Tierra Adentro
Portada de "El cielo está incompleto. Cuadernos de viaje de Palestina", Irmgard (Gardi) Emmelhainz. Siglo XXI, 2025.
Portada de “El cielo está incompleto. Cuadernos de viaje de Palestina”, Irmgard (Gardi) Emmelhainz. Siglo XXI, 2025.

Introducción a la reedición en español: una plegaria por Gaza, por Palestina

Man, not the tank, shall prevail.

Adania Shibil

Minor Detail (2020)1

dawn over exhausted dawn

birds flew over shifa gathering

a crazed song flying into treeless

sky carring smoking hospital

hallways dropping people

handcuffed in darkened halls

birds insisted blood everywhere

heads off tell everyone

tiniest chests implode feather

breaths wrest between worlds

birds haunted wings ribs exposing

a howl that is murder

she has no sleep

murmur this is no dream

Suhair Hammad

post de Instagram, 2 de abril de 20242

Confieso que batallo con la compulsión de mirar el celular, sobre todo en los ínfimos momentos vacíos de espera, por ejemplo, cuando la señorita pasa los productos por la banda antes de cobrarme, o durante la espera para que me entreguen el coche en el estacionamiento. Sucumbí, abrí el Instagram justo en una publicación de Motaz Azaiza, el periodista que documentó los primeros meses el genocidio en Gaza. Se trataba del video del cuerpo de un joven decapitado. Quise obligarme a desviar la mirada y escrolear para cambiar de imagen porque, ¿Qué pinche acto de dar testimonio es encontrarse una imagen en Instagram mientras espero en el estacionamiento? La primera vez que vi el video no logré descifrar visualmente la decapitación. Me dio morbo y curiosidad. A pesar de mí, la volví a ver. Viendo de reojo llegar mi coche, distinguí un cuerpo sostenido por cuatro o cinco personas con una manta azul, sin una pierna. Esta segunda vez que veo el video, noto que los que cargan el cuerpo abren la manta y la empujan un poquito hacia adelante para dar a ver el cuerpo decapitado. Fibras de músculos sangrantes cuelgan el lugar del cuello y cabeza. Siento náusea y ganas de llorar. El valet se estaciona delante de mí y me entrega las llaves del coche. Miro alrededor de mí aquilatando la indiferencia generalizada en los espacios públicos, anónimos. Siento náusea y emito un sollozo, me permito soltarme, congelada con las llaves y el celular en la mano. Un rato antes había también mirado el celular topándome con una nota en Instagram anunciando una protesta en la embajada de Israel el día anterior; al buscar la noticia del suceso, me encuentro en YouTube videos de decenas de granaderos preparándose para la batalla contra los estudiantes de la UNAM que van a protestar la invasión y genocidio en Rafah. De eso hace ya meses. También de la última en Reforma, y de manifestaciones fuera de la embajada israelí.

En 1996, se publicó una conversación del poeta palestino Mahmoud Darwish con la escritora israelí Helit Yeshurun. El dialogo tuvo lugar en hebreo durante el culmen de los esperanzadores años que sucedieron a la firma de los Acuerdos de Oslo (1993). Ambos escritores abordan el tema de las historias de victimismos de israelíes y palestinos, y el tono de los dos es amargo e irónico. Haciendo un ruego por la armonía, Darwish afirma que los israelíes han detentado históricamente el monopolio del victimismo y pide el derecho de la queja como víctima.3 En respuesta, Yeshurun sitúa el estatus del pueblo judío como los vencidos como una misión estética sin comparaciones: La culture juive a créé de grandes œuvres de peuple vaincu. Vous n’aimez pas entendre cela. Ne faites pas de nous des vainqueurs nés d’hier.4 La entrevista deviene un combate con palabras de los vencidos. Darwish explica la paradoja del predicamento de los palestinos desde su perspectiva individual pero también la colectiva:

J’ai appris à pardonner.

