Tierra Adentro
En el año 1957 durante la inauguración de la Librería Universitaria, un proyecto personal que realizó con Salvador Gallardo, hijo.
En el año 1957 durante la inauguración de la Librería Universitaria, un proyecto personal que realizó con Salvador Gallardo, hijo.

Tomé contacto con el poeta y promotor cultural Víctor Sandoval antes de que los entrecruces de caminos lo convirtieran primero en mi interlocutor, llamémosle intelectual, y luego en mi jefe próximo cuando ejerció la titularidad del Instituto Nacional de Bellas Artes. No hubo cambio sustancial en su trato conmigo: se mantuvo jovial, respetuoso, bromista, firme en sus convicciones, pero a la vez sencillo y muy próximo, sabedor de refranes que usaba en múltiples ocasiones y amante acérrimo de la poesía. Fue él quien me hizo, no propiamente estudiar y analizar, pero sí conocer y disfrutar de la poesía de algunos de los poetas a quienes veneraba, como Salvador Gallardo (1893-1981), que había militado en las filas del estridentismo.

Conocí simultáneamente a Víctor y a su inolvidable esposa: Gelos, como cariñosamente la llamábamos. Por primera vez hace varias décadas, cuando fui jurado en el certamen de arte aguascalentense, mismo que se convirtió en el principal foro de artistas jóvenes, manteniendo su vigencia hasta ahora. Hice función de jurado en varias ocasiones más y durante las inauguraciones recorríamos juntos los amplios espacios de esa Casa de la Cultura que es la pionera y la madre de todas. En una ocasión me prestó dinero para ir a jugar a la ruleta durante las noches de feria, dinero que perdí y que no quiso cobrarme. En Aguascalientes fue también la última vez que lo vi, asistió como público a una conferencia que yo impartía y que le dediqué con enorme cariño.

Los intereses de Víctor eran sumamente amplios y abarcaban de modo muy principal las artes plásticas. Yo acostumbraba embromarlo diciéndole que, como le interesaba la pintura y el dibujo, se parecía a Picasso, sobre todo en los ojos, en el modo de mirar. Fue a través suyo que conocí y llevé amistad con Enrique Guzmán, quien aunque nacido en Guadalajara, hizo su carrera inicial en Aguascalientes, una carrera pródiga en avatares que lo llevó a destruir con un cortador una obra suya calificada de joya de la colección allí reunida. Víctor me llamó para anunciarme el hecho y yo partí de inmediato a Aguascalientes para enfrentarme con el entonces director de esa Casa de la Cultura, el Chato Juárez. Esa obra fue después restaurada, se diría que milagrosamente, pero el que tiempo después ya no tuvo restauro posible fue el propio Enrique.

Enrique fue un gran explorador de una nostalgia conflictuada y su valía como pintor mexicano extremamente singular guarda plena vigencia.

Víctor sentía admiración y benevolencia por quienes realizábamos estudios académicos, sobre todo si proveníamos de la unam. Prestaba suma atención a lo que sucedía en otras ciudades del interior del país y él es el verdadero creador del concepto “Casa de Cultura” que se ha extendido no sólo a múltiples entidades, sino que igualmente se ha multiplicado dentro de contextos urbanos tan nutridos en Instituciones Culturales, como pueden serlo el del Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey, Mérida, Durango, etcétera.

Con buen ojo y sensibilidad a flor de piel, sabía detectar los valores no sólo en la escritura, sino en la danza, el teatro, la música y, como atrás dije, en todas las manifestaciones de las artes visuales, incluidas la instalación. Fue en la Casa de la Cultura de Aguascalientes que vi las primeras cuando todavía no se ponían de moda ni éstas ni el “arte objeto”. Tenía paciencia, mostraba interés y sabía escuchar los méritos, reales o no tanto, que uno encontraba en las obras. A través de Víctor conocí a varios artistas que residían en Aguascalientes y Zacatecas —hasta hice pareja varios años con uno de ellos durante la década de los ochenta—.

Víctor creó también el Centro Cultural José Guadalupe Posada en la ciudad de México, centro de exposiciones, de recitales y de presentaciones de libros que cobró suma importancia durante su período de existencia. Contaba con excelentes colaboradores: Saúl Juárez entre otros, que descentralizaron los circuitos artísticos. Era un humanista don Víctor, tanto en el sentido clásico como en el contemporáneo de esa palabra. El fundó esta revista Tierra Adentro en la que de nueva cuenta me es grato, discretamente, contribuir a la celebración que su memoria merece.

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