Tierra Adentro

Definir la obra de un escritor atado en el imaginario popular a las luchas sociales de un tiempo convulso y determinante no es tarea fácil. En el caso de José Revueltas, tal vez no sea posible desligar del todo sus textos y sus personajes, atmósferas y paisajes de su ideología política, sus estancias en la cárcel y la crítica que —en su momento, y todavía ahora— reciben sus palabras. Doce jóvenes autores mexicanos con distintos perfiles y de diferentes ciudades fueron convocados a reflexionar en torno a la literatura del autor de Los muros de agua. Como resultado El vicio de vivir es un conjunto de ensayos que aborda la literatura de Revueltas en todos sus géneros: los cuentos, las novelas, su poco conocida poesía, las obras dramáticas y guiones cinematográficos; además de su visión del universo femenino. Cada autor de este volumen encuentra una arista, un punto de encuentro, una definición para desentrañar la obra de este escritor del que celebramos su centenario.

Esta compilación estuvo a cargo de Vicente Alfonso. 

 

Un adelanto:

 

La polémica en torno a Los días terrenales

 

Por Nayeli García Sánchez

En una carta fechada el 1 de agosto de 1947, José Revueltas (1914-1976) habla de las epístolas de Vincent Van Gogh y comenta una cita que transcribe: “Es bueno amar todo lo que se puede (fíjate: todo lo que se puede y no todo lo que se pueda, es decir, todo lo que sea digno de amarse)… porque es allí donde se halla la verdadera fuerza”. La mirada sutil en el uso del tiempo verbal que denota la apostilla del escritor da muestra de su fascinación ante otro hombre atormentado por el mundo. Revueltas interpreta en las palabras del artista plástico una idea propia que desarrollará con fuerza dos años más tarde en su novela Los días terrenales (Stylo, 1949):[1] el amor es una expresión de la dignidad. Más adelante, explica: “Van Gogh [es] el colmo de la sabiduría (en el sentido bíblico de la palabra: ‘quien añade sabiduría añade dolor’) y del sufrimiento”, afirmación con la cual fundamenta su idea sobre los lazos existentes entre la condición humana y el dolor.

La idea de la dignidad en el amor y el sufrimiento debió perseguir los pensamientos del escritor de manera tenaz, pues su desarrollo alcanzará una extensión considerable en Los días terrenales, quizá la novela más polémica del escritor. A través de sus páginas se adivina un hombre cansado del mundo, impaciente ante los dogmatismos y la dureza del estalinismo; un comunista que se horroriza ante las prácticas autómatas, inconexas con una idea general de lucha, ejercidas desde un discurso de resistencia.

Cuando se publicó la novela, Revueltas debía andar por los treinta y cinco años, había pasado algunos periodos en prisión y su carrera literaria dejaba atrás tres puertos que comenzaban a legitimarlo dentro del círculo letrado de la época: Los muros de agua (1941), El luto humano (1943) y Dios en la tierra (1944). El ánimo que recibiría la nueva obra estaba sembrado con expectativas amplias sobre el crecimiento de sus letras.

Los días terrenales tuvo como hilo conductor un análisis desfavorable sobre los mecanismos de gestión del Partido Comunista Mexicano, que lo develaba como un grupo caracterizado por la ausencia de pensamiento autocrítico y por alejar la teoría comunista del trabajo colectivo. Su técnica narrativa permite varios niveles de lectura: uno local y político que discute con la militancia y narra, con base en hechos reales, los errores de organización y la atrocidad del discurso estalinista; otro más universal y literario que habla sobre la condición humana y desarrolla el problema entre el conocimiento, como vía de liberación, y la felicidad, en torno a la máxima del Eclesiastés: “Quien añade ciencia añade dolor” (1:18).