Chaque Palestinien est un témoin de la déchirure.5

Ha pasado más de un año desde que Hamás rompió el cerco militar israelí y perpetró el horrífico ataque sorpresa a los alrededores de la Franja contra la población israelí. Aquel fue el ataque de mayor intensidad e impacto por parte de los palestinos en la historia del conflicto. En los catorce meses que han transcurrido desde el 7 de octubre de 2023, Israel ha respondido al ataque con el casi constante bombardeo aéreo de la Franja, incluyendo la destrucción de escuelas, hospitales y la iglesia más vieja del enclave. En la segunda semana del conflicto, Israel exigió a la mitad de la población (de un total de 2.2 millones de palestinos) desplazarse al sur de la Franja.

Alrededor de un millón y medio se desplazó hacia el sur para habitar campos de refugiados improvisados, reviviendo la Nakba o catástrofe de 1948, cuando 800 mil palestinos fueron forzosamente desplazados de sus hogares por la incipiente fundación del estado israelí. Desde el inicio de este nuevo episodio del conflicto, más de 44 mil palestinos han caído en los bombardeos y ataques. Esas son las cifras oficiales, pero se calculan alrededor de 200 a 300 mil muertos más (que son los desaparecidos) y más de 100 mil heridos. Familias enteras han sido borradas del registro civil, y la hambruna está siendo usada como arma de guerra, con la política genocida de Israel de: “ríndanse o muéranse de hambre”. Para el 27 de junio de 2024, el 72% de los edificios de la Franja habían sido dañados o destruidos.

De acuerdo con oficiales y grupos de derechos humanos, desde que empezó la guerra, han sido detenidos en bases militares más de cuatro mil gazatíes que trabajaban en Israel Adicionalmente, unos 7 mil palestinos fueron arrestados en redadas nocturnas en Cisjordania y Jerusalén del Este ocupados. Mientras tanto, toneladas de ayuda humanitaria fueron sistemáticamente detenidas en la frontera con Egipto antes de ser entregadas a la población por cuentagotas; reportes cuentan que los soldados han disparado directamente en contra de palestinos acercándose a los camiones para recoger alimentos y ayuda básica para sobrevivir. Organizaciones no gubernamentales han sido blancos directos del ejército israelí y hace pocos meses, Israel expulsó a la UNRWA, la agencia de las Naciones Unidas de ayuda humanitaria más importante del mundo.

Antes de esta guerra, en su vida cotidiana, gracias al cerco establecido en Israel desde 2005, la población de Gaza carecía intermitentemente de luz, gas, agua, comida, medicinas y otros básicos. Pero a más de un año de los ataques de Hamás, la situación en Gaza ha llegado al punto de que se habla de genocidio, ecocidio y urbicidio, de la destrucción de posibilidad de la vida humana en el territorio una vez que cesen los bombardeos y del uso de la hambruna como herramienta de guerra.

La violencia de Israel en contra de los palestinos en Gaza antes de esta guerra era de por sí abrumadora: se ha descrito a Gaza como una cárcel a cielo abierto. A pesar de que con los Acuerdos de Oslo se instauró la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como el gobierno de facto de los palestinos, los palestinos han sido gobernados por Israel bajo el estatus de no ciudadanos: con derechos distintos (más bien, sin derechos), sin autonomía ni posibilidad de autodeterminación política. A esto se le llama apartheid. Sin duda, funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) fueron corrompidos y, cuando hubo un llamado a elecciones en 2006, Hamás ganó por mayoría. La ANP, en complicidad con Estados Unidos e Israel, echó a Hamás de Cisjordania, creando una cisión dolorosísima al seno de la sociedad y política palestinas. Hamás es un movimiento islámico que no reconoce al estado de Israel y ha sido etiquetado por los medios hegemónicos como un grupo terrorista.

Poniendo en perspectiva los ataques del 7 de octubre, vale preguntarse, ¿qué medios les quedan a los palestinos para resistir y pelear por su autonomía en contra del segundo ejército más poderoso del mundo? La campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones, promovida desde 2005 para presionar a Israel desde la comunidad internacional; la diplomacia, la mediación estadounidense, festivales de cine, negociaciones; todo ha fracasado. Sin duda, las acciones de Hamás del 7 de octubre de 2023 son abominables, no ejecutaron una acción de guerra, no se rebelaron contra el estado de Israel ni el ejército, sino que lanzaron un pogrom contra las comunidades, la gente, los ciudadanos. Podemos condenar los ataques, pero no sin entender el contexto y la historia del conflicto. La prensa internacional calificó a Hamás como un grupo terrorista, sin llamar jamás a los israelíes terroristas que matan a sangre fría ciudadanos desarmados y destruyen casas de palestinos y sus formas de sustento, como olivares y huertas.

