Tierra Adentro
Portada de "El jardín de los ídolos", de Georgina Moctezuma. Colección Tierra Adentro, FCE. 2023.
Portada de “El jardín de los ídolos”, de Georgina Moctezuma. Colección Tierra Adentro, FCE. 2023.

Busco con Georgina, la autora del libro El jardín de los ídolos (Fondo de Cultura Económica 2023), a las estatuas de piedra, esas figuras prehispánicas que yacen en un lugar donde pocas personas han presenciado el hallazgo. Invoco a estos seres ocultos y desde el jardín emergen otras figuras: las ídolas, deidades femeninas que son como las sirenas en el fondo de un estanque, peces de colores manifestándose ante los ojos de quien las encuentra y las recrea. Las ídolas aparecen en diferentes momentos para proteger y dar fuerza a la protagonista. 

En un inicio, Georgina tiene un encuentro con la figura del Dios Tláloc y este se manifiesta como si anunciara una desgracia: la fertilidad, el embarazo, aunado al simbolismo violento de la lluvia: ¿Qué hace Tláloc detrás de la iglesia? Intuí que nuestro hallazgo tenía un mensaje oculto, una premonición. Aquel relámpago impacta a la personaja que descubre su embarazo, la azota con la indiferencia del hombre que no quiere hacerse responsable y la abandona para evadir el problema. Una nube grisácea cubre su vientre: decide abortar, y el misoprostol desencadena la lluvia que emerge adherida a la centella de un embrión: Me acosté fingiendo que tenía migraña. Puse cuatro pastillas debajo de mi lengua hasta que empezaron la fiebre, la diarrea y los escalofríos. Una vez que empiezas, tienes que llevar la interrupción hasta el final. La personaja experimenta el dolor uterino, las paredes del vientre se contraen e intentan expulsar al intruso; es en este momento cuando aparece la Diosa, el espíritu de la abuela para proteger a su estirpe: Eres valiente, Georgina. Y después surge la segunda ídola, la madre, dándole fuerza: Valiente. Georgina expulsa al embrión, pero manifiesta que: desde entonces algo dentro de mí, algo que me unía con el mundo y con mi propio cuerpo quedó roto. 

La abuela sigue fungiendo como una ídola y ante el miedo que experimenta su nieta, al soñar de manera constante con un lobo, le dice: nosotras no tenemos miedo. La abuela se revela ante ella y entrega palabras/amuletos que acompañan a la personaja en toda la historia. La madre también le regala a su hija otro talismán, un amuleto de viaje para que no se pierda durante su búsqueda: Rosa de los vientos/ rosa que fruto dio/ que vengas y vayas/ por donde quieras/ y que nunca pierdas/ el corazón. Y Georgina avanza con estas coordenadas ante la vida, ante cada experiencia buena o dolorosa; se inmiscuye y encuentra la posibilidad del amor, pero este es derribado por el engaño, pues descubre que el hombre con el que sale es casado y aun así se mantiene firme: Me bajé de su coche sin despedirme y sin mirar atrás, azotando la puerta tan fuerte como pude, y me senté un rato en una banca del jardín de Santa Inés. 

Georgina realiza una búsqueda interna, sin soltar las palabras de la ídola materna: que vengas y vayas por donde quieras, y que nunca pierdas el corazón. Después manifiesta que nunca se ha perdido. La personaja enfrenta sus miedos y se adentra en la cueva a donde la lleva el lobo y ahí renace, en el vientre de la tierra. En ese lugar dice: me descubro a mí misma, una y otra vez. Georgina afirma que: Las palabras adquieren su mayor efecto cuando se pronuncian en voz alta, el soplo es su vitalidad y mayor virtud. Estas palabras son como conjuros regalados por las ídolas de su familia, como su bisabuela que dejó escondida entre su ropa ciertas líneas que interpreta como: un ruego que pudiera librarnos a todas sus hijas, nietas y bisnietas de cualquier amor maldito. 

Otras ídolas mencionadas son la mulata Soledad, quien dibujó un barco en la pared de una celda y luego subió a su embarcación ficticia y emprendió el viaje. La otra es María Coronel, otra mujer que escapó por medio de la bilocación. La manera en la que Georgina se libera del peligro es pensando en su abuela, en su madre, estas mujeres que le dan talismanes para escapar de aquello al acecho: Invoqué las palabras de mi abuela entonando imperativamente, eres valiente, Georgina, y le supliqué a las ánimas del purgatorio, tal como me enseñó ella, que me asistieran, que se apareciera una multitud a mi lado en ese instante. 

Georgina también se convierte en una ídola y lo demuestra al inicio de la narración. Ella es protectora como todas las mujeres de su familia; valiente, como las mujeres que escapan; valiente como las sirenas, los peces de colores que se aferran a no desaparecer del imaginario de las personas; valiente como las diosas que atienden los partos y protegen a las embarazadas; valiente para renacer y encontrarse a sí misma, la diosa al cuidado de sus amigas cuando se sienten vulnerables ante las presencias masculinas que aparecen en sus sueños amenazando sus vidas: Otra amiga me ha contado que se sueña durmiendo junto a alguien que la abraza por la espalda. Enseguida advierte que no es normal, porque casi nunca duerme acompañada. Ahí está Georgina para curar con su abrazo, con un té, con su compañía: La abrazo con mucho sentimiento y reconforto sus hombros, le preparo un té y le ofrezco un lugar en mi cama para que descanse

La frase: desde entonces algo dentro de mí, algo que me unía con el mundo y con mi propio cuerpo quedó roto, demuestra que al final, aquellos pedazos rotos se van transformando mientras cierra los ojos ante su abuela y contempla varios retazos de vida que terminan por unirse y reconstruirla: un trozo de carbón… un dedal… una lágrima de cera… una aguja… una piedra. Una piedra, ahí está lo que siempre busco, una ídola: a ella misma.