Tierra Adentro
Fotografías de Alejandro Carbajal

En el Festival Internacional de Cine de Morelia 2014, Matria se erigió como el mejor documental mexicano, gracias a la investigación histórica y personal que realizó Fernando Llanos a partir de la figura de su abuelo. Llanos se enfoca en mostrar al espectador su pasado, no sólo el de México, sino el familiar. Matria es un regreso a la patria, la tierra, la familia.

Matria, el nuevo documental de Fernando Lla­nos, se antoja como una ópera prima fácil de asimilar pero compleja de abordar; nos relata la reconstrucción que hace el cineasta de la figura de su abuelo (Antolín), con sus mitos y sus equívocos. Este filme revela a un persona­je patriarcal que evoluciona en su destacada vida personal, en paralelo histórico a la nación mexicana. Los matices y claroscuros son am- plios; «la realidad», el mito y la invención se mezclan sin distingos; descubrir el devenir sombrío se vuelve una reinterpretación de la identidad y la pertenencia. Desde esta pers­pectiva, el sentir se vuelve un clamor por el derecho a la herencia, la obligación moral de saber con certeza de dónde y cómo son nues­tras raíces para sabernos en nuestra historia particular y colectiva, parte de nuestra actua­lidad. Fernando Llanos nos da la oportunidad de reencontrarnos y reedificarnos en una sana imperfección que abre las puertas para bus­car un camino honesto de reconciliación en las historias que nos componen. De correcta factura, con un notable trabajo de posproduc­ción y arte, Matria es un fresco referente en la evolución del documental contemporáneo mexicano.

¿Por qué el nombre de Matria, siendo que muestra sistemas tan marcadamente paterna­listas en México, a nivel familiar y en el sistema político? ¿Tendría que ver con un punto de vis­ta femenino a este respecto? 

Me gusta la idea de replantear. La historia de mi abuelo está enfocada en él, en el ma­chismo de la política mexicana, en el patriarcado, pero precisamente por eso me gus­ta Matria. Hay que replantear la manera en que hemos forjado nuestras instituciones, la historia, la falocracia. Creo que la abuela aparece por ahí, pero siempre está el hue­co donde ella debería ser la heroína porque soporta al abuelo. Ella es el eje de la fami­lia, mientras el abuelo iba y venía a placer. Se vuelve una invitación a repensar el esta­do de las cosas, cómo nos hemos desarro­llado, porque podríamos pensar el cariño  a la tierra, en femenino, desde lo político, lo ecológico, lo social, lo familiar. Me apropié de la palabra cuando investigué sobre cha­rrería, cuentan que los charros usan la pala­bra «matria». Dicen que de ahí surgió, y me la apropié con la idea de replantear el concep­to. En Matria hay una referencia a mi madre, quien también es el personaje que más apa­rece, aunque sea por teléfono. Es su historia, una historia materna. Por ahí va el nombre.

Es curioso que, dentro de una estructura de familia nuclear, tu madre sería la última en el escalón, pues es la menor de todos.

Es muy chistoso porque, a la fecha, mis tíos no quieren ver la película, están muy reacios, me cuelgan el teléfono. Mis primos, en cambio, quedaron muy sorprendidos porque es justo lo que se nos ocultó. Considero que es una herencia de la que fuimos privados, por eso el cartel dice «Tu historia es tu mejor herencia». Lo extrapolo a nivel nacional.

¿Qué te provoca el hablarnos de tu abuelo? Te refieres a él como Antolín, siendo que práctica­mente no lo conociste.

