Tierra Adentro
Ilustración de Omar Ibarra.

Hace tiempo, en una noche en que mis amigos me abandonaron, y la sobriedad y las películas de Schwarzenegger me tenían entumecido, la única solución que encontré al aburrimiento y la falta de sueño fue ver videos en YouTube. Después de varias horas de nadar en la superficie de lo popular, encontré el de unas personas que caminan en un centro nocturno de Pattaya, Tailandia. El video no evidencia alguna técnica fílmica; no tiene cortes, ni montaje, ni encuadres excéntricos. Parece desprovisto de narrativa, pero hay algo magnético en él. Primero pensé que era lo que se mostraba a través del lente: los colores neón de los diferentes bares; las mujeres en bikini que ofrecen asientos y bebidas; la conversación entre el hombre de la cámara y una mujer mientras caminan frente al tráfico humano.

Todo termina cuando llegan al final de la calle: desenlace predecible. Pero en ese momento ya había absorbido mucha información. Volví a ver el video con la preocupación de que quizá su punto se me escaparía por siempre. Cuestioné la falta de técnica y rigor cinematográfico, pero no podía recriminarlo porque su intención no es presentar al espectador una ordenación de eventos finitos que progresan hacia un mensaje ulterior discernible, endulzado con la miel del tropo y el estilo. Su único propósito es publicarse. El deseo de mostrar y la necesidad de ver se entrelazan en los diez minutos que dura el video; el momento más memorable es cuando, en el fondo distante de un callejón, se miran los neones azules de un antro. Minutos después, el camarógrafo y la mujer entran al callejón. Puestos de comida a la derecha, antros a la izquierda. Las caras usuales entran y salen del encuadre. Los neones se miran cada vez más cerca.

A pesar de todo ello, seguía sin entender por qué la emoción cegaba mi pensamiento. Volví a cuestionar el planteamiento narrativo y me di cuenta de que todos los elementos básicos de narración fílmica se encuentran en él: una cámara, personajes, escenografía, iluminación, sonido, imagen-tiempo e imagen-movimiento. Por absurdo y banal que sea, algo se está contando. El autor se llama Jeff Ewart, y su canal de YouTube actualmente alberga doscientos noventa y seis videos, todos de la misma naturaleza. En la descripción de su canal dice lo siguiente: “Estos videos fueron grabados para mostrar a otros qué es lo que veo al momento. No están editados para ser bellos o entretenidos, sino para revivir la experiencia tal cual es. AVISO: aquellos que viven en el popular mundo de los diez segundos deberían ir a otro lugar”. Todo me parece una forma orgánica de narración hiperrealista, en donde la caótica e inalterable vida urbana se topa de frente con el carácter pasivo y documentalista de la cámara de video.

Después de ver el video en Pattaya, busqué alguno en Tokio y encontré uno en Roppongi (distrito de clase alta en Tokio) que tenía la misma intención, forma y tratamiento que el anterior, subido por stercraze06. Dos días después, di con una grabación de un viaje en carro hacia un casino en Estados Unidos, de yokorita1. Ewart, yokorita1 y stercraze06 se convirtieron en lo que llamo “el triángulo de YouTube”. ¿Por qué personas que con toda seguridad no saben de su existencia entre ellas, están haciendo videos que comparten una inquietud similar? Más importante: ¿de qué manera se relacionan? ¿Por qué se alcanza a sentir una conexión más profunda que la que ofrece el acceso a internet y los gustos personales? Las películas de los hermanos Lumière fueron de gran importancia en mi búsqueda de respuestas, pues la concordancia que guardan con el triángulo es, además de fascinante, alentadora. Podemos trazar un paralelismo con La salida de los obreros de la fábrica, una de las primeras producciones cinematográficas de los Lumière, cuyo único encuadre, en dirección a la entrada de una fábrica, testimonia la hora de la salida de los trabajadores (el heredero directo del resto de las películas de los Lumière está en Vine). Dudo mucho que el triángulo sea consciente de la resonancia de sus producciones con el inicio del cine, o que tengan idea de que lo que están haciendo es en realidad un actuality film, género que comenzó con los hermanos Lumière y los primeros pasos de Georges Méliès, continuó en la

Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el muro de Berlín, se estilizó en la trilogía Qatsi, de Godfrey Reggio, y retomó sus raíces primitivas en la cámara portátil.

