Mi mierda y yo
Las pompas: pedazos de masa entumidos.
Las piernas: senderos de hormigas.
La pared: lienzo de historias; como la del elefante que se asomaba detrás de una roca; o la de la nariz de la bruja que no usa su sombrero, lo perdió en el verano; o el del señor gordo con su panzota; y el del helado que era… ¿de fresa?
Las hormigas para ese punto hacían una fiesta en los muslos.
Pero, ¿moverse?… no, moverse ¡imposible!
Sobre todo ahora que había una fuga acuática en… en…
Bueno, en…
Me da pena decir dónde.
¿En la cola?
En la colita.
Sólo queda rezar: rezarle a Dios y a todos los santos para que este chorrillo pare, se detenga.
Quizá estirar las piernas, un poco. ¿Pararme? no, me va a doler la panza.
Pero ¿y las hormigas? ¿Qué vas a hacer respecto a las hormigas?
Dejaré que me recorran toda.
La luz, mientras tanto, amarilla, calor de hogar. Podría vivir aquí para siempre, como el señor del anuncio. Recorro la pared con la mirada, a ver si encuentro una nueva historia…
¡Allí! Un canguro… mmm, era un canguro volador, porque abajo hay un edificio.
Sí, sí, mira su capa.
¿Cómo vas, Paty?
Bien, ma, creo que ya casi.
Llevo tanto aquí que ya no me da asco, esta es mi casa, mi lugar seguro, mi refugio en la lluvia. Mis manos se aferran al asiento rosa, es un rosa pálido, color “carne” -cuando pensar que la carne es la carne blanca y hegemónica, pero yo no sé nada de eso ahora, sólo sé que sí es color carne, porque algo así es mi carne, y con eso me basta-. Este asiento es cómodo, ah, estiro tantito las piernas y por un momento mi única unión con el mundo terrenal es el asiento color “carne”, vuelo… y me siento rara, más desnuda que un segundo antes… ¡Las hormigas empiezan a huir!… ¿A dónde se irán las hormigas?
Mis muslos están rojos, rojísimos, es por la presión de mis codos.
¿Algún día acabará esto?
Ya llevo mucho tiempo, años quizá, no sé qué sea del mundo exterior, pero aquí la caca líquida no para, ni los apretones de panza.
¡Diosito por favor, si me quitas este chorrillo prometo cambiar para siempre y no volver a comer mal!
Tal vez diosito escuche y podré dormir en mis cobijas calientitas, y podré volver a comer chocolates y quesadillas.
Pero mientras, nada. Silencio.
En la casa es de noche, muy noche.
Cruzando el pasillo, mi mamá está dormitando, pero alerta, a ratos viene:
¿Ya mejor, Patita?
Creo.
Siento que ya casi no sale. ¿Ya?
No, hasta que salga todo no me voy.
Mmm, silencio.
Veo mis pies.
Silencio.
Veo el techo todo hongueado.
Silencio.
Veo la puerta de la regadera, es de acrílico amarillento.
Silencio.
Me acuerdo de las pompis de mi hermana,
por el acrílico,
por las puertas de acrílico, digo.
Me acuerdo cuando jugamos el juego de las pompis.
Mi hermana luego se está bañando y yo estoy haciendo pipí, y de repente me sorprende poniendo sus pompis contra la puerta amarilla transparentosa: sus pompis mojadas aparecen y desaparecen. Y yo, claro, me río, me carcajeo. Pocas veces he sido tan sencillamente feliz como cuando mi hermana me hacía reír con eso de las pompis. La felicidad estaba ahí, en esas pompis que aparecían y desaparecían.
-¿De qué se ríen?
-¡De nada!
-¡Apúrense que se nos hace tarde!
Mi mamá no tiene tiempo para el juego de las pompis, cuando le decimos que ella también ponga sus pompis en las puertas dice que no.
Yo sí las pongo, también pongo mis pompas. Y Val se carcajea. Es nuestro juego de la mañana, lo jugamos a la hora de la regadera.
