Nacionalsocialismo, progreso y tiempo
Reflexiones desde la teoría crítica
A los 75 años de la llegada de la tropas del ejército rojo –cuyos médicos atendieron los muy pocos presos que todavía no habían sido asesinados– al campo de exterminio de Auschwitz, hay que reflexionar sobre el papel de una teoría histórica equivocada de la izquierda alemana, europea y, al fin de cuentas, mundial que hizo imposible que se resistiera con la fuerza necesaria al nacionalsocialismo y al exterminio de los judíos europeos.
En 1945, las tropas aliadas liberaron las ciudades alemanas y austriacas que seguían bajo el yugo de las fuerzas nazis. Durante las últimas dos semanas de la guerra, entre abril y mayo, los nazis todavía asesinaron a 250 mil personas, en las famosas marchas de la muerte. En un momento en que la derrota de Alemania era inminente, los nazis mataron a un cuarto de millón de personas en sus casi incontables campos “secundarios” que existían y de los grandes campos y centros de extermino inmediato como Auschwitz, Treblinka o Sobibor, entre muchos otros.
Además de los centros de exterminio más conocidos, existía un vasto sistema de campos menores, por lo menos cuarenta mil en Alemania y en los países ocupados. De estos últimos enviaron a los prisioneros a las marchas de la muerte; en parte para que el genocidio no fuera tan obvio. Los mataban poco a poco, los que caminaron más lento fueron asesinados por los guardias SS y se quedaron ahí, repartidos a lo largo de kilómetros y kilómetros en toda Europa.
El objetivo del presente texto es cuestionarnos cómo la Teoría crítica en general y Walter Benjamin en particular reaccionaron intelectualmente ante el genocidio, que Claude Lanzmann llama Shoah, y Raul Hilberg denomina La destrucción de los judíos europeos, en su famoso libro que lleva este título, sin duda el estudio más importante sobre la temática.[1]
La pregunta que formula la Teoría crítica no es: ¿por qué fue posible eso? Pues esta es una interrogante muy difícil; Lanzmann, por ejemplo, recomienda no formularla, ya que considera que nos desvía de ver el hecho mismo.[2] Por ello, no planteamos esta pregunta, sino que enfatizamos lo que Benjamin y toda la Teoría crítica indagan: ¿por qué la izquierda alemana y la europea no supieron reaccionar ante el hecho del fascismo en general y del nazismo en particular? Esta cuestión es más concreta que inquirir directamente sobre el genocidio porque, siguiendo a Lanzmann, esto aparta la atención del hecho que pocos o ninguno ha logrado ver, ante el terror y la complejidad del acontecimiento histórico y social mismo.
I El error teórico de la izquierda y su resistencia
Lo que Benjamin formuló fue: ¿por qué la izquierda no supo reaccionar? Aquí vale la pena comentar algo importante: existe el mito de que hubo una resistencia; pero por lo menos en el caso de Alemania y Austria, esto no es cierto. En Francia sí existió cierta resistencia, pero mucho más limitada de lo que se solía decir después.
En Polonia hubo una resistencia fuerte, pero en su mayoría no era de izquierda, sino nacionalista, conformada por polacos mayoritariamente conservadores y/o católicos. Lo más famoso de la resistencia de izquierda en Polonia ha sido la importante resistencia en el gueto de Varsovia, la cual estaba organizada principalmente por judíos jóvenes socialistas, cuyo brazo armado no eran mucho más que una docena de ghetto fighters.[3] Existió también una muy importante resistencia antifascista y en contar de la ocupación alemana en la Unión Soviética. Al respecto se sabe que Stalin, cuando trató de convocarla resistencia, lo hizo con el argumento de defender a la madre patria, más que con el argumento de defender al comunismo, al socialismo o a la revolución. Los estalinistas coincidían en que ésta era la mejor manera de organizar la resistencia. A pesar de que no comparto esta idea, es verdad que en las condiciones dadas era la estrategia más practicable.
De este modo, la resistencia de izquierda, específicamente en contra del nazismo y del fascismo en general, existió en España durante la Guerra Civil, esto es innegable; también hubo una definición más izquierdista de la resistencia en Yugoslavia; incluso, casos aislados en otros países; pero, en términos generales y masivos, no era algo que existiera, y mucho menos en Austria y Alemania. Por esta razón, volvemos a la pregunta de la Teoría crítica y de Benjamin, ¿por qué no se logró organizar una resistencia masiva de izquierdista antifascista?, ¿qué fue lo que pasó exactamente? La contradicción radica en que la izquierda europea era más fuerte que nunca en la década de 1920; ni antes ni después ha sido tan intensa como entonces. Esta izquierda estaba bien organizada, y además armada; los comunistas alemanes, por ejemplo, tenían escondidos cientos de miles de fusiles para preparar la resistencia, los cuales no usaron: ni uno solo dirigieron en contra de los genocidas.
¿Por qué? Lo que Benjamin responde es que la falta de resistencia no fue tanto un error, aunque obviamente se trata de un error político, pero no se debió a la cobardía, o a la incapacidad de organizarse, tampoco a la represión nazi, que por supuesto era fuerte; sino que, diría este filósofo, la razón fue un error teórico.