Revueltas había sido expulsado del partido en 1943, así que para 1949 su relación con los camaradas era muy tensa, lo cual influyó de manera contundente en la recepción de la obra. Entre las críticas comunistas más destacables están la de Enrique Ramírez y Ramírez y la de Juan Almagre, seudónimo de Antonio Rodríguez. La primera se publicó el 26 de abril de 1950 en El Popular; la segunda el 8 de junio del mismo año en El Nacional. Ambas opiniones atacaban al autor personalmente. Ramírez escribe:

Pero yo aún me atrevo a poner fe en la reconstrucción, en la regeneración del escritor Revueltas. Porque durante muchos años me he acostumbrado a mirarlo y apreciarlo como a uno de los jóvenes mejores de México, como a un gran artista en potencia, como a un servidor sincero de la causa de nuestro pueblo y de todos los pueblos. Y me resisto a dar por consumados su derrota y su acabamiento. Deseo creer que el divorcio de Revueltas con los hechos diarios, íntimos y palpitantes de la lucha popular, ha debilitado su sensibilidad, su noción natural de las cosas.[2]

Antonio Rodríguez incluso va más lejos cuando dice: “De hoy en adelante, el apellido Revueltas no es uno. Silvestre, el músico, es el Revueltas del pueblo, que el pueblo recordará como uno de sus verdaderos defensores y amigos. Pepe, el escritor, es el Revueltas de la parte más corrompida de la Sociedad. La odia, pero en el fondo, intenta desarmar a los que luchan contra ella. Es decir, en el fondo, es su avergonzado apóstol”.[3]

Mientras tanto, Salvador Novo y Alí Chumacero escribieron críticas positivas sobre el texto. En una nota publicada por Mañana el 2 de octubre de 1949, el primero decía:

Terminé la lectura de Los días terrenales de Revueltas. Novela magnífica. […] Las vidas de todo este mundo hurgadas en sus sorprendidas introspecciones, en el curso libre de sus recuerdos y asociaciones. Y ligadas por el hilo sutil con que las enhebra, de la manera más inesperada, con lujo arquitectural de estructura que no deja sospechar las trabes.[4]

Chumacero, desde un ensayo de México en la cultura, afirmaba el 18 diciembre del mismo año: “Unos y otros saben que Los días terrenales no es un desacierto de José Revueltas sino el pecado mortal que le hace situarse en una fidelidad literaria en la cual encuentran estrecha coincidencia el hombre y el artista”.[5]

Mención aparte merece la dolorosa crítica que el poeta chileno Pablo Neruda emitió sobre la novela en el Congreso de la Paz, celebrado en septiembre de 1949:

Acabo de leer un libro de José Revueltas. No quiero decir cómo se llama. Para algunos de los que aquí están, este apellido puede no tener significación. Para mí la tiene y muy grande. Es el nombre de una dinastía del pensamiento americano, es el nombre de una familia del pueblo que ha traducido en un alto lenguaje en la pintura, en la literatura y en la música las victoriosas luchas de un pueblo. Y hoy este nombre me trae, en las páginas de mi antiguo hermano en comunes ideales y combates, la más dolorosa decepción. Las páginas de su último libro no son suyas. Por las venas de aquel noble José Revueltas que conocí circula una sangre que no conozco. En ella se estanca el veneno de una época pasada, con un misticismo destructor que conduce a la nada y a la muerte.[6]

Con este reclamo, el poeta ponía en duda la lealtad de Revueltas hacia su propia familia (son claras, como en el texto de Rodríguez, las referencias a la obra de Fermín y Silvestre); y no sólo eso, los juicios de Neruda negaban también la posible afinidad estética entre él y Revueltas, que ha sido señalada por la crítica posterior.[7] El distanciamiento provocado por estas palabras quedaría públicamente sanado años más tarde cuando Neruda le escribe una carta conmovedora y entrañable al presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, en la que le pide la liberación de José, preso por su participación en el movimiento estudiantil de 1968. Revueltas le dedicaría a Pablo, en 1969, su novela El apando.

