Tierra Adentro
Enrique Servín, foto de Noel René Cisneros.

 

“El único antídoto contra la tristeza del mundo: contribuir, de la manera que sea, a remediarla”, escribió Enrique Servín en uno de sus afórismos, una máxima que a lo largo de su vida cumplió, cualquiera que lo haya tratado puede dar testimonio.

El lugar común señala que no hay muerto malo y, para cualquier difunto no faltará alguna acción que revele algo rescatable que tenía —no somos seres unidimensionales y, por su puesto, algo habrá digno de memoria en todas las acciones de una vida—. No se llame a engaño quien lea esto y piense que mis palabras surgen de esa necesidad de un deudo por mejorar la imagen de su ser querido.

Enrique Servín era1 una persona preocupada por los demás, se desprendía con facilidad del dinero que llevaba en el bolsillo si alguien se lo pedía (como recomienda en su poema “Apuntes para una cartilla moral”); si recogiera esas minucias diarias que hacía por los demás (la mayoría de las veces desconocidos), no acabaría nunca.

Su trabajo a cargo del Programa Institucional de Lenguas y Literaturas Indígenas (PIALLI) del Instituto de Cultura de Chihuahua (hoy secretaría), es un ejemplo elocuente de su preocupación por los demás. Ahí logró ser un referente en la edición de publicaciones monolingües en los cuatro idiomas indígenas del estado (guarijó, tarahumar, tepehuán y pima), una labor encaminada a la preservación de esas lenguas y esas culturas.

Enrique Servín, foto de Noel René Cisneros.

Enrique Servín, foto de Noel René Cisneros.

Colaboré año y medio en esa oficina, periodo en el que pude ser testigo de la importancia de la revalorización de las lenguas indígenas, la importancia que tiene para sus hablantes ver su idioma impreso con el mismo rango que el español. En ese tiempo acompañé a Enrique por la Sierra Tarahumara para colocar señalética en los idiomas del estado. Previo a esa jefatura, en 2003, redactó un metódo de aprendizaje para el tarahumara, obra que incluía un cd (combinando su veta de lucha social con su pasión por la adquisición de nuevas lenguas).

Su preocupación por los demás, por hacer de este mundo un lugar menos hostil, lo vi mucho antes, en el papel de activista. En la primavera de 2007 lo acompañé al congreso del estado —a cabildear primero y a ejercer presión después— cuando Jaime García Chávez, entonces diputado, hizo la propuesta de Uniones Civiles de Convivencia. Nos presentamos con varios diputados, discutimos y dimos nuestro punto de vista que era el del mero sentido común.

En aquellos ires y venires Enrique me dijo:

—Yo no creo en el matrimonio, ni para heterosexuales ni homosexuales, pero ¿por qué hacernos  ciudadanos de segunda? Los homosexuales también tenemos derecho a ser infelices en el matrimonio.

Enrique sabía que aquella propuesta no era una solución, como lo sabe cualquiera que haya militado a favor del colectivo LGBT+, y que además una propuesta de unión civil de convivencia era una tibieza (como han demostrado diputados conservadores a lo largo del país cuando, tras el dictamen de la SCJN, los proponían en lugar del matrimonio igualitario) y que, en cualquier caso no resolvía el problema de la homofobia rampante de la sociedad en que vivimos.

—Pero es un paso, por algo se empieza— me llegó a decir.

Fuimos con pancartas a la sesión en la que se desechó la iniciativa, algunos de los que nos acompañaron a esa sesión más tarde participaron en la organización de la Marcha del Orgullo Gay de Chihuahua. Aunque sabíamos que aquello iba a pasar, que recibiríamos un no como respuesta por el pleno del congreso estatal, era un paso en la visibilidad. Así me lo hizo ver Enrique, así me hizo entender que las minorías, aunque enfrenten causas perdidas, necesitan luchar o de lo contrario serán aniquiladas.

Enrique Servín, foto de Noel René Cisneros.

Enrique Servín, foto de Noel René Cisneros.

En aquel entonces fue cuando me explicó lo que era un crimen de odio. Enrique Servín, que era un poliglota, un poeta, un lingüista, daba la casualidad que también era abogado. Aunque nunca ejerció llegó a conocer la importancia de las leyes (a pesar de lo torcidas que llegan a ser a veces) y que hemos de cambiarlas para hacer una mejor sociedad.

