Tierra Adentro
Detalle de portada.

Titulo: El rostro de piedra

Autor: Eduardo Antonio Parra

Editorial: ERA

Lugar y Año: México, 2018

La primera edición de Juárez. El rostro de piedra (Grijalbo) se publicó en 2009, a un año de las celebraciones del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución. En esa época, recordaremos, fueron editadas también obras como La insurgenta (Grijalbo, 2010), sobre Leona Vicario, novela de Carlos Pascual o Pobre patria mía (Planeta, 2010), en donde Pedro Ángel Palou se adentra en la mente de Porfirio Díaz. A casi una década de la primera edición, El rostro de piedra omite el apellido Juárez, cambia de portada y, definitivamente, el sentido de la recepción como lectores también ha cambiado. Estamos frente a un monumental trabajo narrativo.

Eduardo Antonio Parra es el cuentista más sólido y talentoso en la escena literaria mexicana y, me atrevo a decirlo con fundamentos de sobra, de los mejores en Latinoamérica. Este lugar lo tiene bien ganado desde hace años. Aún recuerdo la primera vez que escuché hablar sobre él, antes de leerlo: fue en el 2000, en el marco del Congreso Internacional de Americanistas en Santiago de Chile. Parra, dijo la ponente cuyo nombre por desgracia olvidé mas no sus palabras, es el Rulfo actual en México. La destreza narrativa de este autor no pudo contar con vara más alta que la novela histórica. Así, en El rostro de piedra, como bien apuntó Christopher Domínguez Michael: “No incurrió Parra en ninguna de las flaquezas de ese híbrido lamentable que es la biografía novelada, que carece del vigor documental y el respeto por la verdad propios de la biografía a secas y se priva, por pereza mental y ansiedad comercial, de las libertades de la novela. Además, la biografía novelada de tema histórico suele ser el sabático de los profesores desengañados: la materia la pone la historia, vivero inagotable, y pasa por arte la creencia vulgar de que basta con leer novelas para escribirlas” (Letras Libres, 2009).

Benito Juárez nació en Guelatao, Oaxaca, en 1806, y muere en Palacio Nacional en 1872. Durante 14 años fue presidente y, en palabras de Eduardo Antonio: “Juárez es el político más importante del siglo XIX, Juárez es el único que murió en el poder, sí fue traicionado pero no lo mataron, de alguna manera fue triunfador. Todos nuestros héroes son héroes derrotados, Juárez no. Un verdadero hijo de la chingada cuando lo que se necesitaba en este país era un verdadero hijo de la chingada. Fue el primer presidente que se aferró con uñas y dientes al poder, fue el fundador del presidencialismo mexicano, de alguna manera, Juárez, el que transformó la historia y logró la verdadera independencia de México y fue el que sentó las bases de todo el sistema político que funcionó 100 años después que él” (entrevista de Mónica Maristáin, SinEmbargo, 16 diciembre, 2017).

El rostro de piedra registra los acontecimientos en torno al presidente Juárez desde 1853, año en que, por órdenes del dictador, su alteza serenísima el Quince Uñas, Santa Anna, es preso en Oaxaca y llevado al fuerte de San Juan de Ulúa.  La novela abarca diecinueve años de historia que son los diecinueve capítulos de lucha continua, alianzas y traiciones en lo que significan las bases democráticas de México y la idea de Nación. La voz elegida por Parra es la de un narrador extradiegético, en tercera persona, que se refiere al personaje principal como el Presidente, intercalada con otra voz en segunda persona, la conciencia que se referirá a Benito, por su otro nombre: Pablo. Rompiendo con la linealidad histórica, la novela intercala un capítulo referente a los últimos dos años de vida de Juárez y un capítulo en analepsis que recuenta los orígenes de esa presidencia itinerante. Son pocos momentos los que se cuentan sobre la infancia y primeros años de formación de Juárez; Parra situó su atención en el complicado andamiaje de la política de un país territorialmente inabarcable, pero con un puñado de hombres que dirigían sus hilos. La persecución de Juárez inicia desde que es gobernador de Oaxaca y le niega la entrada a Santa Anna a este estado. Veracruz es un lugar altamente significativo en esta parte de la historia, sobre todo cuando Juárez ya es presidente; el gobernador en turno, el General Manuel Gutiérrez Zamora, liberal como él, le da asilo y protección. Veracruz, como Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí y Jalisco le dan el triunfo en la reelección de 1871, al ser los estados más poblados.

