Trastornos depresivos: estadísticas de la normalidad
Entras al consultorio. Arrastras los pies sobre la alfombra, ligeramente raída. La recepcionista te pide rellenar un cuestionario antes de entrar. Te da una pluma con la tapa mordida. La ansiedad se palpa en el aire. Llevas semanas despertándote a las tres de la mañana con el pecho apretado, pensando en todo y en nada. Por eso viniste.
No sabes si la hoja que te dieron es una fotocopia borrosa, o si ya no puedes enfocar bien la vista, de tan cansada que estás. Te da una flojera enorme rellenarla, pero te enfocas.
La hoja tiene nueve preguntas con cuatro casillas cada una: Nunca, Varios días, Más de la mitad de los días, Casi todos los días. Suspiras y empiezas a leer las preguntas:
¿Poco interés o placer en hacer cosas? Piensas en tu trabajo, en cómo hace meses que nada te emociona realmente. En cómo tus amigas te escriben y te tardas días en contestar, o en cómo te alivia tener una excusa para no salir. En cómo los proyectos que te importaban quedaron guardados en algún cajón. Marcas: Más de la mitad de los días.
¿Sentirse desanimado/a, deprimido/a o sin esperanza? Piensas en las mañanas, en ese peso que te cuesta nombrar. En cómo te cuesta creer que las cosas van a mejorar. Otra casilla marcada.
¿Problemas para dormir o dormir demasiado? Por eso viniste. Casi todos los días.
¿Sentirse cansado/a o con poca energía? Estás agotada, aunque no hayas hecho nada. El cansancio no se va ni durmiendo. Marcas la casilla.
¿Poco apetito o comer en exceso? Piensas en las noches frente a Netflix, comiendo sin hambre, porque es lo único que calma la ansiedad de ese vacío por unas horas.
¿Sentirse mal consigo mismo/a? Piensas en tus dudas constantes, en si eres suficiente, en las peleas con tu pareja, en esa sensación de estar fracasando en todo. No tienes tiempo para hacer ejercicio, pero tampoco de prepararte algo “sano” para comer. Piensas en cómo no puedes dejar el celular ni cuando vas caminando. En cómo sientes que deberías estar mejor, que es tu culpa no poder con todo. Marcas: Casi todos los días.
Sigues contestando. Nueve preguntas en total. No tienes idea de qué es lo que el resultado dirá de ti. Te sientes como cuando eras adolescente y rellenabas cuestionarios de revista, esperando ansiosa el diagnóstico al final: “¿Eres una buena amiga o una tóxica?”, “¿Tu crush es tu alma gemela o solo te está usando?”. Preguntas que prometían revelarte quién eras en tres párrafos y un recuadro de colores. Solo que ahora no hay ilustraciones de chavas sonrientes ni consejos para ser mejor persona. Solo un código diagnóstico y una receta.
Le devuelves la hoja a la recepcionista. La recepcionista la guarda sin verla y te pide que esperes. Te sientas. Otros pacientes revisan sus celulares en silencio. Nadie hace contacto visual. El consultorio huele a desinfectante y algo más que no puedes identificar. Tal vez, resignación.
Te llaman por tu apellido. Entras. El doctor toma la hoja, la revisa rápidamente mientras tú te sientas. Suma mentalmente, o quizás ya ni lo hace, ya sabe. Te mira por encima de los lentes.
“Depresión moderada a severa”, dice. No es una pregunta. Es un hecho. No te pregunta por qué viniste, cuál es tu problema, en qué te puede ayudar. Saca el recetario antes de que puedas procesar las palabras. Garabatea algo y firma el papel. Un antidepresivo. Te dice que va a tomar unas semanas que te sientas mejor. Que todo es por un desbalance químico. Serotonina baja, explica mientras escribe. Ajustar la química, arreglar el problema. “Nos vemos en un mes para ver cómo sigues. Si puedes, te recomendaría también ir a terapia”.
