Tierra Adentro
Fotografía de Plutarco Elías Calles (1877-1945) con Álvaro Obregón Salido (1880-1928). Fuente: Mediateca INAH

Hubo una vez un presidente tan poderoso que, cuando dejó de ser presidente, seguía mandando a través de sus sucesores. Este personaje despachaba desde una casa en la colonia Anzures frente al Castillo de Chapultepec, donde vivían los presidentes. La gente, al pasar por ahí, decía “ahí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”. Esa perpetuación en el poder se conoció como “Maximato” pues dicho presidente era conocido como el jefe máximo de la Revolución, llevando la lucha armada a una nueva fase de instituciones y gobierno. Ese cuento se nos contó como parte de la trama oficial de la historia del siglo XX mexicano; sin embargo, es necesario matizar y contextualizarlo para comprender la complejidad de este proceso político y su importancia para la construcción del Estado mexicano posterior a la Revolución Mexicana y algunos despliegues simbólicos en torno a este periodo.

La historia del general Plutarco Elías Calles claramente está vinculada a la historia de la Revolución y a la historia de la Revolución en el noroeste. Nació el 25 de septiembre de 1877 en Guaymas, Sonora. Temprano en su vida quedó huérfano y fue criado por un tío de quien adoptó el apellido Calles. De joven se dedicó a la enseñanza como profesor rural, lo que le permitió conocer de cerca a las comunidades campesinas del norte de México. Más tarde, se convirtió en inspector escolar y administrador de negocios. Su historia de vida desembocó el proceso revolucionario, en el que apoyó el movimiento inicial de Francisco I. Madero, y luego a Venustiano Carranza en la lucha contra Victoriano Huerta, quien derrocó al régimen Maderista. Su habilidad militar le valió un rápido ascenso en las filas de las fuerzas revolucionarias, hasta convertirse en general. Calles asumió la gubernatura de Sonora dos veces entre 1915 y 1920. Desde ahí comenzó a implementar reformas: promovió la educación laica; reguló las condiciones laborales y limitó la influencia de la Iglesia en asuntos públicos; y también combatió a las fuerzas de Pancho Villa.

A inicios de la década de 1920, Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón y Adolfo de la Huerta, todos ellos sonorenses, pudieron centralizar el poder después de que, con el Plan de Agua Prieta, derrocaran y asesinaran a Venustiano Carranza. Adolfo de la Huerta, quien, además de dedicarse a la política, también se dedicó al canto, fue presidente interino antes de que Álvaro Obregón pudiera ser el nuevo presidente después de haber ganado las elecciones en septiembre de 1920.

En 1924, tras el apoyo de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles fue elegido sucesor y asumió la presidencia de la República. Su gobierno se enfocó en continuar el esfuerzo de estabilizar al país después de años de fuertes conflictos armados y caos en todas las regiones. Sin embargo, este intento de construcción de instituciones para pacificar y unificar al país no necesariamente significó terminar de tajo con el caudillismo revolucionario. Las traiciones, los crímenes y las conspiraciones continuaron.

Exactamente sobre ello trata una de las novelas políticas más importantes de la historia del siglo XX mexicano: La sombra del Caudillo. Escrita por un participante de la Revolución, Martín Luis Guzmán, la obra gira en torno a la sucesión presidencial tras el mandato de un líder revolucionario, conocido como “el Caudillo”. Este personaje actúa como figura central de poder en un sistema político donde las traiciones, las conspiraciones y la manipulación son la norma. Si bien utiliza personajes ficticios basados en figuras históricas para narrar las luchas de poder dentro del régimen revolucionario, se trata de una novela en clave. “El Caudillo” representa a Álvaro Obregón; Hilario Jiménez refleja al general Calles en su pragmatismo político y su habilidad para consolidar poder, representando una faceta del régimen basada en la negociación; e Ignacio Aguirre encarna los ideales de democracia y justicia, aunque se enfrenta a un destino trágico debido a la corrupción del sistema. Ese personaje simboliza a Francisco Serrano, un general muy cercano a Obregón, quién se opuso a la reforma constitucional que permitiría de nuevo la reelección, así como al interés de Obregón de ser presidente por segunda ocasión, lo que le costó ser asesinado junto con otros generales en 1927, en el episodio conocido como la “Masacre de Huitzilac”.