Había uno o varios errores muy graves en la teoría de la izquierda alemana-austriaca y europea que, de alguna manera, las llevó a cometer actos muy errados y esto provocó la no resistencia o la cuasi inexistente resistencia en contra de los nazis desde la izquierda. Esta cuestión sigue siendo importante hoy, a setenta y cinco años del fin del nazismo militar, porque este error no ha dejado de existir. Benjamin murió en 1940: lo detuvieron durante su huida de Francia a España, y se suicidó porque llegó a la conclusión de que no llegaría a los Estados Unidos, sino a un campo de exterminio nazi. Pienso con casi absoluta certeza que estaría de acuerdo conmigo: este problema teórico sigue vigente.
Vivimos hoy el mismo error teórico en la izquierda, y hablo en plural a propósito, pues me considero parte de ella. En realidad, son varios los errores; lo central, resalta Benjamin, son dos elementos: uno, cómo se concibe la historia y, el otro, cómo se concibe el apoyo popular que puede darse a una lucha. Quisiera comenzar por analizar el segundo.
Durante la época de Benjamin y hasta la caída de la Unión Soviética y sus países aliados, en la década de 1980, predominó un culto al proletariado. Existía la idea de que el proletariado, por definición, era de izquierda; asimismo, se pensaba que de facto lucharía contra las relaciones sociales capitalistas y que sería antifascista. Prácticamente toda la izquierda estaba convencida de ello.
Considero que este error persiste, aunque ya casi nadie usa el término proletariado como tal. El culto al proletariado se ha transformado en un culto a la democracia; en el fondo es prácticamente lo mismo: se cree que las mayorías tienen la razón, que son antifascistas; a menos que sean engañadas o que alguien les vea la cara, como los medios masivos de comunicación o los gobiernos; que se dé un fraude electoral, etcétera. Si algo así no sucede, entonces las poblaciones —sean proletariados o la población en general— tienen la razón, en términos de una razón antifascista. A pesar de la desaparición de la izquierda dogmática, de la Unión Soviética, estos errores político-teóricos siguen existiendo. Nunca ha habido una discusión verdadera al respecto.
La excepción fueron justamente Benjamin y otros autores de la Teoría crítica, pero sus aportaciones han sido en gran medida ignoradas o convertidas en otra cosa. Hoy en día se menciona mucho a Benjamin, pero no se aborda la parte medular de su pensamiento.
Hay, entonces, una creencia ingenua de los líderes partidarios depositada en la masa popular que les sigue, y viceversa; también una creencia ingenua en los líderes. Benjamin argumentó que en el fondo es lo mismo; parece diferente, pero es una sola construcción: el líder de masas y las masas, juntos, garantizan supuestamente que funcione una resistencia en contra de los fascistas.
II La imposibilidad democrática de una resistencia anti nacionalsocialista
La izquierda alemana defiende insistentemente la democracia, y hay que aclarar que con este argumento, la resistencia anti nacionalsocialista habría sido imposible, porque los nazis llegaron en 1933 democráticamente al poder. Aquella votación no fue falsificada, no hubo fraude electoral, de tal suerte que, por la vía de la democracia, la resistencia anti-nazi hubiera sido una falsedad, aun antes de la época de represión. Efectivamente, en los siguientes años falsificaron las elecciones para siempre obtener un 99.5% de los votos. De cualquier forma, mucha gente pensaba que la política nazi era correcta, incluyendo el exterminio, en ello había algo cercano a un acuerdo social.
Hoy en día, se dice que en Alemania y otros países las poblaciones no sabían que estaba sucediendo el genocidio, lo cual es falso. Hitler repetía sin cansancio la frase de la solución final de la cuestión judía [Endlösung der Judenfrage], lo mencionaba en cualquier ocasión y todos entendían a qué se refería. Todos veían desaparecer a sus vecinos y sabían que nunca regresarían, estaban conscientes de que iban “al Este” y que allá no había comida; veían partir trenes llenos de personas que regresaban vacíos. Afirmar que nadie sabía lo que pasaba, es una mentira “piadosa” para dormir tranquilos.
La gente, en su mayoría, estaba de acuerdo con estas acciones. Aquí radica el gran problema. La izquierda no ejerció resistencia, en parte, porque si lo hacían, se colocaban en contra de la democracia, del proletariado y, por lo menos en parte, en contra de las convicciones de la población.
El vaticano protestó una vez: cuando los nazis comenzaron a exterminar a los llamados discapacitados. Tras el reclamo por parte de la máxima institución católica, la reacción de los nazis fue cambiar la normatividad que preveía que todas las personas con ciertas discapacidades, definidas en una larga lista, tenían que ser exterminadas. Tras esta crítica, se modificó a que solo si la familia estaba de acuerdo, se llevaría a cabo —pero las familias, en un gran porcentaje de los casos, lo estaban—. Hubo pocos casos en que la familia dijo “no queremos”; incluso hubo quienes llevaron a sus hijos, padres o hermanos directamente a los centros de eutanasia a sufrir una muerte violenta. En un inicio estos centros eran hospitales, luego fueron sofisticándose. Así, en muchos casos los familiares no solamente no esperaban a que les pidieran permiso, sino que ellos mismos tomaban la iniciativa para provocar la eutanasia de sus familiares “discapacitados”; de la misma manera, no dudaban en denunciar a sus vecinos judíos.