En los albores de Oslo, hace treinta años, Mahmoud Darwish dijo: “He aprendido a perdonar”. Sin embargo, los Acuerdos de Oslo nunca se llevaron a cabo, la ocupación continuó, las medidas opresivas se intensificaron y, desde esta perspectiva, las acciones de Hamás del 7 de octubre derivan de una ideología violenta de venganza que surge de la humillación sistemática de Israel, del vivir constantemente bajo amenaza, asediados. Cada palestino “es testigo del desgarre” pues, además de heredar el estatus de refugiado, tiene un hermano encarcelado injustamente, familiares a quienes el ejército les ha destruido sus casas, parientes en Gaza desaparecidos, desplazados, muertos, exiliados, refugiados.

Hay que tomar en cuenta que oficiales israelíes plantearon la guerra no como entre el estado de Israel y Hamás, sino entre la totalidad del “pueblo judío” y los “animales humanos” que los quieren matar, que además se dice que, después de irse por el “pueblo judío”, se irán en contra de toda la civilización. Grupos como “Not in My Name” o “Jewish Voces por Peace” se han manifestado en Nueva York y Washington en contra del genocidio y contra el hecho de que a los palestinos el ministro de Defensa israelí los haya llamado “animales humanos”.

Ni la islamofobia, ni el dolor y enojo israelí y de parte importante de la comunidad judía global pueden justificar los crímenes de guerra en Gaza. Por cuestiones sistémicas del legado colonial, la muerte de ciudadanos palestinos no genera la indignación moral que genera la muerte de los israelíes en Occidente y entre las élites. Es decir, cuando pensamos en los eventos que están ocurriendo en Gaza, hay que considerar que el prospecto de precariedad, desplazamiento forzado, exterminación y muerte a mediano plazo es la situación de una parte importante de la población planetaria. Bajo el estadío actual del capitalismo pospandémico (llamado tecnofeudalismo por Yannis Varoufakis), el sistema administra los cuerpos que no están destinados a ser explotados como mano de obra barata, y cuyas tierras albergan recursos que se consideran más valiosos que sus vidas, y los administra a través del necropoder. Trump, por ejemplo, directamente plantea la limpieza étnica de la Franja alabando la óptima localización de Gaza en el Mediterráneo, con su clima cálido y sus edificios en ruinas, como mercancía óptima de bienes raíces (Zvi Bar’el, 2025).

El necropoder, la manifestación de poder del tecnofeudalismo, que va más allá de la biopolítica (el poder que se ejerce dejando vivir o morir a las poblaciones), es una noción extendida de la necropolítica que implica la creación y la administración de vidas sobrantes atrapadas en bucles de enfermedad, falta de derechos básicos o de lo básico para sobrevivir, esclavitud, deuda, desplazamiento forzado, desaparición y muerte. El necropoder ha transformado a los descendientes de los pueblos colonizados y esclavos de una fuerza de trabajo explotable a una masa negativa e indeseada, una población redundante o, como la llama Neferti X. M. Tadiar, “sobrante”, destinada al exterminio, la cárcel, la muerte, migrando a través de la violencia de estado subcontratada o sufriendo muertes lentas por medio de enfermedades inflamatorias —causadas por excesos y sustancias tóxicas— no tratadas por el roto sistema público de salud. Grupos sociales por todo el planeta están siendo estructuralmente obligados a ocupar este estado de desechabilidad y forzados a desplazarse. Estamos hablando de gente en centros de refugiados en Australia, México, Estados Unidos; cinturones de miseria en Berlín, Manila o São Paulo; alojamientos de obreros en China o las zonas económicas especiales en el sureste de Asia, en las cárceles de Nayib Bukele (a quienes también se les califica de “terroristas”), atrapados en la frontera de Estados Unidos y México, o los que están atrapados en la maquinaria del complejo carcelario corporativo. Los muertos y desaparecidos de la guerra contra las drogas en Filipinas, México, Colombia, también son poblaciones sobrantes. Todas estas situaciones de merma o destrucción de la vida humana (también la no humana) son la condición de posibilidad de la acumulación de riqueza y poder de las poblaciones cuyas vidas son consideradas como valiosas (llorables) por el sistema.

