Tierra Adentro
Ilustración realizada por Mildreth Reyes

Cada vez es más común leer y ver noticias de que la San Fe está cada vez peor, más peligrosa. No sé si es porque, a pesar de ya no vivir cerca de ahí, aún sigo con nostalgia algunas páginas de Facebook que hablan de la colonia, de los vecinos, los comerciantes, pero también de los delitos que cada vez son más recurrentes, o que más bien, ahora son más visibles, porque los problemas de estas colonias que habitan las periferias de la ciudad, siempre han estado ahí.

Al menos tiene dos años y medio que no vengo, con la pandemia y todo lo que ha pasado en este periodo, me fue imposible visitar uno de los lugares que más aprecio por todos los años en los que mi familia y yo trabajamos ahí, pero hoy por fin regresaré. Esta vez estoy emocionado porque les daré un pequeño recorrido a dos amigos que no conocen este tianguis que cada domingo se pone apenas comienza salir el sol. El punto de encuentro será a las dos de la tarde en el mercado de la colonia que se encuentra sobre la Av. Dolores Hidalgo, porque les prometí que ahí comerían unas gorditas rellenas de carnitas y también los famosos tacos de cecina que alguna vez visitó el youtuber Peluche Torres.

Como a esa hora es un poco tarde llegar a la San Fe, Gabo y yo nos adelantamos para hacer nuestro habitual recorrido que comienza en una de las entradas más recurrentes del tianguis, por el mercado 25 de julio, a un costado de la Av. Gran Canal.

Llegar a las inmediaciones del tianguis no es complicado, pero suele ser peligroso y como en la mayoría de las colonias populares y conflictivas, la delincuencia siempre está rondando y puedes caer en la ruleta rusa de quienes se dedican a eso. Pero afortunadamente, hay opciones de llegar al famoso tianguis de la Alcaldía Gustavo A. Madero, considerado el más grande de Latinoamérica con poco más de siete kilómetros que se desbordan como ríos por avenidas como Villa de Ayala y León de los Aldama o bien, por calles como la 20 de noviembre, Emiliano Zapata o Morelos, tan solo por decir algunas.

Se puede llegar desde el Estado de México por los municipios de Ecatepec o Nezahualcóyotl, pero también por colonias aledañas como Casas Alemán, Campestre, Providencia o Nueva Atzacoalco. Antes llegaba desde Ecatepec, pues vivía a escasos 20 minutos del tianguis, tomaba una combi o camión que pasaba a unos metros de mi casa, pero al cruzar por una de las colonias (Las Vegas) más peligrosas del Municipio, a últimos años prefería tomar un taxi que cobraba entre 25 y 30 pesos y así evitar problemas.

Ahora que vivo más lejos, me es más fácil tomar el metro desde Eugenia y llegar hasta la estación Carrera (con transbordos incluidos) para después, de igual forma tomar un taxi que recorre parte de la Av. San Juan de Aragón y kilómetros adelante dar vuelta a la izquierda para entrar a la Av. Gran Canal que nos lleva hasta el famoso mercado de la 25 de julio. También puedo llegar por Neza, arribando a la estación Impulsora (e igual tomar un taxi), pero me gusta llegar por Carrera y hacer el recorrido de la Av. Gran Canal, evocando la gran canción de Polo Pepo, “San Felipe es punk”, en la frase que dice, si nos quieres conocer, no te vayas a perder, solo tienes que seguir, las aguas del gran canal, las aguas del gran canal. Y aunque ya no hay agua (a menos que llueva mucho), ese canal entubado y pavimentado convertido en avenida, me hace creer que por ahí, como dice la canción: jamás podría perderme.

Aunque suene a cliché, cuando uno va creciendo termina por entender a sus padres y en mi caso, cuando niño o adolescente no me gustaba entrar por la calle de Emiliano Zapata (por la que ya siempre entro), no había nada para mi pues toda la calle estaba llena de herramientas nuevas y usadas, llantas y rines de dudosa procedencia, estereros nuevos y robados, artículos para el hogar como jabón, papel de baño, pastas, shampoos y cremas, sabanas y colchas para la cama, lámparas, focos, y un sinfín de chácharas que bien podrían ser objetos de coleccionistas. Sin embargo, ahora en esa calle que es la principal de mi papá al hacer las compras de la casa, poco a poco se ha vuelto lo mismo para mí. Desde que vivo con Gabo, de vez en vez hay cosas que arreglar o que poner y esa calle es la solución perfecta para comprar herramienta o todo eso que se ocupa. Ese día como cada que voy, compré varias cosas que necesitaba: guantes de hule y de tela, plaquitas para evitar picaduras de mosquitos, navajas de rasurar, un par de aromatizantes para los baños, pilas para los controles, tres focos LED, dos desarmadores pequeños y un par de cintas canela.