Una gran parte de los judíos apresados en Alemania fue hallada por los nazis, no gracias sus métodos para encontrarlos, que en ese momento histórico todavía no eran tan sofisticados como hoy en términos de bases de datos digitalizados. El estado alemán todavía no era tan organizado, necesitaba la denuncia de la población y esto funcionó “muy bien”. Muchos habitantes de edificios, por ejemplo, sistemáticamente señalaron a las personas sospechosas. Si los vecinos descansaban los sábados, pero los domingos no, llamaban a la policía para avisar de tan terrible acción. En muchos casos, llegaban a la conclusión de que ese vecino tenía un abuelo, hasta dos o más, judíos; entonces esa persona era exterminada. Había en ese sentido un acuerdo “democrático”, lo cual causó dificultades para que la izquierda opusiera resistencia; no sabían cómo lidiar con ello, cómo cometer el acto “antidemocrático” de ir contra la voluntad popular, no pudieron decir: “nosotros, aunque seamos una minoría, nos oponemos al genocidio”.
Hoy en día creemos ciega e incondicionalmente, en “la democracia”. Además, el concepto se ha reducido a un simple sistema de elecciones realizado cada cuatro o seis años. Ni siquiera hay una definición cabal de democracia e, incluso, si el concepto fuera más completo, el primer paso sería cuestionarlo. Herbert Marcuse, también perteneciente a la Teoría crítica, presentó una formulación muy buena sobre este tema en Razón y revolución[4], su libro sobre Hegel y la teoría de la sociedad burguesa. Apunta que la democracia sólo funcionaría en verdad si cada miembro de la sociedad tuviera la voluntad de cuidar del bien de todos; si cada uno, al momento de votar, proponer, dirigir, etcétera, tuviera esto en mente. Pero, señala Marcuse, viviendo inmersos dentro de las relaciones sociales capitalistas, esto es imposible. La formación social que reina en la actualidad nos educa, desde el nacimiento, desde que tenemos la primera consciencia, a cuidar únicamente nuestros intereses individuales y egoístas; si somos muy abiertos, quizá podríamos preocuparnos por dos o tres personas más; o si somos muy radicales, tal vez por un grupo de hasta cien personas, pero casi nadie llega a más.
En la forma de reproducción capitalista es imposible, por definición, que alguien piense en el bien de todos; este problema se da necesariamente. La democracia que tenemos hoy en día, por ejemplo, no tiene una estructura sistemática para proteger a las minorías. Si se decide sobre ellas con base en la democracia, con gran facilidad sucede lo que está aconteciendo ahora en Europa, donde democráticamente se determinó no mandar barcos al Mediterráneo, donde cada año mueren ahogados miles de expatriados. Una de las ideas de los gobiernos europeos es enviar barcos y aviones para destruir los barcos en donde podrían trasladarse después los refugiados. Por ello se ha convertido en el mar más peligroso del mundo a pesar de ser más tranquilo y con tormentas menos fuertes que el Atlántico o el Pacífico; pues en ningún otro muere tanta gente.
No hay mayorías que levanten la voz, nadie dice: “ya no vamos a votar por nuestro gobierno si actúa de esta forma en contra de los africanos y asiáticos”. Así fue como la izquierda falló ante el nazismo. Debemos decirlo: hubo un fracaso rotundo de la izquierda europea, tal vez con las excepciones mencionadas; la española y la yugoslava, las únicas que más o menos destacaron. Otra sería Holanda, donde el día que iniciaron las deportaciones de judíos en Amsterdam, se organizó una huelga general. Hay otros pequeños casos significativos en términos históricos, pero lamentablemente, en términos numéricos son casi irrelevantes. Volvemos entonces a la pregunta inicial: ¿Por qué existe esta fe ingenua en las mayorías? ¿Y por qué la izquierda se somete a ello a sabiendas de que es falso? Se somete al argumento equivocado de las mayorías y luego lo justifica teóricamente.
Hubo largos debates después del nazismo enfocados en cómo pudo pasar eso, cómo las poblaciones pudieron, en su mayoría, estar de acuerdo. La justificación comunista, y también de algunos socialistas, es que todos fueron engañados: las poblaciones en sí no son tan revanchistas y pro-guerra, tan racistas, tan antisemitas; pero fueron engañadas por los nazis. Esta explicación persiste en muchos países al día de hoy, sobre todo en la izquierda; sin embargo, es una explicación peligrosa y se fundamenta en una teoría muy simple de la manipulación.