Ilustración de Omar Ibarra.

Ilustración de Omar Ibarra.

Estamos aquí en lo que es México. México. México…

El interés que el triángulo y las conclusiones y conexiones a las que estaba llegando se expandieron a México. Antes de conocer al triángulo, incluso antes de generar interés por las características y problemas del cine, Edgar, de “Edgar se cae”, ya era famoso, pero las cámaras digitales no eran tan comunes. Poco después, los doblajes de Trino y Edgardo Morales comenzaron a circular. Luego fue el “Báilele[,] compa”, los videos de la Barandilla, “Yo no choqué[,] me chocaron”, “Mi papá es Fox[,] es presidente de México”, “Huevazo a doña Cheli”. Del 2008 al 2014 se han multiplicado.

Comencé a buscar videos mexicanos a la semana de que conocí al triángulo. Mi primera búsqueda decía “pisteando en la calle”, después de cuestionarme cuál es la actividad más común en México, y con la que la mayoría de la población se podría relacionar. Vi cerca de cincuenta videos esa noche y en ningún momento me sentí agobiado o aburrido. Mientras cambiaba de video, recordé Slacker, esa película que habla de todo y de nada. Inicia con un personaje que se baja de un taxi, presencia el momento en el que un carro atropella a una señora, la cámara sigue a otro personaje por el largo de una banqueta, y lo deja cuando entra en encuadre el carro que atropelló a la señora. Toda la película es un traslado de focalización incesante. Con cada nuevo personaje que entra, un nuevo fragmento de la ciudad se va develando. Lo mismo pasa cuando se conoce a una persona nueva en la ciudad propia, o en cualquier parte del mundo, o cuando nos quedamos a dormir por primera vez en una casa ajena. El horizonte del que tanto habla la hermenéutica se amplía. El espacio de Tecate no se compone sólo por mi opinión sobre él. Tecate es el señor que prepara con doble salchicha sus hot dogs; el bartender con el que platico cada vez que voy a su bar vacío; la cajera del quiénsabequé café que está al lado de la funeraria. Pero también es lo que el señor de los hot dogs le platica a su esposa cuando se van a dormir; la manera en la que el bartender decidió entender las noticias del periódico sensacionalista local y lo que la cajera se roba cuando nadie la mira. Todos estos videos, todas estas porciones reales de la vida de los demás y la otredad que ofrecen, están formando, se quiera o no, un tejido orgánico y polifónico que nos acerca a la dialéctica de lo mexicano. El México que no conocemos pero que, increíblemente, podemos ver. De la misma manera también se puede hablar de una nación mundial en la época digital.

Es importante mencionar que todos los videos vistos no tratan de cosas interesantes; su contenido, sin pretensión artística alguna, es importante sólo para las personas que los grabaron. Son esas razones las que influyen en su importancia: fueron grabados de manera consciente y consensuada, pero los camarógrafos no se dieron cuenta de que inconscientemente crearon una red de realidades analizables, básicamente desde cualquier ciencia social. “Pisteando en Caji” trata de un grupo de amigos que, vaya, van a Caji a beber. “Mochila jamid” y su secuela fueron grabados cuando un estudiante le volteó la mochila a uno de sus compañeros y la llenó de tierra. “Tlacuache tierno” se trata de un niño abrazando a un tlacuache, al que le dice algo incomprensible.

Por otro lado, también hay videos que contribuyen a la ampliación del eje México/YouTube sin caer en el terreno de lo meramente documental. Algunos de ellos generan su ficción a partir de otra preestablecida, como “Viaje al fondo del mar”, doblaje de Trino, y “Se encabronó el vato”, doblaje de Edgardo Morales. Ambos toman como refractario series de televisión estadounidenses y las desdoblan en narrativas completamente mexicanas. El elemento mexicano más obvio está en la música: en “Viaje al fondo del mar” el monstruo canta “Me cansé de rogarle”, y a Maicol de “Se encabronó el vato” le ponen “El venado”, que no es una canción de autoría mexicana, pero está tan enraizada en nuestra cultura que, a pesar de la popularidad del reggaetón, todavía se escucha en fiestas de quince años. Aparte de las ficciones dentro de ficciones, está el caso enigmático y estilizado de “Cuando las nubes bajan”, el Samuel Beckett de los videos mexicanos en YouTube. Completamente aleatorios y absurdos, estos videos son compilaciones de grabaciones cortas, cuyo único pretexto narrativo es que las nubes, por alguna razón, bajaron a la tierra y están alterando el comportamiento humano de todo el planeta.

