Tierra Adentro
Fotografía de Ted Eytan, 2018. Recuperada de Flickr. CC BY-SA 2.0
Fotografía de Ted Eytan, 2018. Recuperada de Flickr. CC BY-SA 2.0

Soy una mujer trans: ¿qué tengo en común con los guardias de seguridad que me corrieron de un baño de mujeres, una diputada panista, J.K. Rowling, Donald Trump, las feministas transexcluyentes y grupos conservadores?

Soy Jessica, no siempre me llamé así, a los catorce años transicioné, no, no me arrepiento. Mi primera protesta fue a los cinco años bailando en medio de la sala y mis tíos gritaban “lo van a volver puto”; mi abuela, la principal defensora, estaba diciendo “¡dejálx, cabrón!”. A los nueve años cuando una maestra le sugirió una terapia de conversión a mi madre, ella se negó y aunque no entendía del todo fue mi aliada; a los doce, porque usé rímel en la secundaria e iban a correr al maestro de Matemáticas, que aunque no me gustaba era el único maestro que nos escuchaba; a los quince, cuando salí del clóset porque era muy evidente mi diferencia desde los catorce años, y a los diecisiete años, antes de entrar a la universidad me sacaron del baño, y protesté contra el régimen de Peña Nieto y la testosterona, me hormonicé. Estudié Derecho en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón, la facultad más lejana y en un territorio en resistencia, tanto que me dio hepatitis por comer alimentos que se preparaban afuera de la facultad, pero aprendí de mi resistencia. Desde muy chica aprendí que tenía que defenderme aunque sinceramente eran más los golpes que recibía que los que yo daba. Pienso que eso hoy en día continúa. 

Cada día cuando salgo a la calle las miradas van de la cabeza a la entrepierna. ¿Me escuchan tratando de descifrar? ¿Qué es? ¿Hombre o mujer? Por más que intenten corregirnos, devolvernos al lugar, no podrán. Yo sé su plan para hacernos tortuosa la existencia, quieren que dudemos de la decisión de transicionar, lo han logrado, lo sé.

A los dieciocho años me midieron el cerebro, vigilaron mi sueño durante meses para un estudio en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se me permitió estar en hormonas, transicioné socialmente desde los catorce años, con prendas que poco lograban expresar mi feminidad, fui una infancia desobediente, además, tengo mi diagnóstico de disforia de género.

Últimamente he escuchado el argumento de que Trump llegó a poner orden, la afirmación de que J. K. Rowling defiende el sentido común, y comentarios en redes sociales hacia personas trans que dicen “no me vas a obligar a llamar mujer a quien no es mujer”, “ni me vas a obligar a pensar como tú”. Cuando demandé a la empresa Reforma 222, el grupo de guardias de seguridad argumentó que “defendía a las mujeres cis y cumplía con su trabajo de no dejar pasar a dos hombres vestidos de mujer” (sic). El litigio duró diez años, en el camino asesinaron a Alessa Flores, en la senda de buscar justicia por habernos sacado del baño nunca imaginaríamos que iban a asesinar a alguna de nosotras. 

La decisión de la Suprema Corte de Justicia en México fue contundente: la discriminación causó daño moral, el daño moral se debe reparar y condenó a la empresa a la indemnización y daños punibles, porque no he sido la única mujer trans discriminada en los baños de dicha plaza. 

Unas semanas después, en otra Corte surgió una noticia. El mundo se enteró: “Corte en Reino Unido reconoce que las mujeres solo son mujeres biológicas” y las mujeres estuvieron celebrando. 

Entiendo y, hasta cierto punto, en algún momento debo confesar que fui reaccionaria. Me enojaba y me sentía frustrada. ¿Por qué no todo el mundo puede ver que queremos un trato digno? Después supe que cedía mucho de mi vida a un mundo que en realidad tenía aún mucha renuencia a abandonar su forma de ser, de pensar…

Me cambié el nombre pensando que todo sería más sencillo y sí lo fue para mí pero no para la sociedad. El mundo, por lo visto, estaba bien negándonos derechos. 

No todo es color de rosa. Después de diez años me di cuenta que eso que tú llamas “activismo”, también es un espacio donde hay muchas complejidades. Los activismos muchas veces no son espacios seguros, algunas veces aprenden de sus errores y otras no. 