Revueltas mostró las costuras que unían sus intereses privados con sus preocupaciones públicas —latidos del mismo corazón— cuando, atento a los juicios de sus viejos cofrades, suspendió la publicación de Los días terrenales. Entre sus compañeros de milicia estaban sus hermanos intelectuales y algunos caros amigos, gente en la que confiaba y con la que sentía una responsabilidad que otorga el parentesco. Así que si su obra, considerada una traición, los hería, debía acallar una disonancia entre la voz de la pluma y la mirada de la familia: “de un tiempo a esta parte mi trabajo literario ha sido objeto de numerosos y graves malentendidos, que son tanto más graves para mí cuanto que provienen de mis propios compañeros de lucha”,[8] afirmaba en una Carta abierta publicada el 11 de junio de 1950 en El Nacional. A partir de ese momento, podrá verse en su trabajo una búsqueda de reconciliación entre su forma de entender el comunismo y su escritura creativa, periplo en el que también habría de conciliar las aparentes contradicciones vitales entre su trabajo literario y su participación política.

Revueltas retiró de circulación la obra, puesto que dentro de su idea del arte ocupaba un lugar fundamental la entereza axiológica y, si su texto había ofendido a sus antiguos compañeros, la lealtad y, quizá una culpa infundada, lo llevaron a tomar la decisión: “he resuelto rogar a los editores de mi novela Los días terrenales que en atención a mis deseos aquí claramente expresados se sirvan retirar de la circulación comercial los ejemplares de dicho libro”,[9] anunció el 16 de junio de 1950.

No obstante, en 1969, con renovada madurez reconocería allí su trabajo mejor logrado. Como muestra de ello nombraría la colección completa de sus escritos con el título de la novela: “A excepción tal vez de los cuentos, toda mi novelística se podría agrupar bajo el denominativo común de Los días terrenales, con sus diferentes nombres El luto humano, Los muros de agua, etcétera”.[10]

Los juicios de Ramírez, Rodríguez y Neruda apelan a las dimensiones ideológicas de Los días, lo cual podría llevarnos a pensar que no son críticas válidas; sin embargo, ¿no está la literatura compuesta por algo más que lo meramente literario? José, acaso de manera radical, reflexiona sobre ello cuando dice:

Para mí el escritor es ante todo un hecho moral, un problema de ética y no de estética. […] el escritor ha de tomar el hecho de serlo tan sólo como un accidente, un accidente biográfico y vocacional, al que debe entregarse con toda su pasión y su disciplina técnica, sí, pero al que no debe considerar nunca como un fin, como un “haber nacido para escribir y no para ninguna otra cosa más”. Porque precisamente lo que ocurre es que se nace, se vive y se muere, para hacer “esa cosa más” y no ninguna otra.[11]

Revueltas veía que, con el crecimiento de las instituciones culturales, las prácticas creativas parecían estar cayendo en una mecánica enceguecida, muestra de ello es el prestigio relacionado con la obtención de reconocimientos públicos, que legitiman dentro de un sistema cultural el ejercicio de poder político de los autores asimilados a la hegemonía; o bien en una negación de la literatura a responder por su realidad inmediata, que podía sentirse en la búsqueda por un arte “puro y desinteresado”. Estas dos cuestiones resultaban inaceptables para él, que siempre reclamó una ética que articulara el trabajo literario y cultural.

El autor era consciente de las propuestas políticas y estéticas del partido y había decidido cuestionarlas, acción de la que surge su realismo dialéctico literario, defensa de la elaboración autónoma de un arte libre para hacer énfasis o adentrarse en problemas que no necesariamente estuvieran enfocados desde un maniqueísmo proselitista. Así, Revueltas hizo de su literatura un manifiesto artístico y, a la vez, político, tanto al interior como al exterior de la novela.

La tesis central de Los días… es que el comunismo mexicano se había vuelto dogmático y estrecho, cuando lo necesario, lo imperante, era cuestionar: vivir en la continua recreación a través de la inconformidad como principal eje. Hacia afuera, el texto pedía eso mismo: permitirle al hombre poner en duda las estructuras que regulan la organización social, como única vía para alcanzar la libertad.

Los días… narra la historia de un comunismo escindido entre labores burócratas, sostenidas sobre consignas inamovibles, que justifican el comportamiento atroz de los camaradas y el ejercicio de un poder vertical entre los miembros del partido; y el comunismo de acción que se reformula conforme se apropia de los conflictos humanos.