Ese momento en el que una se baña, la otra hace pipí y la otra, que es mi mamá, se peina y se maquilla mientras, por cierto, está en calzones.
Esa es nuestra mañana, de las tres, ese compartir el baño, ese reírse y enojarse, y ese pelearse a veces, en la intimidad del baño -un baño pequeño, en el que cabemos las tres apuradas despeinadas y estorbosas como somos-.
Ahora en el baño yo sola,
sola con mi diarrea
nada más en el mundo ahora, más que mi diarrea y yo,
porque mamá duerme
porque Val duerme
porque las dos que son mi mundo, duermen
(y papá no sé, supongo que papá también duerme)
y mientras mi mundo duerme, yo estoy aquí, sola
sola
sola
solísima
se me acaban las historias de la pared
se me retuerce la barriga
y se me sigue saliendo todo por la colita.
Supongo que ahí descubro, por primera vez, la soledad
esa soledad
esa soledad que me acompaña a veces:
cuando el avión se convulsiona y no tengo a quien abrazarme
cuando la noche me cubre hasta adentrito de mis sábanas
cuando me sudan las manos y todo se me resbala
y sobre todo, cuando voy al dentista.
Pero la primera vez, nos conocimos en ese baño,
en ese baño y con esa diarrea, tan mía
tan mía y de nadie más.
Porque sola en el baño, con las piernas hormigueantes y la tripa rugiente sentí ese… ¿cómo llamarle?, ese… ¡miedo! Sí, ese miedo que se apodera de una, cuando la misión se debe enfrentar con nada más que una sola, una sola y su cuerpito diminuto y vulnerable.
Mmm
Tal vez ya debería limpiarme.
Pero no quiero.
Sé que va a ser un problema limpiarme.
Un problema asqueroso.
Porque no me quiero ensuciar mis manos de caca.
Pero si es tu propia caca.
Pero igual es caca.
¿Qué es la caca?
Mmm
Tomo tres cuadros de papel, es mi deber contarlos porque mis primas ya me enseñaron que sólo debo tomar tres cuadros para la popó y dos para la pipí, porque sino tapo el baño, y si tapo el baño lo que sigue es sólo infierno, lo sé bien.
Pero con tres cuadros me voy a manchar la mano, y no quiero.
Bueno (negocio) usaré cuatro, y me limpiaré rápido.
Agarro valor y paso los cuatro cuadros por el área en cuestión.
Y ahí, ahí recuerdo de nuevo, que en este mundo sólo somos dos: mi caca y yo, y no hay manera de que quepamos las dos en los cuatro cuadros del papel de baño que, claramente, no bastaron para la complejidad del problema.
Mi mano, que no salió invicta de la tarea, toma cuatro cuadros más
y cuatro cuadros más
y sí, cuatro cuadros más.
No quiero pensar mucho en ello, pero sé que mis primas se van a enterar si lo tapo.
A ver, aclaremos algo, en mi familia no hay secretos de baño, todo se sabe:
si te baja, se sabe
si tienes una infección, se sabe
si te pica la cola, también se sabe.
Y dentro de veinte años se seguirán burlando de mí y de mi talento innato para tapar baños; el único talento que a la fecha se me reconoce en esta familia.
¿Paty?
¿Sí?
¿Todo bien?
Sí
Pero no, no, ¡todo mal!
Caca en mi mano, caca salpicada en el asiento color “carne”, caca salpicada en mis pompas.
Y, lo que quizá es peor, serpentinas infinitas de papel en el escusado, me miran desde la mierda como retándome a bajar la palanca.
Las hormigas van bajando por las piernas,
hacen fiesta en los pies.
Y yo,
con el calzón atorado entre los tobillos,
miro mi mierda,
mi mierda tan mía,
tan tan mía
como pocas cosas en la vida,
producto de mis entrañas.
Es hora.
Adiós, camarada.
Adiós, dulce creación mía.
Adiós, mi dulce mierda.