Diez días en un manicomio
Aquí el siguiente capítulo.
Introducción
Desde que se publicaron en el Mundo[1] mis experiencias en el Manicomio de la Isla de Blackwell he recibido cientos de cartas al respecto. Hace mucho que se agotó la edición que contenía mi historia, y me han convencido de permitir que se publique en forma de libro, para satisfacer a los cientos que todavía piden ejemplares.
Estoy feliz de poder señalar que como resultado de mi visita al manicomio y las denuncias que hice al respecto, la ciudad de Nueva York ha asignado $1,000,000 más al presupuesto anual para el cuidado de los locos. Así que al menos tengo la satisfacción de saber que los pobres desafortunados estarán mejor cuidados gracias a mi trabajo.
Capítulo I
Una misión delicada
El 22 de septiembre me preguntaron en el Mundo si podía hacer que me internaran en uno de los manicomios de Nueva York, con las miras puestas en escribir una narrativa simple y sin arreglos sobre el trato que recibían los pacientes internos y los métodos de organización, etcétera. ¿Creía tener el valor de pasar por la mala experiencia que traería la misión? ¿Podía asumir las características de la locura a tal grado que pudiera convencer a los doctores, vivir por una semana entre los locos sin que las autoridades del lugar descubrieran que era una “infiltrada tomando notas”? Dije que creía que sí. Tengo algo de fe en mis propias habilidades como actriz y pensé que podía asumir la locura por el tiempo suficiente para cumplir la misión que me encomendaban. ¿Podía pasar una semana en el pabellón mental de la Isla de Blackwell? Dije que podría y que lo haría. Y lo hice.
La instrucción fue que siguiera haciendo mi trabajo hasta que creyera estar lista. Debía hacer una crónica fiel de las experiencias que tuviera, y una vez dentro de las paredes del manicomio descubrir y describir el funcionamiento interno, que siempre está efectivamente escondido por enfermeras de tocados blancos, así como por cerrojos y barrotes, del conocimiento del público.
—No te pedimos que vayas con el propósito de hacer revelaciones sensacionalistas. Escribe sobre lo que encuentres, bueno o malo; elogia o culpa como consideres mejor, siempre con la verdad. Pero me preocupa esa sonrisa crónica tuya.
—Ya no sonreiré —dije y me fui a ejecutar mi delicada y, como más adelante descubrí, difícil misión.
Si lograba entrar al manicomio, y tenía pocas esperanzas de lograrlo, no sabía si mis experiencias contendrían algo más que el relato sencillo de la vida en el manicomio. Que esa institución pudiera tener malos manejos, y que existieran crueldades bajo su techo, no me parecía posible. Siempre había tenido el deseo de conocer un manicomio a fondo, un deseo de convencerme de que las criatura más desamparadas de Dios, los locos, eran cuidados amable y adecuadamente. Las muchas historias que había leído sobre abusos en esas instituciones me habían parecido salvajemente exageradas o de plano novelas, pero tenía el deseo latente de saberlo a ciencia cierta.
Me estremecía pensar que los locos estuvieran completamente bajo el poder de sus cuidadores, y como alguien podía llorar y suplicar poi su liberación, y todo sin que valiera para nada, si es lo que decidían los guardianes. Acepté ansiosamente la misión de conocer el funcionamiento interno del Manicomio de la Isla de Blackwell.
—¿Cómo me van a sacar —le pregunté a mi editor— después de que ingrese?
—No sé —respondió—, pero te sacaremos diciéndoles quién eres, y que fingiste estar loca solo para entrar.
No creía mucho en mi habilidad para engañar a expertos en la locura, y creo que mi editor creía menos.
Todos los preparativos preliminares para mi dura prueba tenía que planearlos yo sola. Solo una cosa se decidió antes, a saber, que debía usar el seudónimo de Nellie Brown, iniciales que corresponden con las de mi propio nombre y apellido, así no sería difícil seguirme la pista y ayudarme en las dificultades o peligros en los que pudiera involucrarme. Había formas de meterse en el pabellón mental, pero no las conocía. Podía seguir uno de dos caminos. O fingía volverme loca en la casa de unos amigos, y hacer que me internaran por la decisión de dos médicos competentes, o podía alcanzar mi meta a través de la estación de policía.
Reflexioné que era más sabio no imponerme sobre mis amigos o ningún doctor bien intencionado para servir a mi propósito. Además, para llevarme a la Isla de Blackwell mis amigos habrían tenido que fingir pobreza, y, para mala suerte del fin que tenía en mente, mi relación con quienes luchan contra la pobreza, a excepción de mí misma, era muy superficial. Así que elegí el plan que me llevó a la realización exitosa de mi misión. Conseguí que me internaran en el pabellón mental de la Isla de Blackwell, donde pasé diez días y diez noches y tuve una experiencia que jamás olvidaré. Me obligué a actuar el papel de una chica loca, pobre y desafortunada, y sentía que era mi deber no eludir ninguna de las consecuencias desagradables que pudieran seguir. Me convertí en uno más de los pabellones mentales de la ciudad por ese periodo de tiempo, experimenté muchas cosas, y vi y escuché más sobre el trato que recibe esta clase desamparada de nuestra población, y cuando ya había visto y escuchado suficiente, mi liberación fue conseguida rápidamente. Dejé el pabellón mental con placer y remordimiento: placer porque volvía a disfrutar del aire fresco del cielo; remordimiento porque no pude traerme conmigo a algunas de las mujeres desafortunadas que vivieron y sufrieron conmigo, y quienes, estoy convencida, estaban tan cuerdas como yo lo estaba y estoy.
Pero permítanme decir algo: desde el momento en que entré en el pabellón mental de la Isla, no hice nada por asumir el rol de la locura. Hablaba y actuaba justo como lo hago en mi vida ordinaria. Sin embargo, por extraño que sea decirlo, entre más cuerda hablaba y actuaba se me veía como más loca, excepto por ese médico, cuya bondad y formas atentas no podré olvidar pronto.
[1] Se refiere de manera abreviada a The New York World