Por último, están los ejemplos clásicos que ya todos conocen. Al Ferras le duele la rodilla, Aidé perdió su cuerpo, a Fermina no le dan las llaves, al Canaca lo amarraron como puerco y además le robaron dinero. La lista no acaba y, por consecuencia, estas relaciones invisibles jamás podrán ser trazadas en su totalidad, pero sí pueden reconocerse como tales. Como sinapsis en el cerebro mexicano. Si tomamos como base todas esas pequeñas alteridades, que se multiplican cada día, tendremos un reflejo más o menos generalizable de comportamiento social.

 

Amor con internet se paga

Un día tuve una conversación con una amiga acerca de películas mexicanas. El trabajo final en mi clase de Análisis del Discurso consistía en analizar una película. Todos mis compañeros eligieron cintas “de culto”, pero en mi equipo decidimos hacer el trabajo sobre Los verduleros. Ella me contó que esa película es la visión que antes se tenía de México, un reflejo fidedigno, aunque exagerado y ridiculizado, de nuestra cultura. Discutimos el valor cultural de Tun Tun y del hombre del pan, y la trascendencia que Alfonso Zayas aún tiene en el hombre mexicano. Aunque me pareció una coincidencia agradable que ella y yo compartiéramos opiniones, me percaté de la transformación que tuvo el cine mexicano: de la Época de Oro con sus grandes estrellas, los diálogos elaborados y las canciones románticas, a las deformaciones de la Época de Cobre y sus mórbidos, pero extrañamente adorables personajes. Después, ya solo y de camino a casa, pensé en los videos de gente tomando en la calle, en los videos de gente peleándose en las banquetas, y recordé cuando yo lo hice. Y volví a pensar en Slacker y mis conclusiones sobre el triángulo y la película. Pensé en las conexiones invisibles que existen entre las personas, en la mutación cultural que México ha tenido desde que creíamos en un Dios para cada proceso natural, y que ahora hacemos un Dios en cada suceso digital.

El ideal romanticista de México a principios del siglo XIX, de oponerse al conservadurismo y de mexicanizar la cultura, que vio su origen en la poesía política de Salvador Díaz Mirón, derivó en Juan Camaney y Jaime Duende. México ya no se oculta en el nublado del cielo, ni en el discurso atropellado e inverosímil, ni en los kilos de cadera, o el cuerpo de Martha Higareda o en los tragos coquetos. México está en el coraje de las llaves, en la rebelión del trapo, en el dinero enterrado en la playa y “la bala fría, papi”. Edgar, el Dios Eolo, el Canaca, Fermina, Aidé, el Ferras, los Báilele[,] compa, el Perro Gacho, el ¿Qué pasó[,]muchacho? son los nuevos personajes mexicanos. Y esas alteridades mexicanas, que son generalizables, se comunican con las que están escondidas debajo del peso del like y las reproducciones: “Pisteando en Caji”, “Se armaron los putazos en el barrio Loma Alta en Tecate”, “Vieja loca en el centro de Tijuana”. Personas reales, delegados de la antificción, pero que no dejan de tener ese gen extraño que los metamorfosea y ficcionaliza: la cámara de video.

No quiero decir que los antiguos iconos nacionales hayan perdido su validez. El cantinfleo es uno de los métodos conversacionales más comunes y en el canal De Película todavía puedes ver las aventuras de Capulina.

La influencia de Cantinflas, Pedro Infante, Jorge Negrete, Tin Tan, María Félix, Silvia Pinal y Dolores del Río, entre otros, queda diezmada bajo el peso de los nuevos medios y su inmediatez. A eso se refiere Jeff Ewart en la advertencia de la descripción de su canal: aquel que viva en el mundo de lo inmediato no tiene nada que hacer aquí. Aquel que en su mundo de representaciones sólo reacciona ante lo vagamente razonable, pierde el tiempo en internet y en la vida.

Ilustración de Omar Ibarra.

Ilustración de Omar Ibarra.