A través de un cosmos de correspondencias y contraposiciones, se articula una discusión en torno a la práctica política que devendría en la liberación del hombre enajenado de su condición humana. Fidel Serrano y Gregorio Saldívar, personajes principales, representan praxis opuestas de una lucha por mejorar las condiciones del hombre, de provocar su escape de las estructuras burguesas de organización social. Comparten credenciales, pero han avanzado por sendas que no podrían arribar al mismo puerto. Fidel dirige las oficinas ilegales del partido en la ciudad, asiste a las reuniones generales, coordina los envíos a la imprenta y la distribución de la propaganda; Gregorio realiza un trabajo comunitario en las zonas rurales —organizadas como cooperativas de resistencia— de Acayucan, Veracruz. A estas dos posturas se agregan contrapuntos de opinión a través de las acciones y las creencias de los demás personajes de la historia.

Ambos comparten un origen común, representado en la novela por la localización temporal: los primeros tres capítulos arrancan a las 3:45 am. Inicio simbólico donde Fidel expresa su molestia ante las acciones de Gregorio, incomodidad que cobrará fuerza en capítulos posteriores:

“He intentado”, proseguía Gregorio en alguna otra parte de su carta. “He intentado…”, repitió Julia con sorda voz, obstinada en no apartar la vista del papel, “…inducir a los campesinos a organizarse en cooperativas con el propósito de que sean los comisarios ejidales los que conserven la semilla en su poder, y así se evite que caiga en manos de los acaparadores”. Otra opinión tonta. Como si Gregorio desconociera el principio inmutable de que en una sociedad dividida en clases las cooperativas están destinadas al fracaso.[12]

En tanto la lectura de la carta de Gregorio en voz de Julia, esposa de Fidel, alcanza las paredes, el cuerpo de su pequeña hija yace fatigado y caduco en un rincón del departamento. El narrador se localiza dentro de la conciencia de Fidel para mostrarnos su juicio sobre Gregorio y sobre lo incuestionable de los principios teóricos que articulan la organización de las labores del partido. Mientras Gregorio amolda su labor partidista a las necesidades de hombres concretos, Fidel se aferra a una abstracción de lo que él considera mejor para “la causa”. El hombre preocupado por un “bienestar mayor” ignora el dolor de su esposa y la atrocidad representada en el cadáver que comienza a descomponerse. Fidel no deja de trabajar ni para llorar el duelo de la niña:

—¿A qué horas —exclamó por fin— te entregarán la propaganda? —Sin embargo, todos comprendieron que, evidentemente, esta pregunta no tenía otro propósito que el de sobreponerse al dolor de Bandera e indicar que no se le debería conceder la menor importancia cuando la vida estaba tan llena de cosas que eran mucho más serias y trascendentales que esa inevitable descomposición orgánica.[13]

A esta actitud de Fidel se corresponde la de Rosendo, aprendiz que se inicia en los misterios del dogma comunista con fervorosa admiración: “La propia niña muerta, la hija de Julia y de Fidel, ¿no representaba también un desesperado símbolo de espantosa generosidad y entrega sin límites? […] Rosendo comprendía cabalmente lo que significaba haber sido testigo presencial de ese innombrable sacrificio”.[14] Existe, también, una identificación con Germán Bordes, jefe del partido, cuyo discurso “penetraba en la conciencia con una extraña claridad, por superstición pura. Tal vez sin que se escuchasen las palabras, el solo ademán permitiría trazar el orden del discurso y de sus silogismos”.[15]

En representación del lado opuesto del debate, Gregorio trabaja con los pescadores veracruzanos en una pesca clandestina. En tanto que Fidel desconfía de las cooperativas por la existencia de una sociedad de clases, el otro vive de cerca los intereses campesinos: “Gregorio casi había olvidado que el producto íntegro de aquella pesca, al venderse en el mercado de Acayucan, se destinaría a los gastos de peregrinación al santuario de Catemaco y a la compra de ofrendas y exvotos con que los indios agradecerían sus milagros a la hermosa Virgen del Carmen”.[16]