Como bien lo muestra la película Zone of Interest (2023), el costo de la vida valiosa o llorada en enclaves de privilegio por el mundo, en otras palabras, es la precarización y destrucción de la vida sobrante. Esto nos lleva a formas injuriosas de interdependencia a escala planetaria, lo cual implica desechar y eliminar ciertas vidas, para que florezcan las vidas llorables de los ciudadanos. Por ejemplo: el desplazamiento forzado de poblaciones cuyos territorios albergan minas de litio, de gas esquisto, o que están destinadas para conectarse con los mercados globales a través de megaproyectos de infraestructura, monocultivos, granjas industriales…

En este panorama, pensemos en otras de las palabras que le dijo Mahmoud Darwish a Helit Yeshurun: “El mundo nos mira porque los ojos del mundo están puestos sobre los judíos”. En ese sentido, la vida de un palestino de Gaza vale más que la de un indígena tseltal, maya o quéchua.

Lo que vimos con terror, desesperación e incertidumbre desenvolverse en Gaza es una expresión —digamos, la expresión hasta hoy más violenta, más despiadada e implacable de Israel— de lo que los palestinos llaman la Nakba. La Nakba (o catástrofe palestina) comienza en 1948 con el intento sistemático por parte de Israel de obliterar las formas de vida palestinas dentro de la Palestina histórica. En 1949, Israel pone en marcha el Plan Dalet de despoblar y destruir pueblos palestinos. Desde entonces, la destrucción es parte de la vida de los palestinos, y lo que hemos visto en los últimos meses en Gaza es la continuidad intensificada de una política que se ha implementado ahí desde hace más de setenta años. Lo que ha cambiado, además de la impunidad con la que Israel condujo una campaña militar brutal y punitiva que ya se extiende de Gaza a Cisjordania, Líbano, Siria y Yemen, tiene que ver con dos cosas: primero, con una crisis global en los principios y tradiciones del humanismo y los límites de los derechos humanos como garante de las condiciones de vida básicas o dignas de las personas. Segundo, la intensidad de la destrucción de Palestina está interrelacionada con la destrucción física de los ecosistemas que sustentan la vida humana y no humana en el planeta. Desde el Ártico hasta Australia y la selva del Amazonas, podemos ver que existe una similitud morfológica con los eventos en Medio Oriente basada en la política de extracción de combustibles fósiles, no solo en la región, sino a nivel global.

Desde esta perspectiva, la Nakba no es el despojo original de los palestinos, sino el origen del despojo; no es un evento histórico que ocurre en 1948 con la fundación del Estado de Israel, sino un evento que continúa desdoblándose al paso del tiempo y que está conectado con la historia de los despojos, genocidios y ecocidios perpetrados por Occidente desde hace quinientos años. Como expresión intensificada de la Nakba, la guerra en Gaza que empieza a partir de los ataques terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2023, tiene eco en las declaraciones de Ben-Gurion y Moshé Dayan hace setenta años. A principios de los cincuenta, incursiones de fedayines de Gaza y la milicia egipcia eran comunes en contra de ciudadanos israelíes. En esa época, Israel buscó maneras de garantizar la seguridad de sus ciudadanos y en 1955 lanzó una operación llamada “Flecha Negra” para aplacar los ataques. Las Naciones Unidas condenaron la operación y hubo levantamientos por toda la Franja para apoyar más ataques armados contra Israel. Este evento sacó a la luz diferencias entre los dos primeros hombres en ocupar el cargo de Primer Ministro de Israel: David Ben-Gurion y Moshe Sharett: Ben-Gurion, quien era en ese momento el ministro de Defensa, favorecía una política agresiva basada en contener los ataques de los gazatíes.

