Tierra Adentro

Ilustración: Daniel Fortiz

 

Dueña de un estilo propio, conciso y atrevido desde sus primeros relatos, la autora sinaloense escribió algunos de los cuentos más memorables de la literatura mexicana del siglo XX.

 

Autora de relatos terribles y perfectos cuyo estilo preciso, poético, lleno de claroscuros, no deja de deslumbrar —y perturbar— a quien se acerca a ellos, Inés Arredondo entregó a la imprenta tres volúmenes que, reunidos en los Cuentos completos (FCE, 2011), en total rondan apenas las trescientas cincuenta páginas: muchas menos que las de tantas novelas gordas que circulan por ahí suscitando elogios acerca de la «productividad» de sus autores. Narradora cuidadosa en extremo, autocrítica hasta la destrucción, los largos y frecuentes periodos de esterilidad literaria por los que atravesó no le impidieron volver una y otra vez, incluso en sus últimos años, al ejercicio del cuento, género que dominó desde sus inicios como bien pudo observarse desde una de sus primeras publicaciones, «La señal», aparecida en la Revista Mexicana de Literatura a principios de 1959. Historia enigmática que en menos de cuatro páginas plasma una inquietante experiencia mística de un personaje ateo, este relato, uno de los más extraños de nuestras letras, dio a conocer a una escritora que abordaba temas nada comunes y, por consiguiente, exploraba zonas de la naturaleza y la condición humanas en las que muy pocos se habían atrevido a adentrarse, provocando en los lectores primero perplejidad para luego despertar en ellos empatía, deseos de comprensión y, por último, un mayor conocimiento del ser humano, de sí mismos.

Para cualquier narrador, «nacer entero» —con pleno dominio de su oficio— es al mismo tiempo una bendición y una losa sobre la espalda. La responsabilidad que implica inaugurar la trayectoria propia con una pieza maestra puede ser agobiante, incluso castrante. Los ejemplos abundan. Pero Arredondo siempre supo que para que un escrito se convierta en obra de arte es preciso otorgarle el tiempo suficiente de maduración, y sus intenciones siempre fueron las de un verdadero artista. Escribía despacio, meditaba, corregía mucho, observaba su historia desde diversas perspectivas hasta encontrar la idónea. Por eso otro relato, «La sunamita», publicado en una revista en 1961, pasó a formar parte de la célebre antología de Emmanuel Carballo, El cuento mexicano del siglo XX, cuando la autora —caso excepcional— aún no había publicado su primer libro. Tragedia contada por la propia protagonista con un lenguaje fresco e irónico, este cuento trata sobre una mujer que desposa a un anciano a punto de morir llevada por la compasión y las presiones de un cura. Sin embargo, el moribundo no sólo revive, sino que mejora día con día, impulsado por la lujuria que le despierta su jovencísima esposa. Al ser incluida en el libro compilado por Carballo, se convirtió de inmediato en el relato más leído de la autora, quien no obstante se hallaba en sus inicios y aún tenía mucho que escribir.

Su primer volumen, La señal, vio la luz hasta 1965, lo cual, si tomamos en cuenta que el texto que le da título fue publicado seis años antes, muestra la lentitud y la paciencia con que Arredondo tallaba cada una de sus piezas; o su inconformidad ante la propia obra. Constituido por catorce historias, La señal despertó de inmediato el interés de los lectores y fue comentado por la crítica en términos elogiosos. No era para menos. Si bien todos los cuentos del libro son eficaces, interesantes, bien logrados, entre ellos destacan, además de los mencionados líneas arriba, «El membrillo» y «Estío», que abordan dos facetas distintas de la atracción amorosa y sexual. En «El membrillo» —tal vez el primer relato escrito por la autora— la relación idílica entre dos adolescentes se tambalea cuando aparece un tercero en discordia, una mujer que se convierte en constante tentación para el joven de la pareja, obligando a la muchacha a utilizar su cuerpo como arma en la lucha por su amor.

En «Estío» hay otro tipo de triángulo: una viuda reciente parece consumirse de deseo por el mejor amigo de su hijo, cuando en realidad sus impulsos son más inconfesables, incluso para ella misma. Este relato incluye la que tal vez sea una de las escenas más eróticas de la narrativa mexicana, conseguida a través del simbolismo y la elipsis, cuando la protagonista, sola en casa, desnuda debido al calor, devora con fruición tres mangos dejando que los jugos de las frutas escurran por su piel. Arredondo fue, junto con Juan García Ponce —su compañero en la Generación de Medio Siglo—, una de las primeras en encarar sin ambages el tema del erotismo. Y como García Ponce, ella también mostraba cierta predilección por incluir en sus historias un tercero, una tercera mirada en la intimidad de las parejas. Ese tercer personaje o elemento a veces introduce la discordia en el universo cerrado de los otros dos, pero también puede ser la salvación de uno de ellos, el que es azotado por el drama.

