Fotografía de violencia
La fotografía, en especial aquella que se inscribe dentro del fotoperiodismo, frecuentemente ha sido valorada en función de la carga realista que contiene. Este tema se pone a discusión porque desde sus inicios en la tercera década del siglo XIX, la fotografía ha sido concebida como un medio —o como arte— que permite captar la realidad al utilizar la cámara como una herramienta que inmortaliza distintos momentos históricos. Esto reduce la figura del fotógrafo a la de mero operario. Asimismo, se ha puesto a debate si las imágenes que son producto del fotoperiodismo deben ser o no estéticas y si esto degrada su veracidad porque de cierto modo son «menos reales». ¿Qué pasa, por ejemplo, con el fotoperiodismo que tiene como tema principal la violencia, el sufrimiento y la guerra? ¿Qué hay de las fotografías de Sebastiao Salgado en las que muestra el sufrimiento de una manera estética? ¿Se trata de poner una etiqueta moral a la producción de estas fotografías? ¿Es igualmente cruel quien hace, publica y ve estas imágenes que quien las origina?
Hay varias cuestiones que deben tratarse a la hora de hablar de la «fotografía funesta», por llamar de alguna manera a la rama del fotoperiodismo que muestre la violencia y el sufrimiento causado por desastres naturales, por conflictos bélicos y sociales. Es importante mencionar que el fotoperiodismo tiene distintos niveles y que cada uno de ellos se realiza en función del medio para el cual trabaja el fotógrafo. Es decir, no es lo mismo las fotografías que se realizan para un diario, que las fotografías que se hacen para una revista ilustrada. La diferencia se encuentra tanto en el modo en el que se ejecutan, como en la función que tienen dentro de cada medio.
Por un lado, las fotografías de un diario tienen como objetivo brindar información gráfica que debería ser mediada por un texto. Su función puede llegar a ser muy ilustrativa. Por otro lado, las revistas ilustradas permiten armar reportajes que funcionan como proyectos fotográficos con objetivos de denuncia, evidencia o exposición de algún tema social relevante. El producto final del fotoperiodista que trabaja limitado por los medios va a ser distinto de aquel que trabaja en función de proyectos más personales. Independientemente de si se trata de fotoperiodismo noticioso o fotoperiodismo documental, me parece importante puntualizar que en el sentido estético del fotoperiodismo, se retrata el dolor y el sufrimiento. En 2003, la escritora Susan Sontag publicó Ante el dolor de los demás, un libro en el que trata —de manera general— distintos temas en torno a la fotografía que muestra violencia y sufrimiento, además de generar un debate sobre el papel y la mirada sus espectadores, así como la concepción y la recepción de éstas. Entonces, ¿la fotografía de sufrimiento debe ser entendida como un reflejo de la sociedad espectáculo en la que vivimos? ¿Debemos alarmarnos ante estas imágenes? ¿Qué sentido tiene siquiera publicarlas?
La fotografía de calamidades puede crear controversia por dos cuestiones fundamentales: porque la estética impresa en ellas cuestiona su veracidad y por la posible inmoralidad que hay detrás de su producción y su consumo. Sobre la primera cuestión, Sontag menciona que en la fotografía de atrocidades, la gente busca el peso del testimonio sin rastro de arte en ella, pues esto puede ser igualado a la insinceridad de la fotografía. Así, las fotografías menos pulidas serán recibidas por el público como más auténticas. Sontag también afirma que la fotografía que ofrece testimonio de lo calamitoso, es decir, aquella que se considera fotoperiodística no debe ser bella, pues desvía la atención de la sobriedad del asunto que retrata, poniendo en duda su carácter documental. Sin embargo, esto no debe ser una regla estricta. De ser así, se estaría limitando al fotógrafo con respecto a su propia apropiación del mundo y al modo en el que comunica su representación de la realidad. La fotografía periodística puede ser bella si el fotógrafo decide imprimirle una estética a su trabajo y esto no tendría por qué quitarle su carácter documental. ¿Pierde credibilidad aquella fotografía que plasma de manera estética un hecho doloroso y abrumador? A mi parecer no. Pienso por ejemplo en Manuel Álvarez Bravo, quien establece el fotoperiodismo artístico en México y retomo su fotografía “Obrero en huelga asesinado” (1934), en la que muestra a un hombre tirado boca arriba con el rostro ensangrentado. Esta es una imagen emblemática de Álvarez Bravo, que no por exhibir a un hombre muerto deja de ser estética y por ello menos real. En vez de tomar en cuenta esas disyuntivas, deberíamos analizar la fotografía y su estética en función del consumo que representa el embellecimiento del sufrimiento.