“Hannah Arendt dice que la única igualdad defendible es la igualdad ante la ley. ¿Y qué si la ley resulta ser, como tantas leyes lo son, causa de la desigualdad? Cambiar la ley, se me responderá. Pero para cambiar en ese sentido la ley, es necesario creer en otras formas de igualdad”, escribió en otro de sus aforismos.

Así, me explicó, los crímenes de odio se realizan contra una persona por su orientación sexual, su identidad de género, su etnia, religión, lengua o adscripción política y se caracterizan por el ensañamiento contra quienes son cometidos.

—El feminicidio —me explicó— es un crimen de odio. En los lugares donde se estipula el crimen de odio éste resulta en un agravante contra el perpetrador.

Enrique sabía de lo que hablaba. Sufrió un ataque homófobo en 2005 del que sobrevivió de milagro; encontró a uno de sus vecinos mólido a golpes en 2010. La amenaza de la homofobia es constante para cualquiera que no cumpla con los mandatos de la cisheteronorma en Chihuahua.

Según Letra S en “Violencia Extrema. Los asesinatos de personas lgbttt en México: los saldos del sexenio (2013-2018)” el estado de Chihuahua ocupó en ese periodo el quinto lugar en crímenes de odio por homofobia del país, con 28 víctimas de las 423 a nivel nacional —cifras2que apenas dan una idea de la problemática, pues en las fiscalías no existen protocolos para identificar crímenes de odio—. Entre 2013 y 2018 el 15% de los asesinatos contra personas LGBT+ fueron perpetrados en el estado de Chihuahua.

En el reporte de Letra S también se destaca que las autoridades dan poca importancia o nula, a la identidad de género o a la orientación sexual de las víctimas, aunque sea evidente en las escenas del crimen el prejuicio o la motivación de odio.

El 9 de octubre se encontró a Enrique Servín en su domicilio sin vida. Su muerte no tuvo causas naturales, fue asesinado. Era un reconocido defensor de los derechos lingüísticos de los pueblos indígenas, un escritor también reconocido (fue invitado a festivales en Grecia, la India, China, Suecia y Noruega), cuya labor era creativa y profunda (tanto a nivel laboral como personal). Su muerte puede ser catalogada como un crimen de odio, tanto por su labor como luchador social como por su orientación sexual, espero que la fiscalía del estado de Chihuahua siga esta línea de investigación.

Espero que se haga justicia. Por mi parte la exigiré y mantendré la memoria de Enrique leyendo su obra, compartiéndola:

“La negación de Otro es la más fácil y la más inmediata forma de empezar el proceso de su aniquilamiento”.

Bibliografía:

Enrique Servín. Cuaderno de Abalorios, Aldus, Universidad Autónoma de Chihauhua, Ciudad de México, 2015.

Violencia Extrema. Los asesinatos de personas lgbttt en México: los saldos del sexenio (2013-2018), Letra S, La Jornada, México, mayo de 2019
http://www.letraese.org.mx/wp-content/uploads/2019/05/Informe-cr%C3%ADmenes-2018-v2.pdf

  1. Elegía

    Un hombre joven toca su violín tarahumar/ todas las tardes en su cuarto. Jesús Hielo./ Mi hermana lo recuerda, en Cerocahui./ ―Afuera crece el mundo, concreto y vasto./ Los cerros, interminablemente árboles, coníferas./Los sembradíos, pastos, piedra, arenas―./ Hoy murió./ Era mestizo, me dicen/ contesto que es de un rostro muy indígena/ y debo corregir, ―era―./ Es triste esa primera vez, al hablar de alguien/ usar el imperfecto./ El verbo vivo, firme, cede al fin:/ hablaba, decía, tenía. Era.// Hielo tocaba su violín en la sierra.

    Poema de Enrique Servín, aparecido en el Agua y la Sombra, 2003, esta versión fue corregida en 2014

  2. En el reporte Letra S indica que su investigación se realizó a partir de notas periodísticas en las cuales se señalaba que las víctimas pertenecían al colectivo LGBT+, por lo que las cifras que recolectaron apenas son un muestrario de una problemática aun mayor.