Para Georg Lukács el engaño y la manipulación existen, pero el problema central radica en la cosificación. Esta se da en las relaciones capitalistas y se refleja en la consciencia. Cosificación quiere decir que las cosas dominan el mundo, nosotros somos sus anexos; lo que decide, diría Marx, es el sujeto automático, el valor que se valoriza a sí mismo, nosotros somos sólo sus ayudantes. Incluso nosotros nos convertimos en cosas. Adorno formula una idea similar: la realidad misma, la materialidad misma, ya es ideología. Desde lo material hay una presencia ideológica. Las instancias ideológicas actuales no son las televisoras o los periódicos manejados o los maestros manipulados o manipuladores, todo eso existe, pero no es el punto central. El punto central es la materialidad socialmente reproducida a diario; por eso hay que cambiarla.
Horkheimer, Adorno y Benjamin exponen que ahí reside la razón por la cual la izquierda actúa así. El problema es el siguiente: aunque la izquierda está consciente de cierta tendencia de muchas personas a manifestar una consciencia equivocada debido a las relaciones capitalistas de convivencia, de cualquier modo se somete a las decisiones de la mayoría. Es a primera vista extraño, ya que implica que personas con posiciones políticas anticapitalistas acepten la consciencia procapitalista con el argumento de que se trata de la “modernidad”.
Resulta difícil comprender por qué se llega a esto. Benjamin sostendría que es debido a una fe ingenua en las masas populares y en que estas se encaminan automáticamente hacia una revolución, o por lo menos hacia una sociedad mejor. Esta visión simplificadora es el resultado de interpretaciones limitadas y equivocadas de Karl Marx.
Marx puede, de repente, en ciertos lugares de su extensa obra, tener afirmaciones de esa índole, sin embargo, aparecen en sus escritos en pocas ocasiones. La obra principal de Marx nunca lo menciona así, en la construcción principal que se expresa en el famoso capítulo “La mercancía” en el apartado cuatro de El capital dice lo siguiente: “El fetichismo de la mercancía y su secreto”, Marx expresa cómo la misma consciencia en nuestra sociedad está sistemáticamente equivocada. Sin embargo, casi ningún marxista en aquel momento tomó en serio estas afirmaciones críticas de Marx. Por ello, Benjamin afirmaría que tienen una interpretación progresista e ingenua de este autor. Progresista en el sentido de asumir una fe ingenua en el progreso; parte de este progreso sería que la población, que cada vez será más inteligente, más lúcida, tendrá mayor afán de democracia. En el México actual, persiste esta ideología que data de la década de los años ochenta. ¿Por qué se piensa que México es más democrático ahora que nunca?
Es extraño que la izquierda, hasta nuestros días, legitime este discurso y crea que funciona. Para Benjamin tiene que ver con la fe ilusa que tenemos en el progreso —este es el punto teóricamente más profundo―, una fe en que la historia avanza en automático. Esto ya había sido formulado por pensadores socialdemócratas y toda la izquierda reformista alemana; Benjamin cita críticamente a Josef Dietzgen, quien afirmó que cada día la población es más sabia y los obreros son más inteligentes porque van puntualmente al trabajo.[5] Por eso la mayor aportación que podemos hacer a la revolución socialista, es ir cada día, sin tardanza, a la fábrica; llevar a cabo las menos huelgas posibles, no faltar al trabajo aunque estemos enfermos: así logramos un sistema más productivo. Esta es la verdadera actitud “anticapitalista”, según Dietzgen.
Esas ideas fueron predicadas no solo por los comunistas, sino también por la socialdemocracia alemana. Los comunistas en este punto eran ligeramente menos dogmáticos, cosa extraña, ya que los estalinistas eran dogmáticos, pero, a veces, la socialdemocracia, la izquierda reformista, les ganó en dogmatismo. En este punto los más dogmáticos eran los reformistas. Dietzgen fue uno de los grandes intelectuales socialdemócratas, de los pioneros de la primera línea de pensamiento; él insistía en la eficiencia, la disciplina y el sometimiento. Insisto: el dogmatismo no es específicamente estalinista, sino de toda la izquierda reformista.
La crítica de Benjamin hacia la fe en el progreso, como algo que necesariamente mejora la vida de las personas, parte de la observación de que esa creencia ciega está equivocada en su totalidad y en todas las perspectivas. Hoy en día, los críticos del progreso la reducen a ciertos aspectos o ciertas perspectivas, critican que solamente se considera el aspecto técnico, cuantitativo, de productividad; mientras el progreso humano, el de la democracia, de los derechos humanos, está estancado.
Actualmente, este argumento es compartido por varios pensadores: la crítica al progreso ha cobrado fuerza desde la década de 1980, pero prácticamente nadie la desarrolla con la radicalidad de Benjamin. Él no pensaba que hacía falta una redefinición del progreso o ampliar el concepto más allá de lo técnico y organizativo; creía que el progreso es un concepto equivocado para la izquierda. Postuló que la idea es meramente burguesa: al hacer la revolución francesa y otras parecidas, los burgueses necesitaron este concepto; resultaba ser el más fuerte en contra de las clases, relaciones políticas y económicas, así como las ideologías medievales.
