The Crown: La reivindicación del Romanticismo
El drama histórico The Crown, de Peter Morgan, es una coproducción de las empresas Left Bank Picttures y Sony Pictures Television y se estrenó a nivel mundial el 4 de noviembre de 2016, por medio de la empresa de entretenimiento Netflix. La serie muestra dos facetas de la biografía de la reina Isabel II (Claire Foy), la pública y la privada. En la página oficial de Netflix se describe la serie como un “drama que narra las rivalidades políticas y el romance de la reina Isabel II, así como los sucesos que moldearon la segunda mitad del siglo xx”. En efecto, en el centro del drama histórico está el romance, eje y fuerza vital para el desarrollo de la serie.
En tanto, el primer suceso significativo y que podría interpretarse, en principio, como un paso más hacia la renovación de las costumbres en la casa Windsor es la transmisión televisiva de la coronación de la reina en 1953. En el drama es el príncipe Felipe (Matt Smith), Duque de Edimburgo y esposo de Isabel II, quien insiste en la importancia del tiempo de cambio y cree necesario que la monarquía deba estrechar relaciones con el pueblo, es decir, hacerlos partícipes de su nueva historia, se trataba pues de un gesto de comunión. Ya que tras haber sido víctimas de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y testigos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y con todos los avances tecnológicos que hicieron posible vencer al nazismo, entre éstos, la máquina de Turing, continuar gobernando un país mediante sistemas imperiales resultaba anquilosado; no obstante, los jóvenes al tanto de su pasado histórico traen nuevas ideas. Esta decisión del joven matrimonio repercutiría en su futuro concediéndonos a los espectadores contemporáneos asomarnos a la vida íntima de Isabel y Felipe.
Este representativo cambio a las normas en la casa Windsor afirmará no sólo un pacto con su pueblo, sino también con su tiempo. Simbolizará el tránsito y continuidad hacia la modernidad en el sentido paciano: “[…] un método de investigación, creación y acción” (Paz: 1990, p.32), que conduce al cambio constante pero que tiene en su anverso las utopías, el Romanticismo, por ejemplo. Hay, pues, desde entonces, en la propuesta de los jóvenes monarcas innovación y cambio. En resumen, son modernos en tanto que románticos.
Para Octavio Paz, la crítica es un rasgo distintivo y señal de nacimiento de la Modernidad. “Comienza como una crítica de la religión, a la filosofía…” (ibid). De aquí que, según el poeta, el Romanticismo tiene una relación filial y polémica con la Modernidad como “Hijo de la Edad Crítica, su fundamento, su acta de nacimiento y su definición son el cambio” (1990, p.35).
En el drama histórico seguimos no sólo el periplo de estos amantes que se enfrentan a los intereses ajenos y propios y agitan las pasiones más elementales en su microcosmos; la ambición, la ira, la vanidad, la envidia, etcétera, son per se la naturaleza humana. No es gratuito que en reiteradas ocasiones personajes más “racionalistas” como Winston Churchill (John Lithgow) citen a William Shakespeare. Si bien este guiño con la literatura inglesa actualiza el espíritu de las tragedias del dramaturgo inglés, también brinda homenaje a su literatura. Por otra parte, para quienes hemos leído al dramaturgo, observamos que su referencia en el drama histórico viene a ser otra propuesta de lectura donde considero se comparte o bien, recupera el concepto cosmogónico shakesperiano, en el que el orden del mundo es un estira y afloja pasional entre ser y no ser.
Por ejemplo, el Romanticismo —en su sentido más amplio, entendiéndolo como una actitud subversiva espiritual e intelectual, no como movimiento literario— echó sus raíces en el palacio de Buckingham desde la abdicación de Eduardo VIII (Alex Jennings) a la corona en 1936, el tío de Isabel II. Con su decisión, Eduardo, Duque de Windsor, cuestionó al deber, se enfrentó a él y asumió las consecuencias. Qué acción tan liberadora, el hombre había renunciado a ser ungido, por amor, por la carne, por el mundo y, como un rebelde, fue expulsado.
En las dos temporadas que van de la serie se hace hincapié en este hecho, poniéndonos a pensar sobre si fue un cobarde, un traidor o un soñador que hizo posible la utopía, “el sueño de la razón”, en palabras de Octavio Paz. En la serie, Isabel II hace lo posible para mantener el equilibrio entre el deber y el ser, entre la razón y la preeminencia de los sueños y con ello nos recuerda también la difícil tarea de existir, de permanecer ante una modernidad que disolvió el tiempo porque desvalorizó la creencia en la eternidad, al ser crítica con la religión, la modernidad entonces tiene su razón de ser sólo en el presente —el cambio y la actitud crítica también son perpetuos— donde irónicamente y contra todo la humanidad “levanta montones de cemento / […] donde caeremos todos en la última fiesta de taladros”, ya denunciaba García Lorca hacia 1929.
El Romanticismo es “hijo rebelde, hace la crítica de la razón crítica […] y opone al tiempo de la historia el tiempo de las pasiones, el amor y la sangre” (Paz: 1990, p.35). En la serie también atestiguamos el romance de la hermana de Isabel II, la princesa Margarita, una versión moderna del Werther de Goethe. A ésta la vemos renunciar al amor de su vida, el capitán Peter Townsend, mientras el pueblo inglés tomaba partido del suceso e incitaba a los enamorados a romper las reglas y ser felices. “¡Cásate con él, Margarita!”, se leía en la primera plana de la prensa periódica, según registra la serie. Luego, la reina Isabel II verá a su hijo Carlos divorciarse de Lady Di, ya todos sabemos cómo acabó esta tragedia. Se prevé que para la tercera temporada este romance también sea tratado.
¿Por qué nos ha gustado tanto The Crown? Técnicamente es una ambiciosa producción, no hay nada que reprocharle: las tomas, la música, los escenarios y las actuaciones son fascinantes. Nos ha gustado porque nos recuerda que, sobre todo, estamos hechos de pasiones y quizá, que para sobrevivir al cambio, hay que ser diligente. Isabel II porta la diligencia como parte de su ideología, cualidad que le ha valido sus sesenta años sosteniendo la Corona. Lo que hace recordar a El rey Lear, personaje de la tragedia homónima de William Shakespeare, quien dijo: “Sé guardar secretos honrados, montar a caballo, correr, estropear un cuento complicado al contarlo, y llevar por las buenas un mensaje sencillo: soy capaz de todo aquello de que son capaces los hombres corrientes, y lo mejor que hay en mí es mi diligencia” (1998, p.177).
Este personaje literario tiene consciencia de ser más aún similar a los hombres corrientes, y sólo es la diligencia la que lo separa del resto haciéndolo mejor a aquéllos. Me parece que esta consciencia de virtudes ha sido compartida también entre los miembros de la casa Windsor desde la abdicación de Eduardo hasta el divorcio de Carlos y Lady Di. Como sea, nosotros espectadores, hijos de la Modernidad, asistiremos a cada episodio para reivindicar el espíritu del Romanticismo.
Bibliografía:
García Lorca, Federico. (1971). “New York”, en Antología de la poesía moderna y contemporánea en la lengua española. México, D. F: Universidad Nacional Autónoma de México.
Paz, Octavio. (1990). “Ruptura y convergencia”, en La otra voz. México, D. F: Seix Barral-Biblioteca Breve.