En los albores de la fundación de Israel, se conoce que David Ben-Gurion dijo: “Luego de formar un gran ejército cuando se establezca el Estado, aboliremos la partición y nos expandiremos a toda Palestina” (Falapan, 1987, p. 22). En mayo de 1948 declaró:

Nos debemos preparar para la ofensiva. Nuestro objetivo es aplastar Líbano, Transjordania y Siria. El punto débil es Líbano, porque el régimen musulmán es artificial y fácil de socavar. Debemos establecer un estado cristiano ahí, y luego aplastaremos a la legión árabe y eliminaremos Transjordania; Siria caerá en nuestras manos. Luego bombardearemos y tomaremos Puerto Saíd, Alejandría y el Sinaí. (Ben-Gurion, 1948, en Ben-Zohar, 1978)

Haciendo eco a las declaraciones de Ben-Gurion, el político y militar israelí Moshe Dayan dio una elegía en 1956 dedicada a un israelí que había sido víctima de un ataque de palestinos de Gaza que asesinaron y mutilaron su cuerpo y lo llevaron a su lado de la frontera. En la elegía, Moshe Dayan llama a una operación a gran escala (otra “Flecha Negra”) contra los ataques que venían de Gaza y Egipto:

No hay que retroceder ante el odio que acompaña y llena la vida de cientos de miles de árabes, que viven a nuestro alrededor y están esperando el momento en que sus manos puedan reclamar nuestra sangre. No debemos desviar la mirada, para que no se debiliten nuestras manos. Ese es el decreto de nuestra generación. Eso es lo mejor de nuestras vidas: estar dispuestos y armados, fuertes e inflexibles, no sea que nos arranquen la espada de los puños, y sesguen nuestras vidas.6

Lo que se lee entre líneas de las declaraciones de hace setenta años de Ben-Gurion y Moshe Dayan, luego de un ataque similar desde Gaza, es que Israel tenía que estar armado, seguir expandiéndose, matar antes de que los mataran para mantener una mayoría judía en el estado israelí. Julio de 2024 en Knesset con 68 votos a favor y 9 en contra, en la que se declara que Israel “se opone firmemente” al establecimiento de un Estado palestino al occidente de Jordania porque plantea un peligro existencial a Israel, y que promover la idea de un Estado palestino sería premiar a los terroristas (Magid, 2024).

Cuando Benjamín Netanyahu llegó al poder en 1996, dejó claras sus intenciones: liquidar los Acuerdos de Oslo, seguir colonizando Cisjordania e impedir la creación de un Estado palestino. Hoy día, puede leerse el abandono de Netanyahu de las leyes humanitarias y de los rehenes en poder de Hamás como en la misma lógica desarrollada por Ben-Gurion y Moshe Dayan: que todo vale para asegurar la supervivencia de Israel, que Israel no tiene fronteras permanentes y que a los palestinos no les queda opción que estar a merced de su proyecto de Estado. El significado de que una población esté siendo aniquilada de esta manera no solo es aterrador, sino que también tiene consecuencias de peso para todo el mundo; esta aniquilación está ligada a las maneras en las que estamos destruyendo el resto del planeta. Por eso, este momento se siente como una crisis política y climática, pero también existencial: el horizonte del humanismo occidental se desdibuja excediendo marcos narrativos conocidos, dejándonos en la incertidumbre y el dolor.

Hay que considerar también que existe un cerco global que circunscribe el lenguaje y la manera de hablar de esta guerra. Además de la represión global de expresiones de solidaridad con la causa palestina (desde los campus de universidades de élite en Norteamérica, hasta la cancelación de proyectos y eventos culturales en Europa de artistas o escritores que han posteado o firmado cartas en apoyo a la causa palestina, hasta mis salones de clase donde alumnos judíos me censuran), comentaristas por todo el mundo han hecho unas contorsiones lingüísticas impresionantes para evitar enunciar, con toda la gravedad de la palabra, el asalto de Israel en contra de Gaza y ahora Líbano, Siria y Yemen. Distorsionando lenguaje y los hechos, se ha logrado propagar un discurso en el que parecería que Palestina se encuentra en una situación de poder similar a Israel, como si se tratara de una guerra simétrica con dos ejércitos con poderes y alcance similares en vez de un genocidio. Si decimos “genocidio”, se nos acusa de amenazar a Israel, de antisemitas, de intimidar y agredir. Esta táctica represora sirve para distraer la atención de una práctica militar, económica y geográfica de largo aliento cuyo objetivo político es, ni más ni menos, obliterar a la nación palestina.

