Para despedir a mi padre
Escribo esto para dejar testimonio
del adverso milagro.
Adolfo Bioy Casares
Bajo los arcos, en los patios, ante los murales que albergan las paredes de Palacio de Gobierno, los jóvenes, las jóvenes, niños y niñas, maestros y maestras de la Casa de la Cultura fincábamos —a partir del canto, la danza, la palabra— nuestra identidad con los aires, con los atardeceres, con las calles, con los oficios de la ciudad; fincábamos la identidad con nuestra gente, con nosotros mismos. Es el ferial de Aguascalientes.
Sería imposible abarcar la vida, la obra y la personalidad de Víctor Sandoval en pocas palabras. Hombre de Tierra Adentro, como a él le gustaba reafirmarse, fue haciéndose a sí mismo poco a poco, a mano y de la mano de otros hombres y mujeres que compartieron sus anhelos, sus espacios, sus encuentros.
Hablar de él es hablar de quienes lo acompañaron para asumir el trabajo cultural como el mejor derrotero de sus vidas y trataron de inculcar esa visión. Hablo también de quienes llegaron de otros ámbitos, de otros paralelos, e hicieron de nuestra ciudad su ciudad, gracias al empeño con el cual se hacía y se sigue haciendo el trabajo cultural.
Aquí quiero hacer una especial reflexión hacia María de los Ángeles. La bíblica palabra “esposa” es insuficiente para aprehender, para comprender, lo que esta mujer significó en las obras y en la vida de don Víctor, como le decíamos su familia y sus amigos cercanos; como aquella mujer también le decía.
En lo entrañable nos queda su sentido del humor, suave y agudo, como su mirada cuando hablaba de poesía, cuando observaba una obra plástica que lo emocionaba. Siempre tenía la broma amable, el comentario divertido, irónico, que buscaba aligerar las durezas de la vida. Era un hombre de cultura mucho más allá de la erudición; le gustaba citar poemas, pero no como jactancia de un ejercicio memorioso, sino para conmover a quien compartía la charla y, en último caso, para conmoverse a sí mismo. No era extraño ver sus ojos humedecidos cuando hablaba de sus autores tutelares o cuando sentía nostalgia por algunos sitios.
Sin embargo, en comunión con su sensibilidad, una de las enseñanzas que nos deja es la diaria participación en los acontecimientos de una vibrante realidad. Nunca dejó de estar al tanto del mundanal transcurrir, de hablarlo con quienes lo rodeábamos y de tener una opinión muy personal, a veces sorprendente, sin lugar a dudas aplicable al día a día. Y es esta una enseñanza nodal: hacer de la política un instrumento para engrandecer a la cultura, la política al servicio de la diversidad y el desarrollo culturales; es decir: reasumir lo que debería ser uno de los dones más esenciales de la política: situarse diametralmente opuesta a la guerra, a la violencia, a todo aquello que nos enajena y nos hace sentirnos antihumanos, inhumanos. Hay que señalar algo que debe parecer una obviedad: sus emociones siempre estuvieron al lado de los desposeídos.
Le gustaba reconocerse como poeta y promotor cultural, dualidad indisoluble en él también asumía que sabía hacer política, le gustaba hacer política, hizo política y consolidó una manera de hacer política; como dije antes, poniéndola al servicio de aquello que más nos humaniza: la sensibilidad. Hombre de letras y de libros, también tenía una profunda vocación por lo que él llamaba “mística de servicio”.
Y es esta ruta, esta manera de apropiarse del servicio público, lo que nos llevó a articular una frase con la cual él se entusiasmaba: un proyecto de nación es un proyecto cultural. Y en los días que vive nuestro país, estas palabras cobran una reciedumbre insospechada.
Quienes fuimos testigos íntimos de su devenir, sabemos cómo proyectó su diario trabajar hacia otros espacios, sabemos que conocía nuestro país como pocos, muy pocos, lo conocen: por los detalles de sus culturas, por sus creadores, intérpretes, ejecutantes, promotores culturales. Sabemos que construyó un modo de hacer el trabajo cultural: con absoluto respeto hacia quienes tenían sus raíces en otras calles y bajo otros cielos. Con Víctor Sandoval celebremos la vida, la cultura. Con nuestros poetas, nuestros pintores, músicos, teatreros, bailarines que, como colectividad, con él aprendimos a hacerlos más nuestros. No hay despedida posible.
Quiero cerrar este breve tributo que le hago al padre, al amigo, al servidor público, al poeta, al promotor cultural, al político, con unos versos de él que nunca llevó al papel pero le gustaba repetir:
Si te preguntan por mí
diles que no he muerto.
Diles
que me he vuelto huizache