Por otro lado, está la consideración de que la fotografía periodística y documental debe apegarse a la realidad para no perder la veracidad. Con respecto a esto no puedo pensar en un mejor ejemplo que el trabajo del documentalista Nacho López, quien es calificado por John Mraz como el maestro mexicano de la fotografía «dirigida», y quien es reconocido por crear reacciones reales por medio de la puesta en escena. Lo importante del trabajo de este fotógrafo, menciona Mraz, es ver sus fotoensayos no como una realidad trucada o manipulada, sino como una representación dirigida. La fotografía, es preciso decir, no muestra la realidad, sino que es una mera representación de ella, incluso cuando se trata de fotoperiodismo.
Finalmente queda el tema de la reacción del público ante estas imágenes, que por supuesto es debatible tomando en cuenta el carácter moral del fotógrafo al realizar las imágenes calamitosas y del carácter moral del espectador al observarlas. Susan Sontag menciona que no condolerse ante este tipo de imágenes es propiamente una reacción característica del monstruo moral. Afirma que «Quizás, las únicas personas con derecho a ver imágenes de semejante sufrimiento extremado son las que pueden hacer algo para aliviarlo, por ejemplo, los cirujanos de hospital militar donde se hizo la fotografía, o las que pueden aprender de ellas. Los demás somos voyeurs, tengamos o no la intención de serlo». Lo que podría preocupar del espectador no es tanto su carácter voyeur, puesto que vive en un mundo en el que se consume lo bello y aquello que se ha de mostrar a modo de espectáculo, sino la supuesta moral con la que debería ser crítico ante este tipo de imágenes. Sontag se cuestiona «¿es realmente necesario ver semejantes fotos? ¿Somos mejores porque miramos estas fotos?» Creo que no queda duda de la necesidad de publicar fotografías como las del genocidio de Ruanda en 1994 o del atentado terrorista del 11 de Septiembre, ya que de no hacerlo se estaría ocultando información que debe hacerse del conocimiento público. Incluso, en una entrevista realizada por Arcadi Espada, Sontag menciona que las fotos brutales exigen una brutalidad que es necesario conocer y con la que es necesario encararse, pues una sociedad democrática debe someterse a ese ejercicio.
Tachar a la fotografía que muestra violencia y sufrimiento de inmoral y hacer una fuerte crítica en torno a la ello es reflejo de lo que Gilles Lipovetsky identifica como la aspiración colectiva a la regulación de la moral dentro de la nueva fase de la historia de la ética moderna. En la era del «posdeber» es más posible reconocer como hay más horror a la violencia, pero al mismo tiempo más trivialización de la delincuencia. Así pues, afirma, el progreso moral no está contenido en un mayor respeto de los derechos del hombre, sino en nuestra disposición a rectificar más de prisa lo intolerable. En este sentido, ofenderse por la fotografía de situaciones funestas no significa que estemos un paso adelante en ese progreso moral del que habla Lipovetsky, pues su función no es siempre la de llevar estas imágenes a la conciencia colectiva, sino denunciar y dejar testimonio de la violencia ocurrida en un lugar y en un tiempo específico.