Tierra Adentro
Fotografía de Marco Verch, recuperada de Flickr (CC BY 2.0).
Fotografía de Marco Verch, recuperada de Flickr (CC BY 2.0).

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No sería equivocado admitir que existe una especie de crisis generalizada en la percepción social de la ciencia. El negacionismo del cambio climático, el terraplanismo y el movimiento antivacunas son las pruebas más tangibles de ello. Todas esas expresiones han implicado consecuencias distintas, representando riesgos comunitarios en varias escalas. Este fenómeno ha llevado a las comunidades científicas a combatir esas distorsiones ideológicas con base en el análisis científico de los temas involucrados, por ejemplo, demostrando hasta el hartazgo cómo el ser humano sabe que el planeta Tierra es prácticamente esférico.

Sin embargo, movimientos como el anti-vacunas, que cuestiona la eficacia y seguridad de las vacunas y se opone a su uso, creyendo que pueden ser perjudiciales para la salud y causar efectos secundarios graves, incluyendo enfermedades autoinmunitarias y trastornos del desarrollo neurológico, buscan interferir en cuestiones vinculadas con la salud individual y colectiva, por lo que presentan un peligro distinto.

Por ello, las comunidades científicas, así como filósofos y sociólogos de la ciencia, también se han interesado en cómo operan esos movimientos. Se preocupan por el concepto de ciencia que tienen, la forma en la que leen los artículos científicos, cómo conciben las evidencias, sus maneras de organización, sus dispositivos discursivos, sus formas de persuasión y sobre todo, los contextos socioculturales en los que se desarrollan.

En este breve texto se hará un esbozo histórico sobre el movimiento anti-vacunas, presentando datos e información que permitan comprenderlo con mayor claridad, así como algunas reflexiones en torno a la confianza en la ciencia.

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El movimiento anti-vacuna nació, en pocas palabras, al mismo tiempo que las vacunas fueron creadas y difundidas como una herramienta de salud pública a finales del siglo XVIII e inicios del XIX. Uno de los primeros movimientos anti-vacunas se originó en Inglaterra en 1853, cuando se aprobó la primera ley de vacunación obligatoria para los niños. La ley establecía que todos los niños debían recibir la vacuna contra la viruela antes de cumplir los tres meses de edad y que sus padres debían presentar un certificado de vacunación o pagar una multa. Esto provocó protestas y resistencia por parte de grupos de padres, que argumentaban que la vacuna era peligrosa y que la ley violaba sus derechos y libertades individuales. Algunos grupos religiosos, como los cuáqueros y los metodistas, también se opusieron a la vacunación por razones éticas y morales.

En los Estados Unidos, se produjo una ola de resistencia contra la vacuna contra la viruela a finales del siglo XIX, liderada por el movimiento antivacunación de Nueva Inglaterra. Este movimiento, formado principalmente por médicos y abogados, argumentaba que la vacuna era peligrosa y que su uso era inconstitucional. El movimiento logró convencer a varios estados de abolir las leyes de vacunación obligatoria, lo que llevó a un aumento de la incidencia de la viruela en todo el país.

Durante el siglo XX, el movimiento anti-vacunas experimentó varios resurgimientos en diferentes momentos y en distintos lugares del mundo.

En la década de 1920, se desarrolló una oposición significativa a la vacuna contra la viruela en la Unión Soviética, liderada por el biólogo Trofim Lysenko. Lysenko argumentaba que la vacuna era ineficaz y que no se debía confiar en ella para prevenir la enfermedad. La perspectiva biológica de Lysenko era cercana al transformismo lamarckiano, que sostenía que las características adquiridas durante la vida de un organismo podían ser heredadas por su descendencia. Lysenko argumentaba que la vacuna contra la viruela no era efectiva porque no eliminaba las condiciones ambientales que, según él, causaban la enfermedad. En cambio, Lysenko defendía que era necesario mejorar las condiciones de vida de las personas para prevenir la enfermedad, en lugar de confiar en una vacuna.

