Tierra Adentro
Fotograma de "In the mood for love", 2000. Dir. Wong Kar-wai.
Fotograma de “In the mood for love”, 2000. Dir. Wong Kar-wai.

Hong Kong, 1962. “Yumeji’s Theme” de Shigeru Umebayashi. Maggie Cheung, caracterizada como Su Li-zhen en un florido cheongsam de seda, subiendo o bajando las escaleras —al fondo un ángulo indiscreto, entre las manos una porción de wonton noodles—, casi roza la solapa del saco de Chow Mo-wan, su vecino, interpretado por Tony Leung. Cámara lenta. El lenguaje de los gestos, una trampa ineludible para irradiar pasión, arrebatos, deseo. Amor contenido en los cuerpos y culpa picando la carne. Todo en la cadencia de una canción elegida específicamente para dotar de ritmo a una película: In The Mood For Love (花樣年華), 2000.

Directed by WKW.

A finales de los noventa, Wong Kar Wai se encontraba en París promocionando Happy Together (1997), un convulso romance queer situado en Buenos Aires, mientras que Maggie Cheung hacía lo propio con Irma Vep (1996) en el Cannes Film Festival. Cenaron juntos en el centro de la ciudad, no habían coincidido desde que filmaron Ashes of Time (1994) y la actriz no visitaba Hong Kong debido a las grabaciones en Europa. “Deberíamos hacer una película…”, propuso Maggie Cheung durante la cena. Quería trabajar al lado de Tony Leung, con quien compartió escenario en su debut televisivo en China.

“¿Por qué no hacemos una colección de historias y ustedes dos actúan todos los personajes?, preguntó el director. “¿Y cuál sería el tema?”, se interesó la actriz. “¿Comida?”, sugirió él. Había leído The Physiology of Taste (1825), un tratado del gastrónomo francés Jean Anthelme Brillat-Savarin, a quien se le atribuye la célebre frase: “Dime lo que comes y te diré quién eres”. Pudo ser la olorosa cocina francesa o una cierta nostalgia desmedida por la comida callejera de Hong Kong, pero habían encontrado el tema perfecto para su proyecto, que además titularon Three Stories About Food.

Grabaron la primera historia en una tienda de conveniencia 24/7 en el centro de Bangkok. Tony Leung actuaba al dueño del local, un sujeto que tenía un peculiar hobby: coleccionar las llaves que dejaban sus clientes como un remanente de promesas rotas. Magguie Cheung hacía lo propio con una mujer que abandonaba su llave, pero luego volvía por ella al borde del colapso. Había bebido de más y quería comer algo, lo que fuera, pero en la cocina solo quedaban pasteles, así que los devoró uno tras otro con ferocidad.

Después de la última mordida, un pedacito de betún quedó embarrado en el labio superior de la mujer incomodando al dueño, quien mantenía inmaculado su local. Entonces él se dispuso a limpiarla, pero en lugar de una servilleta utilizó el tacto… Nighthawks, de Edward Hopper, fue la inspiración visual de Wong Kar Wai para diseñar la escena. Una parada natural para los corazones rotos o las almas torturadas generalmente por el (des)amor. Tardaron diez noches enteras en grabar la escena completa y prepararon el guion para la siguiente.

La segunda historia retrataba a un hombre y una mujer, vecinos, cuyos esposos tenían un sórdido affaire entre aposentos y camas conyugales. Cuando descubrieron la traición, ambos se sintieron devastados. Solo querían saber cómo, por qué. En qué momento… Así que decidieron actuar al respectivo cónyuge y recrear el affaire tal como ellos lo imaginaban, hasta el punto en que cruzaron la dudosa frontera entre realidad y ficción y, probablemente, no vivieron felices para siempre, ni unos ni otros, quién sabe…

Wong Kar Wai tomó la idea del novelista japonés Sakyo Komatsu y de Liu Yichang, un influyente escritor en Hong Kong. Duidao (1972), una novela de este último, proporcionó la estructura para la película que el director imaginaba. Una historia central alrededor de la intersección de un doble affaire. Ambos personajes actúan como víctimas de la infidelidad, al tiempo que también actúan a la pareja infiel del otro. La intriga, desde luego, no es el affaire, sino cómo surgió, en cuál de todas las miradas, si al principio fue la discreción y no el contacto, si después prendió en cualquiera de los cuerpos una chispa o un leve fuego o un incendio…

Lo más importante solo ellos —los amantes, los infieles— lo saben: es un secreto. 

“I’m in the mood for love / simply because you’re near me”, entona la voz de Frances Langford para titular la película en que se convirtió el tríptico de Wong Kar Wai sobre la comida proyectado en el Hong Kong de los sesenta. Fa yeung nin wa, en chino, establece una metáfora entre el tiempo y las flores, y aunque deriva de una canción con el mismo nombre (interpretada por Zhou Xuan para un filme de 1946), en español el nombre oficial es Con ánimo de amar o Deseando amar.

