Tierra Adentro

Cada vez que alguien opina sobre vinos me da por pensar en mi amigo Ernesto Pagazaurtundúa. Ernesto es psicólogo, pero su verdadera pasión ha sido siempre la vinicultura. Esta pasión lo llevó a inscribirse hace unos años en una afamada universidad europea —de la que ahora habla a la menor provocación— en donde realizó una especialidad en enología con la intención de poner una planta vinícola y eventualmente lanzar su propia marca de vinos.

De vuelta en México, armado con su flamante especialidad, su sensible y educado paladar, y con los conocimientos adquiridos durante la carrera de psicología, Ernesto abandonó sus aspiraciones vinícolas y en cambio decidió poner su propio consultorio para comenzar un muy lucrativo negocio de terapias de personalidad para vinos.

Combinando el método Gestalt con las teorías del aclamado psicólogo alemán Reinhart Müller (famoso por haber publicado junto con Erich Fromm un revolucionario y controversial tratado sobre personalidad titulado «Was Figur von Sex and the City Bist Du?», que en 1931 provocó un cisma en la psicología tradicional por su propuesta de clasificar a las personas en cuatro perfiles psicológicos básicos: Samanthas, Carries, Charlottes y Mirandas), Ernesto se convirtió rápidamente en el psicólogo favorito de varios de los vinicultores más reconocidos del mundo, que no tenían empacho en cubrir los ofensivos honorarios de mi amigo a cambio de obtener un minucioso perfil de personalidad con el cual adornar las etiquetas de sus vinos.

Uno de sus más reconocidos clientes fue don Ignacio de la Fuente, fabricante del muy exitoso Viña de Agracejo, un Pinot Noir que se convirtió en el primer paciente de Ernesto, y que causó revuelo con su «intensidad, franqueza brutal, aroma afrutado con dejo a madera del comedor de casa de la abuela y una leve pero encantadora neurosis que se comunica con el paladar a gritos», y que según críticos y conocedores lo convertían en un vino elegante y sarcástico, ideal para acompañarlo con un buen pescado o para discutir con él sobre política.

Gracias también a Ernesto, el infame y legendario Chateau Mont Perrier de la Casa Guy Maréchal (ahora considerado una rareza y prácticamente imposible de conseguir) se quedó en las bodegas para ser posteriormente destruido después de que lo declarara excesivamente nervioso y con una tendencia patológica a mentir, manipulador en su entrada de boca, áspero, agresivo y con una clara agenda antisemita.

«A pesar de su agradable textura algodonosa y del ligero sabor a paja mojada con dejos de viruta de lápiz bicolor que se pueden percibir en los primeros tragos», escribió Ernesto en su reporte final, «Chateau Mont Perrier no deja de ser un vino más bien agrio, con accesos de rabia súbitos e injustificados, una marcada tendencia a la depresión y un desprecio absoluto por las reglas del comportamiento en sociedad. Su vino, estimado monsieur Maréchal, es en pocas palabras un psicópata en potencia».

El éxito profesional de Ernesto trajo a su vez algunos inconvenientes para nuestro círculo social. Llegar a su casa con una botella de vino se convirtió en una auténtica tortura, e implicaba tener que escuchar un detallado análisis sobre su personalidad y características aún sin haberlo solicitado.

—Este Merlot es bastante amable y expresivo pero después de un rato aburre —declaró una noche durante una reunión, después de darle un par de tragos al vino que yo había llevado y de interrogarlo sobre su relación con sus padres—. El buqué no es desagradable pero su complejo de inferioridad y la conversación monotemática de sus sabores hacen que el paladar se adormezca a los quince minutos de darle un trago. Es un típico rasgo de ese tipo de personalidad que los psicoanalistas alemanes llaman Grau, o Gris, y que se puede encontrar en vinos de Tetra Pak o en vinos provenientes de Sudamérica.

Nuestras ganas de abofetearlo aumentaron considerablemente cuando esa misma noche humilló e hizo llorar a un Casillero del Diablo al que sin provocación alguna acusó de cerrado, corto, hueco, deshonesto y servil, y al que despreció por su falta de carácter en la entrada de boca y el escaso rigor argumentativo en su expresión de sabores y aromas.

—¡No me importa si es alegre! —respondió cuando intentamos interceder—. ¡Está completamente desequilibrado!

A pesar de su pedantería y prepotencia no podíamos más que reconocer el talento de Ernesto, que no conforme con diagnosticarlos era también capaz de convertir vinos mediocres e insípidos en bebidas con verdadera personalidad. El Prado de Castilla, un español acartonado, corriente y con un ligero aroma a sudor de caballo, logró superar los complejos que cargaba desde la barrica y convertirse en un vino maduro y elegante en solamente cuatro sesiones. Algo similar logró con un Cabernet Sauvignon que por cuestiones de ética profesional permanecerá en el anonimato, pero que al iniciar el tratamiento presentaba un severo trastorno antisocial, sabor pasivo agresivo y un fuerte aroma a vainilla que lo habían convertido en la burla de los otros vinos. Tres meses de terapia bastaron para convertirlo en un vino persistente, alegre y fresco, que según los paladares más exigentes se podía beber en todo tipo de situaciones sociales sin hacer el ridículo, y que destacaba por su personalidad juguetona y proactiva, sus sabores frutales y ligeramente ahumados, y su nariz terrosa con reminiscencias de arcilla mojada de una cancha de tenis en la que se acaba de jugar un partido de cinco sets.

Fue precisamente gracias a los consejos de Ernesto que yo mismo me decidí a terminar esa larga y enfermiza relación de co-dependencia con Villa Ojeda, un argentino empalagoso, decrépito y sumamente chantajista, que estuvo apunto de matarme durante uno de sus frecuentes brotes psicóticos, y que de no haber sido por la oportuna intervención de mi amigo me habría arrastrado a una espiral avinagrada con dejos de madera de Formaica y aromas herbáceos obsesivo compulsivos de la que difícilmente hubiera podido salir sin la ayuda de un profesional como él.


Autores
(Ciudad de México, 1985) es autor de Y, sin embargo, es un pañuelo (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2014). Estudió la Licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde no ha regresado y quedó a deber varias cuotas de estacionamiento. Es apasionado del cine, de Monty Python y de escribir semblanzas biográficas en terecera persona. Tuitea como @emedebaena