El soplo vivificador de la inmigración
Grabados de Antonio Rodríguez (1765-1825) publicados en Tipos y modas de Madrid en 1801 .
Personas de 88 países viven en Madrid. La capital española se ha enriquecido desde hace veinte años con la población inmigrante que se ha asentado en barrios como Lavapiés, en una suerte de big bang de diversidad y armonía multicultural.
Después de veinte años, Desislava Ilieva tuvo que esperar una hora larga para cumplir uno de sus sueños. Hacia las cinco y media de la tarde llegó a la FNAC de Madrid. Preguntó dónde sería la firma de libros y se fue a comprar el suyo. Subió a la cuarta planta, cogió la novela, bajó a la primera, hizo una cola corta para pagar y volvió a la cuarta. Por lo menos estaban las escaleras eléctricas. Fue la primera en llegar. Había una mesa vacía y varias personas empezaban a hacer una pirámide con los libros, otras cubrían la mesa con una tela negra y sobre esta un pequeño cartel que anunciaba que el escritor firmaría libros a partir de las siete. Faltaba una hora, así es que Desislava, a cuatro pasos de aquella mesa, se apoyó sobre la pared, sacó de la bolsa la novela recién comprada y empezó a leer Berta Isla, de Javier Marías.
La primera vez que leyó al escritor madrileño fue hace veinte años cuando llegó de Bulgaria. Lo descubrió con Mañana en la batalla piensa en mí, luego vinieron las demás novelas. Ahora aguardaba a que Javier Marías llegara para que le firmara su nuevo libro. Uno que habla, precisamente, sobre la espera.
La fila de detrás de Desislava creció poco a poco. Una pareja ya mayor de Sevilla, una muchacha de Madrid, un informático de Cádiz, otra pareja con sus dos hijas y así hasta unas doscientas personas… Entre ellos un venezolano, José Miguel del Poso; sólo que la Berta Isla que tiene entre sus manos no será dedicada a él sino a su madre que se la encargó para que se la enviara cuanto antes a Caracas.
Están en la cuarta planta de un gran almacén de libros, discos e informática. En el centro de Madrid, a cien metros de Gran Vía donde hay ríos de gente en las aceras. Los turistas que han aumentado se mezclan con los madrileños y españoles de todas partes e inmigrantes del resto del mundo.
Porque el resto del mundo está aquí bien representado con personas de ochenta y ocho países. Ese es el número de nacionalidades de inmigrantes que viven en la Comunidad de Madrid, cuya capital es la ciudad del mismo nombre. Una región donde trece de cada cien son inmigrantes, es decir 864 485 personas, frente a los seis millones y medio de habitantes oficiales.
Uno de ellos es Desislava Ilieva. La lectora búlgara que trabaja en un bufete de abogados y que hace ya unos cuantos años, tiene la nacionalidad española. Su país es la octava comunidad en número de inmigrantes. Por delante están Marruecos, Rumanía, China, Ecuador, Colombia, Italia y Perú. Y así hasta un total de esos ochenta y ocho países que también incluyen desde México y Japón, pasando por Nigeria, Líbano, Turquía, India y Argelia, hasta Francia, Finlandia, Rusia…
Ellos han cambiado el color de Madrid, no sólo de todos los tonos de piel sino del vestuario. Bajo el fotogénico cielo azul de la ciudad, donde antes predominaban las ropas de tonos tostados, grises y negros ahora hay una explosión de color y diseños. Y depende de qué zonas, puede parecer otra región del mundo. Mientras los ecuatorianos son mayoría en Colmenar Viejo, los peruanos lo son en Tres Cantos, los africanos lo son en Villa del Prado, los búlgaros en Valdelaguna, los chinos en Hoyo de Manzanares, los franceses en Puebla de la Sierra y los rumanos en Madrid capital.
Pero la verdad es que en esta zona céntrica, la más poblada y el corazón financiero y comercial de la Comunidad de Madrid, lo que se ve en la calle es la diversidad. Dentro de sus barrios hay dos que reinan por ello: Lavapiés y Malasaña. Ambos muy cerca, a un lado y otro de la Puerta del Sol donde está el kilómetro cero de España. Lavapiés al sur, Malasaña al norte.