Él murió unos meses después de que yo nací. Ahora creo que soy una de las personas que más lo conoce. Tengo todos los datos, toda la información, leí todos sus papeles, vi todas sus fotos, conozco las versiones de ambas familias. Agarré esa confianza porque ya no es un personaje lejano. Cuando empecé la investigación sí era «el abuelo». No sabía del conflicto familiar, pensé que estaba por hacer una película tributo a un personaje que hizo muchas cosas. Como a mí me gusta hacer mu­chas cosas, quería echarle la culpa a la gené­tica. Pero después el personaje se vuelve más humano, no sólo ves los datos de las medallas que se colgó, sino que también se llevó a gente entre las patas. Me han criticado porque di­cen que no debería ser tan duro con mi abue­lo, que ese señor hizo lo que pudo para esas épocas; o sea, no es una mala persona porque no se separó de la primera esposa, pero sí sé que le dio los apellidos a mis tíos y después se casó con mi abuela. Obró de la mejor manera que pudo, y eso no es fácil, como en cualquier historia de amor. Creo que le tengo cierta em­patía. Estoy seguro de que la generación de mi abuelo se sirvió con la cuchara grande, pero tenía otras intenciones. El problema es que hay gente que llega al poder y no ha hecho un carajo, pero se sirven igual. La historia se dio en el tono que merecía ser contada, la del nie­to que busca a su abuelo. No es que me refiera a Antolín Jiménez todo el tiempo.

Creo que la historia tiene tres protagonistas: tu abuelo, la familia y tú. Aparece un cuarto per­sonaje que los incomoda y los pone en un nudo que sólo desenredas tú, que resuelves un con­flicto personal. ¿Sentiste Matria como una es­pecie de redención personal?

Trato de tomar mis proyectos como reden­ción personal, pero creo que me complico la vida al salirme de mi zona de confort porque eso implica cierto crecimiento. También me impuso el país: era absurdamente ambicioso tratar de hablar de la historia del país en cien años, y por ello no llegaba a ningún lado. No usamos el ochenta y cinco por ciento del ma­terial, pero asimilé la información. No nada más fue entender quién fue mi familia. Ahora entiendo ese lado desconocido: por qué mi abuela era tan seca, tan poco expresiva con sus sentimientos; por qué tenía esta adapta­ción por las formas y los protocolos. También aprendí muchísimo de la historia de México. Tardé dos años en consultar libros de historia, en ver documentales, para tratar de entender cuál era el mundo donde mi abuelo se desa­rrolló. Eso fue lo más bonito del proyecto. Al final queda como en tercer o cuarto plano. Yo voy hablando del nieto que va a tratar de entender al abuelo, por lo que sacamos todo lo que no tenía que ver directamente con él. La historia del país se construye a través de lo que hace el abuelo, pero no es la trama princi­pal: queremos enfocarnos y no perder de vista al personaje. La gran fortuna fue haber encon­trado a este gran personaje, que resultó ser mi abuelo, con un gran archivo por descubrir.

 

Fotografías de Alejandro Carbajal

Fotografías de Alejandro Carbajal

La historia de Antolín parece ser parte del sue­ño mexicano. Empezó por ser uno de los Do­rados de Villa, digamos que «le hizo justicia la revolución». Escaló política y socialmente, llegó a altos niveles en esa estructura política que ha dominado a México por tanto tiempo. Sin embargo, hay cosas que no son política­mente correctas en su actuar: no son extraor­dinarias, sino comunes e inherentes a todos los niveles en la cultura mexicana. Una se alaba y reconoce, la otra se quiere ocultar y negar, am­bas tienen muchos matices, pero desafortuna­damente pilares de nuestra idiosincrasia. ¿Qué piensas de que hubiera un reconocimiento, una reconciliación en este juego donde nos volvié­ramos más críticos, al reconocernos imperfec­tos con nuestra idolatría y nuestro panteón de héroes, al darnos un juicio propio que ponga en la balanza las virtudes y los vicios de nuestra construcción histórica, desterrando la visión de la monografía?

