Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

Si me dan a escoger entre aquellos que generalizan y aquellos que disfrazan su ignorancia con retórica, prefiero a estos últimos. Al menos éstos les aventajan en la elaboración del comentario. Bien podríamos decir, no sin ironía, que generalizar es la forma retórica más burda, más elemental.

Es de ayuda aprender a reconocer cuando alguien o nosotros mismos estamos generalizando. Uno de los principales recursos de una generalización es la palabra “todo”, la más sustantiva de las palabras, usada como adjetivo o como sustantivo. Cuando a lo lejos se escucha a alguien espetar una frase como ésta: “es que todos somos egoístas”, vemos cómo quien la profirió sale triunfante, con la convicción de que nadie es capaz de gestos de generosidad, de que un destino aciago domina la naturaleza humana y de que “todo es mentira”.

Luego, cuando se aplica como adjetivo, la generalización del “todo” adopta un tono más agresivo, pues hace una partición que busca señalar una parte de ese “todo” más enfáticamente. Allí está el “todos los mexicanos somos corruptos”, o el “todos los suizos y alemanes son eficientes”, cuando no contemplan la honradez solitaria de nuestro vecino el carpintero, o la ineptitud global de cierto banquero de Zúrich. El problema de una aseveración donde “todo” sea adjetivo o sujeto es que suena a conclusión; y lo es, pero una conclusión sin análisis.

Podríamos hacer un listado nada aburrido de la miseria que hay en generalizar. Se trata, para ser más específicos, de una miseria intelectual y de una miseria, digamos, de la elocuencia (esa palabra antaño de moda). Lo que más molesta de las expresiones que arrojan esperpénticas enunciaciones es que, como ya dije, exageran. En cada generalización hay una hipérbole velada.

Justamente de la hipérbole que yace en generalizar se desprenden otros males de esta costumbre innoble de la conversación. En lo hiperbólico siempre hay un gesto de premura, de querer llegar a un fin apresuradamente, saltándose todo razonamiento. Incluso saltándose la opinión de los demás. También arrojar una generalización puede expresar pedantería, y cuanto más se exagere parece ser más efectiva para ocultar nuestra ignorancia. Allí están los comentarios insostenibles de tantas personas que presumen un sano juicio y una amplia erudición en temas tan recientes como el cine: “el cine francés actualmente es una porquería”. O el no menos osado: “A mí todo el spaghetti western me parece sobrevalorado”. Si uno fuera riguroso y grosero, procedería a la humillación pública de estas personas, haciendo las preguntas necesarias para desarticular sus conclusiones: ¿Acaso ya vieron todas las películas francesas que representan la “actualidad”? ¿Cuántos años de cine contempla esa “actualidad”? ¿Dentro de qué criterio estético está calificando el cine francés como porquería? ¿Qué de la sobrevaloración del cine western es injusta? ¿Quién la sobrevalora? Pero por lo cansado de someter a alguien a este interrogatorio, mejor nos quedamos con la frase general de los pedantes.

La gran falta moral de generalizar es de índole figurativa. Como es fácil generalizar (meter todo en un mismo saco), es difícil cambiar de hábito. La generalización se alimenta del estereotipo y a la vez contribuye a él. Es primo del lugar común y hermano del prejuicio. Además, generalizar tiende a comenzar como una forma fácil de hablar para convertirse después en una forma de pensar.

Alguien me reprochará ser demasiado severo y exigente con la conversación común. Eso no es nada si me atrevo a agregar que considero que quien generaliza disfruta menos de la vida que quienes no lo hacen. No atreverse a generalizar es una aceptación de las excepciones. Generalizar es renunciar a nuestro derecho irrevocable a que las cosas no sucedan como se espera; no veremos todos esos sucesos inesperados que pasan de lado, desapercibidos: la nieve en pleno verano, las lluvias en el desierto y el árbol seco que de pronto retoña, las plantas que crecen en el pavimento. La verdadera reflexión precisamente necesita de mucho estudio para ver las excepciones. Decir que el cine francés o una literatura son una porquería es negar la excepción de esa regla.

Podrán creer que generalizar es una práctica de clase social. Claro que no. He escuchado a hiperbólicos intelectuales aseverar cosas como “el mejor escritor de todos los tiempos”, o “el mejor poeta vivo” o “el mejor poeta del siglo XX”. ¿Qué significa eso? ¿Ya leyeron la literatura que se escribió en Madagascar, Lituania o Tailandia?

Para aquellos que me acusen de severidad, digo en mi favor que soy severo con la esperanza de escuchar menos conversaciones abruptas y poco ponderadas. Sí, soy un optimista. Para aquellos que piensen que todos los optimistas somos estúpidos, quiero que sepan que están generalizando.