Y aunque el ambiente se siente raro pues hay poca gente y varios espacios vacíos de puestos y comerciantes que faltan, sigo caminando con la seguridad que me da haber trabajado y habitado en ese tianguis cada semana a lo largo de más de 13 años, en los que de una u otro manera, el tianguis de la San Fe me hizo parte de él.

Después de hacer las compras necesarias, Gabo y yo acostumbramos ir por una cerveza de barril para después, con vaso de a litro en mano ir a comer unos tacos de cochinita pibil, sin embargo ese día el lugar en donde acostumbramos comprar las cervezas cambió su giro, si bien siguen vendiendo comida, la cerveza ya no es parte de su menú, ni siquiera estaba abierta la puerta que da a un patio de una casa que hasta antes de la pandemia, servía de bar para quienes querían descansar o refrescarse del calor. Me atrevo a preguntarle a la señora que prepara los tacos el por qué ya no venden la cerveza de barril a lo que de inmediato me responde, ya no nos dejan joven, la delegación está muy pesada, ya mejor ni intentarle. Me decepciona saber que no podré traer más adelante a Carlos y a Santiago y que tendré que buscar otro lugar en el cual podamos parar a descansar.

El calor está muy fuerte, hace años que no lo sentíamos así y la sed empieza a hacer estragos. En nuestro recorrido no encontramos quien venda cerveza, ni siquiera refrescos preparados, las famosas micheladas de la San Fe parecen haberse extinguido con la pandemia, pero enseguida, vemos un puesto que está vendiendo cervezas medio a escondidas, le pido un par pero me dice que aún no pueden vender, que el operativo aún está vigente pero que en media hora ya no habrá bronca. Decidimos comprar dos latones en una tienda y ahora sí, ir a comer esos tacos que queremos.

Recibimos el mensaje de Carlos que nos dice que están a punto de llegar, el tiempo se ha pasado y estamos algo lejos del mercado, caminamos a paso rápido para que no se queden solos tanto tiempo: por un momento, todo lo que he leído de la San Fe me preocupa que les pase a ellos. Llegamos al encuentro y al verlos, nos saludamos y entramos por el segundo pasillo del mercado en donde se encuentran los famosos tacos de cecina, pedimos un par para cada quien y luego a las gordas de carnitas que se sirven para ir comiendo. Mientras terminamos la garnacha, otro amigo me avisa que viene en camino, parece que la fiesta después del recorrido, será un pacto cerrado.

Alberto llega con su esposa e hija y en el recorrido ahora somos siete. Empezamos sobre la avenida principal, por la que pasan los camiones que cruzan gran parte de la GAM y del Estado de México, les digo que sobre esta, la Dolores Hidalgo, del 2 al 6 de enero se pone el famoso tianguis de juguetes donde trabajé año con año de los l3 a los 20 años y que visitarle de noche es otra gran experiencia y que solo se recorre en línea recta de Av. Gran Canal (por donde entramos) hasta la Av. Orizaba. Me preguntan si aún tengo familia que trabaje aquí y les digo que solo un par de primos siguen vendiendo en el tianguis de los Reyes Magos, como también se le conoce, pero ya no venden juguetes como tal, o sí, solo que ahora son drones que están muy de moda entre chicos y grandes.

Les digo que en esa esquina de Apatzingán y Dolores por la que pasamos, esta uno de los mejores caldos de gallina que he probado y que, de haber llegado temprano, hubiéremos podido desayunar unos tacos de tripa con una pancita en Los Chundos, lugar donde según dicen, algunos integrantes de Panteón Rococó caían ahí para curarse la cruda, ¿neta?, me pregunta Carlos, respondo que al menos, un poster firmado por algunos miembros de la banda, da legalidad al hecho. Lo que sí les aseguro es que en ese lugar como en algunos otros de la zona, a veces mi abuelo iba a trabajar ahí junto al trío en el que tocaba, cantando algunas canciones a ritmo de bolero.