Sales con la receta en la mano. Diez minutos en total. Entraste porque no podías dormir y sales con un diagnóstico de depresión y una pastilla que “tardará semanas en hacer efecto”. Nadie te preguntó por qué no puedes dormir. Si es por tu salario que ya no alcanza para nada, por las jornadas que te exprimen como naranja hasta no dejarte ni un gajito para ti, por las deudas que te persiguen incluso en tus sueños. Nadie te preguntó si tu trabajo tiene algún sentido más allá de pagar cuentas, si alguna vez sientes que tu tiempo realmente te pertenece, si el mundo en el que vives te parece remotamente habitable. Nadie te preguntó si estás triste o si simplemente estás cuerda en un mundo enloquecido.
Hace décadas que la psiquiatría decidió que la depresión no tiene nada que ver con eso. Es algo físico, es algo químico, un simple desbalance. Serotonina. Un problema individual que requiere una solución singular: una pastilla.
Desde que se inventó el mito del desbalance químico, la depresión dejó de ser una pregunta sobre el mundo para convertirse en un defecto de tu cerebro. Y como todo lo demás en tu vida, es tu responsabilidad arreglarlo.
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La ficción de la mercadotecnia farmacéutica inventó teorías para sus productos. No creó un producto para una necesidad, sino que inventó una necesidad para crear un producto.
Los primeros medicamentos antidepresivos fueron descubiertos de manera accidental hacia 1952. En un centro de tratamiento para tuberculosis en Staten Island, Nueva York, Selikoff y Robitzek experimentaron con una medicina derivada de la gasolina para cohetes porque pensaban que tenía propiedades antibacteriales terapéuticas que podían ser útiles. Experimentaron con los pacientes con tuberculosis y observaron que el medicamento mejoraba su apetito, estado de ánimo y patrones de sueño. Cinco años después, tres psiquiatras en Orangeburg, Nueva Yok, comenzaron a administrarle este compuesto a pacientes hospitalizados con depresión, reportando muy buenos resultados. Así nació la primera generación de medicamentos antidepresivos que parecían ser efectivos (según los experimentos que se realizaron sin el consentimiento de los pacientes y sin ningún estudio con control) para mejorar los síntomas de la depresión.
Pero la venta de los medicamentos antidepresivos en los Estados Unidos no explotó sino hasta la década de los años noventa, cuando el laboratorio Eli Lily presentó el compuesto fluoxetina (Prozac) en el mercado. Así nació la segunda generación de antidepresivos, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Según la teoría que comenzó a circular ampliamente después de la introducción del compuesto en el mercado, la farmacéutica sugiere que un desbalance en los niveles de serotonina es lo que da cuenta de la depresión. Inventaron una ficción que abrazó cálidamente tanto el público como muchos psiquiatras. Sin ninguna prueba contundente. Sin ninguna prueba clara en un estudio. Sin ninguna prueba.
Todavía un estudio químico metabólico de la serotonina del 2023 dice: “una revisión comprehensiva de las líneas de investigación más importantes acerca de la serotonina no muestra ninguna evidencia convincente de que la depresión esté asociada o sea causada por niveles bajos de concentración o actividad de la serotonina”. A su vez, hay muchos otros estudios que han demostrado que los antidepresivos no son significativamente más efectivos que un placebo. Estos macroestudios consideran también los estudios clínicos que no llegan a publicarse en las revistas porque sus resultados no mostraron la efectividad positiva de un medicamento o porque las empresas farmacéuticas no los subvencionaron.
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En el 2023 la psiquiatra e investigadora Joanna Moncrieff publicó un metaanálisis1 de las bases de datos que vinculan la depresión con la serotonina y que concluye lo siguiente: esta investigación “sugiere que el enorme esfuerzo de investigación basado en la hipótesis de la serotonina no ha producido evidencia convincente de una base bioquímica para la depresión… Sugerimos que es hora de reconocer que la teoría de la serotonina de la depresión no está empíricamente fundamentada”. Y en una respuesta a sus críticos, concluye: “Hay abundante evidencia de que es el contexto de nuestras vidas y no el equilibrio de nuestros químicos lo que ofrece la mayor comprensión sobre la depresión”.