Desde una sensibilidad artística desarrollada que le permite convivir con cierta idea de lo trascendente, Gregorio, antiguo estudiante de pintura, logra experimentar la magia y el esoterismo de la vida comunal: “Alguien trajo un hachón junto a Gregorio para que se alumbrara en su tarea y esto lo hizo pensar nuevamente en el segundo monje de El Greco, en el Entierro del conde de Orgaz”.[17]  El hombre se da cuenta del complejo sistema de creencias en que se enarbola la realidad agraria: los habitantes de Acayucan contemplan en Ventura, su líder viejo, a un mago, patriarca, chamán, sacerdote, guerrero épico, pero a la vez quieren rendir culto a la virgen de Catemaco con el producto de su actividad nocturna:

Sus rasgos [de Ventura] mostraban algo de impersonal y al mismo tiempo muy propio y consciente. Primero como si fuesen heredados de todos los caudillos y caciques anteriores, pero un poco más de las piedras y los árboles, como tal vez, de cerca, debió ser en los rostros de Acamapichtli o Maxtla, de Morelos o de Juárez, que eran rostros no humanos del todo, no vivos de todo, no del todo nacidos de mujer; como de cuero, como de tierra, como de Historia.[18]

La tensión entre Fidel y Gregorio llega a su cúspide con la conversación de los dos hombres en una estación de tren, momentos antes de que Gregorio parta hacia Tampico: “‘No hay felicidad más grande que la de ser comunista’, había exclamado de pronto Fidel […] Aquello no fue una explosión lírica. En esa abominable frase se basaba el pavoroso credo de Fidel”.[19] Desde la perspectiva de Gregorio, esa afirmación es el sustento de todas las acciones deshumanizadas de su camarada, quien pretende encontrar cierta superioridad moral en su posesión de la respuesta verdadera para el bienestar del hombre. De acuerdo con Gregorio:

Los hombres se han visto forzados a pensar y luchar en función de sus fines de clase y esto no los ha dejado conquistar su estirpe verdadera de materia que piensa, de materia que sufre por ser parte de un infinito mutable, y parte que muere, se extingue, se aniquila. ¡Luchemos por una sociedad sin clases! ¡Enhorabuena! ¡Pero no, no para hacer felices a los hombres, sino para hacerlos libremente desdichados, para arrebatarles toda esperanza, para hacerlos hombres![20]

La postura de Bautista, otro aprendiz que se inicia en el comunismo, frente al proceder de Fidel se asemeja a la del joven Saldívar: “Bautista se estremeció. Horrible. […] No sólo el delirio de persecución organizado como un sistema consciente y como una norma, sino la más infinita soledad del alma como régimen único de convivencia. Con el poder en sus manos, Fidel sería una pesadilla inenarrable”.[21] Como si de sombras se tratara, Bautista y Rosendo son los ecos de la disputa entre Gregorio y Fidel. Durante esa misma madrugada original en que Gregorio está en el río con los pescadores y Fidel atiende a la lectura de la carta y al sufrimiento silencioso de Julia, ellos pegan carteles del partido en la zona obrera de la ciudad.

La crítica a los manejos del partido se construye a través de un coro de voces que problematizan la mirada sobre las acciones de los simpatizantes. La destreza literaria de Revueltas es visible en el manejo de las visiones que configuran el discurso. Los monólogos y los discursos presentes en el relato aparecen intervenidos o modulados por una voz narrativa que puede meterse dentro de los personajes y hablar como hablarían ellos. Así ocurre en el siguiente fragmento de la novela: “No importaba. Sería un triunfo, pensó Gregorio, que el sufrimiento y el dolor hicieran de Fidel nuevamente un hombre verdadero, no esa horrible máquina de creer, esa horrible máquina sin dudas”.[22]De esta manera, tenemos acceso a la mente del personaje y sabemos cuáles son sus inquietudes y pensamientos, su forma de ver el mundo: Gregorio prefiere la verdad dialéctica, la verdad cambiante y cuestionable, no la creencia ciega y estática.