Los llevo por la calle de Apatzingán hasta Villa de Ayala, porque quiero mostrarles donde estaba el puesto de mi papá cuando trabaja ahí y mientras caminamos, vemos ropa nueva de todo tipo, pero no de marcas de “renombre”, les digo que, en casi toda esa calle, la ropa es hecha por los mismos comerciantes o comprada de mayoreo en Canal del Norte, Mixcalco o Tepito, para después venir a venderla acá, seguramente de manufactura china. Al llegar a la esquina de Ayutla y Villa de Ayala, les muestro el puesto de dos metros en los que mi papá vendía lentes para el sol, cajetillas de cigarros americanos y casetes para grabar audio y video. Les cuento que ahí cuando niños, mi hermano y yo le ayudábamos a acomodar lo que se vendía para luego, después de desayunar, jugar casi todo el día al futbol, los tazos o canicas con otros niños que también estaban ahí porque sus papas eran comerciantes. Eso lo hice de los 6 a los 11 años, porque después me fui a ayudarle a mi abuela con su puesto en otra calle de la San Fe.

Hace poco le pregunté a mi papá el año en qué empezó a trabajar ahí en el tianguis y sin dudarlo, me dijo que comenzó en 1989, justo un año después de que nació mi hermano. Me dijo que empezó con ese segundo trabajo porque ya con dos hijos, los sueldos de maestros de la SEP que tenían él y mi mamá no les era suficiente para todos los gastos. Afortunadamente con ese puesto en el tianguis pudieron crecer y obtener más dinero que les permitió construir su casa.  De igual forma, al ver que el negocio iba en aumento, en 1992 mi abuela decidió también poner su puesto, uno enorme en el que vendía ropa de bebe y vestidos para niñas, que por muchos años fue muy redituable.

Al seguir caminando les muestro la peluquería en donde desde pequeño y hasta antes de cambiarme de casa, iba a que me cortaran el cabello, de los tres peluqueros que conocí de solo queda uno, que era el más joven. Les digo que a lado del puesto que era de mi papá y que ahora es de una amiga suya, vendían todo tipo de saldos que el Palacio de Hierro desechaba, desde ropa hasta juguetes, incluso muebles que se vendían a una tercera o cuarta parte de lo que lo hacían en las tiendas. Sin embargo, ya nada de eso está y ahora solo venden ropa de paca.

El calor sigue muy duro y las micheladas aún están escondidas, paramos en una tienda y compramos aguas y cervezas en lata, las bebemos mientras caminamos hasta llegar a la calle de Morelos en donde se vende ropa de marcas como Zara, Old Navy, Bershka, Miniso o Pull & Bear, a veces está más barato aquí que en las plazas. También les digo que hay tenis de la marca que quieran pero que se fijen bien porque la mayoría son clones.

Mientras camino voy recordando a esos personajes que cada domingo estaban en el tianguis, como un señor que vendía esas mal llamadas tlayudas (invención chilanga de una tostada verde de maíz a la que le ponen, salsa, nopales y queso), a bordo de un carrito de supermercado y que, de vez en vez gritaba ya llegó el sabroso, espantando a propósito a transeúntes que se le cruzaban en su andar de vendimia. O bien a otro señor algo mayor que, en silla de ruedas, cada domingo llegaba alrededor de las 2 de la tarde para ponerse en una de las esquinas del puesto de mi abuela y pedir dinero, podría regalarme un pesito, repetía una y otra vez a la gente que pasaba o se detenía en nuestro puesto a comprar. Sin embargo, algo no cuadraba con él, parecía que no necesitaba tanto de la limosna pues, al ir a recogerlo, muchas veces llegaba por él gente bien vestida y muchas veces hasta en coche se lo llevaban, lo más extraño que le vimos fue cuando lo cachamos comprando lencería muy sugerente con el dinero que obtenía en el día, algo gracioso porque lo hacía recurrentemente y cada que mi abuela lo veía en esa acción casi siempre repetía: con razón siempre desconfié de ese cabrón.