CRUCE DE CAMINOS DEL MUNDO
Madrid ha vuelto a ser el cruce de caminos como cuando hace unos siglos medio mundo pasaba por allí; eran los tiempos en los que debido a las colonias y conquistas en España no se ocultaba el Sol.
Los tiempos cambiaron tanto que al comenzar el siglo XX España quedó circunscrita, prácticamente, a la península, y, encima, durante casi cuarenta años pasaron a casi no tener sol bajo la dictadura de Francisco Franco, de 1939, después de la Guerra Civil, a 1975.
Fue con la llamada movida madrileña, en los años ochenta, que se dio el primer campanazo. Aunque fue sólo hasta la segunda mitad de los años noventa cuando la ciudad empezó a cambiar de verdad, cuando el mundo empezó a querer vivir allí.
Cuentan los mayores que era muy raro ver a una persona negra. Y que su presencia por la calle hacía girar más de una cabeza. Todo eso ha cambiado en veinte años durante los cuales el país ha vivido en una montaña rusa de progreso y ánimo, de mayor o menor presencia de inmigrantes según la oferta de trabajo.
Antes la gente iba a España por turismo y los inmigrantes eran, sobre todo, estudiantes latinoamericanos. Los marroquíes eran, y son, el grupo mayoritario, por vecindad y relaciones históricas.
En estas últimas dos décadas, la mejora de la economía española y el crecimiento del país obligó a traer mano de obra extranjera. España se convirtió en un destino atractivo para muchas regiones, sobre todo de Suramérica y Europa del este. La agricultura y la construcción crecieron rápido a la vez que la hostelería siguió su ascenso sostenido.
Morenos, trigueños, mestizos, rubios, blancos y negros empezaron a hacer de Madrid una ciudad pluricultural, a ponerla al día en el cosmopolitismo que tanto necesitaba. La ciudad se fue convirtiendo en una colcha de retazos culturales. Los barrios de la periferia y unos pocos del centro fueron los elegidos por el bajo coste de los arriendos.
La inmigración contribuyó al crecimiento urbanístico y a recuperar algunos de los barrios históricos que estaban en decadencia. Y renacieron. Insuflaron más vida a través de la diversidad.
Una diversidad nacida, sobre todo, de la necesidad de sus inmigrantes que tratan de mejorar su vida, que huyen de las adversidades de sus países de origen. Que se enfrentan a su destino y tratan de hacerlo a su manera. Como ha ocurrido siempre en la historia de la humanidad.
CAMBIO DE ROSTRO
Los trabajos y oficios empezaron a tener ciertas nacionalidades mayoritarias. Los campos se llenaron, sobre todo, de marroquíes y europeos del este; las labores domésticas y el cuidado a las personas mayores tuvo rostro latinoamericano; y la construcción fue mano de casi todas las nacionalidades.
Sigilosos, entre ellos, arribaron los chinos. Su ritmo de trabajo y mirada comercial contribuyeron a alterar la vida de la ciudad. Sin apenas darse cuenta, Madrid empezó a poblarse de tiendas chinas que lo tenían todo a bajo precio y a toda hora. La ciudad que hasta finales de los noventa parecía medio desierta a medio día, porque gran parte del comercio cerraba, poco a poco se vio empujada a jornadas continuas y los cierres de los comercios pasaron de las ocho de la noche a las nueve o diez.
Los chinos, además, han empezado a comprar los tradicionales bares y restaurantes madrileños de barrio. Los administran ellos, en las cocinas trabajan ellos, pero ofrecen comida española atendida por españoles o inmigrantes.
