De Monterrey para el mundo
Pero esta música, ¿por qué no se toca en vivo?
A ver toca en vivo, no pues ¿quién la va a tocar en vivo?
Pues yo la voy a tocar compadre, y ahí está y ya hace veinte años.
La cumbia, el vallenato y la palabra Colombia tienen un significado distinto para en el norte del país gracias al Rebelde del Acordeón. No fue casualidad que hace algunos años el escritor lagunero Carlos Velázquez publicara que “todos somos hijos de Celso Piña”. Ser “Colombia” es parte del folclor por estos caminos.
Nacido el 6 de abril de 1953 en Monterrey, inquieto y autodidacta, se cuenta que Celso Piña aprendió a tocar el acordeón escuchando la música de Alfredo Gutiérrez, allá en el Cerro de La Campana. Junto a sus hermanos Rubén, Kike y Lalo formó la Ronda Bogotá para poder tocar en vivo justamente la música que los sonideros llevaban a los bailes en acetatos o cassettes piratas. La cumbia colombiana ya se había asentado en los barrios neoleoneses gracias a esos DJ’s, pero todavía nadie la tocaba en vivo. Él se animó a ser el primero.
Celso Piña por más de cuarenta años ha sido la figura más representativa de la contracultura barrial en un lugar donde la música norteña y la grupera mandan, en un entorno adverso Celso se convirtió más que en un fenómeno musical, en un fenómeno social.
Grabó su primer disco en 1980 interpretando música de personajes colombianos de la talla de Juancho Polo Valencia, Los Hermanos Zuleta, Nafer Durán y Alejandro Durán, así fue como empezó a moverse en los bailes organizados por colonos, parroquias, cumpleaños y cantinas.
En Monterrey su nombre ya figuraba y comenzaba a ser influencia de infinidad de grupos que tomaron su estilo, lo que catapultó la cumbia colombiana casi como un género local, propio, al lado de la polka, los huapangos y los corridos. Para finales de los noventa el Rebelde del Acordeón ya había dejado una marca imborrable en la cultura popular.
En 2001 entendió, como muchos grandes artistas en algún punto de sus carreras, que debía renovarse o condenarse al olvido. Ya su estilo había sido imitado por muchos grupos, así que lanzó Barrio Bravo (MCM, 2001), un disco de colaboraciones con rockeros, poperos y raperos. El tema que lo lanzó al estrellato mundial fue el feat con Pato Machete y Blanquito Man en “Cumbia sobre el Río” que después formó parte de la banda sonora de Babel (2006) de Alejandro González Iñárritu.
“Cumbia sobre el río” es ya un clásico de la primera década pasada. Apareció en el momento indicado para mostrarle a las nuevas generaciones lo que se maquinaba desde los barrios pobres del país. Celso, una vez más, fue pionero al fusionar su acordeón y su voz con todo tipo de géneros populares como el ska, el reggae, el rap, el hip-hop, el R&B y la música norteña. Fue nominado en 2002 a dos Latin Grammy Awards: “Best Contemporary Album Tropical” y “Best New Artist”.
Tomó por asalto la escena musical e intelectual, todo el mundo bailaba y opinaba. Carlos Monsiváis apuntó: “Celso Piña es un conductor de tribus Si viviese en tiempos medievales, sería considerado acordeonista de Hamelín, en memoria del rencoroso que al tocar la flauta sedujo a los jovencitos a que lo siguieran hasta no saberse más de ellos. Celso Piña, rebelde del acordeón y emperador del Cerro de la Campana, es un fenómeno social como bien dicen, y un fenómeno musical como bien se oye”.
A partir de ese Barrio Bravo, todo cambió: no tardó en conquistar Estados Unidos y Europa, y en 2010 conoció al fin su amada Colombia, cuando fue invitado al Carnaval Internacional de las Artes en Barranquilla donde fue recibido nada más y nada menos que por Anibal Velásquez y Alfredo Gutiérrez.
Ayer, pasado el mediodía, el rumor de su muerte invadió las redes sociales para luego ser confirmado; Celso Piña falleció en Monterrey a las 12:38 p.m. a causa de un infarto.
El Rebelde del Acordeón ya forma parte de esas divinidades que no están más y de los músicos más memorables del género que nació en la poblaciones indígenas de Colombia, se consolidó en la Sultana del Norte y que, gracias a él, hoy es uno de los ritmos latinos más universales. Hasta el último día, el “Cacique de la Campana” se encargó de recordarnos que no hay quien se resista a la cumbia.
Siempre presente, compa.