Casi tres lustros tuvieron que transcurrir para que en 1979 se publicara el segundo volumen de cuentos de Inés Arredondo, Río subterráneo, que le valió ese año el Premio Xavier Villaurrutia (de escritores para escritores). Como el anterior, se trata de un libro redondo en el que ningún cuento desmerece del conjunto, pero donde sobresalen algunas obras maestras, como «Las palabras silenciosas», «Río subterráneo» y «Las mariposas nocturnas». En el primero, un emigrante chino en Sinaloa descubre la inutilidad del lenguaje cuando le resulta imposible comunicarse con su mujer e hijos, a quienes ama profundamente, lo que lo hunde en la más absoluta soledad. «Las mariposas nocturnas» es una historia erótica donde la protagonista consigue permanecer casta —no pura— durante años, a pesar de ser la amante de un hacendado rico como un rey oriental, que la convierte en una mujer culta y elegante y la lleva a dar la vuelta al mundo: a Arredondo le gustaban las paradojas y contradicciones.

Pero es «Río subterráneo» tal vez el relato más inquietante, enigmático y al mismo tiempo revelador de la autora. En él se cuenta la historia de una familia aquejada por una locura hereditaria que alcanza a todos sus miembros. Narrada a la manera de una carta que una mujer le escribe a su sobrino advirtiéndole que no regrese al pueblo para que se salve de ese mal, entre líneas pueden leerse ciertas declaraciones de principios, el ars poetica de Arredondo:

Voy a hablar de lo otro, de lo que generalmente se calla de lo que se piensa y lo que se siente cuando no se piensa. Quiero decir todo lo que se ha ido acumulando en un alma provinciana que lo pule, lo acaricia y perfecciona sin que lo sospechen los demás.

O, de un modo tácito, sus procedimientos de escritura:

Hay que contenerse. Ser conscientes, perfectamente lúcidos, dar a los hechos, los sentimientos y los pensamientos la forma adecuada, no dejarse arrastrar por ellos, como se hace comúnmente.

Es fácil advertir en algunos pasajes de los grandes escritores que, cuando parecen hablar de la vida y los dramas de sus personajes, en realidad están expresando sus pensamientos acerca de la literatura en general o de la obra propia en particular. Tal vez el ejemplo más notable sea Jorge Luis Borges en piezas como «El milagro secreto» o «Las ruinas circulares». En el caso de nuestra autora, que siempre intentó indagar con su escritura en las facetas más oscuras del ser humano, leemos en «Río subterráneo»: «Cuánto esfuerzo. Quizá en eso consista: en llevar el esfuerzo hasta un límite absurdo, buscando con firmeza lo que está al otro lado del límite». Y más adelante: «Pero es ése el camino justo que la locura misma ha trazado para sus verdaderos elegidos».

Arredondo conocía la locura y el sufrimiento. Ni la angustia ni el dolor ni la sordidez le fueron ajenos. Tal vez por ello mostraba una inclinación hacia los personajes marginados, los solitarios, los desechables. Y como narradora supo tratarlos con rigor crítico, aunque también con cierta ironía y humor. Los sumergía en atmósferas opresivas y los hacía confesar sus deseos más ocultos, los más inconfesables. Cuando dio a la imprenta su tercer y último volumen, Los espejos, nueve años después del anterior y un año antes de su muerte, incluyó en él uno de sus más célebres —y según algunos, de los más «escandalosos»— relatos, «Sombra entre sombras», donde una mujer, casada a los quince años con un hombre perverso de cuarenta y siete, se ve durante toda su vida inmersa en un minucioso aprendizaje de la depravación, que no obstante es la ruta que la conduce al amor más puro, más entregado.

Si bien las exploraciones formales vistosas y la experimentación estructural no fueron frecuentes en su obra, Inés Arredondo nunca dejó de explorar las contradicciones humanas, las oposiciones entre los deseos del individuo y las normas de la sociedad, alimentando con sus hallazgos la literatura. Su técnicas narrativas impecables, la audacia con que encaraba temas harto espinosos para su época, el poderío de su lenguaje a la vez fluido, preciso y lleno de poesía, la convierten en un clásico contemporáneo indiscutible. Una escritora actual a la que es necesario leer, para que al hacerlo, como ella misma afirma en «Río subterráneo», podamos escuchar «El grito, el aullido, el alarido que está oculto en todos, en todo, sin que lo sepamos».

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