Hacia los años 40, surgió una oposición a la vacuna contra la difteria en los Estados Unidos, liderada por grupos religiosos que argumentaban que la vacuna era antinatural y violaba la voluntad de Dios. También hubo preocupaciones sobre la seguridad de la vacuna y se informaron algunos casos de reacciones adversas graves.

En la década de 1970, surgió una oposición a la vacuna contra la tos ferina en el Reino Unido, liderada por padres que argumentaban que la vacuna causaba daño cerebral en los niños. A pesar de que la evidencia científica no respaldaba estas afirmaciones, la oposición a la vacuna llevó a una disminución en la tasa de inmunización y a un aumento en los casos de tos ferina.

En la década de 1990, se publicó un famoso estudio en la revista médica The Lancet que afirmaba que la vacuna contra el sarampión, la paperas y la rubéola (MMR, por sus siglas en inglés) estaba relacionada con el autismo. Aunque el estudio fue posteriormente desacreditado y retirado, generó una gran cantidad de atención mediática y contribuyó a un aumento en la oposición a las vacunas en todo el mundo, aunque es evidente que la recepción de dichas ideas también está condicionada por diversos factores socioeconómicos y culturales.1 Por ejemplo, con la vacunación contra el SARS COV 2, algunos estudios estadísticos mostraron que la población mexicana expresó un 69% de aceptación a la vacuna.2

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El movimiento anti-vacunas actual se basa en una variedad de “argumentos” que se centran en la supuesta falta de seguridad y eficacia de las vacunas:3

  1. Las vacunas son peligrosas: Los críticos de las vacunas argumentan que las vacunas pueden causar efectos secundarios graves, como autismo, alergias, trastornos autoinmunitarios y otros problemas de salud. Esta idea contrasta con la opinión de las comunidades científicas que están de acuerdo en que los riesgos de no vacunarse son mucho mayores que los riesgos de las vacunas.
  2. Las vacunas no son necesarias: Los oponentes de las vacunas argumentan que muchas enfermedades para las que existen vacunas ya no son un problema, y que la mejora de las condiciones sanitarias y de vida en general han sido las principales razones para la disminución de la incidencia de estas enfermedades. Sin embargo, los datos históricos y las investigaciones científicas demuestran que las vacunas han sido fundamentales en la prevención y erradicación de muchas enfermedades.
  3. Las vacunas son un negocio lucrativo: Algunos críticos de las vacunas argumentan que la industria farmacéutica está más interesada en generar ganancias que en proteger la salud pública, y que la promoción de las vacunas es una estrategia de marketing para aumentar las ventas de las compañías farmacéuticas. A pesar de la mercantilización de la salud y el poder fáctico que representan las grandes farmacéuticas, es posible construir una visión crítica al respecto sin promover la negación de la eficacia de las vacunas.
  4. Las vacunas no son naturales: Algunos movimientos anti-vacunas argumentan que las vacunas son una forma de intervención médica que no es natural, y que va en “contra del cuerpo humano y la naturaleza”. Esto ignora el hecho de que el cuerpo humano ha desarrollado una respuesta inmunológica natural a las enfermedades, y las vacunas imitan este proceso para proteger a las personas de las enfermedades de manera segura y efectiva. Este  “argumento” se ha llevado a un punto realmente ridículo, por ejemplo, cuando los grupos antivax temían que la vacuna contra el SARS-Cov 2, tuviese microchips que pudieran entrar al cuerpo vía la inoculación.

Los grupos antivacunas suelen estar cercanos a corrientes ideológicas cercanas a la llamada alt-right, como en Estados Unidos. No es extraño ver que algunas personas en las movilizaciones antivacunas, apoyen a líderes políticos como Donald Trump, reproduzcan discursos racistas o simplemente estén dramáticamente desubicados frente a la realidad social.

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Para concluir este texto, convendría apuntar que la confianza en la seguridad de las vacunas, no implica bajo ninguna circunstancia, asumir de forma automática, ciega y acrítica cualquier producto de la investigación científica. Desde la filosofía de la ciencia y los estudios sociales sobre ciencia y tecnología, han proyectado diversas perspectivas críticas en torno al carácter social y situado de la ciencia. Estos debates han sido nutridos desde distintas posturas filosóficas, tales como el pluralismo, que defiende la idea de que no existe solamente una manera de hacer ciencia, sino que las disciplinas pueden ir construyendo distintas maneras de resolver problemas en el ámbito científico. Además se han enriquecido por una visión sociohistórica del quehacer científico en el que es sumamente importante visualizar los procesos científicos como parte de una larga historia en la que el concepto de ciencia no ha sido el mismo a lo largo del tiempo.

