Ciudad Copyright
PREFACIO
Ricky Mandino: Es la mejor elección aquí, señores. Alcen las voces y sus corazones.
Ciudadanos de Springfield: ¡Monorriel, monorriel, monorriel!
Marge: Pero la avenida principal está dañada.
Bart: Lo siento mamá, la decisión está tomada.
LOS SIMPSON1
Todos los proyectos de intervención urbana poseen un poderoso componente utópico. Su desarrollo está siempre ligado a una narrativa que los dota de cualidades emocionales, estéticas y morales que hacen de los edificios propuestos algo más que un agregado de materiales; emergen valores simbólicos de esa epopeya diseñada para explotar los anhelos, pasiones y deseos de los habitantes en los territorios intervenidos.
Para el pragmatismo técnico contemporáneo el espacio se asume como una simple magnitud aritmética, negando su potencial como creador de sentido. Este aparente vacío es ocupado por mitologías audiovisuales generadas desde las agencias de comunicación, las cuales convierten los desarrollos arquitectónicos y urbanos en objetos de deseo, con lo cual consiguen que el territorio y sus estructuras pierdan la capacidad de generar su identidad con fundamento en las experiencias de sus usuarios, dejando esa tarea a la propaganda y la mercadotecnia.
En el Diccionario Crítico, Georges Bataille aseguraba: “bajo las formas de las catedrales y de los palacios, la Iglesia o el Estado se dirige e impone silencio a las multitudes. Es evidente que los monumentos inspiran la sabiduría social y a menudo incluso un verdadero temor”.2 Es decir, la arquitectura es política, configura y determina una forma de ser y estar en el mundo. La particularidad contemporánea radica en que hoy los procesos de transformación del espacio se centran en la necesidad de crear relatos que legitimen las relaciones mercantiles en las que se gestan las edificaciones.
En México las cúpulas liberales codician aquellos lugares con características útiles para la creación de valor, imponiendo proyectos y buscando discursos adecuados para reducir al máximo la inconformidad social y maximizar sus ganancias. Queda claro, entonces, que la pugna por el hábitat es permanente.
¿Quién tiene derecho a soñar la ciudad? El discurso políticamente correcto declara contundentemente que todos: los niños y los ancianos; los ricos y los pobres; los empresarios, los burócratas; los estudiantes y los trabajadores. Al parecer, hay un consenso respecto a que, en la ciudad, al ser un espacio creado colectivamente, todos pueden participar en las decisiones que definirán su destino. ¡Bravo!, habemus democracia. ¿Y cómo no habría de ser así?, si se ha popularizado el concepto del derecho a la ciudad de Henri Lefebvre. Independientemente de que seas funcionario de Naciones Unidas o de algún gobierno nacional, un activista por la movilidad no motorizada o desarrollador inmobiliario, todos decimos: “sí, venga a nosotros el derecho a la ciudad”.
Vaya sorpresa nos llevamos cuando descubrimos que nos han tomado el pelo. Que cuando dicen todos, no se refieren a todos. Y es que existen opiniones y Opiniones. A la hora de decidir, no es igual el comentario de un vecino, que el de un renombrado académico o el de un empresario; dirán que la ciudad es un tema muy especializado, muy incomprensible para la gente de a pie. Resulta innecesario construir puentes de comunicación con los ciudadanos sin saberes disciplinares, ya que sus deseos se encuentran expresados de forma mística por los tomadores de decisión, quienes siempre velarán por los intereses de sus “representados”.
Los técnicos, mentes prodigiosas con posgrados en el extranjero, saben, desde la objetividad de los datos y la ciencia, qué es lo mejor para el hábitat. ¿Hay ciudadanos en desacuerdo? Bueno, es que no han comprendido bien el proyecto, son del partido de oposición, poseen un interés perverso o están en contra del progreso. Tal vez todos tengan derecho a soñar la ciudad, pero muy pocos tengan el derecho a construirla.
La incapacidad de las clases subalternas de participar activamente en la construcción de la ciudad, y la vorágine discursiva detrás de los proyectos urbanísticos, podría ejemplificarse con las batallas dadas desde la terraza de la maestra Patricia González Paz (también conocida como la maestra Paty), un espacio atípico de quehacer político, lejos de la estética contracultural.