Emprendí un proyecto de jóvenes y aporté con mi labor, pasé del testimonio al trabajo colaborativo. Durante la pandemia implementé programas con amor, con la intención de apoyar a jóvenes trans, con el reparto de despensas y ayudando a mujeres como Ivanka a salir de prisión. 

Mi paso por la sociedad civil ha cambiado. Siempre he puesto preguntas sobre la mesa y tal vez por eso soy incómoda, pero también pienso que son las preguntas las que nos pueden llevar al lugar común. 

En ninguna ley dice que el destino de las personas que realizan una transición de género deba ser la tragedia, aunque algunos se han empeñado en encontrar las formas de utilizar la ley para hacer la vida de las personas que hacen una transición de género una tragedia. Esto es visible desde lo consuetudinario, es decir, la costumbre en tu casa, barrio o comunidad hasta la famosa sentencia de la Corte Suprema del Reino Unido.

¿Es esto reconciliable en las vidas de las personas trans, los activismos feministas y los modelos de Estado? ¿Hará tu vida mejor?

Me he reconciliado con mi escritura porque es como yo: diversa. Y es que mientras el molde de la academia me presiona con el aparato crítico y el estado del arte, también el activismo institucionalizado demanda pureza en el discurso, porque aprendí bien del derecho y la ciencia política. Me han plagiado como no tienes idea y es que cuando una está en donde tiene que construir su testimonio, ya llegó un lenguaje institucional, ya llegó una persona académica y te escuchó y se llevó tu saber a teorizar. Los activismos mejor que sean a pie de calle.

También hay quienes llegan con las mejores intenciones para conocer los activismos, y cuya investigación sirve para que con el tiempo activistas tomen decisiones y puedan hacer su trabajo sostenible. En cambio, hay quienes juzgan el hecho de que cobre por charla, espero algún día poder regalar un sinfín de charlas. Creo que tenían razón —el mundo funciona con dinero— y cuando me encontraba sin un peso en el bolsillo, entendí que mi utopía de que todo debiera ser comunitario, colectivo o trueque no me ayudaba a pagar las cuentas. 

Y es aquí donde quiero saber que todas las personas estamos en medio, como diría Lu, una persona no binaria (NB) y docente por más de veintiséis años. Elle describe que está en medio, porque ni es hombre ni mujer. Elle a sus cuarenta años transicionó y retomo su término para invitarnos a reconocer: ¿En medio de qué estamos? ¿Estamos en medio o en un extremo?

Hay tres temas que me gustaría abordar y si tomamos un café, seguro los saco, porque a estas alturas la vida es muy corta para fingir que todo está bien y que no hay una guerra contra las personas trans. 

Un día me pregunté en qué me beneficia el que se reconozcan a las mujeres como “biológicas” y señalar que todo es “colonial”. Y si Trump no tiene empatía conmigo, ¿qué se supone que debo hacer?

El consentimiento en el ojo del fascismo

Espacio seguro no es excluir a las personas trans. El fallo de la Corte de Reino Unido lejos de proteger a la diversidad de mujeres las condena, pues obliga a que se unifique una categoría como mujer, justifica la revisión de genitales, genera la sospecha e hipervigilancia.

La ciencia como el derecho exige verificación: ¿quién revisará debajo de los pantalones? ¿Cómo acreditarán en la vida cotidiana? El retroceso de las leyes antitrans violenta un principio feminista: el consentimiento.  

Si se revisan las diversas olas del feminismo, el feminismo más blanco, aquel donde las mujeres querían ser escuchadas, consultadas y participar en la vida pública, conllevaba algo de consentimiento. Al preguntar, elaborabas un relato por parte de las mujeres que no fuera sometido “al delirio”, al miedo a ser hospitalizada o ser asociada con conductas masculinas; todo ello fue uno de los retos dentro del feminismo. Hoy está tomando auge. 

Después de reconocer el componente colonial, capitalista y blanco, de saber que la democracia y el feminismo ya fueron: ¿Qué sigue? Las propuestas decoloniales, imaginar los futuros travestis, imaginar los futuros cimarrones, imaginar después de la fuga de género, después de transicionar, porque “después” también significa encontrarnos con la crítica a los feminismos, con una catarsis necesaria y un paso para construir lo que queremos. El tejer fino significa nuevamente construir en territorio, porque no hay emancipación individual, construir en el territorio es también adentrarse. Los extremos coinciden con abolir el género, abolir la clase, abolir el sentido de raza, incluso entre los anarquistas hay la posibilidad de habitar la incongruencia, habitar desde la práctica cotidiana. 

