oscuridad se ha ido, la encuentra cuando cierra los ojos. Sabe dónde vive y cómo hallarla, ya no le incomoda saber que viven en la misma casa. A través de esta historia, Snicket resignifica su relación con lo sombrío y vuelve a pensar en lo que se esconde detrás de lo evidente.
La noche y la penumbra aparecen como una metáfora de lo inexplorado, de los puntos ciegos, esos pequeños rincones que sabemos que existen pero a los que nos reusamos a acudir. En esos territorios la soledad se vuelve tangible y aunque estemos acompañados, la sensación de miedo se hace presente y nos recuerda que somos vulnerables ante el mundo. Mirar a la oscuridad, hablar con ella y asumirla como una parte que nos articula, revela también quiénes somos al encender la luz. La oscuridad no nos teme, nosotros le tememos a ella.