Tierra Adentro

Velasco, Kahlo, Tamayo, Rivera, Varo y Orozco son algunos de los nombres que nos hemos acostumbrado a escuchar y a relacionar con lo mejor y más destacado de la pintura y el muralismo mexicano del último siglo. Artistas que supieron plasmar la realidad de un país atribulado, en constante evolución y que, desde sus distintas perspectivas, lograron plasmarse ellos mismos en la identidad mexicana.

Hay un nombre, sin embargo, que por azares del destino o por mala memoria ha sido injustamente olvidado por la historia del arte. Un pintor cuyo trabajo y singular visión de nuestro país ha servido para ilustrar la historia y vida cotidiana de México desde el período prehispánico hasta la época actual y que de manera silenciosa pero contundente, ha dejado huella en la imagen que incontables generaciones de mexicanos se han hecho de su país.

Desde sus cuadros costumbristas sobre culturas prehispánicas, pasando por sus murales de próceres como el ahora famoso Miguel Hidalgo anuncia la llegada del gas, hasta pinturas de aguda crítica política y social como Ernesto Zedillo pederasta, la obra de José Antonio Maldonado y Arista es considerada, por los pocos que se acuerdan de él, como un parte-aguas en la estética mexicana del siglo XX.

Fundador de la escuela «deformista libre-interpretativa», que depende de la imaginación y capacidad del espectador para reconocer figuras y rostros ambiguos que a primera vista parecen dibujados por un niño de diez años, las pinturas e ilustraciones de Maldonado marcaron una tendencia estética que prevalece hasta nuestros días. Sus trabajos, utilizados en monografías escolares, han servido para ilustrar las exposiciones y tareas de millones de niños mexicanos desde hace más de medio siglo.

Nacido en Huimilpan, Querétaro, en 1918, fue el tercer hijo del matrimonio entre Federico Maldonado y Providencia Arista, comerciantes de cierto renombre en la región. Desde temprana edad, José Antonio muestra fuerte interés por las artes y el dibujo. Con tan sólo quince años de edad, concluye su primer óleo: una representación del histórico Abrazo de Acatempan en la que Agustín de Iturbide parece estar sacando a un joven Armando Manzanero a bailar, cuadro que muestra su temprana inclinación por plasmar imágenes abiertas a la libre interpretación del espectador.

A los veinte años ingresa a la Academia de San Carlos, en donde entra en contacto con pintores de la talla de David Alfaro Siqueiros y su hermano Polyforum, con quien entabla una fuerte y duradera amistad. Junto con él y otros artistas e intelectuales de su generación, inicia un grupo conocido como Tercero A, que rechaza las convenciones culturales de la época y opta por una reinvención de la pintura y la historiografía mexicana, creando cuadros con imágenes confusas y minimalistas en esfuerzo que sólo se pueden entender por medio de textos impresos en la parte trasera. De esta manera, obras como La Batalla de Puebla (que en la pintura original de Maldonado podría estarse llevando a cabo en Cuernavaca o en Campeche y entre tropas canadienses y finlandesas) permiten al espectador interpretar la escena que tiene frente a él, para después comparar su idea con el texto explicativo.

Es también por estas épocas que inicia trabajos en una de sus obras más representativas, un mural de gigantescas proporciones que sirvió para decorar la parte trasera del restaurante de un amigo: El Pípila pierde su lente de contacto, donde, a través de alegorías y simbolismos, retrata uno de los episodios más célebres de la gesta independentista y a la vez lanza una aguda critica a la escasa visión de los historiadores oficiales.

Vilipendiado por la crítica y por muchos de sus contemporáneos más exitosos, Maldonado se autoexilia en París. En 1954 comienza a trabajar en el proyecto que marcará su carrera: una colección de retratos presidenciales conocida como Los deformes, con la que busca, de nuevo, criticar la manera en la que el gobierno manipula las biografías de personajes históricos con fines políticos. Para su sorpresa y la del resto de sus colegas, los retratos son comprados a los pocos años por el gobierno del presidente Adolfo López Mateos, quien, encantado con su propia efigie, decide utilizar los cuadros en una serie de monografías escolares para distribuir como parte del nuevo programa educativo.

A partir de ese momento, la obra de Maldonado comienza a circular y a ser conocida a nivel nacional, aunque en los círculos intelectuales es recibida con reservas y algunas risas ahogadas. La nueva relevancia de sus cuadros parece de poca importancia para el autor, quien continúa trabajando desde el exilio en su colección de presidentes y en varias acuarelas dedicadas a los Niños Héroes y su defensa del Castillo de Chapultepec en las que intenta plasmar su espíritu patrio y juvenil con trazos deliberadamente infantiles. Su cuadro del general Winfield Scott aprendiendo a usar un catalejo es el mejor ejemplo de este período.

José Antonio Maldonado y Arista permanece el resto de sus días viajando por Europa. Fallece el 23 de marzo de 1997 en Londres, enfermo, amargado, olvidado por sus colegas y compatriotas, unos cuantos días después de completar su último retrato presidencial. Nunca imagina que desde antes, su muerte, sus pinturas y su influencia estética llevan décadas recorriendo los salones de clases de la República Mexicana e ilustrando millones de trabajos escolares que, al igual que la mayoría de su obra, siempre parecerán hechos con prisa y en el último momento.


Autores
(Ciudad de México, 1985) es autor de Y, sin embargo, es un pañuelo (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2014). Estudió la Licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde no ha regresado y quedó a deber varias cuotas de estacionamiento. Es apasionado del cine, de Monty Python y de escribir semblanzas biográficas en terecera persona. Tuitea como @emedebaena