El general Calles debía conformar un gobierno que permitiera abrir camino a que “la revolución se bajara del caballo”. Que las armas fueran sustituidas por leyes e instituciones. Por ello atrajo a figuras como Moisés Sáenz, su secretario de educación, quien comenzó a dibujar un proyecto educativo —por ejemplo, promovió la educación secundaria— y cultural que integrara al país en una identidad nacionalista. Otro personaje que estuvo en el gabinete de Calles fue el sindicalista Luis N. Morones, líder de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), que, fundada en 1918, se convirtió en la primera organización sindical obrera mexicana resultado de la Revolución. Se dice que en esta organización había tanta corrupción que las siglas en realidad significaban CROM: Cómo Roba Oro Morones.

Claramente, entre los mayores logros del callismo, destaca la fundación del Banco de México en 1925, que volvió a centralizar la emisión de papel moneda, que durante la guerra se emitía de manera regional —cada caudillo tenía su propia divisa—. También comenzó con la implementación del reparto agrario que distribuyó tierras a campesinos con el sistema de ejidos. Implementó la Ley Forestal de 1926, impulsada por la Sociedad Forestal Mexicana y Miguel Ángel de Quevedo, que promovió la idea de que los bosques son parte de los bienes de la nación y es responsabilidad del estado su explotación y conservación, en consonancia con el Artículo 27 Constitucional.

Sin embargo, el estigma que marcó su mandato fue la Guerra Cristera o Cristiada, que duró de 1926 a 1929, recordando que el México de la violencia, las rebeliones y las matanzas estaba todavía lejos de ser superado. En 1926, Calles promulgó una serie de leyes anticlericales, conocidas como la Ley Calles, que buscaban limitar el poder de la Iglesia Católica conforme a lo establecido en la Constitución de 1917. Estas medidas provocaron una feroz resistencia por parte de los sectores más religiosos de la sociedad, misma que se salió de control dejando miles de muertos. Aunque Calles defendía la separación entre Iglesia y Estado como un pilar de la política nacionalista, sus políticas persecutoras contra los sacerdotes y el culto público se encontraron con sectores de la Iglesia que aprovecharon y alimentaron el descontento popular en zonas rurales en las que algunos líderes revolucionarios agitaron a ciertas masas campesinas para defender a la Iglesia Católica. Dado que este conflicto implicó variables como la devoción popular, la violencia y la fe, es uno de los conflictos sociales y armados más complejos que vivió el país durante el siglo XX. Además de los ríos de tinta que han corrido de mano de muchos historiadores, hay aproximaciones desde la ficción como el caso de José Revueltas y obras literarias de su autoría como Dios en la tierra, que evocan la crudeza de la Cristiada:

La población estaba cerrada con odio y con piedras. […]  Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ahí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un descreído no puede dejar de pensar en Dios. Porque ¿quién si no Él? ¿Quién si no una cosa sin forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la terquedad del mundo en nombre de Dios. Dios de los Ejércitos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible, hostil y sordo, de piedra ardiendo, de sangre helada. 

Era difícil para los soldados combatir en contra de Dios, porque Él era invisible, invisible y presente, como una espesa capa de aire sólido o de hielo transparente o de sed líquida. ¡Y cómo son los soldados! Tienen unos rostros morenos, de tierra labrantía, tiernos, y unos gestos de niños inconscientemente crueles. Su autoridad no les viene de nada. La tomaron en préstamo quién sabe dónde y prefieren morir, como si fueran de paso por todos los lugares y les diera un poco de vergüenza todo. Llegaban a los pueblos solo con cierto asombro, como si se hubieran echado encima todos los caminos y los trajeran ahí, en sus polainas de lona o en sus paliacates rojos, donde, mudas, aún quedaban las tortillas crujientes, como matas secas.

Al terminar su mandato en 1928, Calles siguió siendo la figura más poderosa de México. Gobernó de manera indirecta durante el llamado Maximato (1928-1934) a través de presidentes interinos como Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez. En este periodo, fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, unificando a las distintas facciones revolucionarias y estableciendo un sistema político que garantizaría la estabilidad del país por décadas. Este partido, antecesor directo del PRI, buscó controlar distintas regiones del país y las bases sociales de la Revolución, aunque construyó “a la inversa”. Es decir, no fueron las masas las que se organizaron para conquistar el poder, sino que, desde el poder, se conquistó a las masas con este partido político.

El general Cárdenas, sumamente cercano a Calles, ganó la elección de 1934 y lo mantuvo cerca de cada decisión política. Sin embargo, decidió alejarse de la poderosa figura de este caudillo, y obligó a Calles a salir de país en 1936. Durante su exilio en Estados Unidos, Calles se distanció de la política activa. En 1941, regresó al país, ya sin el poder de antaño, y vivió sus últimos años en relativa tranquilidad. Plutarco Elías Calles falleció el 19 de octubre de 1945 en la Ciudad de México.

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