Ahora vamos por la calle 20 de noviembre en donde les digo que, en esos puestos, toda la ropa, aunque de paca, es original, aunque de dudosa procedencia. Ahí encontrarán también zapatos, carteras, cinturones, mochilas o lo que haya traído el camión decomisado, eso sí, siempre un poco más barato todo que en las tiendas departamentales, lo malo es que los vendedores como te ven te tratan y le suben el precio a su antojo, por eso mi hermano decía que había que ir disfrazados con la ropa más fea que tuviéramos.

Casi esquina con Cuauhtémoc, los llevo al puesto de ropa de paca en la que mi mamá nos compraba casi todo cuando éramos niños, les digo que aquí sí hay calidad pero que hay que meter mano sin miedo. La ropa de marcas americanas en ese puesto ronda de los 60 a los 200 pesos según le calculen los vendedores que entre chiflidos y gritos de:

 

Ropa ropa ropa barata

           Ropa ropa ropa se remata la ropa

                          Bara bara bara bara bara bara bara

                                        De a viente varos de a veinte varos

                            Damas damas de este lado ahí lo estamos rematando                  

                           De este lado de este lado de este lado ahí está la ropa bara

 

…siempre terminan por invitarte a sumergirte en esas montañas interminables de telas.

Después de algunos minutos buscando algo que valga la pena, Gabo encuentra un suéter y un par de blusas que no duda en comprar, después de eso, les muestro a lo lejos el teatro Carlos Colorado, nombrado así por el fundador del famoso grupo musical La Internacional Sonora Santanera.  Les digo que cada año por octubre, viene La Santanera y da un concierto gratuito que conmemora el aniversario de dicho lugar. Recuerdo que cuando vendía aquí, ese día la gente compraba mucho más o al menos, la asistencia al tianguis era bastante y siempre salíamos muy beneficiados con las ventas, solo que había que levantarse más temprano de lo habitual para que no nos ganaran el lugar algún otro comerciante.

Por fin encontramos unas micheladas que tardarán un poco porque las están preparando a escondidas desde una casa para que el operativo no los sancione. Compramos una para cada quien y mientras esperamos nos ponemos al día: el trabajo, la familia, la nueva bebe, todo parece ir bien. Les digo que es una lástima que ya no podrán conocer el lugar al que iba a tomar cervezas y a escuchar música en vivo con tríos de norteños que llevaban contrabajo y toda la cosa o bien, un par de esquinas en donde me tocó ver a bandas de rock y punk tocando mientras la gente con cerveza en mano, los veía sin ningún problema.

Seguimos caminando y la tarde empieza a caer, los puestos se están quitando y aún nos falta ir a los vinilos, sin embargo, al llegar al puesto ya es tarde y ya se han ido ante la amenaza de lluvia. Aún con sed, empezamos a buscar otro lugar donde tomarnos otra cerveza, pero no hay nada, decidíos caminar sobre Ejido y pasar por el último lugar que quiero mostrarles.

Casi esquina con Independencia, les muestro el lugar en el que estaba el puesto de mi abuela y en el que trabajé de los 12 a los 18 años, armando un puesto doble de seis metros de largo y tres de alto. Les cuento que entre mi hermano y yo armábamos ese puesto de tubos enormes y gruesos, tablones de madera pesadísimos y rejas que estaban más altas que nosotros. Siempre hubo alguien más que nos ayudaba, pero nunca constante porque no aguantaban el ritmo, los que más solo duraban algunos meses y los que no, si acaso dos semanas. Les cuento que la rutina era casi siempre a misma: llegar, armar el puesto, sentarte a desayunar de a rápido una torta de tamal con un atole y después, acomodar la ropa o lo que estuviéramos vendiendo. Más o menos nos tardábamos dos horas en todo eso, luego a las dos de la tarde, comíamos con un presupuesto de máximo 40 pesos que podían ser tacos, tortas, quesadillas o taco placero, uno decidía siempre y cuando no se pasara de esos 40 pesos por persona a menos que una tía llegara y nos invitara la comida, ahí si podíamos pasarnos del presupuesto. Luego como a las 4:30 si no había gente o vendimia, a levantar todo, pero eso ya era más rápido y en máximo de una hora y cachito, ya habíamos terminado.

