Chet Faker: soul electrónico hecho de cristal
Belinda Cannone, cuyo pensamiento forma parte de la sociología contemporánea, dice en El sentimiento de impostura: “Nosotros hemos llegado a ser puros individuos, en el sentido de que ninguna ley moral ni tradición nos indican desde fuera cómo debemos ser ni cómo debemos conducirnos” (Biblioteca Nueva, 2007). Esta premisa nos invita a pensar en la gran libertad que existe actualmente para la decontrucción y el reciclaje.
Bajo este supuesto, existen músicos que tal pareciera quisieran jugarle una broma a sus escuchas a la hora de nombrarse con un juego de palabras que alude a alguien más, un artista antecedente. Cito tres ejemplos: Dj Harvey por Pj Harvey, Com Truise por el actor Tom Cruise y Chet Faker aludiendo al gran jazzista Chet Baker.
El asunto es que sólo algunos con el bagaje cultural suficiente habrán de detectar la humorada. Tal vez sea más evidente a la hora de evocar al protagonista de Top Gun y Ojos bien cerrados, ya que, posiblemente, la rockera de Cornwall no sea tan masiva; mucho menos lo es el trompetista norteamericano Chet Baker, nacido en 1920. Aunque este último sea una figura del jazz que supo llegar a un gran público, las nuevas generaciones no parecen ser muy conocedoras del género y del legado del compositor de “My funny Valentine”.
Reciclar el nombre de estos personajes tiene su gracia, ya que representa un homenaje hacia ellos. Tal es el caso de Chet Faker, que retoma el nombre del intérprete de leyenda que influyó al mismísimo Charlie Bird Parker, Chet Baker.
Este joven australiano marida al soul con la electrónica lenta. Nativo de Melbourne, Nicholas James Murphy, alias Chet Faker, tal vez tomó la decisión de crear un alter ego para no ser confundido con el otro James Murphy, famoso por ser el hombre fuerte de LCD Soundsystem y de la emblemática disquera DFA de Nueva York.
Las actuales circunstancias en torno a la música nos llevan de sorpresa en sorpresa: Faker todavía no tenía editado su primer LP cuando ya había recorrido importantes Festivales, incluida la serie de presentaciones de música electrónica avanzada Boiler Room. También el año pasado visitó México para actuar en el Lunario del Auditorio Nacional. Todo esto con un repertorio de apenas unos cuantos temas incluidos en el EP Thinking in Textures, realizado hace dos años, y unas piezas sueltas como “Drop the Game”, que trabajó con Flume.
Apenas debutó con su disco de largo aliento Built on a glass (Future Classic, 2014) y ya se muestra como un jóven veterano que creció escuchando jazz y soul. En su cuenta de Soundcloud define su propuesta artística como: “music for humans”. Una manera muy general de referirse a lo que podría describirse como soul digital, muy al estilo de James Blake y James Vincent McMorrow.
No se trata del trabajo de unos Dj ―aunque en sus comienzos también hicieran sesiones pinchando discos―, aquí hay músicos tocando el teclado, lanzando secuencias, bajos densos y profundos, y lo más importante, cantando con muchos feeling ―como lo hicieran los viejos héroes.
Cierto es que hay en su música algo de nostalgia y ánimo por recuperar a esos viejos intérpretes de bar y vodevil, entonando con fragilidad y una voz que casi se quiebra en cada tema. Algo que, sin duda, ha atrapado a los más de 100 mil seguidores que ya tiene en redes sociales y otras plataformas. El crecimiento tan rápido de su popularidad es lo que lo mantiene viajando casi de forma permanente; así es el ritmo de vida de estrellas emergentes de la sociedad global.
El australiano tiene un estilo intimista, lánguido… con el que consigue emocionar a sus escuchas. Lo que es evidente desde “Release your problems” y su belleza con la que abre el disco. Este hombre sabe cómo hacer pausas, aprovechar los silencios o algo tan simple como un chasquido de dedos ―otro elemento muy vintage.
Built on Glass parece estar dividido en dos partes. La primera es más lenta y sentimental y la segunda se abre a piezas que van tomando un poco de mayor velocidad y en las que se agregan nuevos matices. “Talk is cheap” ―el sencillo― se adscribe a lo ya conocido, luego viene la transición entre “To me” ―otro de los mejores temas― y “Blush”.
Se trata de una segunda parte virtuosa que contiene las mejores dos canciones del álbum: “1998”, que a estas alturas ya sirve como himno generacional ―lleno de desamor y frustraciones―, y los maravillosos hallazgos rítmicos de “Cigarettes & Loneliness”, que además juega con voces y coros (se disfruta que sea la más larga de todo el lote).
Un disco con 12 segmentos llenos de pasajes evocadores; es soul digital que provoca muchas cosas con su sutileza. Ahora que estamos rodeados de tanta artificialidad nos viene bien una propuesta exquisita que también nos dé la oportunidad de pensar y viajar. Chet Faker nos regocija mientras alrededor la realidad se desmorona, como si fuera un poema del inglés Philip Larkin: “Todo ese lento día / tu mente queda abierta como un cajón de cuchillos”.