En este contexto, la idea de progreso era brillante y logró aplastar a una gran parte de la herencia medieval. Desde el punto de vista burgués, el progreso es, sin duda, lo mejor que hay. Muchas teorías se fundamentaron sobre esto: los idealistas alemanes y muchos teóricos burgueses, los mismos positivistas, que a primera vista eran muy diferentes a los idealistas, pero en este tema tienen puntos de encuentro; así también los empiristas y pragmatistas. Todas las teorías más o menos burguesas son casi idénticas al interpretar el progreso, tienen, por supuesto, sus variantes, pero entre ellas la diferencia en este tema no es realmente tan importante.
Benjamin señalaría a la izquierda el error de pensar, como muchas veces lo hacen los burgueses, en términos de progreso. Como se sabe, en nuestra época hay una desindustrialización a nivel mundial, presente desde hace varios años, ejemplos claros son Detroit en Estados Unidos y Ciudad Juárez en México, donde muchas fábricas permanecen vacías. Lo único que mencionan los políticos al respecto es que se ha dado un crecimiento negativo.
Sin embargo, la crítica no se puede reducir a que el progreso no se lleva a cabo de forma más amplia, que trascienda lo tecnológico y económico para llegar a un progreso social de inclusión. Benjamin sostendría que la idea misma de progreso no sirve a la izquierda; solo funciona para los burgueses, originalmente más revolucionarios y decididos. Cuando Benjamin se refiere a los burgueses, no lo hace despectivamente, más bien se refiere en términos de una clase social que en cierta época fue revolucionaria, que organizó la revolución en contra de la clase feudal. Los burgueses desarrollaron y usaron el concepto con destacada sofisticación.
Pero a la izquierda, en específico a la izquierda anticapitalista, no nos funciona en lo absoluto dicho concepto. Es un error grave pensar que debemos radicalizar el concepto de progreso. La izquierda asegura, por lo general: “Ustedes llevan a cabo el progreso a medias; nosotros, en cambio, lo hacemos de verdad” y se propone que el progreso ahora sí irá bien, que antes solo había sido una promesa o un hecho a medias, pero ahora será completo.
Para Benjamin resulta necesario, durante las revoluciones o los cambios políticos, económicos o ideológicos radicales, atacar el centro ideológico de la época que se quiere superar. Sin embargo, esto no lo han hecho quienes estaban y están en la izquierda europea y mundial; no han detectado que el centro ideológico y económico de la forma de reproducción capitalista, de la burguesía y sus filósofos, es justamente la idea —y hasta cierta realidad— de progreso; ese es el centro del cual parte todo. Si no se ataca, las tendencias burguesas van a resultar victoriosas siempre, tanto en la ideología, como en lo político y militarmente.
La clase burguesa nunca le habría ganado a la clase feudal si no hubiera atacado los conceptos religiosos. Si alguien lucha a favor de una postura antifeudal, pero acepta que Dios mismo creó al rey y a la reina, perderá con certeza. Primero habrá que demostrar que no se es rey por decreto divino y que no existe Dios, que ese rey se impuso violenta y militarmente. Así lo hicieron los políticos y pensadores burgueses del siècle des Lumières.
La izquierda nunca ha llegado a este nivel argumentativo, afirmaría Benjamin, no ha logrado una radicalidad equiparable a la burguesa en su rompimiento con el pensamiento dominante de su momento. Nunca ha llegado tan lejos en las luchas ideológicas como la burguesía, que sí consiguió de cierta forma, destruir la teología existente, que supuestamente asentaba a la vieja clase alta en su lugar. Con dicha ruptura, la burguesía pudo justificar, analizar e impulsar su lucha, y también convencer a la gente de participar en ésta. La izquierda no está ni cerca de algo parecido.
Marx lo intentó, por supuesto, pero el problema es que Marx ha sido malinterpretado sistemáticamente. Desde siempre se han retomado sus frases más aburridas y repetitivas de la ideología dominante en su época, las más “progresistas”, donde demuestra una creencia ingenua en el progreso. Estas ideas existen en Marx, innegablemente, son los momentos cuasi burgueses en donde copió con cierta ingenuidad el modelo dominante del momento. El problema es que estos conceptos se han repetido hasta el cansancio mientras que la parte más crítica y profunda de su pensamiento, precisamente su crítica al progreso, se ha tratado de negar, o por lo menos obviar y minimizar. Por ejemplo, habla de la necesidad de que deje “el progreso humano de parecerse a ese horrible ídolo pagano que solo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado”.[6] Esta es la forma en que Marx, en sus mejores momentos, se refiere al progreso; ese por el cual cada día morían más personas por enfermedades que se podían curar, y más aún si se trataba de niños de la clase obrera o refugiados de guerra.
En el subcapítulo “El fetichismo de la mercancía y su secreto” Marx se refiere también al desarrollo de la consciencia. Toma distancia de los burgueses (revolucionarios), quienes afirman que cada día, cada generación, somos más conscientes y, sobre todo, que le debemos a la gran ruptura con el feudalismo una explosión de consciencia ―al menos según la teoría burguesa epistemológica en sus muchas variantes—. Todos los pensadores burgueses coinciden en este punto, Marx, en cambio, comparó en este pasaje de su obra magna cuatro o cinco formas económicas históricamente existentes y su grado de consciencia económica, y concluyó que el grado de esta consciencia ha ido disminuyendo.