Que sería muy sano; en este caso mi familia siempre me decía: «tu abuelo fue un chingón, y no preguntes por qué, ni cómo ni cuándo», y por todos lados estaba tapizada la casa con sus fotos. Era el culto a lo desconocido, y así muchas veces fueron los héroes naciona­les. Siempre son así, muy planos, y no cues­tionamos y no sabemos por qué hicieron o no hicieron. Matria se inserta en ese tipo de producciones que van dimensionando de otra manera a los personajes, como en El General (Natalia Almada, 2009) que hizo la bisnieta del presidente [Plutarco Elías Calles], y que hace que todo adquiera otra dimensión. Creo que los historiadores de hoy están mucho más por esta línea, donde no todo es blanco y ne­gro. Ahora que estoy haciendo la película de ciencia ficción, me estoy basando mucho en especulaciones futuristas, pero sobre todo también en las noticias que vemos hoy en día sobre personajes que no sabes si hacen el bien o el mal. Estamos viendo ahora to-do el conflicto de Medio Oriente, donde están ejecutando gente, haciendo terrorismo, pero como decía Chomsky: «¿cuántos años lleva nuestro sistema ejerciendo terrorismo sobre ellos?», y entonces ¿cuáles son los buenos?, ¿quiénes los malos? No es tan sencillo encon­trar salida a esta situación porque esto se va a seguir polarizando; pensando a futuro, no es tan fácil porque vienen intereses externos de recursos, de manipulaciones y de gandallis­mos que hemos padecido toda la vida en la población. Ahí está Michoacán, por ejemplo: imponen a un virrey que llega y hace nego­cios, le da siete millones de dólares La Tuta, y con eso ya se hace pendejo, se para el cuello ante los medios; y la gente y amigos de to­dos los que vivimos y conocemos Michoacán sabemos que es una porquería lo que están haciendo, todo mundo sabe la verdad, pero nadie la puede ver reflejada en los medios tal cual. Entonces, me parece que ahora es más complejo hacer el perfil de los personajes, de las personalidades, de cualquier persona a la que alguien le quiera aplaudir, siempre le van a sacar trapitos al sol. Yo soy súper fan de Mireles, pero no sabes la cantidad de cosas que me han dicho, y hay tantas versiones so­bre la verdad que uno tiene que saber qué es lo que va aplaudir de cierto personaje y en qué momento, y en qué contexto. Yo trato de abordar a mi abuelo de esa manera, porque le voy aplaudiendo o le vamos siguiendo sus éxitos, pero van intercalados con todas estas cuestiones familiares atoradas. Al final, mi abuelo ni siquiera está en los registros de la Revolución, tiene un papel donde dice que es de los fundadores del pnr, antecesor del pri, pero tampoco es que esté firmada el acta con su nombre.

En versión paródica o como homenaje, y eso me gustaría que me lo aclararas, te caracteri­zas vestido de charro; por lo que podemos ver en tu producción documental, para tu abuelo fue orgullo lucir finos trajes, haber fundado y dirigido la Asociación Nacional de Charros, in­cluso formar un ejército con la misma. ¿Qué opinión te merece esta estigmatización?

Me parece que el hecho de que yo salga con el traje de mi abuelo —me lo mandé a hacer igualito— subraya el concepto de la herencia. Toda la vida me dijeron que mi abuelo era un charro. Entonces el señor de noventa y dos años que sale en entrevista dice que era un charro de banqueta; me cae el veinte, cuatro años de investigación después, de que mi abuelo nunca sale haciendo una suerte cha­rra. Hay verdades que tú das por hecho, pero de repente encuentras un dato que te hace cuestionar todos esos detalles, treinta y ocho años de información, y dices: «es cierto, mi abuelo no era charro», pero llegó a ser presi­dente de la Asociación Nacional de Charros. Era charro de banqueta, entonces yo también digo: bueno, pues yo también soy charro de banqueta, porque tampoco he hecho ningu­na suerte, no tengo el caballo ni nada, pero por eso el logotipo de la peli es el logotipo de mi abuelo, al que le cambié el charro por la bicicleta. Como salgo en el desfile del 20 de noviembre con los charros pedaleando en bicicleta y no con el caballo, es una manera de tomarme muy en serio el uniforme pero darle la vuelta. Es un poco de lo que habla Lila Downs en la película, sobre cuáles son las he­rencias. Pero también tiene que haber un ele­mento que lo integre en el aquí y en el ahora. Quizá sea eso, abrazar mi pasado como un he­redero de charrería de banqueta. Por otra par­te, me parecen fascinantes los trajes de charro y la charrería, me encantan, y es una manera de llevar la herencia de mi abuelo. Para bien o para mal es mi abuelo, lo camino y lo porto como este nieto que está buscando al abuelo; trata de entenderlo, de ponerse sus zapatos, de calzar sus prendas. En algún punto pensa­mos: si a mí no me queda nos quitamos al final el traje charro, pero es como quitarse al abuelo y no, no te lo puedes quitar; llevas la sangre, es lo que eres, es lo que heredaste, es lo que tienes que abrazar.