Adelanto: El cielo trepanado
LA NATACIÓN MEMORIOSA
El acto natatorio reúne esfuerzo físico, armonía respiratoria y movimiento acuático; pero también posee una vertiente reflexiva e individual: el nado es reclusión y concentración en uno mismo, mecanizadas en un ritmo de respiración y brazadas. En contraste con los deportes de conjunto, la soledad es condición esencial del nadador, además de que lo despoja de aditamentos y artificios en su desnudez de vestido y accesorios. El que nada no juega para nadie, sólo para sí. El nadador tiende hacia el adentro, hacia su cuerpo, su fuerza, el aire constreñido en sus pulmones, hacia la sangre fluyendo en su interior. Igualmente, experimenta el vacío del ahogo cuando se ha quedado sin aire.
Trabajada como navegación de las sensaciones internas en Carta de Marear y como actividad mística respiratoria en Crawl, la natación también cobra sentido indispensable en Hospital Británico. Hundimiento en la carne y buceo personal en “el agua profunda” que es “el pasado de nuestra alma” (Bachelard, 1978: 86), el nado en Viel es ejercicio memorioso, un viaje temporal a través de las honduras de la conciencia, regulado por una respiración que lo colma y lo vacía.
Por su capacidad de flotación y desplazamiento simultáneo, los braceos en este flujo se relacionan con otro desplazamiento de connotaciones mágicas: el vuelo. No es gratuito que desde “El nadador”, Viel relacionara el golpe de las manos sobre el agua con el batir de las alas de los pájaros: “Gracias doy a tus aguas porque en ellas/ mis brazos todavía/ hacen ruido de alas” (vv. 38-47). Su brazada, de inicial movimiento descendente, lo impulsa hacia arriba y le permite ascender interiormente hacia el cielo, hasta salir del cuerpo y descubrir ese otro lugar más verdadero, más trascendente, original.
Nadar es un viaje desde la primera realidad –el agua como humus de la memoria– hasta las experiencias trascendentes. Se trata de un antiguo estado en que lo celestial y lo terreno se tocaban, cuando el hombre vivía en armonía con lo primario, podía acceder con simpleza al agua celestial y “entraba en ella y respiraba” (v. 41). Las aguas inferiores y terrestres son un reflejo de las aguas superiores y celestes, ya que los ríos, mares y lagos “no son más que cielos arrastrados/ por tus caídos ángeles” (vv. 11-12).
Natación memoriosa de Viel que trae de vuelta el aspecto ritual del texto: en un poemario como Crawl, el corte de la brazada del nadador sobre el agua se asemejaba a dos bisturíes paralelos; ahora, en Hospital Británico, la penetración real del bisturí y la mano del poeta cirujano es penetración del exterior dentro del flujo de la conciencia individual, un acto de natación en las profundidades de la cabeza del poeta, gracias al estado de muerte anestésica que induce a la contemplación extática de la divinidad.
El escritor Jorge Hardmeier ha resumido el motivo de la natación en Viel como “metáfora del movimiento continuo para alcanzar a Dios” (Hardmeier: s/p). En el imaginario del poeta argentino, la natación es camino constante y esforzado que se transforma en una disciplina tan corporal como mística; el nado es imagen del vuelo que empieza en el cuerpo, y por medio de los braceos y el desplazamiento flotante, conecta con Dios.
El instante de la inmersión es encuentro con el otro mundo (el inframundo o el cielo), un pasaje a realidades que se encuentran más allá de la vida cotidiana. Preparado para la operación quirúrgica, Viel se sumerge en su personal visión del cosmos y de la muerte bajo las aguas de la anestesia que recorre su cuerpo, entrando en un sueño inducido que lo enfrenta a un espacio liminal donde se rozan las playas de la vida y el fin de la existencia.
Bachelard ha denominado Complejo de Caronte a la navegación del ser en las aguas de la muerte, entendiendo que “todo un lado de nuestra alma nocturna se explica por el mito de la muerte concebida como una partida en el agua” (1978: 118) y que “morir es realmente partir y sólo se parte bien, animosamente, cuando se sigue el hilo del agua, la corriente del largo río. Todos los ríos van a dar al Río de los Muertos” (117).
Vale aclarar que el viaje mortal e iniciático de Viel durante la anestesia, acaso esa “serpentina de agua helada en la memoria” dentro de las esquirlas de Hospital Británico, no implica un retiro total de las sensaciones de su corporeidad. No es una travesía lenta o pesada por un agua quieta, enfangada. La natación interna de Viel es ante todo luminosa, de extenuación física, y en ella se descubren incluso sensaciones pudorosas, como la que invade al poeta expuesto a una luz poderosísima que lo abre y lo desnuda; de allí el deseo de repliegue, alejamiento y concentración en sí mismo frente a esa luz de la que nada se esconde, ese “Necesito estar a oscuras” que se repite en Hospital Británico.
Así, el poema es tránsito por el mar anestésico en el punto límite, un mar lleno de imágenes, personajes perdidos y reencontrados, espacios diversos y saltos temporales, donde los sentidos titubean y se perturban. El poeta posee conciencia de las heridas infligidas sobre su carne, que es al mismo tiempo su cuerpo y el cuerpo de otro. Viel es un sujeto pasivo de las “maniobras de Cristo en su cabeza”, que se traducen en la operación sangrante y violenta de los médicos sobre su tumor. El desplazamiento y la brazada en lo acuático reproducen el flujo interno de pensamientos. La barca de Caronte que lleva al viaje mortal se encarna en el poeta-nadador, quien emprende el viaje por las aguas de la memoria y de la muerte. El cuerpo-navío, rasurado y vulnerable, ebrio de anestesia, posibilita el viaje.
Fragmento de Adán Medellín, El cielo trepanado. Sobre Hospital Británico de Héctor Viel Temperley, México, El Tapiz del Unicornio-INBAL, 2019, págs. 61-64.