Esto representa un problema grave para el capitalismo: ¿cómo obtener alguna ganancia de una teoría psicosocial de la depresión?, ¿hay un producto que pueda cambiar el contexto de nuestras vidas rápidamente y que se le pueda vender a todos como una cura mágica? La ficción es más verdadera que la realidad y quizás hagan falta cientos de historias que logren describir lo miserablemente complicado y doloroso que es dejar una medicina psiquiátrica luego de haber estado medicado durante años.
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Pasarás la mitad de tu vida tomando medicamentos psiquiátricos. Nadie nunca te advertirá de los efectos secundarios, los años que te tomará poder quitarte la dependencia a una medicina que, al ir saliendo de tu sistema, tiene efectos tanto físicos como mentales sumamente intensos2, incluyendo también lo que podría parecer como una recaída: paranoia extrema, desajuste de los sentidos, depresión, manía o irritabilidad. Pero, sobre todo: una duda permanente acerca de tu propia coherencia y estabilidad, una duda que minará todas las certezas que por años intentarás ensamblar para poder sobrevivir, todavía cargando ese resabio, químicos diarios que te recordarán que algo no está bien, que no eres normal.
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La depresión está en todas partes. Las celebridades hablan de padecerla, los niños y adolescentes en las escuelas comparten qué medicinas están tomando, los médicos generales la diagnostican, en la televisión se habla abiertamente de ello, incluso es una razón válida para pedir beneficios del Estado por discapacidad. Es muy extraño pensar que hace cuarenta años la depresión casi no existía. Un mínimo porcentaje de la población había sido diagnosticado con depresión.
Hay quienes argumentarán que esto es resultado de un avance científico, porque ahora podemos comprender algo que siempre había estado presente y que no se había diagnosticado. Pero hay otra lectura posible: la epidemia de depresión mundial no es un descubrimiento, sino una producción. Por un lado, de la industria farmacéutica. Por otro, de las condiciones de vida que fabrican en serie las circunstancias perfectas para que nos sintamos deprimidos: la precarización del trabajo, la destrucción de los lazos comunitarios y espacios de encuentro, la mercantilización de cada aspecto de la vida, la aceleración, las imágenes imposibles que se nos imponen como ideales, los mensajes siempre catastróficos de lo que sucede en el mundo y en la política, la omnipresencia de la información.
Mientras más insistimos en vernos como máquinas, más se expanden los estados melancólicos.3 Tratar la depresión con el mismo modelo que la diabetes que requiere insulina es una decisión muy peligrosa. Los antidepresivos no curarán lo que te deprimió.
Mientras más se interpreten los síntomas como señales de desviación o comportamiento inadaptado, más sentirás el yugo de la normalidad, de lo que se supone que debes ser.
Eres capital humano, eres tu productividad, eres las tareas que puedes completar, eres las becas que puedas ganar, el valor que puedes generar, los textos que puedas firmar. La elección entonces es clara: cuestionar tu propio valor porque como no produces nada, no vales nada. Es la forma última de negarte, de decir que no. Huelga involuntaria del cuerpo. Colapso como protesta.
La melancolía no es un error del cerebro sino una grieta en el sistema. Es la respuesta de un organismo que se niega a seguir funcionando bajo condiciones inhabitables. Es un momento lúcido que resiste ante la locura del capitalismo. Es tu cuerpo diciéndote que hay algo podrido, y es el mundo que está exigiendo que te adaptes a lo imposible.
Mark Fisher lo planteó con claridad: en lugar de tratar como “responsabilidad de los individuos el resolver su propio malestar psicológico, es decir, en lugar de aceptar la enorme privatización del estrés que ha ocurrido en los últimos treinta años, necesitaríamos preguntarnos: ¿cómo se volvió aceptable que tanta gente, especialmente tanta gente joven, esté enferma? La ‘epidemia de la salud mental’ en las sociedades capitalistas sugiere que, en lugar de ser el único sistema social que funciona, el capitalismo es inherentemente disfuncional, y el costo de que parezca que funciona es muy alto”.4
El capitalismo tiene respuesta para todo, incluso para su propia violencia: medicalizar el sufrimiento (que el propio sistema provoca), privatizar el dolor, convertir la crisis social en enfermedad individual. Porque si reconociéramos que tu historia es más compleja, tendríamos que aceptar que no hay un antidepresivo para resolverlo todo.
