Tierra Adentro

Titulo: El uranista

Autor: Luis Panini

Editorial: Tusquets

Lugar y Año: México, 2014

El cuerpo es una de las obsesiones más evidentes en la narrativa de Luis Panini (Monterrey, Nuevo León, 1978). No por casualidad uno de sus libros de cuentos se titula Terrible anatómica (2009). Y en sus recientes novelas, el cuerpo humano vuelve a ser el tema central: Esquirlas (2014) trata sobre la progresiva debilidad de una mujer que finalmente muere de cáncer y, ahora, en El uranista un viejo decrépito y maniático goza al observar los cuerpos jóvenes que muestran sus atributos sexuales y ciertos humores, como el sudor. La visión de Panini sobre el cuerpo es lúgubre, casi podría decirse dañada. No es curioso, por lo tanto, que en el edificio donde vive el viejo una noche aparezca una mano, evidentemente de un cuerpo cercenado.

En El Uranista, Panini lleva al lector durante un fin de semana en la vida del viejo para confirmar sus manías y obsesiones, que lo llevan a tener una vida aislada, lejos de los peligros del mundo (barandales con millones de microbios, fobia a los elevadores, poco contacto con los seres humanos que lo rodean, como sus vecinos). Es en ese mundo en el que el viejo lleva a cabo a escondidas, desde luego, dos de sus mayores de sus placeres: el primero, inocuo, el armado de todo tipo de rompecabezas; el segundo, nada bien visto, contemplar cuerpos jóvenes en revistas o folletos que recorta para su propia colección, pues en nuestra sociedad políticamente correcta un paidofílico es un enfermo, un “degenerado”, como varias veces se dice en la novela. Y cuando tiene la oportunidad de tocar un cuerpo joven sólo se da en una circunstancia extrema en la que no puede quedar como un enfermo sexual, aunque el temor sigue latente. Así, lo único que le produce placer al viejo también le provoca vergüenza, oscila entre el deseo y dolor, entre la autorepresión y la pena ajena.

Sin embargo, debo confesar que me costó trabajo entrar en las páginas de El uranista, algunas oraciones debía releerlas porque sus descripciones son perífrasis a las que les ayudaría recortándoles tanta paja; por varias palabras a veces llegué a pensar que leía una mala traducción de una novela publicada en una editorial española o, en definitiva, hay palabras mal usadas, como “incertitud” (p. 31), traducción literal del inglés “incertitude” que en español es “incertidumbre”, peccata minuta pero que parece que no pasó por un editor o corrector de estilo que la detectara y corrigiera. Como al viejo, también mi función de lector pasó por el placer y el dolor.

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