Tierra Adentro
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Titulo: En busca de aquel sonido

Autor: Ennio Morricone

Editorial: Malpaso

Lugar y Año: Barcelona, 2017

 

La manera en que Alessandro De Rosa —un compositor en ciernes— abordó a Ennio Morricone, siendo ya uno de los compositores más importantes del siglo XX, es igual a la que hemos tenido los escritores jóvenes con nuestros ídolos literarios: alcanzándolos después de cualquier presentación y dándoles una copia de lo que escribimos, a sabiendas de que si, se toman la molestia de leer el papel, probablemente luego lo echarán a la basura. De Rosa tuvo suerte, o más bien el talento, como para llamar la atención de Morricone, quien le dio el mejor consejo posible: estudia composición.

Así inicia una relación que no se queda con los títulos de maestro y alumno, sino que deriva en una amistad entrañable, ceñida a la tarea —para ambos— de comprender los mecanismos precisos de la creación musical. Esta anécdota es el preámbulo para la serie de conversaciones entre ambos, una charla prolongada para hablar de la vida y obra de Ennio, que ha girado en torno a casi quinientas composiciones en aproximadamente sesenta años de la música para cine y televisión, denominada «aplicada», y «música absoluta», como él llama a sus demás obras.

Siendo un referente indiscutible en cuanto a bandas sonoras —sólo hay que recordar el tema de El bueno, el malo y el feo o La misión—, a cualquier cinéfilo le interesaría saber cuál fue el primer acercamiento de Morricone con el cine, y la forma en que lo narra nos remite de inmediato a una escena de Cinema Paradiso, la revelación de Toto ante esa forma de arte. Para el compositor la música ha sido una manera directa de volver tangibles las emociones, y no se despega de esta premisa a lo largo de su charla con De Rosa; al contrario, la sustenta, ejemplificándola con su proceso creativo a la hora de componer. «La música es misteriosa y no nos da muchas respuestas, además, la del cine parece a veces aún más misteriosa, tanto por su vínculo con la imagen como por el que se crea con el espectador», dice Morricone.

En busca de aquel sonido me parece un título acertado para el diálogo entre ambos músicos, porque constantemente indagan en las técnicas no sólo de Ennio, sino de una gran cantidad de artistas, ya sean intérpretes, cineastas, fotógrafos en el set, lo cual sólo me hace pensar que la labor creativa es similar en casi todas las áreas. Como escritora y música —toco el violín desde niña—, una de las posturas que más me llaman la atención de esta plática tiene que ver con la inspiración: Ennio no deja de lado ese concepto, pero durante la fase de elaboración, lo que importa es cuánto se ha almacenado, la cultura o la historia, su asimilación y de qué forma somos capaces de devolverlas. Sucede lo mismo con la literatura. En alguna parte del libro hay una disertación acerca del lenguaje, musical o literario, porque el artista estará constantemente en búsqueda de la palabra exacta. La música tiene reglas armónicas, de ritmo y sonido; por lo tanto, el proceso musical es un trabajo mucho más complejo, que no concibe ambigüedades. Morricone procede de una de las tradiciones artísticas más puras, la italiana; conoce a la perfección la historia de la música, pero es un hombre de avanzada, un compositor que en cuanto tuvo la oportunidad rompió los cánones tradicionales y optó por la vanguardia, aunque en sus depuradas composiciones nos haga pensar que continúa apegado a las convenciones.

Costaría trabajo asimilar los mecanismos de «camaleonismo musical» que las películas, todas distintas entre sí, exigen, pero Morricone, como dice Bernardo Bertolucci acerca de su trabajo, ha comprendido que la música para el cine debe ser permanente y no permanente al mismo tiempo. En la disertación entre De Rosa y Ennio, esta idea flota constantemente: la música acompaña una secuencia de acciones, establece un contacto entre lo que se ve en la pantalla y el espectador, puede acabarse en cuanto llega el silencio o permanecer —tal es su caso— en el imaginario.

Uno se acerca a este tipo de libros tratando de comprender de qué manera Morricone armonizó los sonidos, qué le confirió la capacidad de escoger en una sección de instrumentos los timbres precisos para un tema, una sucesión de notas que han quedado en la mente de cualquier aficionado al cine, sólo unos cuantos acordes que serán identificables en todo momento. La respuesta está en el diálogo intenso entre ambos compositores —la parte que yo estaba esperando— y su descripción tan minuciosa, que no relegan a un lector poco familiarizado con el lenguaje formal, sino que lo instruyen en el mecanismo de la composición, como el mejor profesor de matemáticas o física despeja una ecuación o trata de relatar el origen del universo a partir de una gran explosión, en la que tomaron forma los sonidos.