El cerco del lenguaje tiene también una dimensión mediática. Por un lado, según un documental de Al Jazeera, se ha detectado un patrón de atacar directamente a periodistas, destruir infraestructura de medios, expulsar a medios internacionales y bloquear el regreso de periodistas palestinos a la Franja. A excepción de periodistas incrustados en las fuerzas militares israelíes, Israel está generando un blackout mediático, restringiendo la cobertura para minimizar las críticas a lo que está haciendo el ejército. El objetivo es continuar imponiendo su versión, generando el silencio de los palestinos, desinformando (Salhani, 2024). En lo que lleva esta escalada del conflicto, se reportan, al menos, 175 periodistas asesinados; desde hace varios meses ya, no hay periodistas extranjeros en la Franja, solo periodistas gazatíes en peligro de muerte inminente, aterrados de sacar sus cámaras. Por otro lado, se repite con venganza la historia de Abu Ghraib, ahora con la diseminación en redes sociales de miles de videos y fotos de soldados israelíes cometiendo atrocidades en la Franja. Circula pietaje de soldados explotando edificios, destruyendo muebles, rompiendo vajillas (según las leyes internacionales, las milicias no tienen permitido destruir propiedad civil, no son objetivos militares). Hay pietaje de soldados israelíes destruyendo cosas al interior de las casas de los gazatíes, haciendo sin duda más difícil la posibilidad de reconstruir la vida ciudadana una vez que cese el fuego. También vemos pietaje de robo y quema de efectivo; de soldados exhibiendo o poniéndose lencería de mujeres palestinas. Se exponen imágenes de tortura y humillaciones contra los detenidos. Hay posteos de videos de cuadras enteras de ciudades siendo explotadas, de destrucción musicalizada de universidades, con soldados identificándose con sus nombres y sus batallones diciendo delante de la cámara que lo hacen por venganza. Estos posteos son testimonio de violaciones de leyes internacionales de guerra y a los soldados no les preocupa ser fácilmente identificables. Actúan con una impunidad apabullante.

Además de estos actos de hubris, el poder en esta guerra se basa en otorgar el derecho a nombrar, el derecho al lenguaje, el derecho a capitalizar las imágenes de los cuerpos destazados, destrozados, molidos, muriendo de hambre, el derecho a escribir guiones que toquen al público a nivel afectivo e irracional para justificar el genocidio. Por un lado, las imágenes de las víctimas israelíes de los ataques del 7 de octubre fueron explotadas para exacerbar el trauma y conectar los ataques con el Holocausto: se hicieron visibles estratégicamente a periodistas y aliados en embajadas por todo el mundo; fueron retiradas del público y así se explotó su impacto, reforzando la narrativa del trauma. En un artículo reciente en The Guardian, Naomi Klein analiza cómo la conmemoración de la masacre del 7 de octubre en Israel ha sido explotada para maximizar el efecto traumático de los eventos, reducir la simpatía hacia los palestinos y generar apoyo para la expansión de la guerra de Israel: obras de teatro, exposiciones de arte, películas de testimonio incluyendo recreaciones minuto a minuto de las atrocidades; un largometraje creado por los productores de Fauda (Netflix) y una serie desarrollada por Fox que se acaba de estrenar. Según Klein, con muy pocas excepciones, el objetivo principal explícito de esta diversidad de obras parece ser transferir el trauma al público, recreando los eventos aterradores de forma tan vívida e íntima, que el espectador tiene la experiencia de fusionar su identidad con las víctimas, como si elles mismes hubieran sido violades (Klein, 2024). Otro ejemplo para generar “trauma protésico” son las “misiones de solidaridad” al sur de Israel, con tours a los bordes del sitio donde tuvo lugar el festival, hoy poblado de monumentos conmemorativos, y la experiencia de realidad virtual “Gaza Envelope 360 Tour”, que es un paseo guiado a las comunidades atacadas el 7 de octubre. Por otro lado, no cesan de circular imágenes deshumanizantes de los palestinos que cimentan su aniquilación. Edward Said hablaba de la construcción del árabe como “sujeto otro”; Judith Butler lo llama la construcción de “vidas no llorables”; como ya mencioné Netanyahu y sus ministros les llamaron “animales humanos”. A través de las imágenes de palestinos destrozados, se normaliza la destrucción, la hambruna como herramienta de guerra.

