Despertar del sueño
Imagina que aparte de religioso eres medio ñoño y después de 15 años de trabajo duro haciendo chambitas acabas de cumplir tu sueño de obtener una plaza como profesor de filosofía en la universidad, solo para toparte con el libro de un señor que te dice que aquello que profesaste toda tu vida es un engaño. Pues esto le pasó al buen Kant cuando leyó a David Hume y lo despertó de su sueño dogmático. Dicha revelación lo llevaría por una búsqueda intelectual como pocas en la historia.
Mi primer acercamiento a Immanuel Kant fue hasta comenzados mis estudios universitarios, gracias a Genaro Martell, profesor de la materia de Razón Simbólica, quien al explicarnos a Pseudo Dionisio y San Agustín hacía uso indiscriminado de su rayo kantianizador para poner las lecturas bajo un nuevo lente: el de la ruta de pensamiento que vendría a sintetizar el filósofo prusiano con sus tres críticas.
Nacido en Konigsberg, el pequeño Immanuel recibiría una educación temprana con altas dosis de religión para posteriormente ingresar a la Universidad de Konigsberg a la edad de 16 años, donde leería a autores como Leibnz y Wolff, sin embargo, sus estudios se verían interrumpidos por el fallecimiento de su padre, por lo que Kant se vería en la necesidad de impartir clases particulares en pueblos pequeños durante varios años, a la par que se dedicaba a sus investigaciones filosóficas, formulando así la teoría de la nebulosa solar, por ejemplo, que plantea que el sistema solar se formó a partir de una nube de gas, entre otras propuestas de índole científico y filosófico. Tengamos en cuenta que en ese tiempo ciencia y filosofía aún no se separaban por completo, de hecho, Kant contribuiría de alguna manera a esta separación al establecer que la Metafísica no puede ser una ciencia, pues no respeta las condiciones de conocimiento y objetividad posibles. Su obra estaría marcada por una fuerte influencia teológica, producto de su temprana educación, incluso podemos encontrar entre sus escritos uno que pretende demostrar la existencia de Dios.
Finalmente, a los 45 años, sería nombrado profesor de Lógica y Metafísica en su alma máter. Se dice que era un hombre jovial que al salir de la chamba se iba a jugar a las cartas y beber con sus amigos. A pesar de la relativa bohemia presente en su vida, se dice que Kant era tan fan de Isaac Newton que también murió virgen (aprovecho este espacio para resaltar lo rancio del chiste anterior, no hay que invisibilizar ni hacer mofa de la asexualidad, bandita, arriba las disidencias sexoafectivas). Como dato extra, el retrato donde más afable se ve y uno de los más difundidos para ilustrar su nombre no es de él, sino de su amigo Heinrich Jacobi.
Todo parecía ir de maravilla para nuestro amigo Kant hasta que el escepticismo atacó. En respuesta a una carta de su alumno Markus Herz, Immanuel admitiría que no había logrado dar cuenta de la relación entre las facultades sensibles (de los sentidos) y racionales, problema ya presente desde la formulación de la res cogita y res extensa (sustancia pensante y sustancia material) hecha por Descartes, es decir, el problema mente-cuerpo. Así mismo, tras una década sin publicar nada, Kant dejó constancia en la introducción de la Crítica de la Razón Pura que la obra de David Hume lo había despertado intelectualmente.
Hume nació en Edimburgo en 1711, filósofo, historiador y economista, este sujeto escribió el Tratado de la naturaleza humana, libro que le quitaría a Kant no solo el sueño dogmático, sino el de varias noches que pasaría escribiendo la Crítica de la Razón Pura, en un intento magistral de responderle al escocés.
Hume, influenciado a su vez por la idea de la tabula rasa de John Locke, que concibe a la mente humana como una hoja en blanco sobre la cual se va construyendo el conocimiento, se posicionaría en contra de las ideas innatas o de nacimiento, alegando que estas eran adquiridas mediante la experiencia sensible y no podemos conocer la realidad objetiva detrás de dicha experiencia ya que lo que concebimos como ciencia no es más que nuestra percepción de la asociación de diversos eventos que ocurren sucesivamente en el tiempo, así que es imposible conocer la causa y sustancia de las cosas, conceptos abstractos de los que más conviene alejarse. Llevando su escepticismo a su punto más radical, Hume duda de Dios y del mundo mismo, concediendo solamente cierta certeza a las matemáticas.
Kant, férreo teólogo de los que dicen Cristo es la respuesta, se cayó de la silla al enfrentarse con estas ideas; a partir de entonces destinaría de lleno sus tardes de ocio a debatir dichos cuestionamientos y conciliar el empirismo de Hume con el racionalismo de autores como Leibniz y Descartes. Aquí empezaría la vida del filósofo disciplinado que bebía el café a sus horas exactas y era tan preciso en su rutina que, según la leyenda, los vecinos ajustaban su reloj cuando lo veían pasar por la calle.
De esta manera, Immanuel llega a la conclusión de que conceptos como Alma, Dios y Mundo van más allá de nuestra comprensión y se encuentran en el territorio de la Metafísica, al conformar el nóumeno o cosa en sí, que es incognoscible, coincidiendo en esto con Hume; sin embargo, se distanciaría de este al proponer que a pesar de la importancia de la experiencia en el proceso del conocimiento, este se producía de forma externa y lo adquiríamos gracias a la intervención de la mente, siendo el tiempo y el espacio formas a priori de la intuición, una especie de renglones en la tabula rasa.
Además, la cualidad y la sustancia vendrían a ser categorías del entendimiento. La diferencia entre estos dos elementos de la teoría kantiana radica en que las formas de la intuición determinan la forma en la que nuestros sentidos reciben la información del mundo, mientras que las categorías del entendimiento dan cuenta de la forma en que nuestra mente procesa y configura dicha información, estableciendo así la diferencia entre nóumeno (la realidad en sí) y el fenómeno (la realidad procesada), e insertando un nuevo paradigma dentro de la forma en que entendemos el conocimiento humano (epistemología).
Sin embargo, Kant no se quedaría aquí. Como ya se mencionó, llegaría a escribir no una, sino tres críticas que trataban diversos abordajes del entendimiento: la Crítica del Entendimiento aborda los juicios estético y teleológico (de finalidad), así como lo bello y lo sublime, y la Crítica de la Razón Práctica, que habla sobre los fundamentos morales de nuestros actos. Todos esos conceptos son demasiado engorrosos y pueden resultar aburridos si no se abordan adecuadamente, sin embargo, este texto no pretende explicar la totalidad de la teoría kantiana, sino invitarte a leerla y adentrarte en un pensador que marcaría por generaciones las formas de hacer filosofía en gran parte del mundo, así que ¿qué esperas para descargar sus PDF?.