Según él, los mal llamados hombres primitivos sabían perfectamente cómo funcionaba su economía; los esclavos también tenían mucha claridad al respecto de su esclavitud y explotación. En la Edad Media se fueron sofisticando y complicando las formas de explotación y la relación siervo-amo, pero la gente aún tenía claridad de su condición explotada, subordinada, violentada.
En la forma de reproducción capitalista, al contrario, afirma Marx, la consciencia económica tendencialmente desaparece, ya casi no existe, porque prácticamente nadie entiende —a veces ni siquiera los especialistas— qué está pasando realmente. Marx asevera que hay una caída en el nivel de consciencia económica, pero casi ningún marxista dogmático ha citado esta observación marxiana.
Benjamin hace notar que Marx comenzó a desarrollar una crítica al progreso y al progresismo ingenuo, pero la mayoría de sus lectores no la percibieron, y mucho menos otros izquierdistas: como por ejemplo la izquierda reformista socialdemócrata alemana. Al alejarse este partido a lo largo de los años de la teoría de Marx, aumentó aún más su fe ingenua en el progreso porque no entienden las contradicciones históricas, sociales y económicas que ese autor analiza. Debemos retomar el argumento de Benjamin para entender qué está pasando en el proceso del la historia contemporánea, y lo primero que debemos hacer es dejar atrás la idea ingenua del progreso, como algo que necesariamente mejora la vida y convivencia de los humanos.
Ahora bien, regresando al tema del nazismo: la izquierda alemana, y la europea de cierta manera pensaban, equivocadamente, que los nazis luchaban en contra del progreso y que como este se consideraba algo automático, como un río que avanza y solo por su propio peso arrastraría a los nazis porque según esta imaginación equivocada, los fascistas nadaban a contracorriente y no persistirían mucho tiempo. Esa era la convicción de casi toda la izquierda alemana: los socialdemócratas y los comunistas, aunque entre ellos tuvieran grandes diferencias, coincidieron totalmente en ese punto. Estaban convencidos de que el nazismo no duraría mucho y, en gran parte por ello no lucharon de manera armada en contra del nacionalsocialismo y en contra del genocidio. ¿Para qué luchar, para qué arriesgar la vida, para qué meterse en pleitos militares armados, si de todos modos pronto el nazismo caería por su propio peso? Y, dicho de paso, a primera vista tuvieron razón, el Behemoth (Neumann, 1943) del nacionalsocialismo solo se mantuvo en el poder por doce años.
En términos de tiempo, doce años no es tanto y en ese sentido estaban aparentemente en lo cierto; el tema es que en esos años mataron, en los campos de concentración y exterminio, a seis millones de personas –sin hablar de los muertes de la segunda guerra mundial– destruyeron a los judíos europeos y con ellos, a toda una forma de vida. Cambiaron el continente, me temo que para siempre, aunque espero equivocarme. Al menos hasta que no se dé una interrupción de esta forma social, hasta que no haya una ruptura radical, tenemos que observar que cambiaron –de manera aparentemente permanente– a Europa.
Si pensamos que se trataba de un continente con una presencia judía muy fuerte, importante en todos los sentidos, y que los nazis lograron casi desaparecer esta impronta judía en Europa, el cambio fue casi total. Todavía existe alguna manifestación judía, en Francia tal vez un poco más que en otros países; en Alemania, por ejemplo, es mínima, casi inexistente, no hay casi sinagogas, comparado sobre todo con la situación previa.
Los nazis lo lograron: consiguieron cambiar el planeta; no solamente asesinaron a muchas personas, sino que modificaron la estructura social europea. El gobierno alemán es tan cínico al respecto que hace algunos años, cuando se fundó la Unión Europea, sugirieron que se escribiera en su constitución, al inicio del texto fundacional: “Europa es por definición un continente cristiano”. No solamente mataron a la gente, sino que pretenden negar su existencia antes de haber sido asesinados. Como si dijeran: “los judíos europeos en el fondo nunca han existido”.
Implícitamente se transmite con estas afirmaciones negacionistas la idea de que los nacionalsocialistas cumplieron con el avance de facto del progreso y en este reajuste era necesario homogeneizar. Una de las grandes metas de la modernidad capitalista y del progreso como lo conocemos es homogeneizar, y parte de este proceso es justamente hacer a la gente igual. Dentro de modelos del progreso menos abiertamente violentos y agresivos que el nacionalsocialista se piensa que habría que convencer a los miembros de las minorías de la necesidad de esta homogeneización. Pero si no se dejan, ¿qué se hace con ellos? Hoy en día ―como ya no existen los nazis—, los gobiernos europeos deportan a las nuevas minorías por llegar, o los deja a su suerte en el Mediterráneo. Los nazis tenían un plan más eficiente: para ellos no era suficiente esperar a que murieran al prohibir de facto el rescate en alta mar; tomaron medidas más drásticas y desarrollaron los campos de exterminio.