El sitio es una pequeña granja en el centro de la ciudad de Guadalajara, en el estado de Jalisco, ciudad en la que conviven gallinas, gatos, perros y una veintena de insurrectos cuya edad promedio debe rondar los 70 años. ¿Su lucha?: la defensa de sus hogares.
En 2006, el entonces gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, recibió la noticia de que el estado sería la sede de los XVI Juegos Panamericanos; el anuncio fue el banderazo de salida de un proceso de instrumentalización de la cultura y el deporte (posteriormente se sumaría la innovación), para despojar a los vecinos del centro histórico de su territorio, un proceso que ciertas escuelas sociológicas han denominado gentrificación.
La maestra Paty se erigió como líder vecinal al encabezar la resistencia contra la construcción del complejo habitacional conocido como Villas Panamericanas. En un primer momento, este conjunto de edificios hospedaría a los atletas de la justa deportiva; al concluir, se convertiría en un redituable proyecto inmobiliario en el centro de la ciudad, específicamente en los alrededores del parque más emblemático de la metrópoli, el Parque Morelos. En el imaginario popular, el Parque Morelos es un sitio de vagos, drogadictos, trabajadoras sexuales y delincuentes, casonas viejas abandonadas e infraestructura destruida. ¿Quién querría salvar o defender ese pedazo de nada? Para sorpresa de las autoridades y los inversionistas, los habitantes de las colonias colindantes se organizaron para luchar contra tan flamante desarrollo.
A los vecinos se sumaron un grupo de veteranos activistas, nostálgicos de la antigua Unión Soviética (URSS), llamado el Parlamento Popular de Occidente (PPO), con quienes, a pesar de sus diferencias, los vecinos colaboraron para detener al gobierno del partido conservador Acción Nacional, en su deseo por “rehabilitar y redensificar” la zona. Sin duda los conflictos entre las cúpulas empresariales y políticas por el proyecto ayudaron, pero el éxito en defensa del territorio fue para aquellos que no se doblegaron ante la presión económica y policial de la que fueron víctimas.
Sin embargo, el triunfo duró poco. En 2012, el entonces presidente de México, Felipe Calderón, anunció que Guadalajara había sido elegida sede de Ciudad Creativa Digital, con ayuda del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Este cluster albergaría a empresas transnacionales y locales enfocadas en el desarrollo de contenidos para cine, televisión, videojuegos, moda, diseño e internet, y convertiría a Guadalajara en una ciudad a medio camino entre Hollywood y Silicon Valley, que al alcanzar la cúspide de grandeza sería aclamada como una ciudad inteligente.
El anuncio de Ciudad Creativa Digital fue recibido con elogios y emoción por parte de instituciones académicas, creadores audiovisuales y diseñadores; por miembros de las industrias creativas, cúpulas empresariales y por la sociedad civil organizada; respuesta contraria fue la que dieron los vecinos, quienes sabían que se enfrentaban nuevamente a la posibilidad de perder las viviendas que tanto trabajo les había costado defender.
La propuesta de Ciudad Creativa Digital no nació como una ocurrencia local, sino que respondía a la lógica del actual periodo del capitalismo global, en el que las ciudades son los nuevos actores centrales de las interacciones económicas internacionales, y quienes detentan los derechos de autor, así como la expresión de la cultura en su forma mercantil, y uno de sus motores principales.