La amenaza de la ultraderecha nos hace parte de ella. “La ultraderecha está tomando fuerza” es una frase común entre los círculos de la defensa de los derechos humanos. ¿Cómo no va a cobrar fuerza si le hacen promoción?

Las notas de odio, de alarma en el medio, suelen ser más escandalosas, alcanzar más vistas, ser más virales que los logros. La tragedia y el dolor se ha difundido con más amplificación. ¡Gracias por hacernos virales! 

Haco poco conocí el caso de Aruba, una mujer trans que fue estafada y su nombre fue utilizado por un hombre cisgénero gay que, aprovechándose de la confianza de Aruba, metió documentos falsos a un fondo gubernamental destinado para las mujeres. Las autoridades no escuchan, las personas prefieren el silencio por el qué dirán y Aruba sigue pasando sus días con el pesar de preguntarse: ¿cuándo llegará la justicia?

Después de decir que la transfobia es colonial

La transfobia se queda intacta, y es que el colonialismo ha sido un camino para el genocidio, el desplazamiento y la justificación de establecer y expropiar territorios. 

Cuando las personas trans denuncian las violencias, muchas personas prefieren ignorarlas, minimizarlas y postergarlas hasta agotarlas. No hace falta que nos asesinen con un arma de fuego a los treinta o treinta y cinco años, los métodos de tortura para las personas son la espera. 

Reconocer los cuidados, la redistribución de alimentos y encontrarse con lo común

No me imagino tener algo en común con Donald Trump y J. K. Rowling, dos personas que han acumulado tanto poder que se han comprometido a erradicar la cultura woke, la “ideología de género” y garantizar “espacios seguros para mujeres”. No obstante que Trump tiene un antecedente de acusaciones por delitos sexuales y que J. K. Rowling se ha dedicado a hacer campañas contra las personas trans.

Siendo una mujer trans me pregunto: ¿qué tengo en común con las personas transfóbicas?, ¿hay algún punto de reconciliación? En muchas ocasiones he tenido que perdonar a quien me ha ofendido y solicitado la reparación. Es importante señalar que la justicia restaurativa pone al centro la voz de las víctimas. Hay diversos grupos vulnerables: desde personas que viven con alguna discapacidad y sufren el capacitismo o las personas indígenas. 

La soberbia debe terminar. Es cierto, durante años me he convencido de que no todo el mundo piensa en accionar. ¿Cómo decir que lo que duele, duele? (doloridad) ¿Cómo decir que lo que excluye termina marginando? ¿Cómo decir que la corrección de los cuerpos y las experiencias de vida son fascismo? ¿Cómo decir que el fascismo es fascismo?

Toda lucha tiene un sentido y es necesario encontrarlo. La defensa del territorio: ¿de qué lo defendemos? Reconocimiento de la identidad: ¿dónde no se reconoce? Cambio climático: ¿cuáles son los factores que lo generan?

Es importante apuntar hacia los problemas y movernos hacia las respuestas. Es decir, detrás de las denuncias de transfobia está la imposición de que existe una única forma de entender qué significa ser mujer y ser hombre, enfrentar la violencia contra las mujeres significa nuevamente volver a señalar los factores que la provocan. 

Para toda causa se necesita un mal y creo que es tiempo de recobrar el sentido de lo que se difunde, las formas de los planteamientos. 

El reconocimiento de la identidad de género, por ejemplo, se dice que es la llave de otros derechos, pero al dar los siguientes pasos en el cambio del reconocimiento de la identidad nos damos cuenta que nos dan una llave pero para las cerraduras equivocadas, pues estas no abren, así las puertas continúan cerradas en las instituciones cuando no se armonizan con las leyes de reconocimiento de la identidad. 

Lo ontológico nunca existió, son los papás

Lo trans no es un invento del laboratorio, no es una invención de la agenda 2030, de los activismos, de la teoría de género ni de un movimiento que quiere destruir al mundo y al modelo normativo de hombre o mujer. Lo trans se construye en quien lo habita, en el propio cuerpo. La escritura en sí es una referencia de una experiencia de vida, una confesión, el deseo de compartir contigo mi transición. No es que mi vida sea esa transición, es que esa transición atraviesa toda mi vida. En el espejo, también están mi familia, mis amistades, el trabajo. 