Una contribución silenciosa, clave y esencial a mediano y largo plazo para el progreso del país es la natalidad. En 1997 España tenía uno de los índices más bajos del mundo: 1.15 hijos por mujer, un mal dato porque esto acelera el envejecimiento de un país al no garantizar el relevo generacional con sus consecuencias en el estancamiento de la economía y aportes a la seguridad social y demás. Con la llegada de los inmigrantes coincide la subida de ese índice de natalidad. Tanto que en el año 2000 llegó a 2.2 hijos por mujer y en 2008 alcanzó los 2.45.
Pero así como 2008 es una fecha tope en todo, es a partir de entonces que todo desciende. Marca el comienzo de la crisis económica en Europa y España. Muchos extranjeros quedaron sin trabajo o en malas condiciones laborales y deciden retornar a sus países de origen.
Para entonces, ya algunos barrios de Madrid tenían una identidad nueva: Lavapiés, barrio tradicional y uno de los más antiguos, se consolida como el sector interracial y multicultural, y Malasaña, emblemático porque allí empezaron las revueltas del 2 de mayo de 1808 contra los franceses, se reinventó como una zona alternativa de ocio y cultura impulsada por inmigrantes españoles y europeos.
LAVAPIÉS, CORAZÓN DE LA DIVERSIDAD
Un hombre con chilaba blanca y sandalias hace señas con la mano a un grupo de hombres que parecen esperarlo en la plaza…
Una mujer de jean ajustado y blusa hasta el ombligo va por la mitad de la calle como si fuera de ella…
Otra mujer con un sari rojo de bordados dorados lleva un cochecito y habla con su huésped de unos tres años…
Dos adolescentes con hiyab gris están sentadas en uno de los bancos mientras juegan con los celulares…
Unos diez hombres africanos cruzan la plaza de prisa llevando en las manos unas bolsas gigantes de tela donde tienen los artículos que venderán cerca de la Puerta del Sol…
Un muchacho de elegante traje gris y camisa negra sale de uno de los edificios de la mano de quien parece ser su esposa forrada en un vestido morado…
Unos niños latinoamericanos, africanos, españoles y uno asiático juegan con la pelota mientras una de las madres los pone nerviosos con sus continuos gritos de “¡Cuidado, cuidado!”…
Tres abuelas bajo un árbol de poca sombra charlan y ríen sin quitar los ojos de encima a un niño de seis años que corre a su alrededor…
Una mujer de cabello rubio en las raíces y negro el resto pasa sigilosa sobre unos tacones de vértigo hasta entrar en la boca del metro de Lavapiés…
Baja las escaleras sin hacer sentir su taconeo. Fuera, la vida sigue en la plaza donde todavía queda una hora para que baje el sol, aunque son las ocho de la tarde. Y después de ida la luz la vida continuará con un relevo de pobladores nocturnos.
Llegado el momento, se encienden las farolas de luz ambarina de uno de los barrios más antiguos de Madrid. Está en el centro de la ciudad, a cinco minutos de la famosa Puerta del Sol. Lavapiés empieza por el norte donde termina esa pequeña meseta de la ciudad, ahí está la Plaza Tirso de Molina, luego todo es cuesta abajo.
Callejuelas angostas y adoquinadas por donde antes corrían riachuelos. Callejuelas sin un orden, improvisadas, unas largas otras cortas, pero todas custodiadas por edificios de los siglos XV, XVI, XVII, XVIII, XIX y unos poquitos del XX.
Edificios de cuatro o seis plantas con sus colores vivos, donde la gente asoma desde sus ventanas de madera o sale a un rayito de sol o de luna en sus diminutos balcones de hierro.
TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A…
Un pueblo. Un pueblo del mundo. Eso es Lavapiés. Ese ha sido su destino desde el Medievo. Allí siempre han ido a parar los migrantes que han querido hacer vida en Madrid, primero los del mundo conocido antes del Nuevo Mundo, luego los de ese Nuevo Mundo que se liberaban de sus amos y después, los venidos de todos los rincones de España como si Lavapiés fuera Roma.
Durante muchas décadas Lavapiés fue dejado de la mano de Dios, del rey de turno, del dictador Franco y de sus sucesores democráticos. Nadie quería vivir allí, sólo vivían quienes no podían hacerlo en otra parte.
