Don Víctor, maestro, el poeta Sandoval
Pasión, inteligencia, asertividad. Tres cualidades que definen la personalidad de uno de los hombres más importantes para la cultura mexicana de nuestros días. Pasión por la poesía, por el arte, por las culturas, por la vida; inteligencia para comprender los terrenos que pisaba y los proyectos que llovían en su imaginación; asertividad para moverse en los difíciles campos de la política y renovar a fondo las prácticas de la difusión y la promoción culturales y artísticas en prácticamente todo el país. Ese fue don Víctor Sandoval. Así como se sostiene que José Vasconcelos cambió el rostro cultural de México durante la primera mitad del siglo xx, considero que don Víctor hizo lo propio para la segunda mitad, legado que aún permanece y se incrementa a través de infinidad de instituciones, premios, encuentros, publicaciones, una cauda de artistas que apoyó y un sinfín de promotores culturales que con vehemencia orientó a lo largo y ancho del país.
En oficinas, casas, templos, museos, parques, calles, restaurantes o frente al mar, conversar con don Víctor era una lección permanente. Sus amplios conocimientos por los vericuetos de nuestra historia, su memoria asombrosa, su modestia, su alegría, su amor por lo mexicano, su habilidad para salir prudentemente victorioso en las más diversas batallas, fueron en todos y cada uno de sus días enseñanza y advertencia, ejemplo, disciplina y comprensión. Recorrer con el maestro el centro de la ciudad de México, la avenida Álvaro Obregón, Coyoacán, o las ciudades de Zacatecas, Querétaro, Puebla, Oaxaca y su natal Aguascalientes era una auténtica delicia, una forma nueva de renacer en cada uno de los rincones de la patria. José Guadalupe Posada, Manuel M. Ponce, Saturnino Herrán, Salvador Gallardo Dávalos, Desiderio Macías Silva, su inolvidable mujer María de los Ángeles, sus hijos y sus nietos, así como Saúl Juárez, Marco Antonio Campos, Hugo Gutiérrez Vega, Juan Gelman y un largo pero selectivo etcétera, eran su eterna compañía, espejos desde donde sintetizaba sus pasiones por el arte, por la cultura, por Tierra Adentro, por la amistad, por la vida. Además, como poeta, nos deja uno de los grandes poemas del siglo XX mexicano: Fraguas, donde la ciudad de su niñez y juventud se vuelve eterna.
El pasado mes de enero vi a don Víctor por última vez. Después del abrazo y de preguntarme por Marisol, por nuestros hijos y nietas, me comentó que ya era tiempo para regresar, aunque ahora solo, al modesto hotelito de siempre en las playas colimenses de Cuyutlán, como lo hacía con María de los Ángeles desde recién casados. “Voy a saludarlo” —dijo con mirada pícara y los hombros alzados—, “quizás a despedirme del mar… ¿te parece bien en septiembre o en octubre?” Quedamos de comunicarnos a finales de junio. La sorpresa de su muerte me dolió profundamente. Llevaré sus saludos al mar.