El moquero del bardo: cien años de Ulises
“He puesto tantos enigmas y acertijos que la novela mantendrá ocupados a los críticos durante siglos, discutiendo acerca de lo que quise decir. Esa es la única manera de asegurarse la inmortalidad”, profirió James Joyce a propósito de Ulises.
El primer siglo de ese vaticinio se cumple este dos de febrero de 2022, día de la Virgen Candelaria en México, tan ad hoc con el catolicismo de Joyce. Y esa inmortalidad, tan bien ganada, vaya si ha rendido sus frutos, la pasión que despierta Ulises continúa tan viva como en el tiempo posterior a su publicación. El culto alrededor la novela no hace sino acrecentarse. Sólo en nuestro idioma se han publicado cinco traducciones. Además de contar con un día mundial celebratorio: el Bloomsday. E inspirar tantas páginas dedicadas a desentrañar la novela en sí y a su autor, como Las poéticas de Joyce de Umberto Eco y El libro más peligroso. James Joyce y la batalla por Ulises, una de biografía de la novela, entre otros.
Al referirse a Ulises a menudo la primera data que salta es la reformulación (mejor dicho, la reescritura) de la Odisea. Sin embargo, esa es sólo una de las tantas premisas de las que se alimenta la novela. Joyce se propone reformarlo todo. El género, el lenguaje y la literatura inglesa (y por extensión la universal). Toma como pretexto el regreso de Homero a Ítaca para lanzar a Steephen Dedalus y a Leopold Bloom a un viaje interior que transcurre durante dieciocho horas. Ninguno es un guerrero, no pasan diez años luchando, ni diez intentando regresar a casa. Son dos hombres en apariencia comunes, con sus propias tribulaciones, que van al encuentro de sí mismos, acaso héroes de su propia circunstancia. Pero esta sencilla trama nos ha mantenido ocupados por cien años.
Ulises ostenta uno de los arranques más memorables de la literatura universal, si es que acaso no el mejor: “Solemne, el rollizo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana le sostenía levemente en alto, detrás de él, la bata amarilla, desceñida. Elevó en el aire el cuenco y entonó: —Introibo ad altare Dei.”[1] Desde su arranque se advierte que Ulises es ante todo una novela en clave. Y que cualquier interpretación cabe. Desde lo intelectual hasta lo vulgar. Y que nada escapa a su universo, ni lo académico ni lo religioso ni lo frenéticamente mundano.
Además de los juicios a los que fue sometida la novela por obscenidad, no ha escapado a la crítica por parte de los lectores al respecto de su aparente dificultad para ser leída. El respeto (y el temor) que ha infundado Ulises invita más que a leerla a estudiarla. Sin embargo, como bien apunta José María Malverde a la introducción de su traducción, argumenta que para acercarse a Ulises hay que poseer una notable memoria verbal. Y que la educación formal ha debilitado nuestra capacidad para tener una buena memoria verbal. Malverde se refiere a un tiempo anterior al smarth phone. Esa dificultad se ha exacerbado ahora por culpa de todas las gamas del gadget. Sin embargo, eso no ha impedido que el interés alrededor de la novela decaiga. Dublín continúa siendo la patria del peregrinaje literario por excelencia y cientos de lectores descubren Ulises día con día. Muchos abandonan pero también muchos se enamoran de la novela al grado de realizar lecturas comparativas entre la versión en inglés y alguna versión en español o entre las distintas traducciones en nuestra lengua. Sólo una novela excepcional provoca este tipo de fanatismo.
A pesar de las pretensiones de Joyce por confundir a los lectores, se ha teorizado mucho alrededor de Ulises, y la dualidad que atraviesa toda la trama presume que Stephen Dedalus y Leopold Bloom son Joyce de joven y Joyce de viejo. O que Stephen es la mente y Leopold el cuerpo. Y que en algún momento de esas dieciocho horas se encuentran. La unión de las dos partes es una epifanía, como tantas que suceden a lo largo de la historia. El alma vs la materia es una de las preocupaciones centrales de Ulises. Lo sagrado vs lo mundano. Y en el tercer capítulo, uno de los más hermosos del libro, en el pasaje en el que Stephen camina por la playa filosofando en Aristóteles, se devela dicha lucha, que es al mismo tiempo una conexión con Retrato de un artista adolescente: “Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aquí para leer, huevas y fucos marinos, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa. Verdemoco, platazul, herrumbre: signos coloreados. Límites de lo diáfano […]”.
“El moquero del bardo. Un nuevo color artístico para nuestros poetas irlandeses: verdemoco, casi se saborea.”, se burla Buck Mulligan en el primer capítulo. Entre el verde de los mocos de Stephen, el de la dulce madre que es el mar y los límites de lo diáfano se centra la técnica joycena. Podría aventurase que Joyce está en búsqueda de nuevos colores y nuevas formas de nombrar el mundo. Esto en contraste con su visión defectuosa. Padeció un glaucoma agresivo que casi lo deja ciego, razón que muchos le atribuyen a cierto oscurantismo de los espacios en la novela. Joyce posee una claridad para discernir el pensamiento pero no es lo suficientemente hábil para cruzar una habitación sin tropezarse con un mueble.
2022 es un año sumamente literario, con Ulises encabezándolo. También se festeja el centenario del nacimiento de Jack Kerouac. Un autor que aunque entroniza a Proust como su santo patrono, sin la influencia de Joyce no habría sido la clase de escritor que fue. Sin la técnica del flujo de pensamiento interior, jamás habría existido On the Road. El monologo interior es decisivo para la novela de Kerouac, quien cansado de cambiar la página de la hoja de máquina empleó un rollo de teletipo para no distraerse y continuar narrando sin parar.
Ulises no sólo son Stephen y Leopold, un fan de las vísceras de los animales, Mulligan y Molly, está plagada de enormes personajes. Borrachos de taberna, matronas de Burdeles, donde Leopold es convertido en cerdo por una Circe moderna. Y también relumbra por varios de los pasajes más memorables de la historia de la literatura, como el funeral de Patrick Digman. Y su influencia en nuestro idioma es riquísima. Sin Ulises no existirían Adán Buenosayres, Rayuela, José Trigo, Gran Serton (escrita en portugués) o Paradiso.
Ahora que hemos alcanzado el primer siglo de lo profetizado por Joyce, no nos queda otra cosa que volver a la novela una y otra vez, a la espera de que se cumplan los siguientes cien años.
[1] De la traducción de José María Valverde