La lógica implícita en este tipo de política era progresista, en el afán de crear una sociedad homogeneizada habría que eliminar todo aquello que la volvía complicada, contradictoria, enredada, demasiado compleja. Puesto que cada uno cree en cosas distintas, la convivencia totalmente homogeneizada se vuelve un asunto altamente difícil; la opción nazi fue el exterminio para así conseguir, no una sociedad con miembros felices, pero sí lo que ellos imaginaron como un organismo-pueblo “sano”.
Como se sabe, Hitler y su gente se referían con frecuencia a lo que llamaron el cuerpo del pueblo alemán y éste tenía que estar “sano”; así que aquellos grupos perseguidos: judíos, gitanos, homosexuales —de los cuales el grupo más grande era el de los judíos― eran percibidos como una “enfermedad”; el cuerpo sano debía curarse de esta supuesta enfermedad. La idea era “funcionar mejor”, en ese sentido esta postura tenía algo de democrática, si entendemos la democracia como erróneamente se hace por lo general actualmente: que la mayoría se imponga y haga lo que le plazca.
El problema estriba en que en este sentido los nacionalsocialistas eran “progresistas”, llevaron a cabo el progreso no solamente en su política de exterminio, sino también en la cultural. Por ejemplo, el alemán es un idioma altamente diversificado hasta el día de hoy. Si uno está en el norte de Alemania, es muy complicado entender el dialecto, a veces, por más absurdo que parezca, resulta más fácil hablar inglés. Sucede también al revés, yendo de Frankfurt a la región de Innsbruck, a un pueblito en la montaña de Austria, hay alemanes que piensan: “¿de qué habla esta gente?”. Esto fue algo que los nazis también trataron de homogeneizar, y en gran parte lo lograron.
Muchos conservadores austriacos no querían a los nazis justo por su tendencia progresista. Los conservadores en Austria eran quienes más los detestaban; uno de ellos era mi abuelo. Conservador, de la clase media, tenía un puesto más o menos bueno en Correos Austriacos y no le gustaban los nazis por su línea de progreso, avance, homogeneización, su intención de dejar atrás la forma específica de hablar en Austria o en Innsbruck.
Los nazis imponían el llamado “Hochdeutsch” [alto alemán] en la escuela y en la radio, se trataba de un dialecto proveniente de una zona específica del norte del país. En los colegios de Austria, se hablaba un alemán bastante diferente al de los alemanes, y en ciertas zonas austriacas, los nacionalsocialistas también lograron homogeneizarlo. En esta línea y siguiendo a Walter Benjamin, los nazis eran un movimiento modernizador, un movimiento moderno que imponía el progreso y radicalizaba, de alguna manera, la ideología burguesa. Esto no quiere decir que los burgueses habrían hecho lo mismo que los nazis; aunque muchos sí se aliaron con ellos y cambiaron, renunciaron y traicionaron su propia ideología, que originalmente era humanística.
En la historia de la filosofía hay dos casos famosos, uno más que otro: Martin Heidegger, quien se unió a los nacionalsocialistas; trabajaba para ellos como rector de la Universidad de Friburgo [Freiburg] y desarrolló su filosofía como una cada vez más racista y antisemita. Por otro lado está el caso parecido, y al mismo tiempo diferente, de Hans-Georg Gadamer; su historia es menos conocida y aunque posteriormente él no volvió a hablar de ello, existen doce textos suyos sobre lo que él llamaba en este entonces la violencia platónica, en donde justifica la violencia nacionalsocialista. De hecho, en mayo de 1941, presentó la conferencia “El Volk y la historia en el pensamiento de Herder” en el Instituto Alemán de la Francia ocupada. Al paso de los años intentó que aquellos textos –y sobre todos sus pasajes abiertamente pro nazis– fuesen olvidados.
Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer son dos representantes de aquella parte de la burguesía alemana (y europea) que traicionó sus propios ideales. ¿Por qué?, porque estaban convencidos de que la burguesía no era proactiva, sino demasiado tibia. Me refiero a ellos pues ambos representan dos mentes que formularon sus ideas con sofisticada inteligencia y claridad, mucha gente pensaba —y lo sigue haciendo― igual que ellos, aunque no lo puedan plantear con la misma habilidad.
La idea de fondo es que la burguesía no desarrolla el progreso con la intensidad necesaria por sus “cursilerías” en temas como los derechos humanos y el respeto por las minorías. No hay que olvidar que los burgueses de la vieja escuela trataron de dar ciertas garantías a las minorías en sus primeras constituciones. Sin embargo, esto representaba una contradicción con su modelo progresista y provocaría que su proyecto no se llevara a cabo con la velocidad deseada. Ahí entraba la crítica de filósofos como Heidegger o Gadamer, ya que afirmaban que los burgueses debían dejar atrás las cursilerías del humanismo. Esto le generó conflictos a varios burgueses, porque implicaba dejar atrás su vieja teoría; y en este contexto adquiere mayor importancia Gadamer, quien “explicó” a los burgueses que dudaban, en sus textos de la época nacionalsocialista, que las actos violentos de los nacionalsocialistas en el fondo eran algo “platónico”.
