Tierra Adentro
"Homenaje a Chespiritu", ilustración de Freddy Agurto Parra, 2014. Recuperada de Flickr. CC BY 2.0
“Homenaje a Chespiritu”, ilustración de Freddy Agurto Parra, 2014. Recuperada de Flickr. CC BY 2.0

Siento un vergonzoso amor por los chismes de la farándula mexicana. Sé poco sobre la vida de Dante o Jane Austen, pero el pasado amoroso de Alfredo Adame y las penurias de Maribel Guardia pesan en mi mente como mis propias separaciones y congojas. Mi madre compraba siempre la revista TVyNovelas y nos prohibía a mi hermano y a mí leerla hasta que ella la hubiera terminado. Por supuesto que yo hacía hasta lo imposible por echarle un ojo antes de lo permitido, ello me fue creando una manía por la publicación. Hoy, sin el pretexto de una exclusión materna, sigo consumiendo el contenido de la competencia (es decir, la revista TVNotas) todo el tiempo. Ya sea en línea o en formato físico. En fin, cuento estos antecedentes para confesar que siempre tuve la fantasía, el impulso de trabajar escribiendo chismes sobre las luminarias nacionales. Este ensayo es lo más cercano que llegaré a ver cumplido el anhelo. El personaje principal de mi texto es Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, el famosísimo escritor, actor y director que trajo al mundo al Chavo del 8, al Dr. Chapatín, al Chómpiras, al Chapulín Colorado, entre otros personajes emblemáticos de la televisión.

De niño, el programa El Chavo del 8 me parecía espectacular, no podía esperar a verlo mientras comía unos Piedrulces o unos Brinquitos, o ambos. Era parte de mi ritual televisivo. Cuando crecí, intenté verlo de nuevo, la verdad es que no fui capaz. Simplemente me pareció reiterativo hasta el hartazgo. Ya lo dijo bien José José: hasta la belleza cansa. Me aburrió la estructura cíclica de cada episodio, en la que el Chavo hace alguna tarugada y termina golpeando con una pala, con una escoba, con una pelota, con un balero gigante, con su propio autodesprecio al señor Barriga, a Rondamon, a Kiko, al profesor Jirafales, a la Chilindrina, a mi alma exhausta. Durante todas las secuencias, se escucha un desfile de enunciados predecibles y cascados: “No me tienen paciencia”, “No me simpatizas”, “Acúsalo con tu mamá”, “¡Ta… ta… ta…ta”, “No te juntes con esta chusma”, “Un hermoso pueblito con crepúsculos arrebolados”, etc.

Lo que hoy sí me parece interesante son algunas de las polémicas que ha generado el escritor/actor a lo largo de su carrera. La primera que siempre me ha intrigado tiene que ver con su nombre, ya que se trata del diminutivo mexicanizado de Shakespeare: Shakespearito, el cual se transformó en Chespirito. No hay forma de no resultar soberbio o ingenuo cuando la elección de tu pseudónimo te vincula, de alguna forma, con el mejor escritor que haya existido en la Tierra. Es como si yo hubiera decidido firmar mis libros como Sorjuanito o Borgitos o Cervantitos. No sé si el talento de Bolaños lo acerque siquiera a los empeines del inglés. Dudo que cualquiera pueda acercársele.

El segundo asuntó se pone más truculento, está relacionado con un vínculo extraño entre Gómez Bolaños y Hitler. Si este fuera un artículo de TVnotas, lo habría titulado: ¿Chespirito fue nazi? Por supuesto que no lo fue, pero resulta interesante recordar que en su programa sí interpretó al mismísimo Führer. Lo hizo, además, por medio de un crossover inaudito, poniéndolo al lado del Chapulín Colorado. El episodio es una ucronía perfecta: mediante la inserción de un elemento ridículo, como el Chapulín Colorado, se llegan a cambiar por entero las circunstancias de la muerte de Hitler.

La anécdota del capítulo comienza con una estampa angustiante de la Segunda Guerra Mundial: unos militares, que pertenecen al grupo de los Aliados, intentan (una y otra vez) hacer contacto con una mujer espía, encargada de obtener información útil para derrocar al líder alemán. Quieren avisarle a la espía que su escondite ha sido descubierto. Al parecer, ella se encuentra perdida o, peor aún, ha sido capturada. En el colmo del desasosiego, uno de los militares suelta la pregunta clásica: “Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?”.