Comienzo a mapearle a Gabo algunas cosas de esa parte del tianguis, le platico que a tres puestos del de mi abuela había una chica que vendía corsetería y que me gustaba, pero nunca le hablé porque era cinco años mayor que yo. Que justo atrás de ahí, estaba la casa donde guardábamos todo el puesto: lona, bancos, tablas, tubos, rejas. Que, a un lado de la iglesia, a mi abuela le gustaba comer caldo de gallina. En ese otro de allá, siempre que jugaba la selección, me acercaba porque eran los únicos que conectaban una televisión grandota para ver los partidos. Que justo en este enorme puesto de al lado, había un señor al que mis tías le pusieron el Rey Mago porque se parecía a Gaspar: robusto, de cabello largo y crespo, con barba larga casi rojiza. Ahí sus trabajadores gritaban uno de los slogans más buenos que he escuchado en un tianguis: señora de la vuelta y vuelta con la bolsa vacía y con la boca abierta, acérquese por este lado, pura ropita de calidad, bara bara bara.

Alberto ve que a unos metros de donde les cuento todo, hay una casa que vende micheladas, nos acercamos y bromeamos si sería seguro quedarnos, nos decimos que no pasa nada y que hemos estado en lugares más peligrosos, además soy de la San Fe y nunca me ha pasado nada ahí. Aunque esta casa no abre su patio, tiene bien delimitada la calle de Independencia para que puedas degustar tus bebidas sin temor a que pasen coches, éntrenle, no pasa nada, aquí la poli si nos da chance, nos dicen. Pedimos bebidas para todos, cervezas unos y azulitos otros, la música a ritmo de reggaetón ameniza el ambiente y nos dicen que, si necesitamos baños, podemos entrar a la casa con costo extra de 5 pesos.

En el andar nos quedamos con ganas de alguna que otra garnacha más que, hasta antes de la pandemia, eran muy usuales a lo largo del tianguis: quesadilla de sesos o de queso con huitlacoche, aguas frescas o algunas paletas de hielo, incluso nos faltó alguna espiro-papa o botana exótica. Quizás este domingo no tuvimos suerte o la pandemia hizo más estragos de lo que podemos creer.

Empiezo a recordar todas esas leyendas que del tianguis se han contado desde que comenzó a existir en el año de 1967: que venden drogas en cada esquina, que todo el tiempo roban, que todos los productos que venden son pirata o robados, que siempre estafan o que si entras ya no sales. También otras cosas más inverosímiles pero que de cierta forma, le dan un dejo de misterio al tianguis de la San Fe, como que, dentro de él, se ha vendido una turbina de un avión, un barco y hasta un cráneo de dinosaurio. No sé qué pensarían esos primeros comerciantes que decidieron empezar a vender aquí sus herramientas usadas y sus fierros viejos, pero sin duda, creo que estarían orgullosos de todo lo que se dice de aquí.

Sentados en la banqueta y en un par de bancos que nos dieron los de las micheladas, seguimos platicando de la San Fe y de otras cosas, lo gracioso es que estoy a tan solo unos pasos de donde antes trabajaba con mi abuela y eso me pone algo nostálgico. Dice Polo Pepo en ese himno que hizo de la San Fe que en este lugar parece que el tiempo se detiene, a ritmo de rock y punk, yo agregaría otros ritmos más como el high energy, las cumbias, las guarachas, el reggaetón, los gritos, los silbidos y hasta las carcajadas. Al final ya no sé si les di el recorrido a ellos o a mí mismo, solo sé que me gusta estar aquí, rodeado de amigos y divirtiéndome un rato, en uno de los lugares más significativos en los que he habitado a lo largo de mi vida.

 


Autores
(Ciudad de México, 1985). Es narrador y periodista. Escribe sobre música, futbol, terror y literatura en diversos medios impresos y digitales. Fue becario del FONCA (2015-2016) y del PECDA del Estado de México (2014-2015), en ambas como joven creador en letras con especialidad en cuento. Estudió la Licenciatura en Creación Literaria en la UACM y la Maestría en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana. Actualmente da clases de periodismo y de escritura creativa.

Ilustrador
Mildreth Reyes
(Martínez de la Torre, 1999) Estudió la Licenciatura en Arte y Diseño en la Escuela Nacional de Estudios Superiores, UNAM campus Morelia. Dicha formación le ha permitido reflexionar sobre distintos aspectos de la comunicación visual. Ilustra y escribe para anclar vivencias, pensamientos y convicciones a su mente, tenerlas presentes en su propio proceso y guardarlas a través de la forma.