Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

No hace calor. No es eso.

¿Para qué ir soltando de a poco la información sobre los personajes de una narración? Eso es lo que me pregunto. No soy tan ingenuo. Intuyo que se trata de escamotearle la totalidad al lector para mantenerlo atento al fragmento, pero no le encuentro otra finalidad más feliz ni mejor ahondada. A veces es un truco del narrador que se vuelve necesario cuando no confía en su historia o en sus personajes. Me dijeron en un taller —no importa cuál ni cuándo— que cada frase escrita tiene que hacer que la historia avance, aunque no necesariamente hacia delante, sino a veces también hacia abajo, es decir, hacia la descripción más rica de algún personaje. Supongo que a eso le llaman profundidad. Los hechos desnudos podrían llamarse, entonces, amplitud.

Cada oración es moverse hacia. El delante puede significar detrás o de lado o en círculos. El abajo puede significar apenas superficie. Hay que tomarlo en cuenta. Existen historias sin profundidad, escritas —no debiera decir descritas— en dos dimensiones. Son de corte periodístico, crónicas parcas o chistes en los que un pirata entra a un bar. No se dice mucho del pirata o del poeta que acaba de fallecer. Sólo actos y sucesos. No existen, en cambio, historias sin amplitud, salvo en los reportes policiales, en las formas de explicación de sospechosos y testigos, y en los CV para pedir empleo. Sin embargo no son historia, así como un enunciado sin verbo no es una oración, acaso una imagen o un simple legajo de realidad sacado de contexto.

Pero, ¿cuál de estos dos elementos es la base? Cuestión de orientación. Los ejes x y y son realmente intercambiables. Se transmutan si el que observa el plano inclina un poco la cabeza pasados los 45 grados. A partir del 46, el eje más horizontal es el y y el más vertical el x.

Lo mismo ha de pasar con las narraciones literarias. Inclínese un poco el lector y la profundidad se vuelve amplitud; lo largo, ancho.

No se puede decir que la historia no avanza hacia delante cuando tira hacia abajo. O que no profundiza cuando avanza. Si yo le digo a usted que el personaje tiene una herida en el bíceps; que en su adolescencia desarrolló una teoría antropológica basada en el De Anima de Aristóteles (pero nueva); que nunca supo cómo amarrarse las agujetas, en realidad estoy contándole una historia disfrazada de descripción. La historia avanza, quizás hacia atrás. Pero, una vez más, todo depende de la orientación del lector, que podría estar de cabeza.

En 1976, Rogelio Trelles decidió dejarse el bigote. Eso explica la longitud de cada uno de los pelos que le tapan hoy la boca. Tenga usted en cuenta que han pasado casi cuarenta años desde que tomó esa decisión. La madeja informativa crece porque habrá de desenrollarse. Casi no hay datos gratuitos en los textos. Y exactamente este hallazgo me lleva a la conclusión ulterior.

Los datos que no interesan a una historia están condenados al olvido. No se rescatan nunca. Si una historia ha de ser narrada es porque lo merece. Las otras, las historias o las partes de historia que nadie mienta después, pueden ponerse en duda absoluta. ¿Sucedieron? Quizás no. O sí, pero nadie las echa de menos. Si un dato aparece, debe ser relevante. En algún sentido, pues. No siempre de forma directa o evidente. Indicios, revelaciones, causas. Todo lo que no avanza en el eje horizontal, es algo de aquello.

Cada palabra debe ser elegida con cautela. Ha sido elegida con cautela si usted lo lee —y si lo que lee no es un informe policial o un currículum vitae.

Rogelio está quieto, inactivo. Su bigote sigue creciendo.

Avanzar, qué término tan occidental.