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El cuestionario que rellenaste al principio es el PHQ-9 (Patient Health Questionnaire o Cuestionario de Salud del Paciente): es el instrumento estándar que se usa en consultorios de todo el mundo para diagnosticar depresión. Nueve preguntas sobre tu estado de ánimo, tu sueño, tu energía. Suma los puntos, obtén tu diagnóstico, sal con tu receta. Simple, rápido, eficiente.
Pero imagina otro cuestionario. Uno que haga las preguntas pertinentes:
Cuestionario de Malestar Estructural (CME-9)
Durante las últimas dos semanas, ¿con qué frecuencia has experimentado los siguientes problemas?
Marca con una X la casilla que mejor describa tu experiencia
Nunca | Varios días | Más de la mitad de los días | Casi todos los días | |
| 1. ¿Has sentido que las cosas que solían importarte (amistades, proyectos, tiempo para lo tuyo) han quedado guardadas en algún cajón porque no hay espacio para ellas? | ||||
| 2. ¿Te has sentido agotado/a no por lo que haces, sino por la sensación de que nunca va a ser suficiente? | ||||
| 3. ¿Has tenido problemas para dormir pensando en tus preocupaciones? | ||||
| 4. ¿Has sentido que tu tiempo no te pertenece, que siempre estás disponible para el trabajo, pero no para ti? | ||||
| 5. ¿Te has sentido culpable por no poder “cuidarte a ti mismo” cuando apenas tienes tiempo para existir? | ||||
| 6. ¿Has sentido que tu valor como persona está determinado por tu productividad? | ||||
| 7. ¿Has experimentado la sensación de que el mundo se está desmoronando mientras te dicen que “todo está bien”? | ||||
| 8. ¿Has sentido tu cuerpo estresado, ansioso o inquieto, como si siempre estuvieras en alerta? | ||||
| 9. ¿Has pensado que sería más fácil no existir o desaparecer que seguir adaptándote a lo que no te puedes adaptar? |
Puntuación: 0 puntos = Nunca | 1 punto = Varios días | 2 puntos = Más de la mitad de los días | 3 puntos = Casi todos los días
Total: _____ / 27
Interpretación del Cuestionario de Malestar Estructural (CME-9)
Niveles de Alienación Estructural:
- 0-4 puntos: Alienación mínima. Es posible que tengas condiciones materiales privilegiadas o mecanismos para afrontar el mundo que son efectivos (colectivos, no individuales, esperamos).
- 5-9 puntos: Alienación leve. Empiezas a percibir las grietas del sistema. La contradicción entre el discurso del “bienestar individual” y tu realidad cotidiana se hace evidente.
- 10-14 puntos: Alienación moderada. El peso de las estructuras sociales se siente claramente. Tu malestar no es una falla personal, es lucidez ante condiciones insostenibles.
- 15-19 puntos: Alienación moderadamente severa. Experimentas de forma aguda la violencia de un sistema que te exige adaptarte a lo que no se puede adaptar nadie. Considera buscar espacios de organización colectiva.
- 20-27 puntos: Alienación severa. Tu experiencia refleja la brutalidad del capitalismo tardío. Necesitas urgentemente: comunidad, apoyo mutuo, acción colectiva. Vivir bajo estas condiciones es traumático, y la respuesta no puede ser individual.
- Joanna Moncrieff, “The Serotonin Theory of Depression: An Umbrella Review of the Evidence”. Molecular Psychiatry, 2021.
- Hay un movimiento muy grande de personas que ahora hablan del síndrome de discontinuación de los antidepresivos, pero en su mayoría han sido los pacientes los que han alertado sobre este largo y doloroso proceso, la mayoría de los psiquiatras no hablan de ello cuando recetan por primera vez un antidepresivo.
- Darian Leader, The New Black. Mourning, Melancholia and Depression. Minneapolis, Graywolf Press,p. 3.
- Mark Fisher, Capitalist Realism. Is There No Alternative?, Zero Books, p. 19.