En todo caso, esta visión crítica no debe ser tomada como anti-científca. Una interpretación que vaya más allá de los individuos como foco de atención de los fenómenos sociales (incluyendo a la ciencia) puede brindar razones muy claras por las cuáles confiar en la ciencia, sin caer en un dogma acrítico que posicione a la ciencia en un pedestal sagrado de infinita objetividad y virtud. La actividad científica es ante todo, una actividad colectiva; una cristalización de múltiples procesos de trabajo que han derivado en consensos —que siempre pueden ponerse en crisis— y que se sostienen en la posibilidad de que cualquier enunciado pueda ser debatido, revisado y reinterpretado a la luz de experiencias de trabajo diferentes.

La confianza en la ciencia, al final, se puede entender como el reconocimiento a ese trabajo comunitario, que si bien tiene pautas, límites y reglas procedimentales, así como rigurosas formas de lectura del mundo, no nace del genio científico individual, sino a la colaboración. Esto no quita del mapa que las dinámicas sociales de la ciencia puedan generar una serie de problemas en torno al uso y abuso de sus resultados para múltiples fines.4

Este enfoque comunitario puede servir como último apunte frente al caso del movimiento anti-vacunas. Hay familias cuyos integrantes más jóvenes tienen problemas inmunológicos o bien, pueden llegar a ser alérgicos a componentes de las vacunas, por lo que no pueden vacunar a sus hijos. En el contexto de alimentación del miedo, desinformación, manipulación mediática y lucro con las emociones de las personas, muchas de estas familias justamente optan por no vacunar a sus hijos, atacando incluso, al uso de vacunas en general. Sin embargo, esas familias son las que deberían defender el uso de las vacunas debido la llamada “inmunidad de rebaño” que es una forma indirecta de protección contra enfermedades infecciosas que se logra cuando una gran proporción de la población se vuelve inmune a través de la vacunación o de la exposición previa a la enfermedad.

En el caso de los niños que no pueden ser vacunados debido a problemas de salud, la inmunidad de rebaño puede ofrecer protección indirecta. Si suficientes personas en su comunidad están vacunadas, la enfermedad tiene menos probabilidades de propagarse y, por lo tanto, es menos probable que estos niños estén expuestos a la enfermedad.

Sin embargo, la inmunidad de rebaño no es una solución perfecta para proteger a las personas que no pueden ser vacunadas. Si la tasa de vacunación disminuye, como cuando los discursos anti-vacunas se propagan viralmente, la inmunidad de rebaño puede disminuir y la propagación de la enfermedad puede aumentar, lo que aumenta el riesgo de exposición para los niños no vacunados, poniendo muchas vidas en riesgo.

  1. Respecto a este fenómeno, se recomienda consultar: Clarissa Simas, “Overcoming vaccine hesitancy in low-income and middle-income regions”, en Nature Reviews Disease Primers volume 7, Article number: 41 (2021). Disponible en: https://www.nature.com/articles/s41572-021-00279-w
  2. Véase: Martha Carnalla, “Acceptance, refusal and hesitancy of Covid-19 vaccination in Mexico: Ensanut 2020 Covid-19” en Salud Publica Mex,  2021 Sep 3;63(5), pp. 598-606. Disponible en: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/35099875/
  3. Sobre la efectividad de las vacunas y su importancia en la medicina pública, véase: A. Pollard, “A guide to vaccinology: from basic principles to new developments”, en Nature Reviews Immunology volume 21, pp. 83–100 (2021). Disponible en: https://www.nature.com/articles/s41577-020-00479-7
  4. Véase: Naomi Oreskes, “1. Why trust science? Perspectives from the History and Philosophy of the Science”, Why trust science?, Oxford, Princeton University Press, 2019, pp. 15-68.