“El tiempo de las flores” para los amantes, los infieles, aquellos suficientemente osados que arriesgan sus corazones, a pesar de todo.   

La historia es simple y, por lo tanto, enigmática. Mismo día, mismo edificio, Chow Mo-wan (Tony Leung), escritor en ciernes, se muda al departamento contiguo que acaba de rentar Su Li-zhen o Mrs.Chan (Magguie Cheung), secretaria ejecutiva. Ambos están felizmente casados. Sus encuentros son casuales, incluso formales, en los pasillos, en la escalera, en el quicio de las puertas. No mucho después de la mudanza, ella sospecha que su marido tiene un affaire con la esposa del vecino, algo sobre lo que él ya tenía conjeturas. Establecen un vínculo. Traman juntos a discreción, inventan excusas para encontrarse. Noodles, sopa de sésamo, arroz.

Su invita a Chow a The Goldfinch Restaurant. Nat King Cole interpreta “Aquellos ojos verdes” como música de fondo. Blur, slow motion, close-up. Actúan como si fueran sus esposos, sus gustos digestivos, sus manías para comer, hasta sus accesorios personales (la bolsa de ella, la corbata de él). No hay apariencia de dolor, solo duele. Es una escena dolorosa no únicamente por lo obvio (el adulterio, la traición), sino porque, escondida entre la curiosidad y el deseo, se agazapa una esperanza de recuperar el amor perdido.

Si Mo-wan y Li-zhen están juntos, el tiempo se transforma y ralentiza la realidad circundante: sucede una tierna epifanía entre ambos. El tema de Yumeji, cuidadosamente elegido por Wong Kar Wai para la película, ejemplifica el ritmo. Los personajes casi danzan, sobrevuelan la noche de Hong Kong en cámara lenta mientras poco a poco, casi sin darse cuenta —como suele suceder—, se enamoran. Ensayan las pasiones. Actúan que actúan. Recrean una y otra vez su idea del compromiso, el matrimonio, la compañía de otrx, el abandono, la perfidia y todas, todas, todas las derrotas que encarna el amor no correspondido, la humillación y la vergüenza, el encono, la soledad, el perdón.

 Casi amantes, casi infieles, casi algo…

“No seremos como ellos”, asegura Su Li-zhen en el mitológico cuarto con el número 2046 que alquiló Chow Mo-wan para escribir a cuatro manos relatos de ciencia ficción. De paso, escudarse del chisme y el morbo. Cohabitan un espacio onírico, construido por ellos específicamente para goce y expresión de sus pasiones. El arrebato. Rojo, cálido, voluptuoso. Únicamente suyo. Los no-amantes, casi fieles, pudorosos con ropa y sin ella, viviendo el amor como se debe vivir: LIBRE.

Con principio, pero sin final, por lo pronto…

A hurtadillas, escondidos, el romance escinde la realidad de los amantes, perfora sus cuerpos y se inmiscuye en sus corazones.

El color del amor es el mismo que el de la sangre.

¿Prohibido? Nada es más erótico que la represión. Las fantasías, los anhelos contenidos. Esa insatisfacción que persiste hasta la lujuria. Wong Kar Wai eliminó para la versión final de In The Mood For Love varias escenas, una de ellas acontecida en la habitación 2046. Entre las sombras, susurros ardientes. Rojo inigualable rojo. Como si importara, por lo demás, si se vieron desnudos, si se tocaron, si olieron de cerca sus pieles. Un pacto entre dos. Imposible sostener la pasión en vilo, ahogarse de deseo, ignorar la culpa, casi morir de amor, cómplices del mismo secreto. Enamorarse con ánimo de amar, deseando amar… aun cuando se sufre.

Camboya, 1966. Angkor Wat. (“Él recuerda esa época pasada, como si mirara a través de un cristal cubierto de polvo. El pasado es algo que puede ver, pero no tocar. Y todo cuanto ve está borroso y confuso”). La película termina como un secreto tallado en la piedra, sobre las ruinas olvidadas por milenios, pero que siguen contando historias. Tienen memoria, se acuerdan. Muchos se amaron antes. Su Li-zhen y Chow Mo-wan no inventaron nada. Tampoco hay cura para el amor, no la hemos descubierto. El relato que encarnan Maggie Cheung y Tony Leung en In The Mood For Love es uno de tantos relieves labrados en la piel de la ruinosa experiencia humana, el desasosiego, la derrota, perder el juicio ante tanto dolor.

Porque nunca se ama demasiado.