No sé ustedes, pero yo mismo hice alguna vez esta pregunta en la primaria para ver si el superhéroe mexicano se aparecía y arreglaba mis problemas luego de madrearme, insultarme y hacer un cagadero (precio que estaba dispuesto a pagar con tal de salir de mis tribulaciones). Lo invoqué, recuerdo bien, cuando me cacharon un cuaderno que yo mismo había plagado de dibujos pornográficos en los que ilustraba al director de la escuela chupando extasiado el pito descomunal del maestro de Deportes. Fui amenazado con la expulsión definitiva. Por supuesto que el miedo me hizo intentar de todo: rezarle a San Charbel; echar unas gotas de sangre en la tumba de mi primo; invocar al diablo diciendo su nombre tres veces frente al espejo y, por supuesto, también traté de hacer que apareciera el Chapulín preguntando al aire: “Y ahora, ¿quién podrá ayudarme?”. A mí no me funcionó la estrategia y sí me expulsaron, pero los militares del episodio son más afortunados.

De entre unos escombros de guerra, aparece él: el de las antenitas de vinil; el de las pastillas de chiquitolina que le permiten volverse breve; el del escudo con forma de corazón. El personaje accede, a pesar de su pánico, a ir en busca de la espía. Luego de una serie de necedades y malentendidos, la localiza con vida. Esta mujer es interpretada por Florinda Meza. Siempre me cayó mal la actriz, pero en este episodio resulta particularmente odiosa por sus gestos inhumanos y su voz engolada.

Entre suceso y suceso, vemos escenas donde el mismo Gómez Bolaños interpreta a Hitler. Jamás intenta redimirlo ni lo humaniza siquiera; al contrario, lo muestra como un inepto al que todas sus artimañas le salen mal. Incluso nos hace saber que ha desperdiciado 400 submarinos militares porque no entiende que los vehículos no pueden sumergirse en la tierra. La interpretación es graciosa, aunque el forzado acento alemán, el humor predecible del autor y los golpazos de siempre le restan algo de contundencia. A través de un túnel secreto de hule espuma y cartón, el Chapulín y la espía llegan al bunker de Hitler.

El giro de la trama no sé si es descabelladamente potente o un simple deus ex machina, pues resulta que la mujer confiesa ser en verdad Eva Braun, la fotógrafa que muy pronto se convirtió en el amor de la vida del líder alemán. El Chapulín se topa, cara a cara, con Hitler gracias a los cromas picados y los pésimos efectos especiales característicos de la serie. Hay una lucha con los nazis, donde el del Chipote Chillón agarra a patadas a sus enemigos. Luego el héroe huye por el mismo túnel de cartón-piedra que vimos antes. Uno de los comandantes del Tercer Reich le hace saber a su líder que en ese túnel hay explosivos, los cuales pueden ser detonados remotamente por medio de un botón. Ya se nos había dicho hasta el hartazgo acerca de la incapacidad técnica que tienen estos alemanes de la parodia, así que cuando oprimen el botón, el que vuela en pedazos es Hitler. Fin.

Se cuenta que el episodio fue prohibido por Televisa, en efecto, es todavía hoy difícil de encontrar. Muchos dicen que lo desaparecieron justo porque a Bolaños también se le acusó varias veces de racista por hacer Black Face, ya hablaré de ello más adelante. No ayuda tampoco que, en algunos de los sketches del programa, en especial cuando aparecían escenarios que recreaban las calles de la ciudad, los muros estaban muchas veces grafiteados con suásticas. Yo sé de cierto, porque lo viví de primera mano, que muchos pandilleros en México usaban suásticas en sus atuendos y pintas.

Cerca del Metro Taxqueña, durante mi niñez, siempre aparecían grafitis que dejaban ver el símbolo nazi. Si ustedes recuerdan, uno de los personajes de Héctor Suárez, llamado el Flanagan (un punk mexicano que siempre decía: “Queremos rock”), portaba en su chamarra la odiada cruz. Les repito, era algo común entre las pandillas de la ciudad. Algunos han tratado de decir que en México siempre se usaba el signo original hinduista y budista, cuyas aspas giran al lado contrario que el símbolo alemán; pero me parece que ello es simplemente una manera de justificar acciones e ideologías polémicas del pasado. No hay forma de saber si Chespirito era racista o no, pero entiendo a la perfección por qué algunos lo especulan. Será el lector quien se haga su propia opinión.

En cuanto al uso de Black Face de Gómez Bolaños, empecemos por definir el acto. Se trata de un estilo de maquillaje que consiste en pintarse la cara de negro, para representar a una persona de color de una forma burlesca, como si fuera una caricatura, resaltando facciones o características ligadas a lo animalesco; por ejemplo, se deja una gran apertura de tono más claro alrededor de la boca para insinuar labios gigantes. La técnica es considerada un acto racista.