El más célebre evangelizador de este paradigma urbanístico es Richard Florida, quien aconseja a los ayuntamientos promover sus “tres T”: tecnología, talento y tolerancia,3 los elementos con los que se generan las condiciones necesarias para la emergencia de lo que el autor llama la clase creativa:
Mi definición del núcleo de la clase creativa incluye a las personas que se dedican a la ciencia y a la ingeniería, a la arquitectura y al diseño, a la educación, al arte y a la música y al espectáculo, y cuya función es generar nuevas ideas, nueva tecnología y nuevos contenidos creativos […] La clase creativa está muy orientada a grandes ciudades y regiones que ofrecen gran variedad de oportunidades económicas, un entorno estimulante y opciones de ocio para cualquier estilo de vida imaginable […] centros urbanos vibrantes, abundantes opciones de recreación al aire libre, y tecnolandias residenciales cómodas para los tecnófilos que así lo deseen.4
Las justificaciones para Ciudad Creativa Digital pasan por argumentos como el abandono del centro histórico y su supuesta redensificación; detener a la ciudad dispersa privilegiando la construcción de una ciudad vertical; mejorar la seguridad de la zona, mediante el uso de vigilancia electrónica; detener la subutilización de la vivienda para crear complejos habitacionales más atractivos o, simplemente, por ser una zona “fea” que necesita ser “rescatada”.
Si es cierto que esos discursos suelen popularizarse entre los ciudadanos que no viven ni transitan por la zona, para quienes sí lo hacen se proponen modelos de gobernanza que implican supuestos consensos, mesas de diálogo, exposición de motivos, explicaciones, debates, laboratorios ciudadanos, en suma, todo tipo de comunicación cuyo objetivo real es la legitimación del proyecto.
La nueva polis promete ser sustentable, segura, limpia y ordenada, multicultural, tolerante y colaborativa; su diseño arquitectónico de vanguardia expresa las cualidades de la ciudadanía del siglo XXI, ciudadanía que es cosmopolita por excelencia, emprendedora, sofisticada, trendy y socialmente responsable. Pero entonces es necesario pensar en lo que sucede con las personas que no caben dentro de los nuevos moldes urbanitas; con aquellos cuyas actividades prácticas y laborales no se enmarcan dentro de las industrias creativas; con las personas del sector informal, los pequeños comerciantes y artesanos. ¿Qué pasa con la gente que busca la estabilidad y la valorización de su historia personal sobre la idea de tener edificios inteligentes? ¿Qué pasa con los saberes tradicionales, colectivos e individuales?, ¿se han vuelto obsoletos? Los que no se vuelven desechables son los jóvenes precarizados, quienes, si bien no cumplen con el perfil laboral y académico para unirse al festín del progreso, sí pueden cumplir la función de mano de obra barata para atender a los emprendedores y makers en los diversos sitios de consumo y recreación.
Problematizar los procesos urbanos del centro histórico de Guadalajara permite caracterizar el modelo de ciudad impulsado por el llamado capitalismo cognitivo,5 cuya vocación es la extracción de valor mediante la creación, la venta y el consumo de la propiedad intelectual. Cada modelo productivo desarrolla una polis específica, conformada por una urbs (morfología) y por una civitas (relaciones sociales) que vuelven operativo el espacio para la generación, la extracción y la acumulación de valor.
Tal como la Revolución Industrial tuvo un correlato en el desarrollo de las ciudades, estructurándolas para optimizar sus procesos productivos, el así llamado capitalismo cognitivo se expresa en la ciudad copyright, la cual no se propone como alternativa o reforma de las ciudades inteligentes y creativas; sino, por el contrario, busca ser una estrategia para desnudarlas como modelos urbanos en los que el tan sonado derecho a la ciudad está reservado.
- Al Jean, Mark Reiss y Conan O’ Brien, “Marge contra el mo- norriel”, cap. 12, temp. 4, Los Simpson, Estados Unidos, 14 de enero de 1993.
- George Bataille, “Diccionario crítico”, en La conjuración sagrada: ensayos 1929-1939, Buenos Aires, 2003.
- Martin Fougère y Nikodemus Solitander, “The Rise of Creative Governmentality. And how it’s transgressing working hours, job security, politics and everyday strife”, en Critical Management Studies 2007 Proceedings: Electronic Journal of Radical Organi- zation Theory, Hanken School of Economics, Helsinki, 2007.
- Richard Florida, La clase creativa. La transformación de la cultura del trabajo y el ocio en el siglo XXI, Paidós, Madrid, 2002.
- Yann Moulier-Boutang, Riqueza, propiedad, libertad y renta en el capitalismo cognitivo, Multitudes, núm. 5, París, 2001.