La discusión sobre los modos de hacer la revolución comunista fluyen en dos ríos principales con caminos paralelos: las vidas de Gregorio y Fidel. Por un lado, la actitud de Fidel frente a la muerte de Bandera se presenta, por momentos, como su mayor sacrificio en honor a “la causa”; por el otro, el destino final de Gregorio se decide asimismo por un sacrificio: su entrega carnal a la mujer que le salvó la vida cuando asesinó al hombre que planeaba matar a Gregorio. A pesar de estar consciente de las implicaciones nefastas de su unión con Epifania (contraer una enfermedad sexual), Gregorio se entrega a ella en un gesto de amor a lo humano: “Un acto de amor, de agradecimiento, de desesperación. Tal vez, sin embargo, algo muy próximo al suicidio también. Con ese contagio consciente y deliberado, Gregorio se limpiaba, hacía un sacrificio de su sexo, un acto afirmativo de renuncia, con el cual se reintegraba a su ser la noción de pureza, de aislamiento, de soledad esenciales”.[23] Gregorio sabe que Epifania actuó movida por el amor que sentía por él, hecho que lo seduce a realizar su renuncia, para alcanzar “la verdadera desesperanza, la verdadera soledad a que debe aspirar el hombre”.[24] Este desprendimiento, experimentado en carne propia, probaría que todos los hombres pueden realizar actos similares, “que harían del hombre el ser humano por excelencia, el ser más orgulloso, doloroso y desesperadamente consciente de su humanidad”.[25]

Sin embargo, los ríos paralelos cambian su cauce y desembocan en sendos mares: la unión entre Gregorio y Epifania se contrapone a la separación de Julia y Fidel. La comunión entre dos personas las impulsa a alcanzar una condición digna y humana; mientras que un acto opuesto fortalece la ideología impersonal y alejada de los otros del hombre solitario. Un factor decisivo para ambos movimientos es la palabra. En la relación de Fidel las palabras que- dan atoradas en la mente de la pareja; hay una racionalización exagerada de los sentimientos, que atraviesan por una dudosa red moral sin alcanzar jamás el espacio que las acercaría al otro:

El horrible callar […] sustraer al conocimiento y a la comprensión de los más próximos seres […] las ideas, las palabras, los estados de ánimo […] que, de expresarse con franqueza […] tal vez fueran, dichos con ánimo de perfección, la sustancia que nuevamente soldase ese hilo tan sutil e inconfesadamente roto que de súbito produjo entre dos corazones que aún se amaban el segundo anterior, un vacío desconocido e irrespirable, inverosímil hasta la locura y cargado de empecinada soledad.[26]

Para Revueltas escribir era un acto político y, en su sentido más profundo, un acto de amor: “Yo hablo del amor en el sentido más alto, más puro de la palabra: la redignificación del hombre, la desenajenación del propio ser humano, su reincorporación, su reapropiación, y eso no puede ser sino amor puro”.[27] Compartir la palabra nos hará libres, humanos, en ella está la semilla de transformación del hombre enajenado en el hombre consciente de su futilidad y su desolación, así como la posibilidad de entender lo que hay en ello de belleza y atrocidad.

Con su novela, el escritor mostró que la literatura habla desde la carne del hombre y hay entre éste y el mundo una relación dialéctica que se articula de acuerdo con una escala de valores. Las mismas manos que labran la tierra, o se deslizan entre las hebras del cabello al despertar, trabajan sobre el papel y toda actividad humana está permeada de lo íntimo y lo cotidiano. Revueltas lo sabía y en su producción escrita hay un faro que siempre alumbra el camino: el trabajo por la libertad del hombre.

Una literatura sin lectores públicos, sin voces que le respondan, dejaría de ser un acto artístico, en tanto que abandonaría el terreno de lo social. He ahí la responsabilidad de la crítica: servir de altavoz a la recepción de la obra. Continúa siendo dudoso si las opiniones de Ramírez, Rodríguez y Neruda siguen pisando el suelo de lo literario, es cuestionable el hecho de que juzguen Los días… porque no encajó con sus ideas de lo que debería defender el arte y no por la coherencia interna de la obra o por sus logros estilísticos. Aun así no es posible ignorar que los juicios basados en la búsqueda de una consonancia entre las ideas políticas del Partido y la narrativa de Revueltas, antiguo miembro, nombran un reclamo por la responsabilidad vital del arte. Sin embargo, aunque esa exigencia sea entendible y acaso necesaria, la lectura estaba afectada por el credo en el realismo socialista que había sido proclamado como estética partidaria, a tal grado, que quien saliera del dogma artístico era por consecuencia un traidor.