Cuando Chespirito hizo Black Face, agregó al estilo algo que muchos en Latinoamérica usaban con la intención de parodiar a los negros: un acento cubano hiperbolizado. Esta interpretación del comediante ocurrió a finales de los años setenta. Cabe resaltar que luego de 1960, tras el logro de los derechos civiles para los negros en Estados Unidos, el Black Face fue censurado por la sociedad. Lo repito, no hay forma de saber si el escritor mexicano fue un racista o si tenía un tipo de desprecio por alguna raza, lo que es casi un hecho es que él sabía que esta práctica ya no era bien vista y, aun así, decidió utilizarla.

El episodio en cuestión narra una anécdota bastante simple, trata sobre un soldado que, por miedo, se niega a participar en la Guerra de Secesión. Me parece interesante el apellido que escogió para el personaje del sketch, el apelativo era justamente Shakespeare, lo cual evidencia que él sí creía tener algún tipo de vínculo con el Bardo. Cuando un general descubre que el soldado ha huido del campo de batalla, determina que debe ser fusilado. La idea que se le ocurre al condenado para evitar su muerte es justo hacerse pasar por esclavo. Chespirito sí retrata al esclavo como lo hacían los gringos cuando se burlaban de ellos: como un monigote tonto y sobreactuado. Ver al comediante con el Black Face sí me generó vergüenza ajena y ñáñaras. El esclavo es golpeado una decena de veces de manera gratuita y sin mucho ingenio. Ello también fue y sigue siendo bastante cuestionado por algunos espectadores. En su momento, se le condenó bastante al comediante por esta pieza televisiva. Uno podría pensar que fue un error aislado, pero Chespirito recurrió de nuevo al Black Face para otro episodio: la parodia de Othelo ni más ni menos. La segunda vez fue un tanto más contenido, aunque el acento cubano exagerado sí lo mantuvo.

De nuevo, será el lector quien determine sus propias conclusiones, yo sigo pensando si es pertinente condenar a los creadores del pasado a partir de mi cosmovisión del presente. Yo, al menos, aún no tengo claro si ello resulta adecuado.

Pero la polémica más sonada y criticada del comediante tiene que ver con uno de sus primeros programas, anterior a los que lo hicieron famoso, estoy hablando del protochavo del ocho, si me permiten la mamonería. Se trataba de una emisión llamada Los supergenios de la mesa cuadrada. El programa era protagonizado por una conductora (la protochilindrina) y tres personajes que hacían chistes sobre las figuras públicas de la farándula, la política o la intelectualidad de la época, y contestaban cartas o mensajes del público.

Cada personaje tenía un vicio de carácter muy marcado: uno era borracho, el otro tenía un humor de la chingada, pero el defecto del Dr. Chapatín (quien hizo su debut en esta emisión) resultaba grotesco. Su rasgo distintivo generó y sigue generando animadversiones, al viejo médico le gustaban las mujeres jóvenes. ¿Qué tanto? Él mismo lo confesaba a cada rato. En uno de los capítulos alguien del público le manda esta pregunta: “¿Sería capaz de casarse con una mujer de 28 años?”. El médico responde: “Prefiero dos de 14”. Incluso para la época era un chiste fuerte. Incluso mi tía abuela, quien fue obligada a casarse con un tipo mucho mayor que ella, criticaba ya con severidad este tipo de prácticas. Pero la rutina “cómica” no termina ahí. La conductora lee al doctor otro comentario del público que dice: “Avergüénzome del Dr. Chapatín por enamorar a niñas menores de edad”. El anciano reacciona así: “Falso, falso”, luego pregunta: “¿Quién firma ese telegrama?”. “Una niña de 12 años”, le responden. El médico remata diciendo: “¿No mandó su fotografía?”. Yo vi este programa hace poco, debo confesarlo, no lo presencié en su momento. Juzgándolo desde el presente, me pareció desagradable. Sin duda, puedo asegurar que ha sido la mayor polémica a la que el comediante se ha enfrentado en la época actual. Yo sólo arrojo la piedra y escondo la mano, yo sólo suelto los chismes y que sean los lectores quienes hagan las conclusiones.

En fin, la primera parte de mi cierre es, sobre todo, una disculpa. Ya no tuve espacio para meter otros asuntos bastante truculentos de Chespirito: su parentesco con Díaz Ordaz y la vez que lo calificó como el mejor presidente; su cercanía con el PAN; su famoso anuncio en contra de la despenalización del aborto; el rumor de que amenizó fiestas de narcotraficantes y un largo etcétera. La segunda parte de mi final es una justificación al estilo de las revistas de chismes, le tiraré una flor al comediante para que no venga a asustarme en la noche vestido de Hitler: un abrazo al querido Chespirito, donde quiera que se halle; en el lado de acá, yo lo sigo recordando y le agradezco por su trabajo (sí, cómo no).