Olvido, pobreza, desilusión, droga, delincuencia… Decadencia… Hasta que en los años ochenta llegó el primer resquicio de salvación con algunos grupos sociales, escritores y artistas que se fueron a vivir allí por los arriendos bajos.
Fue sólo hasta finales del siglo XX y comienzos del XXI cuando las cosas se encauzaron de nuevo por aquellos edificios sostenidos por la esperanza inquebrantable de generaciones y generaciones. Lavapiés empezó su regeneración.
En ese periodo de entre siglos es cuando empieza a aumentar la inmigración y los que se quedan en Madrid capital llegan a Lavapiés.
Tanta gente de todas partes y de todos los oficios y profesiones no sólo llenaron las calles con sus voces extrañas, sonidos, músicas y bullas desconocidas y vestuarios salidos de libros y películas, sino que hicieron que el barrio se fuera poblando de asociaciones comunitarias, pequeñas galerías, centros de arte o pequeños teatros rodeados de bares y restaurantes de muchas regiones del mundo. Explosión de aromas.
Es un micromundo en el cual se aprecia los porcentajes de distribución de la población extranjera madrileña: el 42.88 es de origen europeo, el 33.02% es latinoamericano, y de ellas un 23.88% es de América del Sur; el 13% es de origen africano, con un 9.06% de la población proveniente de Marruecos; y el 10.99% es de origen asiático, la mayoría chinos que representan el 6.73%.
En cualquier punto del barrio, se mire a donde se mire, la sensación es de que algo está pasando, de que se es testigo o copartícipe de algo bueno aunque no se sepa qué.
MALASAÑA, DE LO TRADICIONAL AL POP VINTAGE
Retazos de modernidad futura siempre quieren adelantarse en Malasaña. Si Lavapiés está unas cuadras detrás de la Puerta del Sol, Malasaña está unas cinco cuadras delante de la Puerta del Sol.
El espíritu más joven y con vocación innovadora vive por allí. Si Lavapiés acoge la inmigración del mundo y con pocos o medianos recursos económicos, aunque eso empieza a cambiar, Malasaña es el lugar donde conviven familias tradicionales de Madrid con universitarios de España, estudiantes con mejores recursos y la gente más modernilla.
Ya en los años ochenta este barrio fue uno de los centros de la famosa movida madrileña. Sus bonitos edificios clásicos llenos de balcones tienen en los bajos toda clase de establecimientos para el ocio: bares de toda la vida, bares con salas de conciertos de todo tipo, boutiques de moda, tiendas de artículos especiales, restaurantes mimosamente decorados, discotecas, plazas con mesas para disfrutar de refrescos y comidas y un sinfín de locales que animan la noche y el día.
Futuro y vintage. La juventud que se resiste a partir.
Esto hace que Malasaña viva su gentrificación, una manera de llamar a la elitización o aburguesamiento de una zona. Son fenómenos vividos por barrios emblemáticos y en decadencia de grandes ciudades como Berlín, Nueva York y Londres.
El riesgo con estas zonas es que tras la recuperación se conviertan más en postales turísticas que en sitios de vida placentera.
Esta moda asedia a Lavapiés. Su punto multicultural atrae a los estudiantes, artistas emergentes, nuevos profesionales y el espíritu bohemio o de sentir el corazón del mundo. Es el virus de la hipsterización. La presión de vivir allí hace que empiecen a subir los arriendos y a expulsar a los vecinos hacia la periferia dando paso a una clase media que aspira a lo vintage, a lo cool.
A la espera de ese tiempo, Lavapiés sigue con sus túnicas, saris, jeans y demás vestuarios del mundo por sus calles, en una vida impulsada por asociaciones vecinales y culturales. El barrio de marginados, trabajadores y rebuscadores de vida que revivió y rejuveneció el centro de Madrid no sólo con la presencia física, sino que desde ese rincón del mundo han creado un big bang de nuevos acentos, voces y sonidos que polinizan un idioma llamado castellano o español.