El jueves 17 de octubre, Israel golpeó con un misil el palacio municipal de Nabatiye, a doce kilómetros de Israel, donde se repartía comida, agua y medicamentos; mató a dieciséis personas. Este fue el primer ataque directo de esta guerra contra la sede de una autoridad civil de gobierno en el Líbano. Francesca Albanese, la autoridad de las Naciones Unidas sobre derechos humanos en la región ocupada de Palestina, teme que esta escalada militar sea más bien un componente del proyecto ideológico enraizado en el mito del llamado “Gran Israel” (Sofluogu, 2024). Este proyecto implica imponer una nueva realidad en el terreno basada en la interpretación de la Torá que asegura que las fronteras del Estado israelí se extienden desde el río Nilo en Egipto hasta el Éufrates en Siria e Iraq. La siguiente leyenda aparece en la entrada del Knesset: “Y cuando el Señor se le apareció a Abraham, le dio la Tierra Santa del Nilo al Éufrates”. Theodor Herzl elaboró un plan en 1904 delineado por esta idea, y fue el principio del Partido Likud, establecido por Netanyahu (El-Shinawy, 2024). Esta visión religiosa es indisociable de una económica: una de las más grandes fronteras para la extracción de petróleo y gas es la Cuenca del Levante a lo largo de la costa que va de Beirut, pasando por Akka hasta Gaza. Hay dos campos de gas ahí, Karish y Leviathan, reclamados por Líbano. Desde 2022, a raíz de la guerra en Ucrania que causó crisis en el mercado de gas, Israel empezó a exportar gas de Karish y Leviathan y petróleo crudo a Alemania y otros países de la Unión Europea.

Según Eyal Sivan, a nivel de gobierno, Israel se presenta en el plano internacional como un estado bajo amenaza constante; su economía se ha basado mayoritariamente en la tecnología militar, y ha sido un laboratorio de guerra que suministra tecnología militar y know-how de administración de la excepción al resto del mundo. Por eso, según Sivan, la paz es un peligro para Israel. Ello explica que el último año de genocidio en Gaza sea una nueva fase en la larga historia de colonización y extractivismo que comenzó hace quinientos años. Si una se vuelve loca de desesperación viendo esto desde la distancia, no me imagino cómo se siente la gente que sigue viva, sobreviviendo en Gaza. El Estado de Israel está cometiendo el peor crimen conocido por la humanidad, y este genocidio particular tiene características únicas que lo ponen aparte de otros más recientes. Primero: es un esfuerzo trasnacional coordinado con países occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, la Unión Europea). Segundo, el genocidio está teniendo lugar en un momento en el que el Estado de Israel está más profundamente integrado a la acumulación primitiva del capital de combustibles fósiles (lo que se conoce como los Acuerdos de Abraham).7 El politólogo y activista Andreas Malm detalla cómo la devastación en Gaza va más allá de la imaginación y señala similitudes entre el proceso de destrucción de Gaza y la destrucción de la ciudad libia de Derna el 11 de septiembre de 2023 por el huracán Daniel (Malm, 2024). El fenómeno metereológico rugió por la ciudad mediterránea con tal fuerza, que las calles y edificios de Derna se convirtieron en un gigantesco lodazal marrón, matando a 11 mil personas en una noche: la extracción y venta de combustibles fósiles matan a la gente en Libia, Congo, Bangladesh, Perú, Derna. El genocidio en Gaza coincide con la expansión ilimitada de la infraestructura para la extracción de combustibles fósiles, expandiendo los límites de un planeta habitable con la meta inamovible de acumulación de capital. Justo cuando la teníamos que desmantelar sostenidamente para evitar el calentamiento global de 1.5 a 2 grados centígrados, en la segunda década de los 2000, se acelera la producción de los mismos. En paralelo, en Gaza (y ahora, Líbano), esta amplitud de la destrucción y de la violación de los derechos internacionales humanitarios nunca antes se había visto.

Comentaristas han comparado al Festival Supernova en el sur de Israel, a escasos cinco kilómetros del muro que cerca la Franja de Gaza desde 2006, con la película Zone of Interest del director Jonathan Glazer (2023). Concebido como una celebración de la vida, como un “viaje de unidad y amor”, el festival representa, según el cineasta franco-israelí Sivan, la noción de paz para los israelíes: la capacidad, la libertad para ignorar al otro: a cinco kilómetros.