El trabajo literario tiene sentido en el momento en que comienza a circular, cuando participa en el campo de lo social y de lo político. Revueltas era consciente de ello y la polémica en torno a Los días terrenales significó la confirmación de su creencia en que la libertad será alcanzada por el hombre sólo en el proceso mismo de cuestionar y criticar las fibras más íntimas de su ser.

 


[1] Para la escritura de este ensayo, consulté la edición de 1996: José Revueltas, Los días terrenales, edición crítica coordinada por Evodio Escalante, segunda edición, Colección Archivos, 15. Madrid / París / México / Buenos Aires / São Paulo / Río de Janeiro / Lima, ALLCA XX, 1996.

[2] Enrique Ramírez y Ramírez, “Sobre una literatura de extravío”, en Los días terrenales, op. cit., p. 381.

[3] Juan Almagre, “El arte en México”, en Los días terrenales, op. cit., p. 384. 4 Salvador Novo, “Diario”, en Los días terrenales, op. cit., p. 363.

[4] Salvador Novo, “Diario”, en Los días terrenales, op. cit., p. 363.

[5] Alí Chumacero, “Los días terrenales de José Revueltas”, en Los días terrenales, op. cit., p. 364.

[6]  Pablo Neruda citado en “Cuestionamientos e intenciones”, Obras completas, volumen 19, México, Ediciones Era, 1978, pp. 330-331, que aparece referido por Marco Antonio Campos en “Los días terrenales y el escándalo de las izquierdas”, Literatura: teoría, historia, crítica, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, núm. 6, 2004, pp. 82-83.

[7]“Resonancias literarias y tesis intelectuales nerudianas se espuman en toda la obra, pero es sobre todo el título, análogo al de Residencia en la tierra, el que resulta sintomático de esa similitud de intereses en el punto de partida”, apunta Marta Portal en “Destino terrenal y redención de la existencia por el discurso. Una lectura mítica de Los días terrenales”, en Los días terrenales, op. cit., p. 294.

[8] José Revueltas, “Carta abierta de José Revueltas”, en Los días terrenales, op. cit., p. 384.

[9] José Revueltas, “El escritor José Revueltas hace importante aclaración”, en Los días terrenales, op. cit., p. 389.

[10] José Revueltas, “El escritor José Revueltas hace importante aclaración”, en Los días terrenales, op. cit., p. 389.

[11] José Revueltas, “Autocrítica de Los días terrenales”, en Los días terrenales, op. cit., pp. 415-416.

[12] José Revueltas, Los días terrenales, op. cit., p. 31.

[13] Ibidem, p. 45.

[14] Ibidem, p. 50.

[15] Ibidem, pp. 137-138.

[16] Ibidem, p. 15.

[17] Ibidem, p. 19.

[18] Ibidem, p. 12.

[19]Ibidem, p. 130.

[20] Ibidem, pp. 131-132.

[21] Ibidem, p. 46.

[22] Ibidem, p. 129.

[23] Ibidem, p. 156.

[24] Idem.

[25]  Idem.

[26] Ibidem, p. 29.

[27] José Revueltas en entrevista hecha por Margarita García Flores, “La libertad como conocimiento y transformación”, en Conversaciones con José Revueltas; compilación, prólogo, notas e índice de Andrea Revueltas y Philippe Cheron, México, Era, 2001, p. 71.

El vicio de vivir

 Próximamente el librerías Educal.


Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
es narrador. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Con Partitura para mujer muerta (2008) obtuvo el Premio Nacional de Novela Policíaca.
(Ciudad de México, 1989) es egresada de la UNAM y doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Trabajó como consultora lingüística en la Academia Mexicana de la Lengua y como asistente de investigación en el Conacyt. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas. Desde 2018 es Jefa de Redacción de la Revista de la Universidad de México.