Contra el apagón Voces de Gaza durante el genocidio
JALID YUM’A
(1965)
Poeta y cuentista nacido en Rafah, al sur de la Franja de Gaza. Su familia es originaria de la aldea de Hatta, arrasada por las fuerzas israelíes en julio de 1948. Actualmente vive en la ciudad de Ramala en Cisjordania.
Los frarmentos provienen de su página en Facebook.
29 de diciembre de 2023, 11:41 de la mañana
Hace 140 siglos que estamos soñando. Siempre quisimos se un pueblo que pintara amapolas en la orilla del campo; un pueblo normal que errara y acertara, construyera y destruyera, cuya gente discutiera entre sí sobre cómo hay que casarse y qué es lo que dictan los cuentos populares.
Hace 140 siglos que quisimos, pero el tiempo también quiso. Alzamos nuestras ciudades sin puertas. Nuestras plazas abrigaron a los extranjeros del frío y de la cruel soledad. Len enseñamos nuestra lengua y con ellos hemos compartido sus costumbres, tanto tristes como alegres, para integrarlos a la textura de la noche. Pero ellos robaron nuestro fuego e hicieron una boda en la orilla del campo; robaron nuestra melodía y dijeron: “Esa noche es nuestra; esas mañas e historias nunca fueron de ustedes”.
Hace 140 siglos que estamos bordando, puntada a puntada, los patrones que forman parte de nuestra nación: una gacela al lado de un olivo; una espina que abraza la montaña; un pájaro que observa las historias desde su antiguo nido. Mientras cultivábamos nuestro trigo y dejábamos la mitad para las criaturas de alas salvajes creadas por Dios, nadie nos compartía su pasión por la búsqueda interna y externa de la divinidad. Incluso los paganos habían dejado sus estatuas a las puertas de nuestros templos, y luego entraron para rezarle al Dios que nos dio la flor y el trigo.
Hace 140 siglos que domesticamos las piedras para que pronunciaran nuestro nombre, para que nos amaran. Les hemos pulido y nos han pulido. Todos bailaron al ritmo de esas piedras: los habirus, cananeos, perizitas, hititas, hurritas, moabitas, amalequitas, jebuseos, filisteos, arameos, madianitas, guirgashitas, refaítas, fenicios, aqueménidas, idomas, itureos. Bailaron hasta agotar la historia que jadeaba detrás de sus pasos y luego se sentó a descansar.
Hace 140 siglos que esculpimos nuestras almas para proteger a la gacela y dar de comer al gorrión; para que el árbol cante y las nubes tengan dónde descender a los huertos.
Nosotros, los abajo firmantes, todavía guardamos cada letra pronunciada por al arena de este gran universo. Los ciclones van y vienen, van y vienen las calamidades, pero nosotros permanecemos, y así nuestras casas: calidez, aceite de olivo, historias mujeriles, sudores varoniles, balidos ovejunos, patrones de bordado, llantos por la leche y el arrullo, alheñas nupciales en las manos; todo lo que se resiste a ser arrastrado de su ciclo histórico, de su belleza eterna y de su color irrepetible de arena y montaña.

MANAL MIQDAD
(s.a.)
Poeta e ingeniera. Madre de Ritta, Rasel y Aaser.
Los dos fragmentos vienen de la página de Manal en Facebook. Mientras el primero fue escrito el 4 de noviembre pasado, el segundo fragmento fue recogido y traducido durante la ofensiva israelí contra Gaza en junio-julio del 2014.
4 de noviembre del 2023, 8:59 de la noche
En esta hora oscura,
dentro del vientre de una guerra,
el tiempo pasa y no pasa.
No encuentro, por delante, ningún cuento
Y en honor de separar el pasado
del porvenir,
tampoco detrás lo encuentro.
“Érase una vez” ya es un cementerio.
Pero debo contarles algún cuento,
y lo empiezo con “Será, una vez, será…”
Algo de suerte,
capaz de mecer sus camas y su sueño
un poco lejos de la fusión
entre el mito y la fábula.
Una ficción compuesta de espejismos,
una ficción mentirosa.
Es lo más honesto que puedo,
si la guerra nos sigue vomitando,
rehusando digerirnos.
Unos más uno es cinco
y fueron cinco los que almacenaron
aceitunas, aceite y zaatar
a la espera del invierno.
Y cada que me interrumpen,
“Será, una vez, será…”
Junio-julio de 2014
No es lo que están imaginando. Pues lo que vivimos no tiene nada que ver con sentimientos vanos como coraje, orgullo, dignidad. Aquella noche fue la más dura, pero esa vez no lloré.
En la mañana, después del primer bombardero de los aviones sionistas, agarré mis fuerzas y comencé a juntar mis cosas: documentos oficiales, mi título universitario, constancias, regalos, lo que quedó de las cartas que me escribió mi tío (quien sigue preso en una cárcel israelí), mi celular, mi laptop…
Pero me quedé mirando mi segunda biblioteca, pues la primera la perdí en la guerra pasada. ¿Qué hago con los libros? Son pesados, y sería difícil cargarlos si me tocara correr. Entonces decidí quedarme con aquellos que llevan una dedicatoria de su autor,
De pronto sentí rabia por mí misma, esos dolores que causan escozor y te pueden matar. Yo, pensando en mis cosas… ¿Pero y si la muerte me alcanza más rápido de lo que yo alcanzo mis cosas? La muerte me agarrará por sorpresa, sin avisar, y yo iré con ella sin memoria ni papeles ni libros ni queridos ni amigos ni regalos ni sueños… Me iré sola y ligera.
Posdata a mis amigos que tienen libros prestados míos: si me muero, quédense con ellos. Son suyos.
Posdata a mi primo: Si no le pasa nada a mi biblioteca, es tuya.
Los pagos recibidos por el traductor y la dibujante fueron donados a proyectos locales autogestivos en la Franja de Gaza a través del Gaza Collective (@gaza_collective).
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