Escribo a unas semanas de que se acordó un alto al fuego en la Franja de Gaza, y a algunas más de que comenzaron a circular imágenes de cientos de miles de palestinos regresando a sus casas a pie, recorriendo la Franja de sur a norte. Si bien las encontraron en ruinas y la reconstrucción tardará años —en estos momentos, no hay infraestructura básica, ya que Israel tuvo como objetivo la habitabilidad básica de esta densa enclave urbana, incluyendo sus campos de cultivo, hospitales, escuelas…—, los palestinos se han propuesto reconstruir. Sin embargo, estamos viendo una escalada de ataques en Cisjordania, especialmente en Jenin. A ello le podemos sumar la subida de Donald Trump al poder, quien eliminó las sanciones impuestas por Joe Biden a los colonos israelíes que atacan a los palestinos, lo cual hace que los palestinos estén aún más vulnerabilizados. El prospecto del futuro de una Palestina libre no se ve claro en el horizonte.

Lo que es más, ¿qué mundo habitamos ahora que ya cesó esta violencia y destrucción sin precedentes —que no fue más que la intensificación exagerada de las violencias cotidianas que padece el pueblo palestino, y todo con el beneplácito de las potencias mundiales—? ¿Qué resultará de la persecución y cancelación generalizada y fascista de palestinos en la diáspora y personas que denuncian el genocidio, notablemente en Norteamérica y algunos países europeos, de la imposibilidad casi global de hablar del conflicto en instituciones culturales y educativas a nivel global?

Ciudad de México, enero 2025

Disponible aquí
  1. “Que el hombre, no el tanque, prevalezca.”
  2. “amanecer exhausto luego de amanecer

    pájaros volaron sobre la reunión de shifa

    una canción enloquecida volando sobre un cielo

    desarbolado cargando hospital humeante

    pasillos tirando gente

    esposada en vestíbulos oscurecidos

    pájaros insistieron sangre por todas partes

    se cortan las cabezas díganles a todos

    los pechos más pequeños implosionan pluma

    alientos forcejean entre mundos

    pájaros embrujados alas costillas exponiendo

    un aullido que es asesinato

    carece de reposo

    murmura esto no es sueño”

  3. Publicada en Tel Aviv en Hadarim núm. 12 (primavera 1996), traducida al francés por Simone Bitton y reimpresa en La Palestine comme métaphore. París, Actes Sud, p. 151.
  4. “La cultura judía ha creado grandes obras de arte como pueblo vencido. A ustedes no les gusta escuchar esto. No nos consideren vencidos nacidos ayer”. Bitton, S. (trad.) (1996). La Palestine comme métaphore. París, Actes Sud, p. 155.
  5. “He aprendido a perdonar. Cada palestino es testigo del desgarre”. Bitton, S. (trad.) (1996). La Palestine comme métaphore. París, Actes Sud, pp. 115 y 122.
  6. Disponible en inglés aquí: https://www.jewishvirtuallibrary.org/moshe-dayan-s-eulogy-for-roi-rutenberg-april-19-1956
  7. La firma de los Acuerdos Abraham, que supuso la normalización y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre dos naciones del Golfo, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin, y el Estado de Israel, en septiembre de 2020, se convirtió en un hecho histórico. Fuente: Fabani, 2022.

Autores
Escritora e investigadora mexicana. Ha sido invitada a impartir seminarios, conferencias y cursos a instituciones como The Americas Society, KASK, Escuela de las Artes, Graduate School of Design, Harvard, el March Meeting en Sharjah, OBORO, University of California San Diego, University of Texas en Dallas, el Museo Munch en Oslo, Noruega, la FIL Zócalo, El Colegio de México, e- flux, Nueva York, ITESO, Universidad de El Paso, Texas, Universidad de Stanford, Universidad Distrital en Bogotá, Colombia, y el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Ha publicado entre otros en The Funambulist, e-flux journal, Blog de Nexos, Horizontal, La Tempestad, Caín, Le magazine du Jeu de Paume, October, Third Text, Terremoto, Revista Común y Revista de la Universidad. Autora de más de media decena de libros. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores SNC en la categoría de ensayo y fue beneficiaria de una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes fonca (2018-2020).
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