Me queda claro que lo que tenemos en común es que al menos vivimos en el mismo planeta. Solo que con diferencias abismales en el capital político, económico y social. 

Pretender que el otro reconozca mis significados como propios y se preocupe de lo que yo me ocupo no necesariamente termina en sensibilización, muchas veces desemboca en grupos sociales que son atacados y estigmatizados por “ser de cristal” y para muestra están los comentarios cuando una persona denuncia el machismo, el capacitismo, la misoginia, la transfobia o cualquier forma de discriminación. 

Este es un mensaje de una conversación que deseo continuar, y es una invitación a replantear nuestras estrategias y tácticas, un llamado para reparar las violencias, emprender la redistribución de la riqueza y no repetir el daño. 

Es doloroso pensar que la reconciliación, la reexistencia, la recreatividad no sean posibles. Imaginar y crear otros mundos bajo el régimen blanco y fascista duele. Sanar en colectivo duele más. Elegí desde hace tiempo el refugio, el resguardo como un espacio donde entra aire de la ventana, donde la noche sea habitable con luz tenue y pueda tener conversaciones que no terminen en la derrota. Hoy no se puede ser neutral ante el odio, tampoco creo que la radicalidad sane el dolor, al contrario, lo profundiza porque necesita de ese dolor para justificar la existencia. Lo cierto es que yo tengo la probabilidad de vida en contra, y por ello insisto en esta apuesta política: la transfobia no se debate, se combate. Sé que estamos sosteniendo este mundo con cuidados, con nuestras historias y sobreviviendo. Entiendo que la exclusión nuevamente tiene como arma de guerra el hambre y la deshumanización. 

No podemos decir discriminación sin reparación y no repetición. La exclusión no solo es una práctica, se sostiene por la neutralidad, se mantiene porque hay quienes deciden ser espectadores. Es común que se diga: “la transfobia también afecta a las mujeres cis*” con el fin de sensibilizar y crear conciencia de que la gente cis* también se ve afectada cuando se nos dice “hombres vestidos de mujer”. Cuando se insiste en segregar los espacios con base al sexo se habilitan lugares de acoso y vigilancia de cuerpos. Mi pregunta es: ¿ese es el mundo que queremos? 

Las personas trans no pretenden hormonizar niños, hay niños ya hormonizados, incluso en competencias deportivas. Las personas trans no son hombres que quieren entrar al baño con tus hijas. Son hombres cisgénero los que ya atacan a tus hijas, sobrinas, compañeras y niñas en el mundo. 

Siento que ningún argumento es suficiente para decir que las personas trans no somos un peligro para la sociedad, la sociedad es un peligro para las personas trans. 

Reconfigurar: el sexo sí es mutable

Necesitamos volver a revisar lo que adolece, agota, desesperanza a las comunidades. El marketing fascista pretende proteger a las personas “normales” de las “anormales”. 

Relacionarse desde la exclusión. La percepción está atravesada por la colonización, la mirada binaria de hombres y mujeres, del ser humano. Las trayectorias de vida no están marcadas per se por la discriminación y la precariedad, al contrario, hay quienes deciden vincularse desde la subordinación de nuestras vidas. La transfobia es también violencia de género, incluso si hablamos en los mismos términos de las feministas críticas de género. La violencia contra las personas trans está basada en el sexo, porque una mujer trans, tras ser examinada, no cumple con los términos en los que inscriben a la mujer por su sexo. Necesitamos revisar las herramientas con las que el fascismo opera, para tomarlas y, a partir de la creatividad, reconfigurar el lenguaje. Es decir, antes de decir que no existe la discriminación basada en el sexo es necesario construir términos que muestren cómo en efecto el sexo sigue siendo sujeto de violencia. 

La transfobia es tortura. ¿Alguna vez se han acercado a ver la definición de tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes? La transfobia cumple con todas las características que ameritan un diagnóstico, estudio y reparación histórica. Llamar por otro nombre a una persona, dudar y negar su experiencia y existencia son ejemplos de transfobia. 

Los caminos de la justicia restaurativa no son como yo creía, no son como imaginaba, no son como yo veía 

Cierro con lo que significa mi trabajo de más de diez años, un trabajo propio y colectivo que busca construir una justicia restaurativa en casos de transfobia. 

El colonialismo es punitivo. 

El transexclusionismo es punitivo. 

Criticar a la mujer trans que no piensa igual que otra es punitivo. Aquí vámonos parejas.