Parra entreteje anécdotas que a lo largo de la novela resurgen, como el recuerdo de un travesti en un carnaval de Veracruz (1959) que resulta ser un joven capitán, personaje recurrente en la vida de Juárez porque alcanza altos rangos y cada que lo encuentra lo remonta a aquella íntima revelación inconfesable de, ¿cómo pudo confundirse y creer que era una exótica jarocha de modales relajados?

Los segmentos narrativos en segunda persona son una especie de ajuste de cuentas entre el personaje, el autor y nosotros lectores con el mito:

¿Contra quién luchar?, te repites sin saber que no encontrarás la respuesta porque no eres capaz de reconocer que tu principal adversario no es ni Sebastián Lerdo de Tejada, ni Porfirio Díaz, ni ninguno de los generales pronunciados en contra de tu gobierno, ni la prensa que critica cada uno de tus actos y decisiones, ni el pueblo de México que día a día da más muestras de estar volteándote la espalda. Ni siquiera el juicio de la historia, al que acaso temes más que a ningún otro. No, Pablo, estés consciente o no de ello, tu principal adversario, el enemigo más encarnizado vive dentro de ti”. (Parra, 2018, p. 217).

El rostro de piedra, sin eufemismos nos recuerda (porque parece que algunos lo olvidan) las profundas raíces clasistas y racistas de nuestro país: la negación y marginación del México indio; la obnubilación con lo extranjero, en particular con lo europeo; los trasnochados linajes reales y aristócratas; el conservadurismo de los reaccionarios, del clero y los ricos; las alianzas entre clases sociales marcadas por el color de piel; el México que sigue siendo varios.

De las escenas más memorables en la novela es, sin duda, el éxodo del presidente de la Ciudad de México ante la llegada de Maximiliano y la avanzada del ejército francés. En esta secuencia narrativa, se desmenuza el tejido social de la capital, encabezando el desplazamiento van los carruajes de la familia presidencial, los ministros, jueces, diputados y empleados públicos, seguidos por la gente de negocios, proveedores del ejército, prestamistas y, más atrás, sin mayores distinciones, la multitud, la bola (como le llamará Mariano Azuela en su novela Los de abajo), los mercachifles, los buscavidas, tahúres, buscapleitos, léperos, mujeres de la vida fácil, la prole.

Juárez, dijo Parra en la entrevista citada con Mónica Maristáin, fue un hijo de la chingada que a sus sesenta y seis años venció a Porfirio Díaz y que, como él, antes hubo otros que: “al final doblaron las manos y agacharon la cerviz: Santa Anna, Félix Zuloaga, Miguel Miramón, Leonardo Márquez, Tomás Mejía, los mariscales franceses Forey y Bazaine, Jesús González Ortega, Maximiliano de Habsburgo, Napoleón le petit. Todos cayeron o abandonaron la contienda” (El rostro de piedra, p. 353).

Celebro tanto que se haya reeditado esta novela, que se lea y se hable de ella; Eduardo Antonio Parra nos da la oportunidad, con este enorme trabajo de investigación y reflexión, de acercarnos a la personalidad de un líder y al espíritu de un país naciente que conserva, en esencia, sus formas caóticas más orgánicas y antiguas, nos da la oportunidad como lectores, de acercarnos a otro estilo de la novela histórica en México.