III Reflexiones finales
Benjamin afirmaría que para criticar el concepto de progreso habría que ir todavía un paso más lejos y analizar el hoy dominante concepto de tiempo, como algo lineal, ininterrumpido, dirigido y homogéneo, encaminado claramente hacia una dirección definida llamada futuro. Esta idea de tiempo es necesaria para que funcione a su vez la del progreso. La crítica de Benjamin es radical hacia el concepto de tiempo como hoy en día está establecido, en el cual cada segundo es igual al anterior. Estos tres aspectos del actual concepto de tiempo: homogeneidad, ininterrupción y dirección clara, diría Benjamin, tendrían que ser olvidados para dejar atrás la imaginación ingenua del progreso.
Este es un punto muy cercano entre Marx y Benjamin ―insisto en esta proximidad, porque hay varios marxistas que rechazan a Benjamin, pensando falsamente que se aleja de Marx por su crítica al progreso, y en realidad Benjamin es quien mejor lo entiende―. Karl Marx argumenta en varias ocasiones de El capital que el centro de la construcción económica capitalista es el tiempo medido en horas, obviamente, del trabajo. Esto define el valor: el de cada mercancía se determina por el tiempo de fuerza de trabajo invertido en ellas; y esta cantidad de fuerza de trabajo se mide en horas. Así, para Marx, la forma de reproducción capitalista necesita un concepto central: el tiempo, justamente el homogéneo, ininterrumpido y claramente dirigido; sin éste, esta forma social no funciona, su forma económica dejaría de existir.
Benjamin es un poco más explícito que Marx, pero los dos coinciden: sin tiempo —como hoy en día lo percibimos— la forma social actualmente reinante no funcionaría. Marx se refiere con ello sobre todo a lo económico; Benjamin a la política y la filosofía. Sin estos conceptos de tiempo y progreso, no existiría la sociedad que tenemos. Como izquierda, lo que debemos hacer es romper radicalmente con ello. Solo si lo hacemos podríamos realmente resistir. Obviamente ya es tarde para oponernos al nacionalsocialismo, pero podemos luchar contra otros movimientos parecidos, pero para ello es imperativo separarnos de la ideología burguesa y concebir nuestra propia forma, ahora sí, de entender el mundo, la historia y el tiempo.
IV Referencias bibliográficas
Hilberg, Raul. (2005): La destrucción de los judíos europeos, trad. Cristina Pina Aldao. Madrid, Akal.
Lanzmann, Claude. (1990): “Hier ist kein Warum” en Bernard Cuau y Michel Deguy et al., Au sujet de Shoah. París, Belin.
Marcuse, Herbert. (1971): Razón y revolución: Hegel y el surgimiento de la Teoría crítica social, trad. Julieta Fombona de Sucre. Madrid, Alianza. (El libro de bolsillo. Humanidades, 292) (1ª ed. en Col. Área de conocimiento: Humanidades, 2003. 462 pp.)
Dietzgen, Josef. (1906): Sozialdemokratische Philosophie. Berlin, Vorwärts.
Benjamin, Walter. (2008): Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. e introd. de Bolívar Echeverría. México, Ítaca/Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Marx, Karl. (1975): El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El proceso de producción de capital, tomo I, vol. 1, trad. de Pedro Scaron. México, Siglo XXI.
Marx, Karl. (1975): “La mercancía” En El capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El proceso de producción de capital, tomo I, vol. 1, trad. de Pedro Scaron. México, Siglo XXI.
Neumann, Franz (1943), Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo. Trad. Vicente Herrero y Javier Márquez. México, Fondo de Cultura Económica. 584 pp., Reimpresión 1983 (FCE de España), reimpresión 2005 (FCE de México). [Nueva edición, basada en la ampliada segunda edición en inglés de 1944: Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo 1933-1944, Barcelona, Anthropos, 2014, 485 pp.]
Lukács, Georg (2009) Historia y consciencia de clase: estudios de dialéctica marxista. La Habana: Ediciones RyR.
[1] Hilberg, Raul. (2005): La destrucción de los judíos europeos, trad. Cristina Pina Aldao. Madrid, Akal.
[2] Lanzmann, Claude. (1990): “Hier ist kein Warum” en Bernard Cuau y Michel Deguy et al., Au sujet de Shoah. París, Belin. p. 279.
[3] Esta resistencia fue reducida tanto en términos del número de participantes como por el poco apoyo recibido por parte de la resistencia polaca no judía o de otros grupos.
[4] Marcuse, Herbert. (1971): Razón y revolución: Hegel y el surgimiento de la Teoría crítica social, trad. Julieta Fombona de Sucre. Madrid, Alianza. (El libro de bolsillo. Humanidades, 292) (1ª ed. en Col. Área de conocimiento: Humanidades, 2003. 462 pp.)
[5] Cfr. Dietzgen, Josef. (1906): Sozialdemokratische Philosophie. Berlin, Vorwärts.
[6] Cfr. Marx y Engels (1973), “Futuros resultados de la dominación británica en la India”, en: Sobre el colonialismo, Buenos Aires: Pasado y Presente, pp. 83-84.