Tierra Adentro
Foto tomada del sitio Tablet (www.tabletmag.com)

Una de las series que más polémica ha causado se estrenó el pasado 10 de agosto en Netflix: Insaciable. Desde que la cadena liberó el teaser en junio de este año, la intensa reacción de varias personas no se hizo esperar. El real juzgado de la opinión pública, también conocido como redes sociales, se prendió (otra vez). Tanta fue la antipatía que despertó que varios inconformes organizaron una colecta de firmas en el sitio Change.org para impedir la aparición de los doce capítulos de su primera temporada, todo en nombre de la comprensión y la tolerancia. Argumentaban que la premisa de la serie buscaba avergonzar a los gordos, que era ofensiva, que sexualiza a las adolescentes y un largo etcétera. Afortunadamente, pese a los cientos de firmas en su contra, no los escucharon y se puede ver en la comodidad de su cuenta.

Patty Bladell, una adolescente que cumple con todos los estereotipos de la gordura (depresión, soledad, torpeza social), golpea a un vagabundo defendiendo su dignidad (y una barra de chocolate). El indigente le propina un puñetazo que la manda al hospital con la mandíbula quebrada, cosa que le impide comer alimentos sólidos durante tres meses. Esto provoca un giro inesperado en su vida: se vuelve delgada. De un momento a otro todo cambia para Patty, pasa de ser una paria a, bueno, básicamente cualquier cosa que su recién adquirida belleza le pueda otorgar. ¿Cómo va su sensibilidad? ¿Ya se ofendió? Aún hay más. El coprotagonista de la serie es nada más y nada menos que Bob Armstrong: un mediocre abogado, amante de los concursos de belleza para adolescentes acusado de pederastia y cuyo destino está misteriosamente ligado al de Patty. Se volverán fuerzas complementarias en la larga escalinata hacia la mayor gloria a la que puede aspirar toda adolescente americana: ganar el certamen de belleza más grande del país.

Lejos de lo que se pueda pensar en un primer momento, la serie logra desmarcarse con efectividad de la estructura típica del “patito feo”. No se trata de una historia positiva de superación, aprendizaje o esperanza, tan sólo es el punto de arranque hacia el largo descenso por lo peor de sí misma, motivada por la venganza contra las personas que le han hecho sufrir toda su vida.

Este universo está plagado de figuras brutalmente estereotípicas: la cougar, la virgen insaciable, la ama de casa insatisfecha, el gay de clóset, el joven atleta, el hombre perfecto. Todos parecen acomodarse a la perfección en figuras tan sobadas que cabrían perfectamente en un video porno gringo. Llama la atención el buen desarrollo de personajes durante toda la temporada: descubrimos facetas que, dentro de su convencionalidad, los vuelven complejos, vívidos, contradictorios, grotescamente humanos.

Varias reseñas destacan que esta “comedia” da todo menos risa. No podría estar menos de acuerdo, es tan incómoda e incorrecta que resulta hilarante para quien guste de este tipo de humor. Me parece más afortunado analizarla dentro de las dimensiones de su propio terreno: la farsa. La falta de comprensión de las características de este género parece explicar tantas malas críticas. Esperan la aleccionadora moraleja cómica que sólo destaca los vicios de algunos para establecer bandos morales donde unos están bien y otros mal; en cambio encontramos personajes caricaturizados que empujan los límites de la verosimilitud, listos para restregar prejuicios y estereotipos ofensivos, precisamente para burlarse, antes que nadie, del propio espectador, de sus creencias y limitaciones. Así problematiza el hecho de que, nos guste o no, muchas personas viven y piensan así. En cambio, donde otros esperan un drama políticamente correcto que aborde con solemnidad lo triste que es encontrarse en desventaja en una sociedad injusta, encuentran un universo donde resulta difícil sentir piedad por los protagonistas y sus circunstancias, todos tienen motivaciones controvertibles, egoístas y superficiales.

Ni comedia, ni drama: un universo complejo donde lo más doloroso de nuestra existencia (los deseos que nos han impuesto), lo más sanguinario de nuestro egoísmo (la enfermiza manera en que justificamos los discursos victimistas) y lo más ridículo de nuestros pequeños autoengaños se dan cita en la licuadora para prepararnos un amargo batido de dulces y nerviosas carcajadas, para ésta, la época de la hipercorrección política, bastante difíciles de tragar.

Las reacciones parecen estar mucho más ligadas a una idea pedagógica del arte (o el entretenimiento). Se mide moralmente lo presentado para balancear si es conveniente o no como material de aprendizaje, como modelo de comportamiento. Es decir, los mismos argumentos que afirman que jugar videojuegos, escuchar metal o ver películas de Tarantino involucra el riesgo de volverse asesino en serie. El mono ve, el mono imita, piensan.

No hay duda, debemos cuidar nuestras palabras, es innecesario ofender a otros para probar nuestros puntos, se sabe, pero es lamentable que busquemos extinguir (especialmente en el terreno de la imaginación) todo aquello con lo que no comulgamos y a todos los que no piensan como nosotros, es lamentable que, motivados por la superioridad moral, venga de donde venga, contribuyamos a la polarización de posturas que cancelan todo diálogo.

La farsa no es el hilo negro. Aristófanes se burló de las fuerzas divinas, Jarry de la necesidad de poder y la obediencia pusilánime, Beckett del infructífero absurdo de la existencia, Scorsese de la ambición y el culto al dinero. La farsa es una rica y larga tradición dramática que pone en entredicho los valores de las sociedades en crisis, nunca ha pretendido respetar sus códigos morales y precisamente por esto es necesaria, porque nos permite dudar de nuestras propias certezas.

Insaciable no es sólo ofensiva, también toca sin ninguna clase de freno o concesión asuntos de género, acoso escolar, hipersexualidad, culto al cuerpo, vida familiar, hipocresía religiosa, oportunismo político y lo hace justo donde duele.

La serie guarda varias sorpresas, el mundo de la belleza encierra lecciones desgarradoras que les mantendrán al filo de la risa (y la incomodidad). Relájense, disfruten de un viaje lejos de su cámara de ecos. Los invito a permanecer pendiente de la trayectoria de Patty Bladell, de su lucha por sanar su alma motivada por el odio y el resentimiento. Patty es la paladina de la indignación posmoderna. ¿Quién detendrá su apetito? ¿Quién detendrá el nuestro?